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Sábado, 11 de Junio de 2022 Tiempo de lectura:

Durmiendo con el enemigo

Prólogo al libro China Global. Un poder comunista, capitalista y nacionalista, de Sergio Fernández Riquelme

 

[Img #22228]Querido lector, siento tener que ser yo quien le transmita este mensaje. El libro que sostiene ahora en sus manos analiza, como señala su título, la realidad más actual y desconocida de la nueva gran potencia global que es China, pero, sobre todo, es un dibujo, perfectamente trazado por el profesor Sergio Fernández Riquelme, del que será nuestro futuro a corto y medio plazo. Y sí, supone usted bien, esta no es una buena noticia porque lo que con la precisión que le caracteriza bosqueja el autor de este ensayo contundente es un engendro monstruoso que luce con orgullo los rasgos inconfundibles y fieramente marcados del comunismo más atroz mezclado con lo peor del capitalismo financiero, que poco o nada tiene que ver con el capitalismo tradicional, y que el filósofo italiano Diego Fusaro ha definido como “turbocapitalismo”. Les prometo que solamente voy a incluir una ecuación en este prólogo. Y es la siguiente: el comunismo del siglo XXI del que tanto gusta hablar a Xi Jinping + las élites políticas, económicas y culturales occidentales + el absolutismo socialdemócrata que corroe a la Unión Europea, a Estados Unidos y a la totalidad de las instituciones globales = a una aterradora distopía autocrática que podría dejar en un juego de niños a las principales tiranías sufridas por la Humanidad en el pasado siglo XX.

 

Este trabajo de Sergio Fernández Riquelme es una herramienta imprescindible, quizás única entre las publicadas en español, para conocer la China de hoy y, sobre todo, para entender cómo en apenas un siglo este gigantesco país ha llegado a convertirse en lo que es actualmente a nivel planetario. Pero China Global es también, y quizás, sobre todo, un libro preclaro a la hora de explicar prácticamente en tiempo real, en directo, cómo se está produciendo una dramática “chinatización” de Occidente que se ha acelerado exponencialmente durante los dos años de pandemia de coronavirus.

 

Efectivamente, el Covid-19, nacido en un laboratorio chino, escapado de China y expandido por el orbe gracias al oportuno silencio chino en los primeros momentos del contagio desatado, es como una bomba de efectos retardados bajo cuya amenaza se está liquidando y disolviendo lo poco que va quedando de todo lo grande, bello y espiritual que un día fuimos. Tal y como explica detalladamente Fernández Riquelme, ante los ojos atentos y felizmente satisfechos de la nueva China globalizada se está produciendo el colapso final de las estructuras de las democracias tradicionales, y de Occidente en general, en un proceso de demolición que se apoya en los muchos pilares autoritarios que tiene la actual gobernanza socialdemócrata, que utiliza el inmenso desarme ético que sufren millones de ciudadanos europeos, que emplea el miedo generalizado a lo desconocido como herramienta de dominación y que urde sibilinamente una “nueva normalidad”, un “gran reinicio” colectivo que sigue miméticamente el trazado del gran modelo civilizacional instaurado por el Partido Comunista chino para el siglo XXI: exclusivas élites políticas, sociales, económicas y culturales, endogámicas y dominantes; capitalismo salvaje, expansionismo agresivo, hipervigilancia de la ciudadanía, masas acalladas, libertades mermadas e imposición doctrinaria.

 

Lo que ha emergido fruto de la alianza del nuevo comunismo con el turbocapitalismo financiero es una novedosa y aterradora realidad tan perfecta como el virus del Covid-19: gobierna a través del terror y la emergencia permanentemente impuesta, induciendo a las masas dramáticamente asustadas y cada vez más empobrecidas a aceptar decisiones drásticas y antidemocráticas como el único salvavidas para asegurar las vidas. En el nombre de la seguridad sanitaria, en el nombre del medio ambiente, en el nombre de Ucrania, en el nombre de la crisis energética o en el nombre de la Agenda 2030, se legitima la expropiación de la democracia y de los derechos más elementales, así como la creciente violación del espíritu y la letra de la Constitución. Decía el antes citado Diego Fusaro en un brillante artículo publicado en nuestra revista Naves en Llamas: “La emergencia -es necesario repetirlo hasta la náusea- es un método de Gobierno. Y si logra convertir lo inadmisible en inevitable, lo hace porque lo presenta como limitado en el tiempo, como válido para el corto período de la crisis. Lo que no se dice, por supuesto, es que la crisis nunca terminará y, con ella, lo inadmisible se convierte en inevitable. La emergencia, por si fuera poco, hace invisible para la mayoría el verdadero carácter autoritario que asume el poder antes democrático: ejércitos en la calle, toque de queda, prohibición de reunión pública, son medidas que, sin el relato de la emergencia de cualquier tipo, bastarían para identificar un régimen autoritario en sentido pleno y que, en cambio, en complicidad con la emergencia, aparecen como medidas de protección bien justificadas y para siempre”.

 

Sí, así es. Este nuevo Occidente, el nuevo Occidente de ese petulante y neocomunista Nuevo Orden Mundial que tratan de imponer instituciones políticas, financieras y culturales que solamente representan a unas élites no elegidas por nadie, se parece demasiado a China. Y Sergio Fernández Riquelme, con la exactitud de un escalpelo, nos explica cómo hemos llegado hasta aquí: “China tenía un plan. Y la debilidad de Occidente, entre ideologías hedonistas y producciones localizadas, beneficiaba dicha misión. Llegaba su quinto periodo histórico de ‘revitalización’, y nadie parecía poder pararlos. Como otros actores emergentes del mundo global, habían aprendido cómo combatir, cómo seducir y cómo engañar a una civilización occidental demasiado satisfecha de sí misma. ‘Un poder sólo puede ser derrocado por otro poder, y no por un principio’, enseñaba Oswald Spengler en La decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes, 1918). Y ante el ocaso del poder euroatlántico (marcado por los EEUU tras la Segunda Guerra Mundial), otro poder emergía sin grandes ideas que oponer, pero con grandes hechos que ofrecer y sin aparente contestación más allá de medidas casi estéticas. Nada de sanciones a China por vulnerar derechos humanos, nada de cierre de mercados por competencia desleal, nada de críticas públicas por sus delitos medioambientales, nada de sospechas por la crisis del coronavirus. Aprovechando esas oportunidades de una globalización sin fronteras ni soberanías, el ‘gigante asiático’ se posicionaba como futura potencia mundial paso a paso, comprando voluntades, aprovechando debilidades, y afianzando valores”.

 

Efectivamente, hoy vemos con pavor, resignación y tristeza cómo nuestra renuncia a defender los valores tradicionales que un día nos situaron a la cabeza del desarrollo ético universal y nuestro empeño en dinamitar los pilares judeocristianos y grecolatinos que llevaron a nuestras naciones a liderar la historia nos ha sumido en un indecente abismo moral difícilmente descriptible. Occidente se está convirtiendo en una caricatura cruel de lo que fue, cayendo en un pozo oscuro, relativista, líquido, éticamente indecente e intelectualmente inane en el que la libertad de expresión es pisoteada por los nuevos puritanos de lo políticamente correcto y en el que los derechos individuales son arrasados por los presuntos y tiránicos derechos colectivos de nuevos y casi infinitos grupos, tribus y manadas siempre dispuestos a socavar la familia tradicional, la democracia, el capitalismo clásico como base de nuestra economía y la nación como contenedor crucial donde se encierran nuestra historia y nuestras raíces espirituales.

 

Sí, se está fraguando un golpe global contra todo lo que somos y, mientras tanto, mientras los nuevos liberal-fascistas que nos gobiernan abrazados a Xi-Jinping tratan de meterse en nuestras camas, en nuestras casas, en nuestras cocinas, en nuestros vehículos, en nuestra salud, en nuestra cabeza y en la mente de nuestros pequeños, vemos cómo Occidente calla, otorga y sucumbe ante el reemplazo planificado, masivo y constante de su población nativa con millones de seres humanos cargados de valores, creencias, tradiciones y costumbres absolutamente incompatibles con los nuestros y que, además, a lo largo de la historia, en los más variados lugares del mundo, han demostrado su enorme capacidad para infiltrarse, expandirse, atacar y conquistar el poder…

 

Y, mientras tanto, mientras esto ocurre, China se frota las manos porque, como alumbra Fernández Riquelme, “la China Global sabe dominar las artes, los tiempos y los mecanismos de la globalización. Y además conoce, perfectamente, nuestras debilidades. Occidente parece tener solo, y cada vez más, un plan hedonista, revestido de ecología de salón y de derechos para unos pocos. Con él, nos creíamos mejores que los antiguos y que los vecinos, pero parece que nos podemos llegar a suicidar, como civilización, demográfica (despreciando tener hijos, y prescindiendo de los mayores y enfermos descartados), moral (copiando soluciones restrictivas ‘a la china’) y espiritualmente (abandonando las ‘primeras verdades’, que nos unían en lo bueno y en lo malo en misiones comunes trascendentales o en proyectos comunitarios locales y solidarios). Y ellos, en China, tiene otro plan: claro y brutal, vigilando a los unos y a los otros, seduciendo a los que nos mandan y endeudando a los que nos gobiernan, y planeando un devenir donde esta ‘quinta revitalización’ cambie la faz de China y del mundo. Aparece, en el horizonte, como utopía triunfante o distopía amenazante, este modelo de China Global, copiado directamente por las elites de otras naciones (a la hora de mandar sin oposición y de vender sin restricción), e imitado indirectamente en algunos aspectos “funcionales” por otras (especialmente en algunas vigilancias durante el contexto de la pandemia del Covid-19). Como señalaba siglos antes Napoleón Bonaparte, en una famosa y predictiva frase a él atribuida, ‘China es un gigante dormido. Déjenla dormir, porque cuando despierte, sacudirá el mundo’”.

 

Prólogo al libro China Global. Un poder comunista, capitalista y nacionalista, de Sergio Fernández Riquelme

 

 

 

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