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Sábado, 05 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:

‘Alea iacta est’, la suerte de Europa ya está echada

Definitivamente, el Zar Putin ha cruzado la línea roja que le enfrenta al resto de las élites europeas como Julio César atravesó las aguas del río fronterizo y cambió para siempre la República Romana -de hecho, inició su destrucción- y condicionó el posterior devenir de la historia mundial. Es cierto que el resto de familias patricias no fueron capaces de enfrentarse a él de manera directa y no tuvieron más remedio que asesinarlo cobardemente a puñaladas en los famosos Idus de Marzo. La misma cobardía que han demostrado los mandatarios europeos dejando sola a Ucrania y tratando de gestionar las cosas -lo bueno y lo malo- de la única manera que saben hacerlo: con dinero; por medio de ayudas a los buenos y sanciones económicas a los malos. El empuje y la vitalidad que un día llevaron a las naciones desarrolladas a controlar el mundo  languidecen hoy presas de los intereses económicos y las proclamas bienintencionadas. Los tecnócratas de Bruselas, tibios y asustadizos como todo mandatario temeroso de perder su puesto, alejados de cualquier grandeza ética o de cualquier épica guerrera, tratan de evitar el conflicto con la chequera en la mano. Si en apenas una semana Putin ha conseguido conquistar uno de los estados más extenso de Europa sin repercusiones internas -la oposición democrática lleva años neutralizada- y sin que la OTAN haya hecho nada… ¿Qué le impedirá seguir? ¿Acaso las manifestaciones por todo el mundo, la expulsión de Eurovisión o los miles de tuits lanzados a las redes sociales por millones de pueriles y patéticos ciudadanos europeos?

 

No hace mucho, la Organización Atlántica consideraba como su mayor prioridad la inclusión de la perspectiva climática en la gestión de sus ejércitos. Sorprende que la corrección ideológica no sólo haya conseguido adormecer a la opinión pública, da la sensación de que las propias élites también han bebido de su propia medicina -yo lo llamaría veneno- buenista. Y claro, acostumbrados a mirar para otro lado en cuanto que hay una adversidad, a tapar los problemas con una sonrisa simplona y a edulcorar la realidad para no crear mayores problemas -este argumento es muy recurrente- en cuanto que alguien pega un manotazo encima de la mesa del tablero internacional, los nuestros, los buenos de toda la vida, no saben qué hacer.

 

Después de invitar a Ucrania a la fiesta de la Alianza Atlántica, en contra del criterio ruso, la abandonan ahora con la excusa de que no había nada escrito, de que no forma parte del club. La misma sensación de abandono que debieron sentir los afganos que colaboraron con Occidente cuando vieron despegar del aeropuerto de Kabul al último avión estadounidense.  Definitivamente, no somos capaces de defender a nuestros aliados, lo que es lo mismo que decir que no somos capaces de defendernos a nosotros mismos. Entre complejos de inferioridad, culpas autoinfligidas por excesos del pasado y maniqueísmo mercantilista, el mundo desarrollado ha perdido el empuje que le llevó a dominar el globo hasta no hace mucho tiempo. A poco que nuestros vecinos del sur hayan visto estos sucesivos ridículos internacionales y China empiece a maniobrar con algo más de contundencia militar, poco quedará de la Europa pujante y orgullosa que hemos conocido.

 

El paso del Rubicón por parte de Julio Cesar cambió el devenir de la historia y fue la primera piedra para la construcción –culminada por su heredero Augusto- del Imperio que ha sido modelo y referencia para todos los que lo han sucedido. De igual manera, el Zar –el origen etimológico de esta palabra es Caesar- Putin ha iniciado una campaña militar que ha puesto en alerta a la asustadiza y mercantilista élite patricia de Bruselas, que corre sin cabeza por un gallinero cada vez más amenazado. ‘Alea iacta est’, la suerte inmediata de Europa ya está echada.

 

(*) David Pasarín-Gegunde es autor de Abajo la modernidad

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