Reseña
Rebelión de las élites contra el ser humano
Los ensayos que aquí se reúnen no pueden dejarle a usted indiferente. Tampoco el nombre de su autor, Alexander Markovics, un importante pensador austriaco de la esfera identitaria y nacionalista europea. Markovics va repasando, con fino análisis y acerada pluma, las distintas estrategias de dominación occidentalista o globalista, de la cual los países europeos más al oeste son sus principales víctimas.
Esta estrategia pasa por el control digital de las mentes. Los amos del Valle de la Silicona (Silicon Valley) son los amos de la conciencia de millones de europeos y de habitantes de la anglosfera. Con la implantación de una enseñanza digitalizada desde la escuela primaria, y el fomento indiscriminado y no vigilado del uso de dispositivos “inteligentes” por parte de los niños y adolescentes, los globalistas pretenden perpetuar su yugo sobre las masas antes de que éstas posean capacidad humana para reaccionar antes del genocidio que se les avecina.
Junto al yugo mental que los amos del Valle de la Silicona quieren implantar, tenemos toda la plétora de enfoques transhumanistas, sospechosamente bien vistos y recibidos en el degradado mundo “occidental” (esto es, la Anglosfera y la Unión Europea). En el transhumanismo, pueden tener más derechos “humanos” las criaturas no humanas (chimpancés, mascotas) que los bebés recién nacidos. En dicha corriente, no hay diferencias “sustantivas” entre máquina, animal y humano, con lo cual se llega a defender una generalización abusiva del concepto de derechos humanos precisamente decretando la abolición de lo “humano”. Un robot podrá llegar a gozar del derecho a la huelga o del derecho a la intimidad, un simio podrá casarse o recibir una herencia, pero un ser humano, dependiendo del porcentaje genético o sintético de que sea portador su cuerpo, quizá no sea “humano” a todos los efectos, incluyendo los legales. El transhumanismo nos plantea un museo de los horrores, una puerta abierta a la degradación moral más absoluta.
En realidad, su proyecto ya está en marcha. Millones de jóvenes occidentales se han embrutecido con su adicción a las pantallas, desconocen la moral y la vida en familia, ignoran lo que es el esfuerzo y la fidelidad, pisotean todos los valores humanos por causa de su adicción. En los años 70, la juventud europea (y la española, especialmente tras la muerte de Franco) fue “estropeada” por medio de la introducción de la heroína y, tras ella, todo género de drogas duras y blandas. Con ello, se suprimió un importante caudal de protesta. El control social se hizo más fácil al señor globalista. En los 2000, la droga fue digital. La historia sigue. Se ha declarado la guerra al género humano.
Muy interesante el ensayo que Markovics, siguiendo la estela del filósofo ruso Alexandr Dugin, dedica al “realismo especulativo”. Esta corriente protagonizada por jóvenes filósofos, en un inicio anglosajones, puede conducir a engaño. Por una parte, parece que deberíamos dar gracias al Cielo por ver que jóvenes autores cultivan la metafísica al estilo más clásico, y constatar que el noble término, “realismo”, se emplea con profusión y se airea honrosamente. Podríamos pensar que Aristóteles, Santo Tomás o Balmes vuelven a ser escuchados y, con ello, el honor de la sana filosofía vuelve a desempañarse. Pero este “realismo” que dice ser anti-kantiano lo es, principalmente, a propósito de la revocación de la distinción entre persona y cosa, entre fin (en sí mismo) y medio. Kant, partiendo de la tradición filosófica cristiana que se inicia con San Agustín, empleó tal distinción como eje fundamental de su pensamiento y es la base del derecho y la moral modernos.
Ahora vienen, con aire provocador, los jóvenes filósofos del “realismo especulativo” y, muy en consonancia con la degradación posmoderna, la niegan de raíz. ¿Qué diferencia hay entre un “trozo de carne”, como el que se ofrece en un mostrador de la charcutería, y un cuerpo humano? ¿No son “objetos” a fin de cuentas? Cualquier sustancia que se muestre a mi conciencia, una piedra o una máquina, o el cuerpo de un ser humano o animal: ¿no son, en definitiva, “cuerpos” o, más en general, “objetos”? Así razonan, a la postre, los “realistas especulativos”. A fin de cuentas, no andan tan lejos de los nazis y del famoso doctor Mengele. Cuando estos tipos hacían “experimentos científicos” con prisioneros de los campos de concentración, los seres humanos sometidos a diversas pruebas (que implicaban su muerte o un dolor sin límites) ya habían sido reducidos a la condición de “objetos”, habían resultado despersonalizados, cosificados hasta unos extremos aterradores.
Deberíamos mantenernos muy alerta ante el nuevo nazismo que se nos echa encima. Es muy peligroso porque se nos muestra bajo la máscara de progresismo, de “anti-fascismo”, de jovial y casi frívola adoración a todo cuanto parece moderno y ultramoderno en la subcultura adolescente. La convergencia de planteamientos del Foro de Davos, de Yuval Harari, de los realistas especulativos, del transhumanismo (Donna Haraway), de los lumbreras de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), etc. debería hacernos temblar, y reaccionar.
Esta rebelión de las élites contra el ser humano, este afán de convertirlo en mercancía y en reducirlo (de manera minimalista y posmoderna) a un mero agregado de partes indistinguible de una máquina, una bestia, un programa o un objeto, es un proceso que ya parece imparable. De aquí a poco tiempo veremos una progresiva criminalización de los puntos de vista “tradicionales”. Quienes defendamos que el ser humano no es un objeto, sino un ser digno, libre y hecho a imagen y semejanza de Dios, debemos ir a la cárcel de inmediato. En pocos años lo conseguirán. Somos seres repulsivos que padecemos de misoneísmo, esto es, fobia a lo nuevo. Y lo nuevo siempre es bueno en esta filosofía adolescente que las élites han inventado. Las élites han inventado también las fobias nuevas (islamofobia, xenofobia, misoginia), las que no merecen curación sino cárcel, muerte civil y multas.
Occidente es hoy un pozo hediondo, una cloaca inmunda que se ha puesto de rodillas ante Biden, un viejo chocho que pone cara al proyecto anti-humano de las élites financieras y de los halcones de la industria de la muerte de la anglosfera. La guerra de Ucrania vuelve a demostrar que la Europa no rusa es una colonia carente de la más mínima autonomía y castrada a todos los efectos. Incluso en términos de pensamiento somos una colonia abyecta de los Estados Unidos. España, como Estado cipayo, no puede sino ponerse a leer y estudiar libros como éste, pugnar por desasirse -primero de todo-del yugo cultural, y después del yugo económico para después liberarse finalmente de la cárcel otanista y yanqui, que ensucia nuestras neuronas y degrada nuestra filosofía.
Bienvenido, señor Markovics, al universo hispano de los libros rebeldes.
Alexander Markovics: Biopolítica, transhumanismo y globalización. Letras Inquietas (Junio de 2022)
Los ensayos que aquí se reúnen no pueden dejarle a usted indiferente. Tampoco el nombre de su autor, Alexander Markovics, un importante pensador austriaco de la esfera identitaria y nacionalista europea. Markovics va repasando, con fino análisis y acerada pluma, las distintas estrategias de dominación occidentalista o globalista, de la cual los países europeos más al oeste son sus principales víctimas.
Esta estrategia pasa por el control digital de las mentes. Los amos del Valle de la Silicona (Silicon Valley) son los amos de la conciencia de millones de europeos y de habitantes de la anglosfera. Con la implantación de una enseñanza digitalizada desde la escuela primaria, y el fomento indiscriminado y no vigilado del uso de dispositivos “inteligentes” por parte de los niños y adolescentes, los globalistas pretenden perpetuar su yugo sobre las masas antes de que éstas posean capacidad humana para reaccionar antes del genocidio que se les avecina.
Junto al yugo mental que los amos del Valle de la Silicona quieren implantar, tenemos toda la plétora de enfoques transhumanistas, sospechosamente bien vistos y recibidos en el degradado mundo “occidental” (esto es, la Anglosfera y la Unión Europea). En el transhumanismo, pueden tener más derechos “humanos” las criaturas no humanas (chimpancés, mascotas) que los bebés recién nacidos. En dicha corriente, no hay diferencias “sustantivas” entre máquina, animal y humano, con lo cual se llega a defender una generalización abusiva del concepto de derechos humanos precisamente decretando la abolición de lo “humano”. Un robot podrá llegar a gozar del derecho a la huelga o del derecho a la intimidad, un simio podrá casarse o recibir una herencia, pero un ser humano, dependiendo del porcentaje genético o sintético de que sea portador su cuerpo, quizá no sea “humano” a todos los efectos, incluyendo los legales. El transhumanismo nos plantea un museo de los horrores, una puerta abierta a la degradación moral más absoluta.
En realidad, su proyecto ya está en marcha. Millones de jóvenes occidentales se han embrutecido con su adicción a las pantallas, desconocen la moral y la vida en familia, ignoran lo que es el esfuerzo y la fidelidad, pisotean todos los valores humanos por causa de su adicción. En los años 70, la juventud europea (y la española, especialmente tras la muerte de Franco) fue “estropeada” por medio de la introducción de la heroína y, tras ella, todo género de drogas duras y blandas. Con ello, se suprimió un importante caudal de protesta. El control social se hizo más fácil al señor globalista. En los 2000, la droga fue digital. La historia sigue. Se ha declarado la guerra al género humano.
Muy interesante el ensayo que Markovics, siguiendo la estela del filósofo ruso Alexandr Dugin, dedica al “realismo especulativo”. Esta corriente protagonizada por jóvenes filósofos, en un inicio anglosajones, puede conducir a engaño. Por una parte, parece que deberíamos dar gracias al Cielo por ver que jóvenes autores cultivan la metafísica al estilo más clásico, y constatar que el noble término, “realismo”, se emplea con profusión y se airea honrosamente. Podríamos pensar que Aristóteles, Santo Tomás o Balmes vuelven a ser escuchados y, con ello, el honor de la sana filosofía vuelve a desempañarse. Pero este “realismo” que dice ser anti-kantiano lo es, principalmente, a propósito de la revocación de la distinción entre persona y cosa, entre fin (en sí mismo) y medio. Kant, partiendo de la tradición filosófica cristiana que se inicia con San Agustín, empleó tal distinción como eje fundamental de su pensamiento y es la base del derecho y la moral modernos.
Ahora vienen, con aire provocador, los jóvenes filósofos del “realismo especulativo” y, muy en consonancia con la degradación posmoderna, la niegan de raíz. ¿Qué diferencia hay entre un “trozo de carne”, como el que se ofrece en un mostrador de la charcutería, y un cuerpo humano? ¿No son “objetos” a fin de cuentas? Cualquier sustancia que se muestre a mi conciencia, una piedra o una máquina, o el cuerpo de un ser humano o animal: ¿no son, en definitiva, “cuerpos” o, más en general, “objetos”? Así razonan, a la postre, los “realistas especulativos”. A fin de cuentas, no andan tan lejos de los nazis y del famoso doctor Mengele. Cuando estos tipos hacían “experimentos científicos” con prisioneros de los campos de concentración, los seres humanos sometidos a diversas pruebas (que implicaban su muerte o un dolor sin límites) ya habían sido reducidos a la condición de “objetos”, habían resultado despersonalizados, cosificados hasta unos extremos aterradores.
Deberíamos mantenernos muy alerta ante el nuevo nazismo que se nos echa encima. Es muy peligroso porque se nos muestra bajo la máscara de progresismo, de “anti-fascismo”, de jovial y casi frívola adoración a todo cuanto parece moderno y ultramoderno en la subcultura adolescente. La convergencia de planteamientos del Foro de Davos, de Yuval Harari, de los realistas especulativos, del transhumanismo (Donna Haraway), de los lumbreras de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft), etc. debería hacernos temblar, y reaccionar.
Esta rebelión de las élites contra el ser humano, este afán de convertirlo en mercancía y en reducirlo (de manera minimalista y posmoderna) a un mero agregado de partes indistinguible de una máquina, una bestia, un programa o un objeto, es un proceso que ya parece imparable. De aquí a poco tiempo veremos una progresiva criminalización de los puntos de vista “tradicionales”. Quienes defendamos que el ser humano no es un objeto, sino un ser digno, libre y hecho a imagen y semejanza de Dios, debemos ir a la cárcel de inmediato. En pocos años lo conseguirán. Somos seres repulsivos que padecemos de misoneísmo, esto es, fobia a lo nuevo. Y lo nuevo siempre es bueno en esta filosofía adolescente que las élites han inventado. Las élites han inventado también las fobias nuevas (islamofobia, xenofobia, misoginia), las que no merecen curación sino cárcel, muerte civil y multas.
Occidente es hoy un pozo hediondo, una cloaca inmunda que se ha puesto de rodillas ante Biden, un viejo chocho que pone cara al proyecto anti-humano de las élites financieras y de los halcones de la industria de la muerte de la anglosfera. La guerra de Ucrania vuelve a demostrar que la Europa no rusa es una colonia carente de la más mínima autonomía y castrada a todos los efectos. Incluso en términos de pensamiento somos una colonia abyecta de los Estados Unidos. España, como Estado cipayo, no puede sino ponerse a leer y estudiar libros como éste, pugnar por desasirse -primero de todo-del yugo cultural, y después del yugo económico para después liberarse finalmente de la cárcel otanista y yanqui, que ensucia nuestras neuronas y degrada nuestra filosofía.
Bienvenido, señor Markovics, al universo hispano de los libros rebeldes.
Alexander Markovics: Biopolítica, transhumanismo y globalización. Letras Inquietas (Junio de 2022)












