Cuerpos de alquiler
La guerra en Ucrania nos muestra un siniestro negocio que hasta ahora pasaba desapercibido, el de recién nacidos de mujeres que debido a una extrema pobreza se ven obligadas a alquilar sus cuerpos y mentes durante nueves meses para que una pareja con dinero sea feliz llevándose su pedido. Mujeres que se transforman temporalmente en meras cadenas de montaje; mujeres sanas, fecundas, fértiles que recuerdan, perdón por la expresión, a parideras ovinas. Cuerpos mercenarios a los que no les queda otro remedio que ese para subsistir. Quienes somos privilegiados de haber nacido y vivir en esta parte del mundo pensamos que el vil metal lo puede todo y encima hacemos un favor a esas desdichadas. La sangre se hiela, no hay palabras para describir este tipo de esclavitud contractual: un mínimo de 270 días en los que ven cómo cambian sus cuerpos; aumento de peso, náuseas, mareos, vómitos, pies hinchados, dolores, cicatrices y al final un parto; todo ello por necesidad, para recibir unas monedas con las que mantener a su familias y vuelta a empezar. No es cuestión de religión, sino tan sólo de ética, respeto y dignidad con nuestros semejantes. Ese tipo de empresas intermediarias deberían estar fuera de la ley y sancionados quienes las utilizan. No todo vale y esta importación debería ser prohibida; el siguiente paso será entregar los niños mediante una empresa de mensajería. Qué vergüenza.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria
La guerra en Ucrania nos muestra un siniestro negocio que hasta ahora pasaba desapercibido, el de recién nacidos de mujeres que debido a una extrema pobreza se ven obligadas a alquilar sus cuerpos y mentes durante nueves meses para que una pareja con dinero sea feliz llevándose su pedido. Mujeres que se transforman temporalmente en meras cadenas de montaje; mujeres sanas, fecundas, fértiles que recuerdan, perdón por la expresión, a parideras ovinas. Cuerpos mercenarios a los que no les queda otro remedio que ese para subsistir. Quienes somos privilegiados de haber nacido y vivir en esta parte del mundo pensamos que el vil metal lo puede todo y encima hacemos un favor a esas desdichadas. La sangre se hiela, no hay palabras para describir este tipo de esclavitud contractual: un mínimo de 270 días en los que ven cómo cambian sus cuerpos; aumento de peso, náuseas, mareos, vómitos, pies hinchados, dolores, cicatrices y al final un parto; todo ello por necesidad, para recibir unas monedas con las que mantener a su familias y vuelta a empezar. No es cuestión de religión, sino tan sólo de ética, respeto y dignidad con nuestros semejantes. Ese tipo de empresas intermediarias deberían estar fuera de la ley y sancionados quienes las utilizan. No todo vale y esta importación debería ser prohibida; el siguiente paso será entregar los niños mediante una empresa de mensajería. Qué vergüenza.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria