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Pablo Mosquera
Domingo, 17 de Abril de 2022 Tiempo de lectura:

Cuando los humanos nos comportamos como fieras

Ya he dicho y seguiré diciendo que ni olvido, ni perdono. Cuando en junio de 1976 puse pie en Vitoria para prestar un servicio al sector público de la sanidad alavesa, no podía imaginarme que aquella región vascongada, frontera con Francia, rica e industrial por mandato del franquismo, fuera a desarrollar acontecimientos de los que fui testigo y víctima hasta septiembre de 2002.

 

Viene a cuento para entender el comportamiento humano en ese conflicto entre rusos y ucranianos que la televisión nos sirve a diario en directo. Hoy, Jueves Santo, la prensa se hace eco de una noticia aterradora. Al menos en el plano moral. Al menos para los humanistas. Al menos para los que somos miembros del mundo civilizado en plena revolución tecnológica.

 

"Mientras el Papa clama por un alto el fuego, el patriarca Kirill de Moscú justifica la invasión rusa". Coincide con las encuestas sociológicas sobre la guerra, dónde el 80% de la población rusa preguntada apoya tal conflicto en el que la Federación Rusa invade, masacra, destruye, viola a Ucrania.

 

Desde mi refugio al norte del norte, en plena Semana Santa, con procesiones de penitencia popular y perdón secular, vemos la guerra como cuando la propaganda de aquellos maestros del séptimo arte nos mostraban la heroicidad de personajes creados por la industria de Hollywood. Los marines americanos salvaban Europa de la maldad nazi. Más adelante, en los años sesenta, descubrimos que esos mismos héroes de cartón piedra, invadían Vietnam y bombardeaban con napalm los poblados donde pobres diablos trataban de sobrevivir a la contienda. Tenemos en la retina la foto de una niña desnuda con la espalda quemada por uno de aquellos artefactos. Le dieron un premio Pulitzer en 1973.

 

Guerra en Corea. Guerra en Irak. Guerra en Siria. Guerra en Afganistán. Guerra entre Israel y los árabes. Guerra en los Balcanes. Guerras ocultas en África. En todas ellas, al menos tres constantes. Venta de artefactos para matar "al presunto enemigo". Crueldad creciente entre los bandos de la contienda, con especial incidencia sobre los derechos humanos de la población civil. Comportamientos genocidas y a veces para promover limpieza étnica. ¿Dónde quedó la cultura que pone frontera entre lo que es aceptable y deleznable?

 

Insisto. No basta con ser una comunidad civilizada. De aquel norte que relataba en su poemario Mario Benedetti. Y dos hechos que se repiten. A la verdad sólo se llega por aproximación. Es decir justificar al atacante sólo el tiempo y la equidistancia de los contendientes puede hacernos conocer el relato historicista. Si los motivos los escribe el vencedor, a buen seguro que ocultará intereses bastardos a inventario económico.

 

En los años ochenta, Euskadi era una comunidad rica, descentralizada en el Estado, receptora de privilegios forales-históricos, con una potente industria y los mejores servicios y equipamientos, desde las autopistas hasta los puertos, desde los incentivos fiscales hasta los polígonos-suelo industriales que gestionaban las Diputaciones Forales -auténticos Gobiernos territoriales- Y, sin embargo, el nacionalismo no se conformaba. Quería más. Hacía chantaje a través del terrorismo. Pretendía construir un Estado vasco con Euskadi, Iparralde y Navarra. Mientras unos ponían la teoría, otros ponían las bombas.

 

Y así podemos visualizar imágenes fotográficas y audiovisuales tan repugnantes como los que hoy nos llegan desde Ucrania. Ser español, ser funcionario del Estado español, ser miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, ser un simple disidente con la teoría inspirada en supuestos derechos del pueblo vasco, generaba miedo a ser considerado enemigo a eliminar, por la civil o por lo criminal. Por eso, ni olvido, ni perdono.

 

No puedo comprender que esos jóvenes podemitas sigan insistiendo en que la fórmula en Ucrania es dialogar con Rusia. Era lo mismo que nos dictaban en Euskadi. El conflicto requería que el Estado español dialogara con ETA. Y ETA lo tuvo muy claro cada vez que se sentaba en una mesa de negociación. Los derechos de Euskal Herría a la autodeterminación. La salida inmediata del Estado español  del país para los vasquitos y las nesquitas.  Tal como decía Arzalluz. Sin temor alguno, ya que los españoles residentes en el nuevo régimen serían tratados como los alemanes en las Baleares. Eso sí. Supongo que perfectamente documentados como extranjeros y aprendiendo el euskera.     

 

No puedo olvidar lo que hice por la ciudadanía. Ponerles en marcha un Hospital público que se inaugura en febrero de 1978 en Vitoria. Enseñarles la metodología asistencial que se practicaba en los mejores centros asistenciales de Barcelona y Madrid. No me regalaron nada. Ni siquiera me dieron las gracias. No era vasco. No era nacionalista reconvertido. No me quedé callado ante el espectáculo que pusieron en marcha desde el adoctrinamiento desde el sistema educativo hasta la contribución obligatoria, tanto económica como socio-cultural, a la construcción de un estado de opinión dónde España era el enemigo y Vascongadas la víctima oprimida. Y en medio, aquellas escenas dantescas tras un atentado. Espero que alguien tenga el valor de hacer una exposición fotográfica con aquellas imágenes propias de la crueldad del ser humano convertido en una fiera. Esos que ahora son liberados y recibidos como héroes en sus pueblos de la Euskadi profunda. No quiero, ni puedo, perdonar lo de antes y lo de ahora.

 

Es más. Comprendo a los españolitos que buscan a sus familiares "paseados hasta las tapias de los cementerios y luego enterrados en fosas comunes". No olvidaron, ni perdonaron. Y es que las crueldades dejan heridas que sólo el tiempo pueden cerrar, pero que se abren cada vez que alguien indaga, muestra los restos de la barbarie, o pone en marcha lo que universalmente es la memoria histórica, desde los crímenes del Santo Oficio del Tribunal para la Inquisición, pasando por aquellas Cruzadas, y llegando hasta las guerras con tamices religiosos. Algo así como lo que está promoviendo el Patriarca Ortodoxo de Moscú. 

 

Por eso los sanchistas deben comprender y aceptar la memoria histórica de lo acontecido durante tantas décadas en Euskadi.

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