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Pablo Mosquera
Domingo, 13 de Marzo de 2022 Tiempo de lectura:

Hace 50 años

1972. Licenciado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Somos una generación universitaria con título académico para integrarnos en la clase media española. Mientras el mundo está en plenas carreras nucleares y espaciales. Las olimpiadas traerán a colación un "Septiembre Negro" que asesina a la delegación Israelita en Múnich, lo que pondrá en marcha el ojo por ojo bíblico. Se celebra la primera conferencia de la ONU sobre los problemas medioambientales creados por la actividad humana. La guerra de Vietnam continua bajo la presidencia de Richard Nixon, que ganará las elecciones mediante el espionaje Watergate. El régimen franquista comienza a sufrir los impactos de la clase obrera que se sumará a los estudiantes, y así se produce una huelga con 3.500 participantes en Vitoria desde Michelín y otra en Ferrol en Bazán, esta última con dos muertos, todo ello por reivindicaciones salariales.

 

Entonces nada hacía presagiar que podía dedicarme a la política. Cuatro años formándome como médico hospitalario en el Clínico de Madrid. También trabajando en la clínica quirúrgica "Zurbarán". Sería en el otoño-invierno de 1972 cuando pisé por vez primera el País Vasco -Eibar- como médico. Fueron tiempos en los que una melena rubia me llevó por las montañas de Guipúzcoa y los puertos de Vizcaya. No había demasiadas diferencias ambientales con mi pueblo galaico marinero en dónde llegué a descargar boniteros para ganarme un salario vacacional. Fueron los primeros contactos con unas Vascongadas en las que comenzaba el "conflicto". Hasta en los santuarios de Arrate y Aránzazu había controles de la Guardia Civil. Como llegó a decir el padre- gallego- de un amigo mío que estudió en Deusto, "aquella región olía a obrero descontento". Me contaron en alguna sidrería quién había sido el Comisario Melitón Manzanas. Cómo se había vivido el primer asesinato de ETA del guardia civil de Malpica, Pardines. Y quién era aquel estudiante de Deusto, un tal Echevarrieta.    

 

Volviendo 50 años atrás, cada 10 de marzo, en mi pueblo se recuerda a uno de sus hijos. Rafael Pillado, hijo de Manuel Pillado. Ambos sanciprianeses que desde Ferrol lucharon por la dignidad obrera y fueron represaliados por el franquismo, con cárcel. Lo que les lleva a militar no sólo en las entonces clandestinas Comisiones Obreras, y de aquí al Partido Comunista de España, echándole el valor que hoy los sindicalistas desconocen.   

 

Era mi primera experiencia con unas Vascongadas en las que la industria pagaba excelentes salarios, los puertos del Cantábrico gozaban con las capturas de una superior flota pesquera. El dinero fluía a borbotones y la primera autopista del norte permitía llegar rápido y seguro entre Bilbao y Donosti. Cuando se lo contaba a mi padre, solía decirme: ¿entonces... de qué se quejan los vascos ? Y es que nuestra Galicia vivía aislada por tierra, sus puertos seguían estando en las rías, las gentes tenían que desplazarse por sinuosas carreteras en las que siempre se cruzaba un carro celta,  para alcanzar un hospital capitalino. 

 

Al año siguiente me hice ciudadano europeo en Barcelona. Era la diferencia entre aquel Madrid devoto para las faenas toreras discutidas. Mientras Ordoñez era fiel al Cossio, el Cordobés daba el salto de la rana delante del morlaco. Pero en el barrio estudiantil de Argüelles, cuando los grises no cargaban contra la muchachada protestona, el embrujo del Real Madrid evitaba las tertulias políticas delante de una caña de cerveza El Águila. 

 

Barcelona nos enseñó a ser cosmopolitas, picassianos, modernistas de Gaudí. Descubrí la Espineta de Calafell donde Carlos Barral patrocinaba escritores, mientras en los tibios inviernos Mediterráneos conocíamos la música latinoamericana que interpretaban gentes refugiadas ante las dictaduras del Cono Sur. Pero sin olvidar el piano de Tete Montoliu en aquella pequeña pero intensa calle barcelonesa de Tuset, que quiso ser como la madrileña del barrio de Salamanca, "tontódromo para ligar", Don Ramón de la Cruz.

 

La generación que salió por España en tales momentos, hizo oposiciones para alcanzar la condición de funcionario del Estado. Un auténtico salvoconducto laboral, de por vida. Eso sí. Y como yo le recordaba al inefable Arzalluz, tomando posesión de la plaza al presentar certificado de penales sin manchas y declaración jurada de adhesión inquebrantable a la principios fundamentales del Movimiento.

 

Aquellas personas que más adelante prestarían coyunturalmente servicios a la política democrática en la España constitucional, nunca se les ocurría decir que su profesión era la de político, ya que acudimos a tal espacio desde nuestra condición de universitarios con puesto de trabajo garantizado mediante excedencia. No había esa actual clase o casta de políticos profesionales. Esos pobres diablos que al no tener otro oficio, no les queda otra que ser leales, disciplinados en el voto, bien mandados para con el líder, temerosos de no acertar con el vencedor en las crisis internas de los partidos políticos, pues el que se equivoca de ventanilla, no volverá a salir en la foto.

 

Y es que los que antaño eran adictos al Régimen, guardaban camisas azules con el yugo y las flechas bordadas, y constituían la reserva espiritual de aquella España cañí, hoy tienen una versión cibernética de la muchachada que comienza en las "nuevas generaciones" de los partidos políticos para emprender una carrera en la que lo importante no será nunca ser instruido, culto, buen conocedor del patrimonio histórico, artístico, ecológico de España y la Hispanidad. Pero sí saber tomar el cafelito con el dirigente que forma parte de la curia partidocrática.

 

Viendo la trayectoria del nuevo mandamás en la calle Génova, tengo motivos para esperar cambios en las formas, en las mesnadas de su guardia pretoriana, en las exigencias más allá de lealtad inquebrantable. Esto último muy influido por las traiciones que dieron al traste con el estilo Casado. Núñez Feijoo, no sólo ha vivido la Galicia solemne compostelana. Ha sabido de la importancia que siempre tuvo rodearse de los objetivamente mejores. Le veo como una versión moderna de aquel multiopositor Fraga Iribarne. Don Manuel lo primero que hacía tras el saludo de "mi querido amigo", era pedir con urgencia el curriculum del aspirante a ser escuchado y tenido en cuenta. Era un hombre de la España de hace 50 años...     

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