Por qué mucha gente vota a Vox
![[Img #22231]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/06_2022/3201_macarena-olona.jpg)
Lejos del ruido de la izquierda sobre la ultraderecha, la derecha extrema, la extrema derecha o el fascismo, esa sarta de mentiras que intentan vender, no hay duda de que Vox es un partido que respeta la Constitución y las instituciones básicas del Estado. Su modelo de Estado no autonómico no se puede entender anticonstitucional pues, aunque desee cambiar el modelo autonómico (como tantos españoles que vemos en lo que se han convertido las autonomías), lo pretende desde el respeto a las leyes y siempre con los trámites que marca la propia Constitución, lo que supone, por desgracia, que una modificación del modelo autonómico está muy lejos de llegar a ser realidad.
A pesar de ser un partido criminalizado, vilipendiado y al que se ha tratado, (por la izquierda y nacionalistas y proetarras, pero también por PP y Ciudadanos), como los nazis a los judíos, cabe preguntarse por qué, a pesar de todo, no hace más que crecer en expectativas de voto en casi toda España (excepto Galicia). Pregunta aún más pertinente ante las próximas elecciones andaluzas.
Debemos recordar que Vox nace como una escisión del Partido Popular de Mariano Rajoy, al que la historia recordará muy mal. Muchas personas se alejaron del PP desengañadas ante lo que no dejaba de ser la tercera legislatura de Zapatero en cuestiones esenciales como las leyes de género, la memoria histórica, el adoctrinamiento izquierdista, la intromisión en el Poder Judicial y, especialmente, y por lo que respecta a los actuales líderes de Vox, por la continuación del blanqueamiento de ETA.
Recordemos, no obstante, que además de Santiago Abascal y Ortega Lara, en el nacimiento de Vox hubo personas de gran altura intelectual y moral, como Alejo Vidal Cuadras (que luego se alejara de la formación no quita esencia al hecho de que abandonó el PP y participó en la formación de Vox) lo que implica que había, efectivamente, una justificación moral e ideológica para crear una formación "a la derecha" del PP.
Seguramente la identificación de Vox con la "derecha" del PP no es exacta. Y no lo es porque, aunque realmente muchas personas conservadoras e, incluso, muy conservadores, se han apegado a Vox por su apuesta identitaria (que no es sino una reacción lógica a los ataques a la identidad nacional desde casi todos los frentes y durante décadas), este partido presenta algunas diferencias notables con lo que tradicionalmente se considera un partido de derechas conservador.
Uno de los primeros motivos que entiendo explican que se vote en masa a Vox es que, sencillamente, tiene un discurso reconocible. Al contrario que PP y Ciudadanos, considerados de centro y de derechas (lo que no quiere decir que no presenten rasgos básicos de socialdemocracia en su ideología –si les queda- y en su actuación) la ausencia de complejos confrontando el discurso de la izquierda le otorga una credibilidad que han perdido los otros. La desideologización del PP desde Mariano Rajoy es manifiesta (ya invitó a marcharse del partido a los liberales y a los conservadores en un famoso discurso), y alude generalmente a la gestión como único aval de su candidatura (Ayuso es completamente ajena al PP y su discurso nada tiene que ver con el del partido ni con el de los otros líderes regionales). En cuanto a Ciudadanos, nacido del Partido Socialista catalán, a pesar del cambio de rumbo que nominalmente ha realizado en 2019 cuando a Rivera se le ocurrió decir que a partir de ese momento eran liberales, lo único liberal que se les recuerda es mencionar que quieren bajar los impuestos; por lo demás, no deja de ser una aseadito partido socialdemócrata, como lo fue siempre.
Por ello, el discurso de Vox, cuando defiende a España, los derechos de los padres para educar a sus hijos, la inmigración sólo legal o cuando afirma que quitará las ayudas a los inmigrantes ilegales es entendido meridianamente claro por una ciudadanía que no espera (ni necesita) grandes alardes intelectuales, pero a la que ese discurso le llega porque alude a problemas que sufre todos los días. Cuando hace frente con contundencia (una cotundencia que fuera de Vox sólo ofrece Isabel Díaz Ayuso) a Pedro Sánchez y a sus traidoras y nefastas políticas y alianzas, todo el mundo lo entiende. Nadie se llama a engaño.
Cuando Vox alude a los curritos como su base de votos no miente. Los trabajadores y los autónomos, los pequeños empresarios y los empleados que ven sus sueldos empequeñecerse paulatinamente y una competencia desleal por la inmigración incontrolada y por otros españoles que disfrutan de ayudas continuas que les permiten vivir a su costa sin trabajar, comprenden lo que hemos dicho desde aquí muchas veces y que hace poco ratificaba una voz tan autorizada como el mencionado Vidal Cuadras: "La verdadera pugna política no es entre derecha e izquierda, sino entre los españoles que producen y crean riqueza por un lado y la alianza entre la clase política extractiva y los españoles subsidiados por el otro. Hay que votar a los partidos de los sectores productivos".
Y realmente sólo hay un partido que defienda a los sectores productivos, y es Vox. Se dirá que el PP gestiona bien y eso hace que aumente el sector productivo, y es cierto. Pero también lo es que, a pesar de ello, ni el PP ni Ciudadanos donde han gobernado han sido capaces de restar ayudas y subsidios, de modo que ahora mismo hay déficit de trabajadores españoles en muchos sectores a pesar de las enormes listas de paro (mucho mayores que las falseadas oficialmente por el Gobierno). En cambio, cuando Macarena Olona afirma rotundamente que si entra en San Telmo va a hacer limpieza y va a cerrar chiringuitos, se entiende perfectamente y todos sabemos a qué se refiere y los que llevamos años sufriendo esa extracción sin que ningún otro Gobierno sea capaz de frenarla no podemos sino congratularnos de que alguien esté decidido a lanzar ese órdago.
También es Vox el único partido que habla claro sobre la inmigración, especialmente la musulmana, considerándola, como es obvio, incompatible con nuestro sistema democrático y nuestros valores. Ningún otro partido se atreve siquiera a mencionar este asunto y algunos no sólo no lo mencionan sino que alientan esa inmigración, unos por complicidad en la destrucción de la civilización occidental (sin darse cuenta de que es su propia destrucción), otros por inconsciencia o por cobardía (como ya contaba en mi novela Frío Monstruo). Pero es evidente que se trata de un tema sensible para muchos españoles que ya sufren crisis de convivencia, que ven cómo los esfuerzos de las administraciones públicas se vuelcan con determinados tipos de inmigrantes a costa de los españoles más desfavorecidos (basta leer las estadísticas oficiales del año pasado del Gobierno Vasco para comprobar a quiénes se favorece, y es un asunto que se replica en todas las comunidades autónomas). En algunos lugares ya se dan indicios de que lo de Saint Dennis llegará a España como ha llegado a Francia y a Alemania o a Suecia y Bélgica.
Por otra parte, Vox aún goza de una situación cómoda de alejamiento de cualquier sombra de corrupción. Porque no ha gobernado nunca, obviamente. Y la corrupción es evidente que pesa mucho a otros partidos. Desde aquí hemos insistido en muchas ocasiones en que la corrupción del PP no es tan grave como la del PSOE, ni muchísimo menos, pero lo cierto es que el PP lo paga mucho más severamente en imagen pública (por su propia culpa al haber entregado los medios a la izquierda) que cualquier otro partido. La corrupción del PP sirvió para engordar a Ciudadanos en su momento y ahora servirá para engordar a Vox.
El pasteleo del PP frente a la izquierda le ha pasado factura en imagen y seguidores. De Ciudadanos más vale no hablar cuando hace un año estaban dispuestos a entregarle al PSOE todas las comunidades autónomas y ciudades que pudieran, anhelo que sólo el arrojo de Díaz Ayusó colapsó (en contra de la cúpula del PP de entonces) al convocar elecciones, cuyo resultado fue determinante. Pero si Ciudadanos está pagando caro su acercamiento a la mofeta del PSOE, el PP no para ahora de repetir argumentos y gestos de acercamiento, pues no de otro modo puede interpretarse, por ejemplo, el lamento de Moreno Bonilla de que el PSOE "ha cerrado la puerta de antemano" a un acuerdo de legislatura del que no quiere oír hablar con Vox. Esto quiere decir, como muchos nos tememos, que Moreno Bonilla preferiría un pacto de legislatura con un PSOE más aseadito que con Vox.
En el PP presumen de moderación, que no deja de ser una claudicación ante la izquierda y un mensaje de tranquilidad para ésta, pues viene a decir que tranquilos, que no cambiarán las cosas. Definirse de centro o sin ideología es una derrota total ante la izquierda, hacer una genuflexión ante el discurso políticamente correcto de la izquierda y ser, en el fondo, nada más que un socialdemócrata, en el mejor de los casos. Moreno Bonilla quiere "sacar la educación" de la "batalla ideológica", según confiesa. Es lo mismo que decirle a la izquierda que no se modificará nada sustancial de sus trágicos proyectos educativos. Es la nada, el vacío que luego llenará, como siempre, la izquierda, por la vía de leyes cuando gobierne, por la vía de los hechos cuando no gobierne. En otros temas sensibles, la rendición ya es total: Moreno Bonilla reconoció ayer que no cambiará una coma de las leyes sobre la falsa violencia de género, ese cuerpo legal que subvierte el Estado de Derecho, que procura la inversión de la carga de la prueba sobre el denunciado y que se parece tanto al derecho penal de autor de los nazis. Y lo mismo se puede decir de su absentismo frente a las leyes de memoria histórica. En este mismo momento, Moreno Bonilla está diciendo que está dispuesto a pactos concretos tanto a derecha como a izquierda. Sabiendo lo que te puede aprobar la izquierda, nos tememos lo peor. Como cuando presumió de que sus últimos presupuestos eran los más "sociales" de la historia de Andalucía (dejando caer que sobrepasaba al PSOE por la izquierda, como presumía en su día Montoro). Es decir, que, en el fondo, no es más que respetar las líneas directrices de la izquierda con una gestión económica más eficaz.
Esto es lo máximo que se puede esperar del PP, según nos indica la experiencia. No vale como contraargumento el ejemplo de Díaz Ayuso, pues a ésta no le son aplicables lo dicho en los párrafos precedentes puesto que ella es un verso suelto en el PP y los demás lo aceptan porque no tienen otro remedio. Al menos ha servido para que todos los barones del PP que tanto la criticaron ahora digan que bajarán los impuestos. Menos mal que la imitan en algo. Ya podían hacerlo en la lucha contra las imposiciones de la izquierda y del infame Gobierno central.
Llama la atención la torpeza de estos líderes del PP que ven el ejemplo de cómo arrasar a la izquierda y contener a Vox y no lo siguen. Creen que suavizando el mensaje obtendrán más votos de centro y de Ciudadanos, pero Ayuso no moderó su discurso e hizo acopio de todos esos votos y, sin embargo, en Andalucía muchos de tales votos no se están yendo al PP sino a Vox, como demuestran las encuestas que, en el peor de los casos, casi le permiten duplicar sus escaños en el Parlamento andaluz.
Cuentan desde Vox que el dueño sirio de un kebab les dijo que les votaría porque es el partido que defiende el país de sus hijos. No es importante si la anécdota es cierta o rigurosa, pero sí es sintomática de lo que siente mucha gente cuando oye hablar a la gente de Vox. El discurso, reconocible, les hace identificarse con símbolos y mensajes insertos en el inconsciente colectivo de miles de ciudadanos. Que sea un partido conservador en muchos aspectos, como el aborto, o que cometa estupideces, como abstenerse en la votación para el proyecto de ley que quiere abolir la prostitución, son temas menores frente a un discurso claro, conciso y que es el único disruptivo ante una ciudadanía harta de muchas cosas del PSOE, pero también del PP, harta de la "política de siempre".
Las próximas elecciones andaluzas prometen un gran éxito para el PP. No es extraño en Andalucía, donde a su buena gestión se une que siempre gana el que manda. Ahora el PP es el partido en el poder y su voto es conservador. El voto al PSOE siempre ha sido y es reaccionario. El voto a Podemos o como se llame y a "los Clinton" de Cádiz, es sencillamente rancio y propio de personas que adoran el atraso. En cambio, el voto a Vox es el voto disruptivo para los enfadados, los hartos, los que esperan un cambio, aunque no tengan muy claro de qué. Y encima, tiene el programa económico más liberal, con promesas de enormes bajadas de impuestos, privatización de importantes sectores públicos y drástica reducción del gasto público: "Restaurar la solidez de las finanzas públicas eliminando el déficit y reduciendo la deuda, reducir los impuestos, liberalizar los mercados y servicios y reformar el llamado Estado del Bienestar, eliminando el de los políticos". Tales medidas incluyen acabar con las subvenciones a los partidos políticos, patronal y sindicatos.
Suena demasiado bien para ser verdad.
¿Vox defraudará a sus votantes? Sin duda. Pero, de momento, parece que su éxito tiene efectos más que positivos: pone encima de la mesa un discurso político totalmente contrario al de la izquierda y puede obligar al PP, aún a pesar de éste, a hacer algo más que gestionar: a gobernar de acuerdo a los principios de los que lo votan, algo que el PP no ha hecho desde Aznar.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo
--- Publicidad ---
Lejos del ruido de la izquierda sobre la ultraderecha, la derecha extrema, la extrema derecha o el fascismo, esa sarta de mentiras que intentan vender, no hay duda de que Vox es un partido que respeta la Constitución y las instituciones básicas del Estado. Su modelo de Estado no autonómico no se puede entender anticonstitucional pues, aunque desee cambiar el modelo autonómico (como tantos españoles que vemos en lo que se han convertido las autonomías), lo pretende desde el respeto a las leyes y siempre con los trámites que marca la propia Constitución, lo que supone, por desgracia, que una modificación del modelo autonómico está muy lejos de llegar a ser realidad.
A pesar de ser un partido criminalizado, vilipendiado y al que se ha tratado, (por la izquierda y nacionalistas y proetarras, pero también por PP y Ciudadanos), como los nazis a los judíos, cabe preguntarse por qué, a pesar de todo, no hace más que crecer en expectativas de voto en casi toda España (excepto Galicia). Pregunta aún más pertinente ante las próximas elecciones andaluzas.
Debemos recordar que Vox nace como una escisión del Partido Popular de Mariano Rajoy, al que la historia recordará muy mal. Muchas personas se alejaron del PP desengañadas ante lo que no dejaba de ser la tercera legislatura de Zapatero en cuestiones esenciales como las leyes de género, la memoria histórica, el adoctrinamiento izquierdista, la intromisión en el Poder Judicial y, especialmente, y por lo que respecta a los actuales líderes de Vox, por la continuación del blanqueamiento de ETA.
Recordemos, no obstante, que además de Santiago Abascal y Ortega Lara, en el nacimiento de Vox hubo personas de gran altura intelectual y moral, como Alejo Vidal Cuadras (que luego se alejara de la formación no quita esencia al hecho de que abandonó el PP y participó en la formación de Vox) lo que implica que había, efectivamente, una justificación moral e ideológica para crear una formación "a la derecha" del PP.
Seguramente la identificación de Vox con la "derecha" del PP no es exacta. Y no lo es porque, aunque realmente muchas personas conservadoras e, incluso, muy conservadores, se han apegado a Vox por su apuesta identitaria (que no es sino una reacción lógica a los ataques a la identidad nacional desde casi todos los frentes y durante décadas), este partido presenta algunas diferencias notables con lo que tradicionalmente se considera un partido de derechas conservador.
Uno de los primeros motivos que entiendo explican que se vote en masa a Vox es que, sencillamente, tiene un discurso reconocible. Al contrario que PP y Ciudadanos, considerados de centro y de derechas (lo que no quiere decir que no presenten rasgos básicos de socialdemocracia en su ideología –si les queda- y en su actuación) la ausencia de complejos confrontando el discurso de la izquierda le otorga una credibilidad que han perdido los otros. La desideologización del PP desde Mariano Rajoy es manifiesta (ya invitó a marcharse del partido a los liberales y a los conservadores en un famoso discurso), y alude generalmente a la gestión como único aval de su candidatura (Ayuso es completamente ajena al PP y su discurso nada tiene que ver con el del partido ni con el de los otros líderes regionales). En cuanto a Ciudadanos, nacido del Partido Socialista catalán, a pesar del cambio de rumbo que nominalmente ha realizado en 2019 cuando a Rivera se le ocurrió decir que a partir de ese momento eran liberales, lo único liberal que se les recuerda es mencionar que quieren bajar los impuestos; por lo demás, no deja de ser una aseadito partido socialdemócrata, como lo fue siempre.
Por ello, el discurso de Vox, cuando defiende a España, los derechos de los padres para educar a sus hijos, la inmigración sólo legal o cuando afirma que quitará las ayudas a los inmigrantes ilegales es entendido meridianamente claro por una ciudadanía que no espera (ni necesita) grandes alardes intelectuales, pero a la que ese discurso le llega porque alude a problemas que sufre todos los días. Cuando hace frente con contundencia (una cotundencia que fuera de Vox sólo ofrece Isabel Díaz Ayuso) a Pedro Sánchez y a sus traidoras y nefastas políticas y alianzas, todo el mundo lo entiende. Nadie se llama a engaño.
Cuando Vox alude a los curritos como su base de votos no miente. Los trabajadores y los autónomos, los pequeños empresarios y los empleados que ven sus sueldos empequeñecerse paulatinamente y una competencia desleal por la inmigración incontrolada y por otros españoles que disfrutan de ayudas continuas que les permiten vivir a su costa sin trabajar, comprenden lo que hemos dicho desde aquí muchas veces y que hace poco ratificaba una voz tan autorizada como el mencionado Vidal Cuadras: "La verdadera pugna política no es entre derecha e izquierda, sino entre los españoles que producen y crean riqueza por un lado y la alianza entre la clase política extractiva y los españoles subsidiados por el otro. Hay que votar a los partidos de los sectores productivos".
Y realmente sólo hay un partido que defienda a los sectores productivos, y es Vox. Se dirá que el PP gestiona bien y eso hace que aumente el sector productivo, y es cierto. Pero también lo es que, a pesar de ello, ni el PP ni Ciudadanos donde han gobernado han sido capaces de restar ayudas y subsidios, de modo que ahora mismo hay déficit de trabajadores españoles en muchos sectores a pesar de las enormes listas de paro (mucho mayores que las falseadas oficialmente por el Gobierno). En cambio, cuando Macarena Olona afirma rotundamente que si entra en San Telmo va a hacer limpieza y va a cerrar chiringuitos, se entiende perfectamente y todos sabemos a qué se refiere y los que llevamos años sufriendo esa extracción sin que ningún otro Gobierno sea capaz de frenarla no podemos sino congratularnos de que alguien esté decidido a lanzar ese órdago.
También es Vox el único partido que habla claro sobre la inmigración, especialmente la musulmana, considerándola, como es obvio, incompatible con nuestro sistema democrático y nuestros valores. Ningún otro partido se atreve siquiera a mencionar este asunto y algunos no sólo no lo mencionan sino que alientan esa inmigración, unos por complicidad en la destrucción de la civilización occidental (sin darse cuenta de que es su propia destrucción), otros por inconsciencia o por cobardía (como ya contaba en mi novela Frío Monstruo). Pero es evidente que se trata de un tema sensible para muchos españoles que ya sufren crisis de convivencia, que ven cómo los esfuerzos de las administraciones públicas se vuelcan con determinados tipos de inmigrantes a costa de los españoles más desfavorecidos (basta leer las estadísticas oficiales del año pasado del Gobierno Vasco para comprobar a quiénes se favorece, y es un asunto que se replica en todas las comunidades autónomas). En algunos lugares ya se dan indicios de que lo de Saint Dennis llegará a España como ha llegado a Francia y a Alemania o a Suecia y Bélgica.
Por otra parte, Vox aún goza de una situación cómoda de alejamiento de cualquier sombra de corrupción. Porque no ha gobernado nunca, obviamente. Y la corrupción es evidente que pesa mucho a otros partidos. Desde aquí hemos insistido en muchas ocasiones en que la corrupción del PP no es tan grave como la del PSOE, ni muchísimo menos, pero lo cierto es que el PP lo paga mucho más severamente en imagen pública (por su propia culpa al haber entregado los medios a la izquierda) que cualquier otro partido. La corrupción del PP sirvió para engordar a Ciudadanos en su momento y ahora servirá para engordar a Vox.
El pasteleo del PP frente a la izquierda le ha pasado factura en imagen y seguidores. De Ciudadanos más vale no hablar cuando hace un año estaban dispuestos a entregarle al PSOE todas las comunidades autónomas y ciudades que pudieran, anhelo que sólo el arrojo de Díaz Ayusó colapsó (en contra de la cúpula del PP de entonces) al convocar elecciones, cuyo resultado fue determinante. Pero si Ciudadanos está pagando caro su acercamiento a la mofeta del PSOE, el PP no para ahora de repetir argumentos y gestos de acercamiento, pues no de otro modo puede interpretarse, por ejemplo, el lamento de Moreno Bonilla de que el PSOE "ha cerrado la puerta de antemano" a un acuerdo de legislatura del que no quiere oír hablar con Vox. Esto quiere decir, como muchos nos tememos, que Moreno Bonilla preferiría un pacto de legislatura con un PSOE más aseadito que con Vox.
En el PP presumen de moderación, que no deja de ser una claudicación ante la izquierda y un mensaje de tranquilidad para ésta, pues viene a decir que tranquilos, que no cambiarán las cosas. Definirse de centro o sin ideología es una derrota total ante la izquierda, hacer una genuflexión ante el discurso políticamente correcto de la izquierda y ser, en el fondo, nada más que un socialdemócrata, en el mejor de los casos. Moreno Bonilla quiere "sacar la educación" de la "batalla ideológica", según confiesa. Es lo mismo que decirle a la izquierda que no se modificará nada sustancial de sus trágicos proyectos educativos. Es la nada, el vacío que luego llenará, como siempre, la izquierda, por la vía de leyes cuando gobierne, por la vía de los hechos cuando no gobierne. En otros temas sensibles, la rendición ya es total: Moreno Bonilla reconoció ayer que no cambiará una coma de las leyes sobre la falsa violencia de género, ese cuerpo legal que subvierte el Estado de Derecho, que procura la inversión de la carga de la prueba sobre el denunciado y que se parece tanto al derecho penal de autor de los nazis. Y lo mismo se puede decir de su absentismo frente a las leyes de memoria histórica. En este mismo momento, Moreno Bonilla está diciendo que está dispuesto a pactos concretos tanto a derecha como a izquierda. Sabiendo lo que te puede aprobar la izquierda, nos tememos lo peor. Como cuando presumió de que sus últimos presupuestos eran los más "sociales" de la historia de Andalucía (dejando caer que sobrepasaba al PSOE por la izquierda, como presumía en su día Montoro). Es decir, que, en el fondo, no es más que respetar las líneas directrices de la izquierda con una gestión económica más eficaz.
Esto es lo máximo que se puede esperar del PP, según nos indica la experiencia. No vale como contraargumento el ejemplo de Díaz Ayuso, pues a ésta no le son aplicables lo dicho en los párrafos precedentes puesto que ella es un verso suelto en el PP y los demás lo aceptan porque no tienen otro remedio. Al menos ha servido para que todos los barones del PP que tanto la criticaron ahora digan que bajarán los impuestos. Menos mal que la imitan en algo. Ya podían hacerlo en la lucha contra las imposiciones de la izquierda y del infame Gobierno central.
Llama la atención la torpeza de estos líderes del PP que ven el ejemplo de cómo arrasar a la izquierda y contener a Vox y no lo siguen. Creen que suavizando el mensaje obtendrán más votos de centro y de Ciudadanos, pero Ayuso no moderó su discurso e hizo acopio de todos esos votos y, sin embargo, en Andalucía muchos de tales votos no se están yendo al PP sino a Vox, como demuestran las encuestas que, en el peor de los casos, casi le permiten duplicar sus escaños en el Parlamento andaluz.
Cuentan desde Vox que el dueño sirio de un kebab les dijo que les votaría porque es el partido que defiende el país de sus hijos. No es importante si la anécdota es cierta o rigurosa, pero sí es sintomática de lo que siente mucha gente cuando oye hablar a la gente de Vox. El discurso, reconocible, les hace identificarse con símbolos y mensajes insertos en el inconsciente colectivo de miles de ciudadanos. Que sea un partido conservador en muchos aspectos, como el aborto, o que cometa estupideces, como abstenerse en la votación para el proyecto de ley que quiere abolir la prostitución, son temas menores frente a un discurso claro, conciso y que es el único disruptivo ante una ciudadanía harta de muchas cosas del PSOE, pero también del PP, harta de la "política de siempre".
Las próximas elecciones andaluzas prometen un gran éxito para el PP. No es extraño en Andalucía, donde a su buena gestión se une que siempre gana el que manda. Ahora el PP es el partido en el poder y su voto es conservador. El voto al PSOE siempre ha sido y es reaccionario. El voto a Podemos o como se llame y a "los Clinton" de Cádiz, es sencillamente rancio y propio de personas que adoran el atraso. En cambio, el voto a Vox es el voto disruptivo para los enfadados, los hartos, los que esperan un cambio, aunque no tengan muy claro de qué. Y encima, tiene el programa económico más liberal, con promesas de enormes bajadas de impuestos, privatización de importantes sectores públicos y drástica reducción del gasto público: "Restaurar la solidez de las finanzas públicas eliminando el déficit y reduciendo la deuda, reducir los impuestos, liberalizar los mercados y servicios y reformar el llamado Estado del Bienestar, eliminando el de los políticos". Tales medidas incluyen acabar con las subvenciones a los partidos políticos, patronal y sindicatos.
Suena demasiado bien para ser verdad.
¿Vox defraudará a sus votantes? Sin duda. Pero, de momento, parece que su éxito tiene efectos más que positivos: pone encima de la mesa un discurso político totalmente contrario al de la izquierda y puede obligar al PP, aún a pesar de éste, a hacer algo más que gestionar: a gobernar de acuerdo a los principios de los que lo votan, algo que el PP no ha hecho desde Aznar.
(*) Winston Galt es escritor. Autor de la novela distópica Frío Monstruo
--- Publicidad ---