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Miércoles, 01 de Junio de 2022 Tiempo de lectura:
De Sergio Fernández Riquelme

China Global

Comprar China Global: Un poder comunista, capitalista y nacionalista. Sergio Fernandez Riquelme (La Tribuna del País Vasco, 2022)

 

[Img #22156]Parecía mentira, pero no lo era. El presidente de un régimen comunista, Xi Jinping, era el invitado de honor del gran evento del capitalismo mundial. El Foro de Davos abría su sesión inaugural (en enero de 2021) con el discurso de líder chino, quién establecía las reglas a seguir de un mundo impactado y transformado por la pandemia del coronavirus, que se había originado no tan paradójicamente en su propio país.

 

Todo cambia muy rápido en la era globalizada, especialmente las opiniones y los afectos. China (中国) fue inicialmente el origen de la crisis global del coronavirus, pero después parecía que era la solución; fue objeto de críticas y burlas, y después el gran almacén donde buscar guantes y mascarillas; fue la primera en padecerla y la primera en dominarla, rápida y eficazmente, con aparentemente pocas víctimas (comparado con otros grandes países) y con secretos oficiales que siguen creando debate; e incluso pudieron mandar auxilio técnico y material a naciones necesitadas, y hacer mucho dinero con el material sanitario tan buscado, recuperando sus asombrosas cifras de crecimiento en poco tiempo.

 

Y mientras tanto presentaba, públicamente, su candidatura a ser primera potencia del mundo, compitiendo de manera directa con unos Estados Unidos en plena crisis casi “existencial”. Donald Trump fue el primer líder norteamericano que advirtió del gran peligro chino para su liderazgo planetario, lanzando su programa proteccionista y excepcionalista “America first”, restringiendo las acciones chinas en el país (comerciales y diplomáticas), ampliando pactos con supuestos enemigos geopolíticos e históricos (del mundo árabe a la “imposible” Corea del Norte), y retirándose de todo conflicto bélico de sus antecesores y los “halcones” del Pentágono (bajo George W. Bush o con Barack Obama). Y tras criticar dicha política, su sucesor demócrata Joe Biden no ha tenido más remedio que hacer frente, de manera distinta (y por ello tradicionalmente intervencionista) a la expansión silenciosa, pero constante, del poder o influencia china en medio mundo (por ejemplo, impulsando la militarizada “Aukus Alliance” en el Pacífico, con Inglaterra y Australia).

 

Asistimos a una fase del devenir contemporáneo donde, desde el Lejano Oriente, emerge la llamada China global. Y podría ser un momento histórico, en los tiempos democráticos posmodernos, si la República Popular de China (中华人民共和国, y en adelante RPCh) logra su gran objetivo en el siglo XXI: la tercera nación más grande del mundo por territorio, y la segunda por población, quiere sustituir a los Estados Unidos como líder internacional, demostrando al mundo que sin la democracia liberal-progresista (y su Estado de derecho) se puede tener un exitoso desarrollo capitalista (desde su modelo centralizado) y un orgulloso nacionalismo (bajo su particular identidad). Y para ello ha lanzado un programa global de naturaleza política, económica, cultural, y como es lógico, propagandística, que llega a nuestras vidas y a nuestros bolsillos.

 

Diferentes expertos llevan años limitando este proyecto de la China global: escribían que en ocasiones no saben cómo salir de su “aislamiento histórico”, desprenderse del formalismo burocrático y de los rostros hieráticos de funcionarios diversos; expandirse imperialmente, en su espacio vital, sin llamar la atención; conseguir más aliados del “primer mundo” sin sacar la chequera como siempre; conectar mentalmente con culturas mucho más individualistas; influir decisivamente en áreas geopolíticas ahora vedadas; o innovar más creativamente sin tanta copia y sin tanta urgencia. Apuntaban, además, que el nuevo camino más autocrático y centralizador de Xi Jinping iba a ser el principio del fin de la China Global. E incluso apostaban que el desarrollo económico y la modernización tecnológica del “gigante asiático”, o se agotaría provocando graves tensiones sociales, o llevaría, inevitablemente, a la democratización política y el “progresismo” social. Pero ahí están y aquí están.

 

La globalización le ha venido como anillo al dedo al proyecto chino. A diferencia de sus “hermanos soviéticos”, el comunismo chino no se derrumbó con la caída del Muro de Berlín; pero no sobrevivió como otro Estado “paria” y subdesarrollado (véanse Corea de norte y Cuba), sino como un peculiar artefacto comunista-capitalista-nacionalista capaz de adaptarse a un entorno supuestamente hostil, aprovechando el hiperconsumismo compulsivo y el individualismo vital difundido en el sistema globalizado por las elites plutocráticas.

 

Se necesita a China para producir lo que no queremos hacer, para reciclar la basura que no podemos reutilizar, para obtener el dinero que nadie ya quiere apostar, para vender aquello que sabemos que solo ellos pueden comprar. Hemos creado ese “gigante” desde Occidente, que reta al mismo en su modelos políticos y económicos, sin duda y sin piedad. Tienen una misión muy clara: una estrategia definida, unos pasos muy medidos, y un adversario que se ha rendido olvidando todo valor supremo, toda herencia civilizatoria y toda empresa común, más allá de consumir recursos y relaciones en tiempo récord. Y sabiendo de nuestra debilidad comunitaria y espiritual, nos venden los remedios para un problema que han generado ellos mismos, por ejemplo, con la pandemia del coronavirus: nos han enseñado las restricciones sistemáticas que se pueden aplicar, cada día, en nuestro mundo “liberal-progresista”, eso sí, para salvarnos de nosotros mismos; e incluso nos empaquetan que son una “democracia popular” diferente (que muchos creen para justificar sus negocios con ellos).

 

Llegaba la hora decisiva y global del “sueño chino”. Para la ascendente generación comunista, capitalista y nacionalista de Jinping, tras cuatro décadas de crecimiento económico espectacular (1978-2018), China comenzaba un gran y quinto periodo histórico de “revitalización”. Otro periodo de una China unificada, poderosa y avanzada (como pilar angular de su espacio vital, desde el ideal patrio del Tianxia o “todo bajo la tierra”). Eran los nuevos herederos de la revolución victoriosa de Mao Zedong (o Mao Tse-tung), la nueva élite de PCCh (中国共产党, y también en adelante PCCh), y los nuevos continuadores de la labor de las grandes dinastías imperiales que, en su época, fueron pioneras en el planeta hasta las malditas “guerras del Opio” que convirtieron al país en simple colonia: Shang y Zhou (1600-771 a. C.), Qin y Han (221 a. C.-220), Tang y Song (618-1127), y Ming y Qing (1368-1911).

 

De la “China propiamente dicha” (汉 地) que todos conocíamos, a la “Gran China” (大中华) que todos temen. Una evolución como potencia global, donde nuestra debilidad es su fortaleza, y la falta de nuestra misión propia es la clave de su misión nacional. Posiblemente estamos en la fase álgida de una nueva y particular formación “imperial”, siguiendo el análisis de Oswald Spengler, beneficiada por los miedos, dudas y flaquezas de los potenciales adversarios. Y lo saben muy bien. “Ninguna fuerza puede sacudir el estatus de China ni impedir que el pueblo y la nación china avancen”, proclamaba el presidente Xi Jinping en el 70º Aniversario de su Revolución.

 

Por ello, en este libro señalamos e interrelacionamos las tres claves que pueden explicar la Identidad china del siglo XXI, y que cuestionan los manuales al uso de la ciencia política partitocrática: comunismo, capitalismo y nacionalismo. Hablamos de un Estado dictatorial basado en el socialismo de partido único, y que contiene un sistema productivo capitalista limitado; de un Mercado bajo control estatal, que produce y vende todo lo imaginable a precios competitivos; una Nación diferenciada, que es publicitada como soberana, desarrollada y uniforme; y de un Sistema autoritario revestido por su élite con todas las banderas posibles. Diferentes interpretaciones de un mismo país y de su propia Historia.

 

Comprar China Global: Un poder comunista, capitalista y nacionalista. Sergio Fernandez Riquelme (La Tribuna del País Vasco, 2022)

 

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