La víctima ciento uno
A Villarreal de Urrechu la noticia llegó confusa e incompleta. Más tarde se supo que la operación se llamaba “Caroco”, que a primeras horas de la mañana de aquel 7 de junio de 1975 había tenido lugar un tiroteo en las proximidades de Irún, que los terroristas pretendían secuestrar al industrial Ernesto Montero, que se habían efectuado detenciones, que algunos de los participantes en el tiroteo habían sido detenidos mientras otros habían huido y que la Jefatura de la Comandancia había establecido un vasto dispositivo de búsqueda y persecución con efectivos de los distintos puestos…
Lo que no admitía ninguna duda era la taxativa orden: “Todo el personal disponible, concentrado, con la máxima urgencia, en el cuartel de Irún”.
El perfil de la costa de Jaizquibel es casi vertical. Paredes de rocas con las que Dios protege al pueblo vasco de la invasión del mar, se levantan como muros infranqueables en los que se estrellan las infinitas olas del encrespado mar, formando una espesa espuma blanca, sobre todo los días de marejada.
La hermosura del paisaje, de una belleza soberbia, deleita a cualquiera. El verde frescor de Jaizquibel se yergue como una tentación. Es digno de ver y contemplar, el espléndido panorama del bosque de pinos que se extiende desde Punchas hasta las orillas del Bidasoa, en Fuenterrabía.
Salpicados en el paisaje destacan varios caseríos; próximo al faro, el cuartel de Cabo Higuer y; en las inmediaciones de la lengua del agua, en unas calas diminutas entre aquellos acantilados, las ruinas de los cuarteles de Portomoco y Herencín…
A una de las patrullas de búsqueda de los huidos, compuesta por los guardias civiles Fernando González Cid, Juan Antonio Luque Carmona e Ismael Aldea Sanz, los tres del Puesto de Villarreal de Urrechu y bajo el mando del primero, se les ordena batir la zona de los acantilados y la porción de terreno en torno a Cabo Higuer, en Fuenterrabía.
En la Academia de Úbeda solicité como voluntario las Comandancias de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava. Llegué a Guipúzcoa en marzo de 1975, con diecinueve años recién cumplidos y fui destinado a la Línea de Villarreal de Urrechu. El 7 de junio hubo un tiroteo con un comando de ETA y se escaparon unos etarras. Nos llevaron de toda la Comandancia concentrados al cuartel de Irún.
A otros dos compañeros de Villarreal de Urrechu y a mí nos enviaron a batir el terreno por los acantilados de Cabo Higuer. Con unas transmisiones que se quedaron sin batería nada más salir del cuartel de Irún, sin horario, sin alimentos..., sin más. Instrucciones las mínimas..., ‘si os encontráis con ellos, detenedlos... y si hay enfrentamiento, ya sabéis’.
El recorrido, un camino de cabras que bordeaba un acantilado y que teníamos que pasar de uno en uno y con cuidado de no resbalar por el ‘sirimiri’ que caía constantemente.
En la tarde / noche de ese mismo día y cuando los tres miembros del Cuerpo se encontraban realizando el servicio ordenado, debido a la niebla existente en el lugar y a lo resbaladizo del terreno, el guardia Aldea Sanz resbala y cae por un acantilado hasta el borde del mar, habiendo logrado asirse momentáneamente a su compañero Juan Antonio Luque, que a la postre no logra sujetarlo, precipitándose contra unas rocas y resultando herido de gravedad.
Mientras Fernando González se queda vigilando en el sendero de acceso, Luque Carmona desciende por el acantilado hasta llegar a su compañero herido, el cual en su caída se había golpeado la cabeza contra una roca, lo que le ocasionó la rotura de la base del cráneo y la salida de parte de su masa encefálica.
Ya estaba oscureciendo. En un momento dado, mi amigo Ismael se resbaló, se sujetó a mí, no tuve fuerzas suficientes para sujetarlo y cayó por el acantilado, hasta las rocas del mar. El otro compañero, Fernando, se quedó vigilando y yo bajé hasta Ismael…
Como quiera que al radioteléfono con el que estaban dotados se le había agotado la batería y carecían de cualquier otro medio de transmisiones para comunicar la novedad ocurrida, optan por realizar disparos de fusil para alertar a quien pudiera oírlos, pero nadie acude en su ayuda, pasando Luque Carmona toda la noche junto a su compañero agonizante.
Una carretera zigzagueante asciende serpenteando, laderas arriba, desde la calzada que une Pasajes de San Juan con Lezo y recorre el monte Jaizquibel hasta Fuenterrabía. En esta misma localidad, otra carretera similar conduce hasta el faro de Cabo Higuer.
En ocasiones, la carretera de Jaizquibel había sido incluida en el itinerario oficial de las vuelta ciclistas al País Vasco o a España, con la consiguiente algarabía de ciclistas, espectadores y patrocinadores que con sus altavoces anunciaban el orden en que pasarían los corredores, mezclados con las frases publicitarias y como fondo musical las notas de las canciones de moda, pero las escasas personas que presumiblemente circularon por estas carreteras aquella fatídica noche del 7 al 8 de junio o bien no oyeron los disparos en demanda de auxilio o no los interpretaron adecuadamente.
Llegué a él, tenía el cráneo abierto y la masa encefálica fuera. Temblaba, no hablaba pero me miraba como si implorase mi ayuda. Se lo comuniqué al compañero que vigilaba y como el radioteléfono se había quedado sin batería y no disponíamos de otras transmisiones, para dar la alarma gastamos toda la munición efectuando disparos al aire con los Máuser, reservando la de las pistolas y nadie respondía. Agotada mi munición, llegué a utilizar también la del propio Ismael…
Me quité la guerrera y con mi camisa le sujeté la masa encefálica, mientras le abrigué del frío con mi guerrera, yo con el torso desnudo y temblando. Ismael no dejaba de mirarme y de tiritar, me hacía sentir muy mal por no poder ayudarle. Hacía un frío horroroso.
Una vez que hubo amanecido aparece en el lugar un grupo de escolares con su profesor, el cual acude a buscar ayuda, presentándose más tarde, en el lugar de los hechos, efectivos del Cuerpo con un vehículo, trasladando al guardia Aldea Sanz hasta el Hospital Militar de San Sebastián, falleciendo durante el traslado.
Así transcurrió la noche, hasta que por la mañana apareció un grupo de escolares con su profesor al que indicamos lo ocurrido y fue a buscar ayuda. Unas horas más tarde apareció un Land Rover del Cuerpo con cuatro compañeros que se llevaron a Ismael y que falleció durante el traslado.
A nosotros nos recogieron más tarde y nos trasladaron al cuartel de Irún, yo medio desnudo, sin guerrera y sin camisa, habían quedado allí, en Cabo Higuer. Después tuve que comprarme, de mi bolsillo, otro uniforme ya que en aquellos tiempos nos costeábamos la uniformidad.
Ese fue mi ‘bautizo de fuego’, que nunca olvidaré: Mi mejor amigo y su cerebro, en mis brazos durante toda una larga noche. Dura manera de hacerme un hombre.
Y lo más triste, Ismael no figura en ninguna lista de víctimas del terrorismo, cuando murió combatiendo contra él. Hoy en día, todos los 7 de junio sueño con esas escenas, es inevitable...
¡Guardia civil Ismael Aldea Sanz, descansa en paz, compañero y amigo!
Al día siguiente, 9 de junio, en la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián se celebraron los funerales por el alma del fallecido, funerales a los que, entre otras autoridades asistieron el gobernador civil de la provincia, Emilio Rodríguez Román; el gobernador militar, general Jesús Ruiz Molina; el teniente coronel jefe de la 511ª Comandancia de la Guardia Civil de Guipúzcoa, Francisco Almiñana Llorens; el comisario jefe del Cuerpo General de Policía, Manuel Ballesteros; el comandante jefe de la Policía Armada, Jesús Goñi Vara y el alcalde de Villarreal de Urrechu.
Tras el fallecimiento de Aldea Sanz y como los disparos efectuados por Fernando González y Luque Carmona, para alertar del accidente, en realidad si habían sido oídos desde Fuenterrabía aunque nadie acudió en su ayuda, la banda terrorista ETA, en una demostración de su miserable actuar que muestra, una vez más, su verdadero cariz, aprovecha la circunstancia para reivindicar como fruto de la acción de uno de sus comandos, la muerte de Ismael Aldea Sanz. Al respecto, en la página 54 del Tomo IV de la obra enciclopédica “Euskadi ETA Askatasuna / Euskal Herria y la Libertad”, publicado por la Editorial Txalaparta en 1994, casi veinte años después de los hechos, aparece el siguiente texto:
“…El 8 de julio de 1975, un suceso aparentemente intrascendente daría la talla de esta situación. A las siete y media de la mañana, un comando de ETAm tuvo un encuentro fortuito en Hondarribia con una pareja de la Guardia Civil, a resultas del cual fallecería el número Ismael Aldea Sanz. Los integrantes del comando lograrían huir. Pues bien, en la nota oficial -a pesar de que ETAm reivindicó la acción- se dijo que el guardia civil había fallecido en circunstancias normales al resbalar desde una roca. Como los tiros producidos en el enfrentamiento habían sido oídos en Hondarribia, el gobernador civil de Gipuzkoa, Emilio Rodríguez Román, afirmó que cuando el guardia civil cayó, su pistola se disparó.
Sin embargo, a pesar de pertenecer al destacamento de Urretxu, Ismael Aldea tuvo un funeral en la catedral del Buen Pastor de Donostia, como habitualmente sucedía con las víctimas de ETA, es decir con la presencia masiva de autoridades militares, policiales y provinciales. En esta ocasión entre los asistentes se encontró una de las figuras que luego iba a detentar el mando en la persecución de ETA, el comisario Manuel Ballesteros…”.
Ismael Aldea Sanz tenía veintitrés años, era natural de la localidad de El Oso (Ávila), de estado civil soltero y llevaba menos de un año en la Guardia Civil, habiendo ingresado en el Cuerpo en septiembre de 1974 y finalizando su período de formación, en la Academia de Guardias de Úbeda, en febrero de 1975. Antes de su ingreso en la Guardia Civil había trabajado como taxista. Cuatro años después de su fallecimiento y en una fecha tan tardía como el 30.05.1979 y según Diario Oficial del Ejército número 137, de fecha 19.06.1979, se le concede a D. Jesús Aldea Hernández, padre del guardia civil Ismael Aldea Sanz, una pensión mensual de 33.223 pesetas (200% de la base reguladora, por haberse considerado el fallecimiento en acto de servicio).
San Sebastián, 6 de mayo de 2022.
- NOTA: El texto en tipo de letra Times New Roman, con una tipografía de 12 puntos, en cursiva, es parte del testimonio prestado por el sargento 1º de la Guardia Civil (R), D. Juan Antonio Luque Carmona, testigo y protagonista de los hechos relatados, al autor del presente.
A Villarreal de Urrechu la noticia llegó confusa e incompleta. Más tarde se supo que la operación se llamaba “Caroco”, que a primeras horas de la mañana de aquel 7 de junio de 1975 había tenido lugar un tiroteo en las proximidades de Irún, que los terroristas pretendían secuestrar al industrial Ernesto Montero, que se habían efectuado detenciones, que algunos de los participantes en el tiroteo habían sido detenidos mientras otros habían huido y que la Jefatura de la Comandancia había establecido un vasto dispositivo de búsqueda y persecución con efectivos de los distintos puestos…
Lo que no admitía ninguna duda era la taxativa orden: “Todo el personal disponible, concentrado, con la máxima urgencia, en el cuartel de Irún”.
El perfil de la costa de Jaizquibel es casi vertical. Paredes de rocas con las que Dios protege al pueblo vasco de la invasión del mar, se levantan como muros infranqueables en los que se estrellan las infinitas olas del encrespado mar, formando una espesa espuma blanca, sobre todo los días de marejada.
La hermosura del paisaje, de una belleza soberbia, deleita a cualquiera. El verde frescor de Jaizquibel se yergue como una tentación. Es digno de ver y contemplar, el espléndido panorama del bosque de pinos que se extiende desde Punchas hasta las orillas del Bidasoa, en Fuenterrabía.
Salpicados en el paisaje destacan varios caseríos; próximo al faro, el cuartel de Cabo Higuer y; en las inmediaciones de la lengua del agua, en unas calas diminutas entre aquellos acantilados, las ruinas de los cuarteles de Portomoco y Herencín…
A una de las patrullas de búsqueda de los huidos, compuesta por los guardias civiles Fernando González Cid, Juan Antonio Luque Carmona e Ismael Aldea Sanz, los tres del Puesto de Villarreal de Urrechu y bajo el mando del primero, se les ordena batir la zona de los acantilados y la porción de terreno en torno a Cabo Higuer, en Fuenterrabía.
En la Academia de Úbeda solicité como voluntario las Comandancias de Guipúzcoa, Vizcaya y Álava. Llegué a Guipúzcoa en marzo de 1975, con diecinueve años recién cumplidos y fui destinado a la Línea de Villarreal de Urrechu. El 7 de junio hubo un tiroteo con un comando de ETA y se escaparon unos etarras. Nos llevaron de toda la Comandancia concentrados al cuartel de Irún.
A otros dos compañeros de Villarreal de Urrechu y a mí nos enviaron a batir el terreno por los acantilados de Cabo Higuer. Con unas transmisiones que se quedaron sin batería nada más salir del cuartel de Irún, sin horario, sin alimentos..., sin más. Instrucciones las mínimas..., ‘si os encontráis con ellos, detenedlos... y si hay enfrentamiento, ya sabéis’.
El recorrido, un camino de cabras que bordeaba un acantilado y que teníamos que pasar de uno en uno y con cuidado de no resbalar por el ‘sirimiri’ que caía constantemente.
En la tarde / noche de ese mismo día y cuando los tres miembros del Cuerpo se encontraban realizando el servicio ordenado, debido a la niebla existente en el lugar y a lo resbaladizo del terreno, el guardia Aldea Sanz resbala y cae por un acantilado hasta el borde del mar, habiendo logrado asirse momentáneamente a su compañero Juan Antonio Luque, que a la postre no logra sujetarlo, precipitándose contra unas rocas y resultando herido de gravedad.
Mientras Fernando González se queda vigilando en el sendero de acceso, Luque Carmona desciende por el acantilado hasta llegar a su compañero herido, el cual en su caída se había golpeado la cabeza contra una roca, lo que le ocasionó la rotura de la base del cráneo y la salida de parte de su masa encefálica.
Ya estaba oscureciendo. En un momento dado, mi amigo Ismael se resbaló, se sujetó a mí, no tuve fuerzas suficientes para sujetarlo y cayó por el acantilado, hasta las rocas del mar. El otro compañero, Fernando, se quedó vigilando y yo bajé hasta Ismael…
Como quiera que al radioteléfono con el que estaban dotados se le había agotado la batería y carecían de cualquier otro medio de transmisiones para comunicar la novedad ocurrida, optan por realizar disparos de fusil para alertar a quien pudiera oírlos, pero nadie acude en su ayuda, pasando Luque Carmona toda la noche junto a su compañero agonizante.
Una carretera zigzagueante asciende serpenteando, laderas arriba, desde la calzada que une Pasajes de San Juan con Lezo y recorre el monte Jaizquibel hasta Fuenterrabía. En esta misma localidad, otra carretera similar conduce hasta el faro de Cabo Higuer.
En ocasiones, la carretera de Jaizquibel había sido incluida en el itinerario oficial de las vuelta ciclistas al País Vasco o a España, con la consiguiente algarabía de ciclistas, espectadores y patrocinadores que con sus altavoces anunciaban el orden en que pasarían los corredores, mezclados con las frases publicitarias y como fondo musical las notas de las canciones de moda, pero las escasas personas que presumiblemente circularon por estas carreteras aquella fatídica noche del 7 al 8 de junio o bien no oyeron los disparos en demanda de auxilio o no los interpretaron adecuadamente.
Llegué a él, tenía el cráneo abierto y la masa encefálica fuera. Temblaba, no hablaba pero me miraba como si implorase mi ayuda. Se lo comuniqué al compañero que vigilaba y como el radioteléfono se había quedado sin batería y no disponíamos de otras transmisiones, para dar la alarma gastamos toda la munición efectuando disparos al aire con los Máuser, reservando la de las pistolas y nadie respondía. Agotada mi munición, llegué a utilizar también la del propio Ismael…
Me quité la guerrera y con mi camisa le sujeté la masa encefálica, mientras le abrigué del frío con mi guerrera, yo con el torso desnudo y temblando. Ismael no dejaba de mirarme y de tiritar, me hacía sentir muy mal por no poder ayudarle. Hacía un frío horroroso.
Una vez que hubo amanecido aparece en el lugar un grupo de escolares con su profesor, el cual acude a buscar ayuda, presentándose más tarde, en el lugar de los hechos, efectivos del Cuerpo con un vehículo, trasladando al guardia Aldea Sanz hasta el Hospital Militar de San Sebastián, falleciendo durante el traslado.
Así transcurrió la noche, hasta que por la mañana apareció un grupo de escolares con su profesor al que indicamos lo ocurrido y fue a buscar ayuda. Unas horas más tarde apareció un Land Rover del Cuerpo con cuatro compañeros que se llevaron a Ismael y que falleció durante el traslado.
A nosotros nos recogieron más tarde y nos trasladaron al cuartel de Irún, yo medio desnudo, sin guerrera y sin camisa, habían quedado allí, en Cabo Higuer. Después tuve que comprarme, de mi bolsillo, otro uniforme ya que en aquellos tiempos nos costeábamos la uniformidad.
Ese fue mi ‘bautizo de fuego’, que nunca olvidaré: Mi mejor amigo y su cerebro, en mis brazos durante toda una larga noche. Dura manera de hacerme un hombre.
Y lo más triste, Ismael no figura en ninguna lista de víctimas del terrorismo, cuando murió combatiendo contra él. Hoy en día, todos los 7 de junio sueño con esas escenas, es inevitable...
¡Guardia civil Ismael Aldea Sanz, descansa en paz, compañero y amigo!
Al día siguiente, 9 de junio, en la Catedral del Buen Pastor de San Sebastián se celebraron los funerales por el alma del fallecido, funerales a los que, entre otras autoridades asistieron el gobernador civil de la provincia, Emilio Rodríguez Román; el gobernador militar, general Jesús Ruiz Molina; el teniente coronel jefe de la 511ª Comandancia de la Guardia Civil de Guipúzcoa, Francisco Almiñana Llorens; el comisario jefe del Cuerpo General de Policía, Manuel Ballesteros; el comandante jefe de la Policía Armada, Jesús Goñi Vara y el alcalde de Villarreal de Urrechu.
Tras el fallecimiento de Aldea Sanz y como los disparos efectuados por Fernando González y Luque Carmona, para alertar del accidente, en realidad si habían sido oídos desde Fuenterrabía aunque nadie acudió en su ayuda, la banda terrorista ETA, en una demostración de su miserable actuar que muestra, una vez más, su verdadero cariz, aprovecha la circunstancia para reivindicar como fruto de la acción de uno de sus comandos, la muerte de Ismael Aldea Sanz. Al respecto, en la página 54 del Tomo IV de la obra enciclopédica “Euskadi ETA Askatasuna / Euskal Herria y la Libertad”, publicado por la Editorial Txalaparta en 1994, casi veinte años después de los hechos, aparece el siguiente texto:
“…El 8 de julio de 1975, un suceso aparentemente intrascendente daría la talla de esta situación. A las siete y media de la mañana, un comando de ETAm tuvo un encuentro fortuito en Hondarribia con una pareja de la Guardia Civil, a resultas del cual fallecería el número Ismael Aldea Sanz. Los integrantes del comando lograrían huir. Pues bien, en la nota oficial -a pesar de que ETAm reivindicó la acción- se dijo que el guardia civil había fallecido en circunstancias normales al resbalar desde una roca. Como los tiros producidos en el enfrentamiento habían sido oídos en Hondarribia, el gobernador civil de Gipuzkoa, Emilio Rodríguez Román, afirmó que cuando el guardia civil cayó, su pistola se disparó.
Sin embargo, a pesar de pertenecer al destacamento de Urretxu, Ismael Aldea tuvo un funeral en la catedral del Buen Pastor de Donostia, como habitualmente sucedía con las víctimas de ETA, es decir con la presencia masiva de autoridades militares, policiales y provinciales. En esta ocasión entre los asistentes se encontró una de las figuras que luego iba a detentar el mando en la persecución de ETA, el comisario Manuel Ballesteros…”.
Ismael Aldea Sanz tenía veintitrés años, era natural de la localidad de El Oso (Ávila), de estado civil soltero y llevaba menos de un año en la Guardia Civil, habiendo ingresado en el Cuerpo en septiembre de 1974 y finalizando su período de formación, en la Academia de Guardias de Úbeda, en febrero de 1975. Antes de su ingreso en la Guardia Civil había trabajado como taxista. Cuatro años después de su fallecimiento y en una fecha tan tardía como el 30.05.1979 y según Diario Oficial del Ejército número 137, de fecha 19.06.1979, se le concede a D. Jesús Aldea Hernández, padre del guardia civil Ismael Aldea Sanz, una pensión mensual de 33.223 pesetas (200% de la base reguladora, por haberse considerado el fallecimiento en acto de servicio).
San Sebastián, 6 de mayo de 2022.
- NOTA: El texto en tipo de letra Times New Roman, con una tipografía de 12 puntos, en cursiva, es parte del testimonio prestado por el sargento 1º de la Guardia Civil (R), D. Juan Antonio Luque Carmona, testigo y protagonista de los hechos relatados, al autor del presente.