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Pablo Mosquera
Sábado, 21 de Mayo de 2022 Tiempo de lectura:

Hospitales en el Camino a Compostela

Sin darme cuenta. Seguro que inspirado por mis antepasados. Aquellos que hicieron de las Rúas Compostelanas santo y seña para ser universitarios. Escuchando las campanadas de la Catedral dónde descansa, quizás, el Hijo del Trueno, quizás el gran Prisciliano. No importa ya que hasta Almanzor le tuvo respeto. Mientras sus tropas acampaban en la robleda de Santa Susana, su guardia personal protegía la tumba que llegaría a ser final del Camino más viejo para el cristianismo europeo. Y sólo de recuerdo llevó a Córdoba las campanas.

 

Pues bien. El primer día laborable de 1982 me incorporé, tras haber ganado la oposición, como Jefe para la Unidad de Salud Laboral del histórico Hospital Provincial "Santiago Apóstol de Vitoria- siglo XV-  que gestionaban desde FASVA -representación municipal y foral- Allí permanecí veinte años. Más tarde sería un primer día del junio en 2008 que me incorporé como Director Médico al Hospital de Jarrio -siglo XIX- que gestionaba el SESPA. Allí permanecí tres años y medio. Ambos Centros Hospitalarios tenían sus raíces en el Camino de Santiago y sus antecedentes como hospederías para cuidar y curar a los peregrinos del Camino a Compostela.    

 

Más de una vez he pensado que tal Camino y tal lugar, Ciudad Santa de Occidente, han guiado mi vida. Puede que hasta me haya protegido. Un mal día, mi padre, médico, aceptó ser Director del Hospital "La Paz" en Madrid. Así un proyecto para ser alumno de la Escuela Naval en Marín, se truncó. Me desperté en la meseta castellana. En el Campus de la Universidad Complutense. Entre la Facultad que fue campo en la batalla por Madrid y el Hospital Clínico Universitario vecino de la clínica fundada por uno de los grandes clínicos españoles, Giménez Díaz, " La Concepción". Allí aprendí todo lo que debía saber un médico. Cuatro años de formación integral, casi mucho más que una especialidad MIR. Con una diferencia. Mientras algunos "endomingados" añadieron a su curriculum que habían sido alumnos de Marañón, cuando sólo fueron médicos "oyentes", otros éramos alumnos internos por oposición en Cardiología y Cirugía General, cuando tal especialidad comprendía todos los procederes diagnósticos y terapéuticos del saber médico.

 

Pero mis mejores recuerdos como aprendiz de la ciencia o arte medicina los tengo de aquel Hospital Universitario en Madrid y de mis veinte años en el Hospital que luego sería del Servicio Vasco de Salud en Vitoria. Sin duda, en este último logré ser reconocido por muchos de los ciudadanos que luego votaban a Unidad Alavesa y así pude ganar las elecciones en Vitoria en 1991 y 1994. Un gallego de A Mariña Luguesa era capaz de ser profeta político en una tierra que nada tenía ni tiene que ver con mi Galicia natal.

 

Haber sido "hospitalero" del Camino ha sido un honor y un privilegio. Además, mi estancia en ambos centros me enriqueció con la amistad de gentes vascas y astures, y me permitió prestar un servicio público más allá de ese espacio tan denostado cual es la política y al que se agarran como clavo ardiendo muchos/as para medrar y ocupar en la sociedad un lugar que no les corresponde por cultura y méritos civiles.

 

Ahora jubilado como "trabajador sanitario" puedo mostrar una larga trayectoria que comenzó en la década de los sesenta, me permitió conocer en profundidad varias comunidades de España - Castilla, Cataluña, Vascongadas, Canarias, Asturias y Galicia- desde mi condición de médico, y así mostrar a mis generaciones anteriores de galenos -cuatro- que he puesto mi grano de arena al noble arte de cuidar y curar, con cuatro oposiciones que me dieron la seguridad para poder saltar de un puesto de trabajo a otro desde la libertad para mi propia elección.

 

Ser médico es una forma de acercarse a los seres humanos que buscan ayudas personales y colectivas. Da sensibilidad para ser inquieto y no conformarse con el mundo que toca vivir, y así escuchando a las gentes que se explayan en la consulta facultativa, contribuir a la mejor y más romántica de las empresas: cambiar el mundo...

 

Desde la medicina, tanto en la gestión de los servicios sanitarios y sociales, como en la asistencia directa o en la enseñanza de la Salud Pública, puedo y debo señalar que a la política sólo se debe acudir con el "zurrón" lleno; que el tiempo dedicado a la política debe ser limitado; que los conocimientos adquiridos en la sociedad civil de la que se procede son indispensables para poder hacer que la política sea herramienta para  diagnosticar los problemas y poner remedio a tales. Y visto lo que dejo atrás, hay mucho que perder y nada que ganar, cuando se camina del prestigio profesional al pantano cada vez más profundo de esa política miserable con sus mesnadas de busca vidas.

 

Bienaventurados los que hacen política y pueden dejarla para regresar a sus lugares de procedencia. Mucho más bienaventurados, los románticos que pierden por servir desde la política democrática a sus conciudadanos. Nadie se lo agradecerá. Hasta es posible que muchos se sientan aliviados pues no hay ser más peligroso para los políticos profesionales, que un libre pensador culto y decente, que en cuanto quiera recuperará su espacio en la sociedad civil.

 

Lamento no haberle dedicado a mi Galicia más tiempo. Lamento los errores cometidos y que redundaron en mis hijos. Lamento no haber usado la política para haber regresado antes a la sociedad de la que a mediados de los años ochenta me distraje con los cantos de sirenas propios de la política.

 

Estoy convencido que en aquel 2002 fue el Camino de Compostela que pasa por la Costa de Britonia, quien me devolvió la cordura como al Quijote para volver a ser  -Alonso Quijano- el Dr. Mosquera. Ciudadano gallego, libre y deslenguado para criticar y exigir lo que corresponda.  

      

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