Ética y vida
Aristóteles fue el creador morfológico de la ética, aunque ya mucho antes que él se sugieren principios éticos por otros muchos pensadores y filósofos. Pero Aristóteles la sistematiza y estructura en sus aspectos docentes mediante su Ética, un libro que debe leerse. Así, Aristóteles deja claro que “ser feliz, obrar bien y vivir bien, son una misma cosa”. Esto ya lo decían Confucio y Lao-Tsé, cada cual a su manera, hace muchos siglos. Está claro que si en el desempeño de tu profesión, en tus relaciones sociales o incluso en tu vida familiar no haces lo que debe hacerse, no estás dinamizando el progreso de la vida ni la estructura familiar. Tal vez eso le importe un rábano a muchos, que creen ser felices pese a ello. Sin embargo, en esto Confucio es claro: “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Este es el pensamiento común de la mayoría de las religiones, empezando por el cristianismo, donde no solo es recomendable sino imprescindible, si quieres vivir toda la eternidad, que es nuestra máxima aspiración. Puede ser que por eso Lao-Tsé –un poco más explícito– dice que “el sabio no enseña con palabras, sino con actos”. Es obvio que la sabiduría no abunda entre la mayor parte de los gobernantes de la tierra.
Pero… ¿cómo hemos de vivir? Nos lo cuentan muchos, pero a mí me convence bastante lo que dice Epícteto de Frigia: “Márcate un modelo de vida que puedas seguirlo igual cuando estés solo que acompañado”. Es obvio que Epícteto rechaza no solo la mentira a los demás, sino incluso el autoengaño, que yo creo que es mucho más peligroso todavía.
Epícteto (55 – 135 A.D.) era un filósofo estoico, admirador de Sócrates y Diógenes (el cínico) y cuyo pensamiento nos ha llegado gracias a su discípulo Flavio Arriano. Y es admirable su pensamiento, ya que vivió una gran parte de su vida como esclavo de Roma. Tal vez fue manumitido por Domiciano alrededor del año 93. No lo sabemos. Lo de Epícteto no es más que lo que Sócrates ya dijo, aunque un tanto actualizado: “al buen hacer jamás le falta premio”. Entonces, ante la incertidumbre de Sócrates acerca de lo que realmente es el buen hacer, tuvo que venir Aristóteles y aclararlo. Aunque ya también Sócrates dijo que “cada uno de nosotros solo será justo en la medida que haga lo que le corresponde”. Y eso es todavía más confuso, pues no sabemos claramente lo que a cada cual le corresponde, especialmente en estos tiempos de legislación injusta ‘ad hoc’. El problema de Sócrates es que no dejó nada escrito (verba volant scripta manent, dijo Cayo Tito al Senado Romano) y dependemos de lo que Platón nos contó que decía. Por tanto, lo más seguro es recurrir a Aristóteles, creador de la ética. Y nos dice Aristóteles: “somos lo que hacemos cada día, de modo que la excelencia no es un acto sino un hábito”. Esto ya lo define mucho mejor, pues está claro que –según Aristóteles– deberemos obrar siempre bien. No vale decir aquello de “con mis amigos si, con mis enemigos no”. Ser justos es ser fundamentalmente igualitarios tanto en la virtud de premiar como en la condenar. Si las leyes eso no lo recogen, las leyes son injustas. Porque ya nos dijo Ortega y Gasset que “el mando debe ser un anexo de ejemplaridad”.
A mí me impresiona la vida del gran Viktor Frankl, internado en un campo de concentración en tiempos de la Alemania nazi, junto con todos sus familiares, por ser judío, y muriendo la práctica totalidad excepto él. Su ejemplo como intelectual, psiquiatra y escritor deberemos seguirlo. Al escucharlo, uno parece estar leyendo los Santos Evangelios: “Nadie tiene derecho a cometer injusticia, ni siquiera aquél que fue tratado injustamente”.
Viktor Frankl (1905 – 1997) nació y murió en Viena, cuando había cumplido 92 años unos meses antes. Es muy recomendable leer su libro El hombre en busca de sentido, una de las obras más importantes de la psicología y de la filosofía personal escritas en la historia de nuestra civilización occidental. Tiene otros muchos libros muy interesantes, pero este podemos decir que es el “sine qua non” para comprender lo que verdaderamente somos. Aunque Cervantes no se queda corto cuando dice (y no en El Quijote) aquello de que “al bien hacer jamás le falta premio”. No dijo esta frase jamás Don Quijote ni está en ese libro. No obstante, es una verdad como un templo, pues realmente lo que es primordial en nuestra vida es obrar siempre bien. Porque la vida es un guiño y no se gana nada con promocionar el egoísmo e interés propio y de los amigos en contra de la lógica y la justicia, en contra –en definitiva– de la prosperidad social que afecte a todos, nacidos y no nacidos aún.
Hoy quiero hacer una reflexión un poco detenida sobre el aborto. Las actitudes antiabortistas no son de ahora, sino desde hace muchos, pero muchos, siglos. Ya Esquilo decía que “toda el agua de los ríos no bastaría para lavar la mano ensangrentada de un homicida”. Porque el aborto, y ya vamos a dejarnos de cuentos, es un homicidio con el gravísimo agravante de la indefensión del pequeño feto humano asesinado, una vida en marcha que se corta porque nos estorba. ¿Qué pasaría si se permitiera matar a quien nos molesta? El aborto está alumbrado por una legislación ignorante, absurda, injusta y espantosa. Es la pena de muerte aplicada a un ser inocente sin darle siquiera la oportunidad de poderse defender. No puedo olvidar a nuestra santa Madre Teresa de Calcuta: “El aborto es una decisión tan miserable, que un niño debe morir para que tú puedas vivir como deseas”. Tiene toda la razón. La legislación sobre el aborto es vomitiva. La Dra. McMillan, antigua abortista, dejó de hacerlo porque ya no podía soportar ver los cuerpecitos de los niños abortados nunca más. Es una cobardía de tal nivel que garantiza el infierno a quienes lo practiquen, legislen o soliciten, siempre que no se arrepientan de ello y, a ser posible, públicamente. ¿Qué sucedería si a cualquiera de nosotros nos hubieran asesinado vía aborto? Deben pensarlo nuestros políticos, nuestros jueces y, principalmente, todos los promotores mundiales del aborto. Yo creo que habría que obligar a la mujer (u hombre para ella), que solicitara un aborto, a ver una película sobre abortos. Tendrían que ver cómo les cortan el cuello con unas tijeras u otros medios dentro del útero, como les arrancan las piernecitas, el cuerpo, como se llena aquello de sangre y como venden los restos de esos asesinatos para utilizarlos en algunas empresas de productos sanitarios y otras diversas cosas. Se trata de seres vivos masacrados sin piedad, seres que ni siquiera poseen la posibilidad de recibir un nombre, de gozar de la vida. ¿Qué sucedería si a cualquiera de los/as abortistas les hubieran abortado sus madres? Y es una gentuza de tal calibre, que impiden la caza, el toreo o el sacrificio de un animal con una enfermedad terminal que le va a matar pocos días después. Pero si, el aborto ha de permitirse. Es repugnante.
Pensemos que nosotros no hemos creado la vida, sino que solamente la disfrutamos. No somos los dueños ni siquiera de nuestras vidas. El aborto, la eutanasia (suicidio asistido) y el suicidio no asistido no son de nuestra competencia. Yo no sé quién ha creado la vida, pero sé que no hemos sido nosotros, los humanos. Mejor dicho, yo creo que Dios –alguien superior, muy superior, a mí– la ha creado. Y mi fe se basa en la lógica de mis limitaciones, pues solamente poseo cinco sentidos y sabemos desde hace mucho tiempo que hay muchísimas cosas más que no percibimos, pues vemos que la nada y el infinito son una misma cosa, pues ni alcanzamos por vía de disminución ni tampoco por vía de aumento a saber, ver o al menos intuir todo lo que nos rodea y por qué.
La ética y la vida deben ir de la mano. Y la ética no se inventa, pues poco ha variado su sistematización desde Aristóteles o la Biblia. Hemos de vivir con una orientación justa hacia la vida y aceptar lo que somos, pues ni somos más ni podemos serlo.
Eso lo tenían muy claro Aristóteles, Viktor Frankl y, sobre ellos, Jesucristo.
Aristóteles fue el creador morfológico de la ética, aunque ya mucho antes que él se sugieren principios éticos por otros muchos pensadores y filósofos. Pero Aristóteles la sistematiza y estructura en sus aspectos docentes mediante su Ética, un libro que debe leerse. Así, Aristóteles deja claro que “ser feliz, obrar bien y vivir bien, son una misma cosa”. Esto ya lo decían Confucio y Lao-Tsé, cada cual a su manera, hace muchos siglos. Está claro que si en el desempeño de tu profesión, en tus relaciones sociales o incluso en tu vida familiar no haces lo que debe hacerse, no estás dinamizando el progreso de la vida ni la estructura familiar. Tal vez eso le importe un rábano a muchos, que creen ser felices pese a ello. Sin embargo, en esto Confucio es claro: “no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. Este es el pensamiento común de la mayoría de las religiones, empezando por el cristianismo, donde no solo es recomendable sino imprescindible, si quieres vivir toda la eternidad, que es nuestra máxima aspiración. Puede ser que por eso Lao-Tsé –un poco más explícito– dice que “el sabio no enseña con palabras, sino con actos”. Es obvio que la sabiduría no abunda entre la mayor parte de los gobernantes de la tierra.
Pero… ¿cómo hemos de vivir? Nos lo cuentan muchos, pero a mí me convence bastante lo que dice Epícteto de Frigia: “Márcate un modelo de vida que puedas seguirlo igual cuando estés solo que acompañado”. Es obvio que Epícteto rechaza no solo la mentira a los demás, sino incluso el autoengaño, que yo creo que es mucho más peligroso todavía.
Epícteto (55 – 135 A.D.) era un filósofo estoico, admirador de Sócrates y Diógenes (el cínico) y cuyo pensamiento nos ha llegado gracias a su discípulo Flavio Arriano. Y es admirable su pensamiento, ya que vivió una gran parte de su vida como esclavo de Roma. Tal vez fue manumitido por Domiciano alrededor del año 93. No lo sabemos. Lo de Epícteto no es más que lo que Sócrates ya dijo, aunque un tanto actualizado: “al buen hacer jamás le falta premio”. Entonces, ante la incertidumbre de Sócrates acerca de lo que realmente es el buen hacer, tuvo que venir Aristóteles y aclararlo. Aunque ya también Sócrates dijo que “cada uno de nosotros solo será justo en la medida que haga lo que le corresponde”. Y eso es todavía más confuso, pues no sabemos claramente lo que a cada cual le corresponde, especialmente en estos tiempos de legislación injusta ‘ad hoc’. El problema de Sócrates es que no dejó nada escrito (verba volant scripta manent, dijo Cayo Tito al Senado Romano) y dependemos de lo que Platón nos contó que decía. Por tanto, lo más seguro es recurrir a Aristóteles, creador de la ética. Y nos dice Aristóteles: “somos lo que hacemos cada día, de modo que la excelencia no es un acto sino un hábito”. Esto ya lo define mucho mejor, pues está claro que –según Aristóteles– deberemos obrar siempre bien. No vale decir aquello de “con mis amigos si, con mis enemigos no”. Ser justos es ser fundamentalmente igualitarios tanto en la virtud de premiar como en la condenar. Si las leyes eso no lo recogen, las leyes son injustas. Porque ya nos dijo Ortega y Gasset que “el mando debe ser un anexo de ejemplaridad”.
A mí me impresiona la vida del gran Viktor Frankl, internado en un campo de concentración en tiempos de la Alemania nazi, junto con todos sus familiares, por ser judío, y muriendo la práctica totalidad excepto él. Su ejemplo como intelectual, psiquiatra y escritor deberemos seguirlo. Al escucharlo, uno parece estar leyendo los Santos Evangelios: “Nadie tiene derecho a cometer injusticia, ni siquiera aquél que fue tratado injustamente”.
Viktor Frankl (1905 – 1997) nació y murió en Viena, cuando había cumplido 92 años unos meses antes. Es muy recomendable leer su libro El hombre en busca de sentido, una de las obras más importantes de la psicología y de la filosofía personal escritas en la historia de nuestra civilización occidental. Tiene otros muchos libros muy interesantes, pero este podemos decir que es el “sine qua non” para comprender lo que verdaderamente somos. Aunque Cervantes no se queda corto cuando dice (y no en El Quijote) aquello de que “al bien hacer jamás le falta premio”. No dijo esta frase jamás Don Quijote ni está en ese libro. No obstante, es una verdad como un templo, pues realmente lo que es primordial en nuestra vida es obrar siempre bien. Porque la vida es un guiño y no se gana nada con promocionar el egoísmo e interés propio y de los amigos en contra de la lógica y la justicia, en contra –en definitiva– de la prosperidad social que afecte a todos, nacidos y no nacidos aún.
Hoy quiero hacer una reflexión un poco detenida sobre el aborto. Las actitudes antiabortistas no son de ahora, sino desde hace muchos, pero muchos, siglos. Ya Esquilo decía que “toda el agua de los ríos no bastaría para lavar la mano ensangrentada de un homicida”. Porque el aborto, y ya vamos a dejarnos de cuentos, es un homicidio con el gravísimo agravante de la indefensión del pequeño feto humano asesinado, una vida en marcha que se corta porque nos estorba. ¿Qué pasaría si se permitiera matar a quien nos molesta? El aborto está alumbrado por una legislación ignorante, absurda, injusta y espantosa. Es la pena de muerte aplicada a un ser inocente sin darle siquiera la oportunidad de poderse defender. No puedo olvidar a nuestra santa Madre Teresa de Calcuta: “El aborto es una decisión tan miserable, que un niño debe morir para que tú puedas vivir como deseas”. Tiene toda la razón. La legislación sobre el aborto es vomitiva. La Dra. McMillan, antigua abortista, dejó de hacerlo porque ya no podía soportar ver los cuerpecitos de los niños abortados nunca más. Es una cobardía de tal nivel que garantiza el infierno a quienes lo practiquen, legislen o soliciten, siempre que no se arrepientan de ello y, a ser posible, públicamente. ¿Qué sucedería si a cualquiera de nosotros nos hubieran asesinado vía aborto? Deben pensarlo nuestros políticos, nuestros jueces y, principalmente, todos los promotores mundiales del aborto. Yo creo que habría que obligar a la mujer (u hombre para ella), que solicitara un aborto, a ver una película sobre abortos. Tendrían que ver cómo les cortan el cuello con unas tijeras u otros medios dentro del útero, como les arrancan las piernecitas, el cuerpo, como se llena aquello de sangre y como venden los restos de esos asesinatos para utilizarlos en algunas empresas de productos sanitarios y otras diversas cosas. Se trata de seres vivos masacrados sin piedad, seres que ni siquiera poseen la posibilidad de recibir un nombre, de gozar de la vida. ¿Qué sucedería si a cualquiera de los/as abortistas les hubieran abortado sus madres? Y es una gentuza de tal calibre, que impiden la caza, el toreo o el sacrificio de un animal con una enfermedad terminal que le va a matar pocos días después. Pero si, el aborto ha de permitirse. Es repugnante.
Pensemos que nosotros no hemos creado la vida, sino que solamente la disfrutamos. No somos los dueños ni siquiera de nuestras vidas. El aborto, la eutanasia (suicidio asistido) y el suicidio no asistido no son de nuestra competencia. Yo no sé quién ha creado la vida, pero sé que no hemos sido nosotros, los humanos. Mejor dicho, yo creo que Dios –alguien superior, muy superior, a mí– la ha creado. Y mi fe se basa en la lógica de mis limitaciones, pues solamente poseo cinco sentidos y sabemos desde hace mucho tiempo que hay muchísimas cosas más que no percibimos, pues vemos que la nada y el infinito son una misma cosa, pues ni alcanzamos por vía de disminución ni tampoco por vía de aumento a saber, ver o al menos intuir todo lo que nos rodea y por qué.
La ética y la vida deben ir de la mano. Y la ética no se inventa, pues poco ha variado su sistematización desde Aristóteles o la Biblia. Hemos de vivir con una orientación justa hacia la vida y aceptar lo que somos, pues ni somos más ni podemos serlo.
Eso lo tenían muy claro Aristóteles, Viktor Frankl y, sobre ellos, Jesucristo.











