El gran espejismo vasco
Queridos amigos, lectores de La Tribuna del País Vasco. Aunque no se indique en el título de los artículos, este de ahora hace el número 64 (si no he contado mal) de los que llevo publicando en esta serie de El balle del ziruelo. Y como soy nacido en 1964 y tengo especial cariño a esos dos dígitos finales, voy a dedicar esta entrada a lo que yo considero principal característica de la sociedad y la política vasca en la que vivimos, rasgo principal, como digo, en el que creo que habría que seguir profundizando hasta descubrirlo para el mayor número de personas posible. Lo llamo el gran espejismo vasco.
Este principio subyace bajo los artículos que integran esta serie, conformándolos desde su raíz y de modo consciente, aunque luego, en su apariencia, dichos artículos adopten un tono erudito o enumerativo que a muchos lectores les puede despistar. Los habrá seguramente que no sepan todavía a qué se refiere eso de El balle del ziruelo con que denomino esta serie. Podría haberse titulado perfectamente El valle del ciruelo, y todos contentos. Pero con esa vulneración buscada de las normas elementales de nuestra ortografía quería resaltar, en primer lugar, el absurdo lingüístico en el que vivimos en el País Vasco y que algunos, muchos, quieren pasar como la cosa más normal del mundo. Donde se manipulan los nombres más españoles, eusquerizándolos artificiosamente (el otro día una amiga me recordaba la placa de la calle por la que pasaba en ese momento en Bilbao: “Kontxa Jenerala”).
Con el "balle del ziruelo" me estoy refiriendo, primero y sobre todo, al fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, personaje nefasto desde todo punto de vista, insuflador de odio como pocos, que cavó una trinchera en el País Vasco que sigue abierta, produciendo exclusión, supremacismo antiespañol e incomunicación permanente entre vascos y entre vascos y el resto de españoles. El apellido Arana del fundador del nacionalismo vasco significa valle si va con hache y ciruelo o ciruela si va sin hache. Pues ya lo saben: el "balle del ziruelo" es Sabino Arana, un personaje que habría que denunciar ante instancias europeas por su fanatismo sectario, por su antiespañolismo visceral e incomprensible y con él a todos sus seguidores actuales, empezando por el lendacari y el otro, el que manda en el partido, y continuando por todos los que les siguen y que han encontrado el negocio de su vida tan solo con practicar el rastrero y cobarde ejercicio de odiar a España y a todo lo español. Y lo han logrado también, no lo olvidemos, porque desde el resto de España lo comprenden, lo consienten y hasta lo aplauden. Y por todo eso "El balle del ziruelo” también es, por elevación, este País Vasco autoengañado y absurdo en el que nos ha tocado vivir, dentro de una España que traga con ruedas de molino.
Quienes aprendimos eusquera de jóvenes lo hicimos con la mejor voluntad de comunicarnos con quienes desde antes lo venían practicando y defendiendo. Pero desde el principio ya pudimos ver la superchería que encerraba la empresa. Nunca encontramos un sitio donde la gente hablara con naturalidad el eusquera fuera de las aulas donde lo estudiábamos. Porque el eusquera que se habla en la vida diaria y por la gente sencilla es el de los diferentes dialectos (euscalquis se dice en eusquera). Y el batúa solo lo hablan, y sobre todo lo escriben, quienes viven de esa monstruosa empresa en que se ha convertido aquí, por obra y gracia de los sucesivos gobiernos vascos nacionalistas, el tema lingüístico autóctono. El nacionalismo vasco ha construido un entramado administrativo descomunal del que vive alguna gente que se dedica al eusquera: políticos (una minoría de estos, porque la mayoría no lo hablan, aun siendo nacionalistas), funcionarios a los que se les exige perfil lingüístico, comunicadores pagados en radio, televisión y prensa (principal cantera de los políticos nacionalistas), literatos subvencionados, profesores de eusquera (tropa enorme de profesores), traductores (creo que en la asociación que los agrupa hay más de 300), asesores ejerciendo de comisarios políticos repartidos por todas las escalas de la administración y todos ellos alumnos perpetuos de una lengua que no dominarán jamás porque todo en ella es teoría, símbolo, pose, demostración. Para mucha de esta gente que vota nacionalista siempre, sea en pueblos pequeños, medianos o grandes, el eusquera o, sobre todo, la reivindicación del eusquera batúa, es su forma de vida, es lo que les da de comer, por eso lo defienden de una manera tan visceral, tan irracional. Porque comen de ello, así de sencillo. De modo que, si cambiaran las tornas, no tendríamos que temer tampoco por cómo se ganaría esta gente la vida. La mayoría son supervivientes natos, adaptables a cualquier circunstancia, cuando no vividores que en cualquier otro régimen prosperarían igual.
Y ahí dentro hay una mayoría de gentes, siempre por detrás de los figurones, que o no han nacido aquí o son descendientes de quienes llegaron de fuera con la inmigración. Porque el poder que ostenta la minoría pata negra se lo da una parte grande de la mayoría maqueta que les rodea. Y aquí quería yo llegar para enlazar con el principio que informa la elaboración de esta serie de El balle del ziruelo y que subyace a todos sus artículos: vivimos en una sociedad mayoritariamente engañada, vivimos en una ilusión de sociedad vasca en la que una élite autóctona tiene el poder, en representación de una minoría autóctona y a la que le vota una mayoría de gente alóctona, por su procedencia de otras partes de España, que sufre un espejismo identitario crónico. Gentes apellidadas Rodríguez, López, Gómez o Pérez o, cómo no, García, sobre todo García, por ser todos ellos los apellidos mayoritarios aquí, como en el resto de España, se creen que son la minoría, se creen que los vascos de apellidos son mayoritarios porque siempre les han visto protagonizándolo todo.
Pero los números no engañan. Tengo estudiados todos los apellidos del Nomenclátor vasco en los que los nacionalistas basan el meollo de su poder político y social. El último ejemplo lo tenemos con las elecciones a presidente del Athletic de Bilbao. Para una masa social mayoritariamente maqueta, digámoslo claro y de la que los nombres de los jugadores del equipo actual son la fiel expresión, resulta que, de los tres candidatos en liza, los tres tienen los apellidos eusquéricos y el que no tiene el primero, que es Barcala (apellido gallego), va y se pone la letra “k” parar eusquerizarlo: Barkala.
De los 11.000 apellidos, en números redondos, del Nomenclátor de apellidos vascos de Euskaltzaindia, cruzándolos con los datos del Padrón del INE, nos da que 5.000 no tienen ya portadores, se extinguieron como primer o segundo apellidos. Están ahí como testimonio histórico, no por otra cosa. Los 6.000 restantes los portan 1.750.000 personas aproximadamente como primer apellido y otras tantas como segundo. Y de esas 1.750.000 personas con primer apellido y otras tantas con segundo, 850.000 de primero y otras tantas de segundo, viven dentro del País Vasco y Navarra y 900.000 de primero y otras tantas de segundo viven fuera, en el resto de España. Son números redondos, naturalmente, pero si diera cifras exactas, que las tengo, el significado no variaría. Si hacemos la resta, deducimos que fuera del País Vasco y Navarra, en el resto de España, hay unos 50.000 españoles más con primer apellido vasco y otros 50.000 más con segundo apellido vasco, en relación a los que viven dentro de País Vasco y Navarra. Lo que ocurre es que esa mayoría que vive fuera del País Vasco y Navarra está diluida en el resto de la población española que frisa en total los 47 millones y, en cambio, los que están en el País Vasco y Navarra (que ya hemos dicho que son menos que los que viven en el resto de España) están más concentrados, lógicamente, en un espacio muy pequeño, con una población total que pasa por poco de los dos millones en el País Vasco y que anda por los 650.000 en Navarra.
En cualquier caso, esa concentración de personas con apellidos vascos en País Vasco y Navarra tampoco les sirve para ser mayoría aquí, porque sabemos, por los estudios del ya fallecido estadístico José Aranda Aznar, de 1998, que en el País Vasco sólo el 20% de sus habitantes tiene los dos primeros apellidos vascos, el 30% uno sí y otro no y el 50% ninguno. En Navarra las dos primeras cifras son un pelín más altas, con los datos de 1998. Doy aquí también cifras redondas. Y sin contar con que desde 1998 para acá la minoría nativa ha tenido que bajar forzosamente su proporción, tan solo por efecto natural del mestizaje.
De modo que no solamente es que en País Vasco y Navarra las personas con dos primeros apellidos eusquéricos sean una minoría respecto del total (una quinta parte), que luego, por razones puramente ideológicas, ocupa todos los puestos principales y reclama para sí, en una pretensión absolutamente antidemocrática, la representación exclusiva de la comunidad. Sino que lo más decisivo, a mi juicio, es que en el resto de España hay más personas con apellidos vascos que en el País Vasco y Navarra juntos. Y son personas que se consideran españolas como las demás, lógicamente, sin formar grupos de presión para reivindicar políticamente nada identitario.
Y si esto es así, ¿por qué la mayoría de la población vasca, que no es autóctona originaria, no reclama sus derechos frente a esa minoría empoderada, rompiendo ese gran espejismo identitario en el que vivimos? Esta es la pregunta que planteo y para la que reclamo cierta atención, por parte sobre todo de los partidos vascos no nacionalistas. Hay que empezar a pensar seriamente en lo que sería en el País Vasco un ejercicio de gran reemplazo, solo que al revés de como lo plantean en Francia. Allí son gentes procedentes de otras culturas y civilizaciones las que están pugnando por sustituir los fundamentos históricos de la Francia que hemos conocido de siempre. Esas gentes procedentes de otros continentes no tienen nada que ver con lo que Francia significa para la historia de la civilización europea.
En cambio, en el País Vasco las gentes que llegaron aquí desde el resto de España se encontraron con una ideología nacionalista vasca elaborada desde la propia idiosincrasia española (expresada en español, de catolicismo a ultranza, limpieza de sangre e hidalguía) para marginarles justamente a ellos, a los españoles mismos que venían aquí. Porque la identidad vasca, además de construirse solo con elementos e ideas propios de la identidad histórica española, adquiere un significado en el mundo en relación únicamente con lo que hizo en representación de España. Esa ideología nacionalista vasca, con el tiempo, se ha desprendido de su esencia española católica originaria y se ha quedado solo con la reivindicación de una cultura propia basada en un eusquera batúa elaborado exprofeso para ejercer de muralla defensiva frente a los castellanoparlantes mayoritarios. Un eusquera batúa elaborado exprofeso al que muchos descendientes de la inmigración, como decíamos antes, se han acogido como reducto inexpugnable y reivindicativo frente a la España de la que proceden todos ellos.
El hecho, perfectamente demostrable, de que hay más personas con apellido vasco viviendo en el resto de España que en el propio País Vasco y Navarra, es absolutamente clave por, al menos, tres razones fundamentales.
Primera, porque pone de manifiesto la profunda imbricación histórica de los vascos con el resto de los españoles, tal como estamos viendo en esta serie de “El balle del ziruelo”.
Segunda, porque al haber más vascos con apellido eusquérico que pueden vivir perfectamente integrados con el resto de la población española y que no sienten que se les esté pisoteando ningún derecho ni ningún rasgo de su identidad, eso solo, desmonta las razones que reivindica la ideología nacionalista dentro del País Vasco y Navarra para detentar el poder y exigir la independencia.
Y tercera, porque el hecho de que haya más vascos de apellido en el resto de España, que gozan de todos sus derechos y pueden optar a cualquier puesto en la sociedad, deja sin sentido también el que algunos vascos de apellidos que viven dentro del País Vasco y Navarra se arroguen la propiedad política exclusiva de su comunidad y tengan marginados al resto de españoles que no tienen apellidos y que son además más que ellos. O sea, resumiendo, un vasco de apellidos en el resto de España goza de todos sus derechos y vive como pez en el agua y si además reside en el País Vasco o Navarra es el detentador exclusivo del poder político. Demasiado, ¿no?
No todos, ni mucho menos, nos resignamos a vivir en ese gran espejismo malsano y tóxico que constituye el País Vasco actual. Es por ello que, desde nuestro conocimiento del eusquera que otros utilizan como arma arrojadiza o como escudo defensivo, queremos afirmar que no estamos dispuestos a aceptar este estado de cosas y que denunciamos la imposición antidemocrática de una minoría sobre una mayoría de la población vasca, la que no tiene los apellidos eusquéricos que otros utilizan como signo supremacista o la que no pertenece a esa cultura manipulada y tergiversada por el nacionalismo, que se somete a él desde el miedo, la ignorancia o la pura necesidad de supervivencia. Si quienes formamos la mayoría de este país lográramos desplazar a esa minoría tóxica y supremacista que lo rige actualmente, lo primero que haríamos sería respetar las zonas donde se habla el eusquera desde siempre, ayudándoles a mantener su idioma en todo lo posible, pero al mismo tiempo, descargaríamos al resto de la población de esa pesada losa que supone estudiar a la fuerza un idioma que cada año presenta unas cifras realmente patéticas de aprobados por perfil (hablamos de un 3 a un 5% en la última convocatoria). Con conocerlo sería más que suficiente, porque pretender imponerlo, como se hace ahora, para que se hable en lugar del castellano, está impidiendo de hecho –porque el tiempo da para lo que da y no lo podemos estirar a capricho– estudiar otros idiomas internacionales que nos pueden abrir al mundo y que nos procuran más conocimiento, más recursos, más posibilidades y, en definitiva, más bienestar. Y cuando digo bienestar me refiero al físico, sí, también, pero, sobre todo, al mental.
Queridos amigos, lectores de La Tribuna del País Vasco. Aunque no se indique en el título de los artículos, este de ahora hace el número 64 (si no he contado mal) de los que llevo publicando en esta serie de El balle del ziruelo. Y como soy nacido en 1964 y tengo especial cariño a esos dos dígitos finales, voy a dedicar esta entrada a lo que yo considero principal característica de la sociedad y la política vasca en la que vivimos, rasgo principal, como digo, en el que creo que habría que seguir profundizando hasta descubrirlo para el mayor número de personas posible. Lo llamo el gran espejismo vasco.
Este principio subyace bajo los artículos que integran esta serie, conformándolos desde su raíz y de modo consciente, aunque luego, en su apariencia, dichos artículos adopten un tono erudito o enumerativo que a muchos lectores les puede despistar. Los habrá seguramente que no sepan todavía a qué se refiere eso de El balle del ziruelo con que denomino esta serie. Podría haberse titulado perfectamente El valle del ciruelo, y todos contentos. Pero con esa vulneración buscada de las normas elementales de nuestra ortografía quería resaltar, en primer lugar, el absurdo lingüístico en el que vivimos en el País Vasco y que algunos, muchos, quieren pasar como la cosa más normal del mundo. Donde se manipulan los nombres más españoles, eusquerizándolos artificiosamente (el otro día una amiga me recordaba la placa de la calle por la que pasaba en ese momento en Bilbao: “Kontxa Jenerala”).
Con el "balle del ziruelo" me estoy refiriendo, primero y sobre todo, al fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana, personaje nefasto desde todo punto de vista, insuflador de odio como pocos, que cavó una trinchera en el País Vasco que sigue abierta, produciendo exclusión, supremacismo antiespañol e incomunicación permanente entre vascos y entre vascos y el resto de españoles. El apellido Arana del fundador del nacionalismo vasco significa valle si va con hache y ciruelo o ciruela si va sin hache. Pues ya lo saben: el "balle del ziruelo" es Sabino Arana, un personaje que habría que denunciar ante instancias europeas por su fanatismo sectario, por su antiespañolismo visceral e incomprensible y con él a todos sus seguidores actuales, empezando por el lendacari y el otro, el que manda en el partido, y continuando por todos los que les siguen y que han encontrado el negocio de su vida tan solo con practicar el rastrero y cobarde ejercicio de odiar a España y a todo lo español. Y lo han logrado también, no lo olvidemos, porque desde el resto de España lo comprenden, lo consienten y hasta lo aplauden. Y por todo eso "El balle del ziruelo” también es, por elevación, este País Vasco autoengañado y absurdo en el que nos ha tocado vivir, dentro de una España que traga con ruedas de molino.
Quienes aprendimos eusquera de jóvenes lo hicimos con la mejor voluntad de comunicarnos con quienes desde antes lo venían practicando y defendiendo. Pero desde el principio ya pudimos ver la superchería que encerraba la empresa. Nunca encontramos un sitio donde la gente hablara con naturalidad el eusquera fuera de las aulas donde lo estudiábamos. Porque el eusquera que se habla en la vida diaria y por la gente sencilla es el de los diferentes dialectos (euscalquis se dice en eusquera). Y el batúa solo lo hablan, y sobre todo lo escriben, quienes viven de esa monstruosa empresa en que se ha convertido aquí, por obra y gracia de los sucesivos gobiernos vascos nacionalistas, el tema lingüístico autóctono. El nacionalismo vasco ha construido un entramado administrativo descomunal del que vive alguna gente que se dedica al eusquera: políticos (una minoría de estos, porque la mayoría no lo hablan, aun siendo nacionalistas), funcionarios a los que se les exige perfil lingüístico, comunicadores pagados en radio, televisión y prensa (principal cantera de los políticos nacionalistas), literatos subvencionados, profesores de eusquera (tropa enorme de profesores), traductores (creo que en la asociación que los agrupa hay más de 300), asesores ejerciendo de comisarios políticos repartidos por todas las escalas de la administración y todos ellos alumnos perpetuos de una lengua que no dominarán jamás porque todo en ella es teoría, símbolo, pose, demostración. Para mucha de esta gente que vota nacionalista siempre, sea en pueblos pequeños, medianos o grandes, el eusquera o, sobre todo, la reivindicación del eusquera batúa, es su forma de vida, es lo que les da de comer, por eso lo defienden de una manera tan visceral, tan irracional. Porque comen de ello, así de sencillo. De modo que, si cambiaran las tornas, no tendríamos que temer tampoco por cómo se ganaría esta gente la vida. La mayoría son supervivientes natos, adaptables a cualquier circunstancia, cuando no vividores que en cualquier otro régimen prosperarían igual.
Y ahí dentro hay una mayoría de gentes, siempre por detrás de los figurones, que o no han nacido aquí o son descendientes de quienes llegaron de fuera con la inmigración. Porque el poder que ostenta la minoría pata negra se lo da una parte grande de la mayoría maqueta que les rodea. Y aquí quería yo llegar para enlazar con el principio que informa la elaboración de esta serie de El balle del ziruelo y que subyace a todos sus artículos: vivimos en una sociedad mayoritariamente engañada, vivimos en una ilusión de sociedad vasca en la que una élite autóctona tiene el poder, en representación de una minoría autóctona y a la que le vota una mayoría de gente alóctona, por su procedencia de otras partes de España, que sufre un espejismo identitario crónico. Gentes apellidadas Rodríguez, López, Gómez o Pérez o, cómo no, García, sobre todo García, por ser todos ellos los apellidos mayoritarios aquí, como en el resto de España, se creen que son la minoría, se creen que los vascos de apellidos son mayoritarios porque siempre les han visto protagonizándolo todo.
Pero los números no engañan. Tengo estudiados todos los apellidos del Nomenclátor vasco en los que los nacionalistas basan el meollo de su poder político y social. El último ejemplo lo tenemos con las elecciones a presidente del Athletic de Bilbao. Para una masa social mayoritariamente maqueta, digámoslo claro y de la que los nombres de los jugadores del equipo actual son la fiel expresión, resulta que, de los tres candidatos en liza, los tres tienen los apellidos eusquéricos y el que no tiene el primero, que es Barcala (apellido gallego), va y se pone la letra “k” parar eusquerizarlo: Barkala.
De los 11.000 apellidos, en números redondos, del Nomenclátor de apellidos vascos de Euskaltzaindia, cruzándolos con los datos del Padrón del INE, nos da que 5.000 no tienen ya portadores, se extinguieron como primer o segundo apellidos. Están ahí como testimonio histórico, no por otra cosa. Los 6.000 restantes los portan 1.750.000 personas aproximadamente como primer apellido y otras tantas como segundo. Y de esas 1.750.000 personas con primer apellido y otras tantas con segundo, 850.000 de primero y otras tantas de segundo, viven dentro del País Vasco y Navarra y 900.000 de primero y otras tantas de segundo viven fuera, en el resto de España. Son números redondos, naturalmente, pero si diera cifras exactas, que las tengo, el significado no variaría. Si hacemos la resta, deducimos que fuera del País Vasco y Navarra, en el resto de España, hay unos 50.000 españoles más con primer apellido vasco y otros 50.000 más con segundo apellido vasco, en relación a los que viven dentro de País Vasco y Navarra. Lo que ocurre es que esa mayoría que vive fuera del País Vasco y Navarra está diluida en el resto de la población española que frisa en total los 47 millones y, en cambio, los que están en el País Vasco y Navarra (que ya hemos dicho que son menos que los que viven en el resto de España) están más concentrados, lógicamente, en un espacio muy pequeño, con una población total que pasa por poco de los dos millones en el País Vasco y que anda por los 650.000 en Navarra.
En cualquier caso, esa concentración de personas con apellidos vascos en País Vasco y Navarra tampoco les sirve para ser mayoría aquí, porque sabemos, por los estudios del ya fallecido estadístico José Aranda Aznar, de 1998, que en el País Vasco sólo el 20% de sus habitantes tiene los dos primeros apellidos vascos, el 30% uno sí y otro no y el 50% ninguno. En Navarra las dos primeras cifras son un pelín más altas, con los datos de 1998. Doy aquí también cifras redondas. Y sin contar con que desde 1998 para acá la minoría nativa ha tenido que bajar forzosamente su proporción, tan solo por efecto natural del mestizaje.
De modo que no solamente es que en País Vasco y Navarra las personas con dos primeros apellidos eusquéricos sean una minoría respecto del total (una quinta parte), que luego, por razones puramente ideológicas, ocupa todos los puestos principales y reclama para sí, en una pretensión absolutamente antidemocrática, la representación exclusiva de la comunidad. Sino que lo más decisivo, a mi juicio, es que en el resto de España hay más personas con apellidos vascos que en el País Vasco y Navarra juntos. Y son personas que se consideran españolas como las demás, lógicamente, sin formar grupos de presión para reivindicar políticamente nada identitario.
Y si esto es así, ¿por qué la mayoría de la población vasca, que no es autóctona originaria, no reclama sus derechos frente a esa minoría empoderada, rompiendo ese gran espejismo identitario en el que vivimos? Esta es la pregunta que planteo y para la que reclamo cierta atención, por parte sobre todo de los partidos vascos no nacionalistas. Hay que empezar a pensar seriamente en lo que sería en el País Vasco un ejercicio de gran reemplazo, solo que al revés de como lo plantean en Francia. Allí son gentes procedentes de otras culturas y civilizaciones las que están pugnando por sustituir los fundamentos históricos de la Francia que hemos conocido de siempre. Esas gentes procedentes de otros continentes no tienen nada que ver con lo que Francia significa para la historia de la civilización europea.
En cambio, en el País Vasco las gentes que llegaron aquí desde el resto de España se encontraron con una ideología nacionalista vasca elaborada desde la propia idiosincrasia española (expresada en español, de catolicismo a ultranza, limpieza de sangre e hidalguía) para marginarles justamente a ellos, a los españoles mismos que venían aquí. Porque la identidad vasca, además de construirse solo con elementos e ideas propios de la identidad histórica española, adquiere un significado en el mundo en relación únicamente con lo que hizo en representación de España. Esa ideología nacionalista vasca, con el tiempo, se ha desprendido de su esencia española católica originaria y se ha quedado solo con la reivindicación de una cultura propia basada en un eusquera batúa elaborado exprofeso para ejercer de muralla defensiva frente a los castellanoparlantes mayoritarios. Un eusquera batúa elaborado exprofeso al que muchos descendientes de la inmigración, como decíamos antes, se han acogido como reducto inexpugnable y reivindicativo frente a la España de la que proceden todos ellos.
El hecho, perfectamente demostrable, de que hay más personas con apellido vasco viviendo en el resto de España que en el propio País Vasco y Navarra, es absolutamente clave por, al menos, tres razones fundamentales.
Primera, porque pone de manifiesto la profunda imbricación histórica de los vascos con el resto de los españoles, tal como estamos viendo en esta serie de “El balle del ziruelo”.
Segunda, porque al haber más vascos con apellido eusquérico que pueden vivir perfectamente integrados con el resto de la población española y que no sienten que se les esté pisoteando ningún derecho ni ningún rasgo de su identidad, eso solo, desmonta las razones que reivindica la ideología nacionalista dentro del País Vasco y Navarra para detentar el poder y exigir la independencia.
Y tercera, porque el hecho de que haya más vascos de apellido en el resto de España, que gozan de todos sus derechos y pueden optar a cualquier puesto en la sociedad, deja sin sentido también el que algunos vascos de apellidos que viven dentro del País Vasco y Navarra se arroguen la propiedad política exclusiva de su comunidad y tengan marginados al resto de españoles que no tienen apellidos y que son además más que ellos. O sea, resumiendo, un vasco de apellidos en el resto de España goza de todos sus derechos y vive como pez en el agua y si además reside en el País Vasco o Navarra es el detentador exclusivo del poder político. Demasiado, ¿no?
No todos, ni mucho menos, nos resignamos a vivir en ese gran espejismo malsano y tóxico que constituye el País Vasco actual. Es por ello que, desde nuestro conocimiento del eusquera que otros utilizan como arma arrojadiza o como escudo defensivo, queremos afirmar que no estamos dispuestos a aceptar este estado de cosas y que denunciamos la imposición antidemocrática de una minoría sobre una mayoría de la población vasca, la que no tiene los apellidos eusquéricos que otros utilizan como signo supremacista o la que no pertenece a esa cultura manipulada y tergiversada por el nacionalismo, que se somete a él desde el miedo, la ignorancia o la pura necesidad de supervivencia. Si quienes formamos la mayoría de este país lográramos desplazar a esa minoría tóxica y supremacista que lo rige actualmente, lo primero que haríamos sería respetar las zonas donde se habla el eusquera desde siempre, ayudándoles a mantener su idioma en todo lo posible, pero al mismo tiempo, descargaríamos al resto de la población de esa pesada losa que supone estudiar a la fuerza un idioma que cada año presenta unas cifras realmente patéticas de aprobados por perfil (hablamos de un 3 a un 5% en la última convocatoria). Con conocerlo sería más que suficiente, porque pretender imponerlo, como se hace ahora, para que se hable en lugar del castellano, está impidiendo de hecho –porque el tiempo da para lo que da y no lo podemos estirar a capricho– estudiar otros idiomas internacionales que nos pueden abrir al mundo y que nos procuran más conocimiento, más recursos, más posibilidades y, en definitiva, más bienestar. Y cuando digo bienestar me refiero al físico, sí, también, pero, sobre todo, al mental.











