Se escribe Mungia y se pronuncia Munguía (y II)
La clave de la batalla de Munguía, o la razón de fondo de la misma, serían las enajenaciones de territorios del Señorío que estaría dispuesto a llevar a cabo Enrique IV, ante la oposición de los vizcaínos. La explicación para esta situación viene dada por la crisis abierta ante la sucesión del rey Enrique IV y quien mejor nos la explica es Mª Isabel del Val Valdivieso en sus artículos “La sucesión de Enrique IV” (Espacio, Tiempo y Forma, t.4, 1991, pp. 43-78), así como en otros dos en que trata más pormenorizadamente la cuestión: “Resistencia al dominio señorial durante los últimos años del reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 126, 1974, pp. 53-104) y “Los bandos nobiliarios durante el reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 130, 1975, pp. 249-294).
Hagamos un breve repaso de los personajes principales que intervienen en los hechos. Juan II reina en Castilla entre 1406 y 1454, al tiempo que ejerce como Señor de Vizcaya, como ocurre con todos los reyes castellanos, como sabemos, desde 1379 en adelante. De su primer matrimonio con María de Aragón nace el futuro Enrique IV. De un segundo matrimonio, con Isabel de Portugal, nacen los infantes Alfonso y la futura reina Isabel.
Enrique IV custodiará a los infantes desde 1461. En 1462 nace Juana, hija de Enrique IV y de su segundo matrimonio con la reina Juana de Portugal, aunque existen sospechas de que el verdadero padre no es él sino Beltrán de la Cueva. En 1464 Enrique IV reconoce a su hermanastro Alfonso como heredero siempre que se case con su hija Juana. En la “Farsa de Avila” de 1465 la liga nobiliaria, partidaria de reducir el poder del rey, encabezada por Juan Pacheco, los hermanos Girón y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, deponen al rey Enrique IV y nombran rey a Alfonso, como Alfonso XII. El reino se divide así en dos bandos militarmente enfrentados, hasta la muerte de Alfonso en 1468. Ese año, Enrique IV y su hermanastra Isabel, apoyada por la liga nobiliaria, pactan la sucesión a la corona a favor de Isabel, en el acuerdo de los Toros de Guisando.
Ahora el problema diplomático surge en relación al futuro consorte de Isabel. Isabel se casa con Fernando de Aragón en octubre de 1469 y al año siguiente, en octubre de 1470 Enrique IV decide renunciar al acuerdo de Guisando y nombrar heredera a su hija Juana, que se compromete en matrimonio con el duque de Guyena.
Se plantea así un conflicto abierto por la sucesión, en la que cada parte intentará hacerse con la mayoría de apoyos nobiliarios y en este contexto es en el que hay que situar la batalla de Munguía. Se trata, por tanto, de un conflicto sucesorio que va a tener su correspondencia a nivel local, donde cada bando en conflicto intentará aprovechar los apoyos con que cuente en toda la Corona para hacerse con el poder de su jurisdicción correspondiente.
Toda la geografía castellana va a verse afectada por la situación que se está viviendo en la cima de su poder político. Isabel del Val nos explica varios de estos conflictos locales. Así en Asturias, Andalucía, Burgos o Valladolid. En Vizcaya se aprovecha la coyuntura para defender su propia autonomía, ya que la política profrancesa de Enrique IV empujará a los vizcaínos, teniendo la frontera con Francia tan cerca, a favor de los príncipes Isabel y Fernando (Del Val, “La sucesión de Enrique IV”, op.cit., pp. 68-69).
Mª Isabel del Val Valdivieso, en su artículo “La resistencia al dominio señorial durante los últimos años del reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 126, 1974, pp. 53-104) analiza las denominadas “mercedes” del rey Enrique IV a favor de los nobles para conseguir su apoyo en su disputa por la sucesión con su hermanastra Isabel y las consecuencias que dichas mercedes tuvieron en forma de reacciones al dominio señorial que provocaron por todo el territorio de la corona de Castilla. Mediante dichas donaciones a determinados nobles el rey pretende ganarse su apoyo frente a la princesa Isabel, intentando aislarla todo lo posible y con el objetivo secundario de pretender así pacificar un reino dividido por causa de las incertidumbres de su propia sucesión. Pero ninguno de estos objetivos se ven cumplidos, en primer lugar, por la predisposición de los nobles a traicionarle en función de su propio beneficio; en segundo lugar, porque las villas y ciudades se rebelan contra los nobles a los que el rey pretende adscribir bajo su dominio y prefieren seguir siendo de realengo, sumándose, para ello, al bando de Isabel.
La autora de este artículo divide la reacción de las ciudades y villas contra Enrique IV en dos ámbitos: las protestas en las reuniones de Cortes contra la política de donaciones del rey, por una parte, y la sublevación de las propias villas y ciudades por otra. Entre estas últimas están las de Trujillo, San Felices de los Gallegos, Sepúlveda, Ágreda y Aranda, Salamanca, Moya y como menos claros de esta tendencia la autora sitúa a Tordesillas, Santander, Requena, Mira y, por último, Vizcaya, cuyo caso transcribimos aquí: “Enrique IV se dirige a este lugar a través de una carta fechada en Segovia el día 19 de julio de 1470, para asegurar a sus habitantes que no había hecho merced a nadie de su señorío, ni tampoco de alguna villa o parte de él, jurándoles al mismo tiempo y para más seguridad que nunca apartaría a Vizcaya de la corona. Sin embargo, a pesar de este seguro real, Vizcaya no parece muy segura de la conducta de don Enrique y teme caer bajo el señorío de algún noble del reino, sobre todo después de la intervención en sus tierras del conde de Haro, con el pretexto de calmar las disensiones que en él había. Por este motivo Vizcaya, en 1473, se une a la causa de la princesa, buscando ante todo una más firme seguridad de permanecer en el patrimonio real, y lo hace después de que Isabel, el 14 de octubre, ha jurado sus fueros y privilegios, y ha prometido no apartar nunca este señorío del dominio directo de la corona real” (op.cit., pp. 77-78, los documentos que sirven de fuente para la autora los toma de la historia de Vizcaya de Labayru).
Los protagonistas de la batalla de Munguía son, por el lado enriqueño el Conde de Haro y por el lado isabelino los dos bandos de oñacinos y gamboinos y el Conde de Treviño.
El hecho de que la batalla se produjera en Munguía no es en absoluto casual, puesto que esa villa es el principal centro de conflictos y enfrentamientos entre los dos bandos principales de Vizcaya –el de Butrón-Múgica y el de Avendaño- durante todo el siglo XV (de aquí y en adelante, Dacosta, p. 340 y ss). Tras las primeras peleas de 1410, en 1414 tenemos otro enfrentamiento en los alrededores de Munguía, saldado con derrota para los Butrón. En 1435 se repite en Munguía, con más muertos que en todos los conflictos precedentes. En 1440 y 1441 de nuevo en Munguía y con nueva derrota para los Butrón. En Ganguren, en 1443, cerca de Larrabezua, se produce una pelea con más de cien muertos por ambos bandos. En 1447 los enfrentamientos se desplazan hacia Durango. En 1448 se produce la batalla y la quema de Mondragón, donde se trasladan las rivalidades banderizas vizcaínas. En 1451 se llega a una concordia entre bandos en Bilbao. El 21 de abril de 1457 el rey Enrique IV ordena el destierro de los principales parientes mayores involucrados en las luchas de años anteriores. Tras el destierro, en esos años sesenta del siglo XV, se produce un rearme de los bandos que culmina en la batalla de Elorrio de 21 de febrero de 1468 –donde además de los bandos vizcaínos intervinieron tropas del Conde de Haro a favor de Avendaño, cabeza de los gamboínos–, que se saldó con derrota para el bando oñacino y con varios miles de muertos según el cronista Lope García de Salazar.
Y sí llegamos a los prolegómenos de la batalla de Munguía que tuvo lugar el 27 de abril de 1471. En 1469, el Conde de Haro, Pedro de Velasco, al servicio del rey Enrique IV, llega a Vizcaya para pacificar el territorio y envía al destierro a los jefes de los bandos, Juan Alonso de Múgica por el oñacino y Pedro de Avendaño por el gamboíno. Mientras que, por parte de los futuros Reyes Católicos, será Pedro Manrique, Conde de Treviño, quien avisará a los jefes de los dos bandos de las intenciones del de Haro y les haga volver al Señorío para unir sus fuerzas contra aquel en lo que será la batalla de Munguía (Dacosta, 366). Los hechos que se cuentan los podemos encontrar de modo similar en Adrián Celaya (Los Fueros de Bizkaia, Bilbao, Academia Vasca del Derecho, 2009, pp. 132-134).
Que dichos bandos unidos no representaron ningún poder autónomo o independiente de Vizcaya respecto de Castilla lo demuestra el hecho de que cuarenta años después, cuando en 1512 Fernando el Católico organice un ejército castellano para invadir Navarra, por lo que respecta a los 2000 vizcaínos que son reclutados para dicha empresa, su mando también se lo reparten Gómez de Butrón, cabeza del bando oñacino, y el entonces ballestero mayor del rey Martín Ruiz de Avendaño, por parte de los gamboínos (Dacosta, 378). En la batalla de Munguía, por tanto, lo único que se resolvió fue el apoyo de Vizcaya a la candidatura de Isabel como futura reina de Castilla. Convertir esto en una batalla de Vizcaya contra España, como hace Sabino Arana en su libro Bizkaya por su independencia, no tiene forma de calificarse desde el más mínimo sentido común.
La clave de la batalla de Munguía, o la razón de fondo de la misma, serían las enajenaciones de territorios del Señorío que estaría dispuesto a llevar a cabo Enrique IV, ante la oposición de los vizcaínos. La explicación para esta situación viene dada por la crisis abierta ante la sucesión del rey Enrique IV y quien mejor nos la explica es Mª Isabel del Val Valdivieso en sus artículos “La sucesión de Enrique IV” (Espacio, Tiempo y Forma, t.4, 1991, pp. 43-78), así como en otros dos en que trata más pormenorizadamente la cuestión: “Resistencia al dominio señorial durante los últimos años del reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 126, 1974, pp. 53-104) y “Los bandos nobiliarios durante el reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 130, 1975, pp. 249-294).
Hagamos un breve repaso de los personajes principales que intervienen en los hechos. Juan II reina en Castilla entre 1406 y 1454, al tiempo que ejerce como Señor de Vizcaya, como ocurre con todos los reyes castellanos, como sabemos, desde 1379 en adelante. De su primer matrimonio con María de Aragón nace el futuro Enrique IV. De un segundo matrimonio, con Isabel de Portugal, nacen los infantes Alfonso y la futura reina Isabel.
Enrique IV custodiará a los infantes desde 1461. En 1462 nace Juana, hija de Enrique IV y de su segundo matrimonio con la reina Juana de Portugal, aunque existen sospechas de que el verdadero padre no es él sino Beltrán de la Cueva. En 1464 Enrique IV reconoce a su hermanastro Alfonso como heredero siempre que se case con su hija Juana. En la “Farsa de Avila” de 1465 la liga nobiliaria, partidaria de reducir el poder del rey, encabezada por Juan Pacheco, los hermanos Girón y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, deponen al rey Enrique IV y nombran rey a Alfonso, como Alfonso XII. El reino se divide así en dos bandos militarmente enfrentados, hasta la muerte de Alfonso en 1468. Ese año, Enrique IV y su hermanastra Isabel, apoyada por la liga nobiliaria, pactan la sucesión a la corona a favor de Isabel, en el acuerdo de los Toros de Guisando.
Ahora el problema diplomático surge en relación al futuro consorte de Isabel. Isabel se casa con Fernando de Aragón en octubre de 1469 y al año siguiente, en octubre de 1470 Enrique IV decide renunciar al acuerdo de Guisando y nombrar heredera a su hija Juana, que se compromete en matrimonio con el duque de Guyena.
Se plantea así un conflicto abierto por la sucesión, en la que cada parte intentará hacerse con la mayoría de apoyos nobiliarios y en este contexto es en el que hay que situar la batalla de Munguía. Se trata, por tanto, de un conflicto sucesorio que va a tener su correspondencia a nivel local, donde cada bando en conflicto intentará aprovechar los apoyos con que cuente en toda la Corona para hacerse con el poder de su jurisdicción correspondiente.
Toda la geografía castellana va a verse afectada por la situación que se está viviendo en la cima de su poder político. Isabel del Val nos explica varios de estos conflictos locales. Así en Asturias, Andalucía, Burgos o Valladolid. En Vizcaya se aprovecha la coyuntura para defender su propia autonomía, ya que la política profrancesa de Enrique IV empujará a los vizcaínos, teniendo la frontera con Francia tan cerca, a favor de los príncipes Isabel y Fernando (Del Val, “La sucesión de Enrique IV”, op.cit., pp. 68-69).
Mª Isabel del Val Valdivieso, en su artículo “La resistencia al dominio señorial durante los últimos años del reinado de Enrique IV” (Hispania, nº 126, 1974, pp. 53-104) analiza las denominadas “mercedes” del rey Enrique IV a favor de los nobles para conseguir su apoyo en su disputa por la sucesión con su hermanastra Isabel y las consecuencias que dichas mercedes tuvieron en forma de reacciones al dominio señorial que provocaron por todo el territorio de la corona de Castilla. Mediante dichas donaciones a determinados nobles el rey pretende ganarse su apoyo frente a la princesa Isabel, intentando aislarla todo lo posible y con el objetivo secundario de pretender así pacificar un reino dividido por causa de las incertidumbres de su propia sucesión. Pero ninguno de estos objetivos se ven cumplidos, en primer lugar, por la predisposición de los nobles a traicionarle en función de su propio beneficio; en segundo lugar, porque las villas y ciudades se rebelan contra los nobles a los que el rey pretende adscribir bajo su dominio y prefieren seguir siendo de realengo, sumándose, para ello, al bando de Isabel.
La autora de este artículo divide la reacción de las ciudades y villas contra Enrique IV en dos ámbitos: las protestas en las reuniones de Cortes contra la política de donaciones del rey, por una parte, y la sublevación de las propias villas y ciudades por otra. Entre estas últimas están las de Trujillo, San Felices de los Gallegos, Sepúlveda, Ágreda y Aranda, Salamanca, Moya y como menos claros de esta tendencia la autora sitúa a Tordesillas, Santander, Requena, Mira y, por último, Vizcaya, cuyo caso transcribimos aquí: “Enrique IV se dirige a este lugar a través de una carta fechada en Segovia el día 19 de julio de 1470, para asegurar a sus habitantes que no había hecho merced a nadie de su señorío, ni tampoco de alguna villa o parte de él, jurándoles al mismo tiempo y para más seguridad que nunca apartaría a Vizcaya de la corona. Sin embargo, a pesar de este seguro real, Vizcaya no parece muy segura de la conducta de don Enrique y teme caer bajo el señorío de algún noble del reino, sobre todo después de la intervención en sus tierras del conde de Haro, con el pretexto de calmar las disensiones que en él había. Por este motivo Vizcaya, en 1473, se une a la causa de la princesa, buscando ante todo una más firme seguridad de permanecer en el patrimonio real, y lo hace después de que Isabel, el 14 de octubre, ha jurado sus fueros y privilegios, y ha prometido no apartar nunca este señorío del dominio directo de la corona real” (op.cit., pp. 77-78, los documentos que sirven de fuente para la autora los toma de la historia de Vizcaya de Labayru).
Los protagonistas de la batalla de Munguía son, por el lado enriqueño el Conde de Haro y por el lado isabelino los dos bandos de oñacinos y gamboinos y el Conde de Treviño.
El hecho de que la batalla se produjera en Munguía no es en absoluto casual, puesto que esa villa es el principal centro de conflictos y enfrentamientos entre los dos bandos principales de Vizcaya –el de Butrón-Múgica y el de Avendaño- durante todo el siglo XV (de aquí y en adelante, Dacosta, p. 340 y ss). Tras las primeras peleas de 1410, en 1414 tenemos otro enfrentamiento en los alrededores de Munguía, saldado con derrota para los Butrón. En 1435 se repite en Munguía, con más muertos que en todos los conflictos precedentes. En 1440 y 1441 de nuevo en Munguía y con nueva derrota para los Butrón. En Ganguren, en 1443, cerca de Larrabezua, se produce una pelea con más de cien muertos por ambos bandos. En 1447 los enfrentamientos se desplazan hacia Durango. En 1448 se produce la batalla y la quema de Mondragón, donde se trasladan las rivalidades banderizas vizcaínas. En 1451 se llega a una concordia entre bandos en Bilbao. El 21 de abril de 1457 el rey Enrique IV ordena el destierro de los principales parientes mayores involucrados en las luchas de años anteriores. Tras el destierro, en esos años sesenta del siglo XV, se produce un rearme de los bandos que culmina en la batalla de Elorrio de 21 de febrero de 1468 –donde además de los bandos vizcaínos intervinieron tropas del Conde de Haro a favor de Avendaño, cabeza de los gamboínos–, que se saldó con derrota para el bando oñacino y con varios miles de muertos según el cronista Lope García de Salazar.
Y sí llegamos a los prolegómenos de la batalla de Munguía que tuvo lugar el 27 de abril de 1471. En 1469, el Conde de Haro, Pedro de Velasco, al servicio del rey Enrique IV, llega a Vizcaya para pacificar el territorio y envía al destierro a los jefes de los bandos, Juan Alonso de Múgica por el oñacino y Pedro de Avendaño por el gamboíno. Mientras que, por parte de los futuros Reyes Católicos, será Pedro Manrique, Conde de Treviño, quien avisará a los jefes de los dos bandos de las intenciones del de Haro y les haga volver al Señorío para unir sus fuerzas contra aquel en lo que será la batalla de Munguía (Dacosta, 366). Los hechos que se cuentan los podemos encontrar de modo similar en Adrián Celaya (Los Fueros de Bizkaia, Bilbao, Academia Vasca del Derecho, 2009, pp. 132-134).
Que dichos bandos unidos no representaron ningún poder autónomo o independiente de Vizcaya respecto de Castilla lo demuestra el hecho de que cuarenta años después, cuando en 1512 Fernando el Católico organice un ejército castellano para invadir Navarra, por lo que respecta a los 2000 vizcaínos que son reclutados para dicha empresa, su mando también se lo reparten Gómez de Butrón, cabeza del bando oñacino, y el entonces ballestero mayor del rey Martín Ruiz de Avendaño, por parte de los gamboínos (Dacosta, 378). En la batalla de Munguía, por tanto, lo único que se resolvió fue el apoyo de Vizcaya a la candidatura de Isabel como futura reina de Castilla. Convertir esto en una batalla de Vizcaya contra España, como hace Sabino Arana en su libro Bizkaya por su independencia, no tiene forma de calificarse desde el más mínimo sentido común.