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Lunes, 27 de Junio de 2022 Tiempo de lectura:
Caos general en los mercados y flujos de materias primas

La globalización progresista provoca una escasez general de alimentos y recursos en la Unión Europea y Estados Unidos

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Parece anecdótico, pero resulta muy revelador del actual estado de la cuestión: durante los últimos meses, más de una docena de plantas de procesamiento alimentario, silos de grano, granjas de animales (vacuno, cerdo y aves de corral), centros de almacenamiento y empresas del sector se han incendiado en los Estados Unidos sin que todavía las autoridades hayan podido dar una explicación convincente de las causas que han provocado estas destrucciones. Frente a la falta de respuesta de las instituciones federales y estatales, y ante el absoluto silencio de la mayoría de los medios de comunicación, los ciudadanos norteamericanos comienzan a preguntarse qué es lo que que está pasando y si el tejido agropecuario del país está siendo atacado de una forma intencionada con el objetivo de interrumpir el normal flujo de los alimentos. Durante las últimas semanas, los incendios más graves que han tenido lugar en Estados Unidos en centros de distribución y en factorías de procesamientos de verduras, frutas y carne, son los siguientes: planta de procesamiento de verduras y frutos secos en Dufur (Oregón), planta procesadora de carne East Conway Beef a Pork, distribuidora Taylor Farm (Salinas), distribuidora de Walmart en Planfield (Indiana), almacén de comida Rio Fresh en San Juan (Texas), fábrica de alimentos Shearers Foods Hermiston (Oregón), distribuidora de alimentos en Maricopa (Arizona)… Pero, aunque principalmente estos incidentes se están produciendo en EEUU, también han sido numerosos los desastres de todo tipo que han afectado a compañías alimentarias en otros lugares del mundo, tal y como puede apreciarse en este mapa interactivo.

 

Todo un drama muy sintomático si se tiene en cuenta que, paralelamente a estos sucesos, Bob Unanue, máximo responsable de Goya Foods, una de las principales distribuidoras de alimentos de América, no ha perdido el tiempo para advertir públicamente de que el mundo se encuentra al borde de una catastrófica crisis alimentaria. En opinión de Unanue, las limitaciones de las cadenas de suministros (y sus gravísimas consecuencias en la inflación), la guerra en Ucrania y el incremento de la demanda global de los consumidores, están apuntando al desastre: el IPC (Índice de Precios al Consumidor) está creciendo, en Estados Unidos, pero también en los países de la Unión Europea, al ritmo más rápido de los últimos cuarenta años.

 

El temor a la carencia de alimentos es tan real que el presidente izquierdista estadounidense, Joe Biden, ya ha anunciado que, a pesar de su apuesta por profundizar en los pilares de la globalización, “la escasez va a ser real" como consecuencia, en su opinión, de las sanciones impuestas por los Gobiernos occidentales a Vladimir Putin. “El precio de las sanciones no lo va a pagar solo Rusia, sino que va a tener consecuencias en muchos países, incluyendo los países europeos y nuestro país también". Aseveración confirmada al otro lado del Atlántico por otro de los faros progresistas de la mundialización y el multiculturalismo, el presidente francés liberal-progresista Emmanuel Macron, que ha explicado que “el mundo tendrá que afrontar una fuerte escasez de alimentos en los próximos 12 o 18 meses por los sucesos que se desarrollan en Ucrania. Debido a la guerra, esto afectará especialmente a los países dependientes de Rusia: los de Oriente Medio y África, aunque Europa también debe estar preparada para afrontar los recortes”.

 

El Foro Económico Mundial, uno de los principales impulsores de globalismo socioeconómico y artífice de la Agenda 2030 y del “Gran Reinicio”, ha explicado a través de su web que “no se puede restar importancia al efecto que la guerra ha tenido en los sistemas alimentarios, ya frágiles por los dos años de alteraciones provocadas por el Covid-19. Dado que Ucrania y Rusia representan más de una cuarta parte de las ventas anuales de trigo en el mundo, la guerra ha causado un aumento significativo del precio de los alimentos: no solo del trigo, sino también de la cebada, el maíz y el aceite comestible, entre otros productos exportados por estos dos países. Los precios de los alimentos a nivel local y mundial ya estaban cerca de máximos históricos antes de la guerra, y un gran signo de interrogación se cierne sobre las cosechas de las próximas temporadas en todo el mundo debido al fuerte aumento de los precios de los fertilizantes”.

 

En España, la presidenta de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos (ANIA), María de la Cruz Díaz, aseguraba recientemente que la situación en la que vivimos ha dado un giro de 180º hacia el caos: “Nos enfrentamos, con toda probabilidad, a un nuevo orden mundial. La guerra ya ha marcado un antes y un después, estamos ante un cambio de tendencia relevante que afecta a toda la UE. Todo apunta a que, en lo económico, estamos cerrando un ciclo de 30 años de globalización, tal como la hemos conocido”.

 

[Img #22361]En concreto, y por lo que se refiere al sistema agroalimentario español, se ha puesto de manifiesto la importancia del territorio ucraniano como proveedor del sistema, cuya capacidad de producción de cereales lo sitúan entre los más influyentes en el comercio agroalimentario internacional, siendo el quinto mayor exportador de  mieses y piensos del mundo, a cuyo fin destinan el 75% de su cosecha. “En 2021, las importaciones españolas procedentes de este país representaron más del 40% de todos los cereales que se importan, a escala global, más del 60% del aceite de girasol y cerca del 15% de las leguminosas de grano, a lo que se unen importantes compras de fertilizantes”.

 

En este contexto, “con la producción de este país prácticamente paralizada, será necesario buscar el aprovisionamiento lejos del Mar Negro, al otro lado del Atlántico, en países como como EEUU y Argentina, entre otros. Esto, en una situación de subidas importantes del coste de los fletes, de 6 a 10 veces, conducirá sin duda a la aparición de mayores tensiones en los precios y graves problemas de carácter social para algunos países, como los africanos, que tienen en los cereales la base fundamental de la alimentación de sus poblaciones”.

 

Para otros economistas, como Daniel Lacalle, no todo el problema está en la guerra entre Rusia y Ucrania, tal y como señala en un reciente artículo que firmaba en la web del Instituto Mises. “Los gobiernos de todo el mundo deberían haber aprendido de experiencias anteriores y haber aligerado las cargas administrativas y fiscales que pesan sobre la agricultura para permitir que el mercado ofrezca flexibilidad en momentos de preocupación por el suministro de una o dos naciones. En cambio, hemos visto más rigidez, impuestos y mayores restricciones que han limitado la posibilidad de aliviar los problemas de la cadena de suministro (…) La excesiva reglamentación y los empujones gubernamentales impulsados por los costes han limitado la capacidad de los agricultores para afrontar con éxito los retos externos. Aumentar el mandato de los biocombustibles, que exige que un mínimo del 10% de toda la gasolina de EEUU proceda del etanol de maíz, cuando millones de personas pueden enfrentarse a la escasez de alimentos, es una de esas decisiones ilógicas.

 

En opinión de Lacalle, “ni la guerra de Ucrania ni los duros cambios climáticos provocarían una escasez mundial de alimentos en un entorno normal de libre comercio y facilidad para hacer negocios. Si existe un riesgo de escasez de alimentos, éste proviene de años de limitar las posibilidades de los agricultores y de aumentar continuamente sus costes de producción con impuestos directos y ocultos innecesarios”.

 

Crisis energética

 

Por si todo esto fuera poco, la actual crisis alimentaria se agrava con una intensa crisis energética que, en opinión de Fatih Birol, jefe de la Agencia Internacional de Energía (AIE), podría ser “una de las peores y más largas de la historia y Europa podría verse particularmente afectada”, según ha explicado en una entrevista con la revista alemana Der Spiegel.  Birol afirma que, incluso, es probable que las consecuencias de los acontecimientos en Ucrania hagan que la crisis energética actual sea peor que las crisis de la década de los setenta del pasado siglo. “Entonces todo giraba alrededor del petróleo. Ahora tenemos una crisis del petróleo, una crisis del gas y una crisis de la electricidad al mismo tiempo”, detalla a la publicación germana, mientras añade que antes de los eventos en curso en Ucrania, Rusia era “una piedra angular del sistema energético global: el mayor exportador de petróleo y gas del mundo, y un proveedor líder de carbón”.

 

Para Birol, los países de Europa que dependen más del gas ruso se enfrentan a un “invierno difícil”, ya que “es posible que haya que racionar el gas”, incluso en Alemania. En estos momentos, el proveedor estatal de gas de Rusia, Gazprom, ha cortado ya el suministro a algunas empresas de energía en Alemania, Dinamarca, Holanda y otros países, después de que se negaran a pagar el combustible en rublos, según los nuevos requisitos de Moscú.

 

En opinión de la AIE, para tratar de mitigar el impacto, Europa debería adquirir la mayor cantidad posible de gas adicional, por ejemplo, gas de gasoductos de Noruega o Azerbaiyán y gas natural licuado. Según Fatih Birol, las centrales eléctricas de carbón también podrían reemplazar parcialmente a las centrales de gas.

 

Alemania advierte de la posible catástrofe

 

“Los desastres son parte de la vida. Casi diariamente podemos leer sobre catástrofes y emergencias a gran escala y ver imágenes de destrucción y sufrimiento. Lluvias torrenciales, tormentas graves, cortes de electricidad o graves incendios pueden desencadenar calamidades con fuertes consecuencias para los ciudadanos y las familias. Tómese un tiempo para planificar su respuesta a una situación de emergencia (…) Tenga en cuenta que incluso el mejor servicio de asistencia no puede estar siempre en el lugar donde se le necesita de una forma inmediata. En el caso de un desastre de gran magnitud y muy grave, y si no dispone de la ayuda de los servicios de rescate, si usted puede ayudarse y ayudar a sus vecinos, se encontrará en una situación de ventaja. Este folleto tiene como objetivo ayudarle a desarrollar su plan de preparación personal de emergencias”.

 

Así se abre el cuaderno de información general que acaba de publicar la Oficina Federal de Ayuda en Catástrofes de Alemania apelando a que los ciudadanos de este país estén preparados ante la posibilidad de una grave catástrofe producida, entre otras posibles causas, por una situación de guerra, una pandemia, un apagón eléctrico de larga duración o un ciberataque a infraestructuras críticas, tal y como señaló hace unas semanas la ministra alemana de Interior, la socialdemócrata Nancy Faeser.

 

¿Y qué pueden hacer los ciudadanos para blindarse ante una emergencia grave? Siguiendo las indicaciones del Gobierno de Berlín, los germanos deben almacenar, por persona, al menos 20 litros de líquidos como agua y zumos, 3,5 kilos de pan, patatas, pasta y arroz, así como 2,5 kilos de fruta y frutos secos, a poder ser en conserva. Esto serviría como recurso para sobrevivir durante 10 días a un desastre o a una carencia de alta intensidad. Además, la lista de emergencia del Ejecutivo alemán incluye acumular, siempre por cada persona del núcleo familiar, cuatro kilos de verduras en conserva y legumbres secas, 2,6 kilos de productos lácteos, al igual que 1,5 kilos de carne, pescado, embutido y huevos, así como aceite, azúcar, sal y harina.

 

La Oficina de Emergencias germana, como ya hiciera en su momento, el Ejército austriaco, también recomienda a las familias disponer de reservas de productos de higiene (básicos para impedir el estallido de infecciones), desinfectantes, medicamentos, guantes, reservas de pilas, transistores de radio y copias a mano de todos los documentos personales más importantes (carnés de identidad, pasaportes, contratos bancarios, etc.).

 

Una permanente falta de todo

 

Daniel Greenfield, reconocido periodista de investigación especializado en el estudio de la izquierda radical y del terrorismo islámico, explica gráficamente la actual situación de escasez que se vive en Estados Unidos y Europa: “Hay una permanente falta de todo” explica en un intenso artículo publicado en la web del Gatestone Institute.

 

“Los adalides de la globalización no han hecho más que recrear la planificación central marxista con un modelo global algo más flexible en el que las corporaciones mastodónticas trascienden las barreras globales a fin de crear los medios más eficientes para mover bienes y servicios por todo el planeta. Las fronteras caerían y los intercambios culturales harían que todos fuésemos uno, lo que daría lugar a la gran unión de la Humanidad. Pero lo que verdaderamente significa un mundo interdependiente son yihadistas argelinos disparando en París, pandilleros salvadoreños decapitando norteamericanos a las puertas de Washington DC y falta de vehículos y tampones como consecuencia de la guerra de Ucrania, así como más radicalismo y extremismo que nunca”.

 

En opinión de Greenfield, “estamos en economía de guerra porque nuestro sistema se ha tornado demasiado vasto e inflexible como para ajustarse al caos. Biden sigue confiando en el Acta de Producción para la Defensa para todo, hasta que, a su debido tiempo, la economía quede sovietizada. Cuanto más trata el Gobierno de imponer estabilidad en el caos, menos responden y producen los actores dominantes. La consolidación del mercado fruto de las regulaciones gubernamentales ha dejado a un puñado de compañías en lo más alto. Cuando una de ellas, como Abbott en la leche de fórmula, tiene un traspié, las consecuencias son catastróficas; otras, como Procter & Gamble, que controla cerca de la mitad de los productos menstruales, no tienen que preocuparse por perder cuota de mercado. Consolidaciones similares en los productos alimenticios, papeleros y los supermercados han reemplazado a una economía dinámica por otra cartelizada”.

 

Y añade: “Tras todas las marcas que se ven en los estantes de los comercios hay un sistema soviético decrépito en el que un puñado de empresas masivas interconectadas con el Estado producen perezosamente productos de baja calidad en grandes cadenas de suministros que ya no controlan, y sienten poca presión competitiva para hacerlo mejor. Lo único que sigue siendo americano en el supermercado es la publicidad. Los problemas con el sistema eran menos llamativos cuando los mecanismos predictivos funcionaban y los suministradores extranjeros iban a la busca de dólares americanos. Bajo presión, los puntos de quiebra son demasiado obvios, y lo que es menos obvio es que el sistema no tiene intención de repararlos”.

 

A juicio del autor del libro 10 Reasons to Abolish the UN, “una élite fuera de onda responde a los problemas con garantías sin sentido, bromitas y wokismo. Como la propaganda soviética, lo único que los comunicados corporativos comunican es la enorme diferencia entre quienes dirigen el sistema y quienes están atrapados en su engranaje” (…) “El Partido Demócrata fue el gran campeón de la globalización. Sus regulaciones llevaron a una consolidación del mercado nunca vista y a recortes en el empleo nacional. Las corporaciones fueron presionadas para exportar trabajos republicanos sucios a China y retener en casa los limpios, los de oficina, los de los demócratas. La devastación se cernió sobre las clases media y trabajadora, y se reconstruyó toda nuestra economía para que fuera dependiente de China y de una cadena mundial de suministros que sólo los globalistas podían considerar inexpugnable. El impacto de los precios del petróleo impuestos por la OPEP durante el mandato de Carter se convirtió en el modelo para toda la economía. Una guerra en cualquier lugar afecta a los norteamericanos. Docenas de países tienen el poder de desbaratar nuestra economía, intencionadamente o no. Incluso las promesas medioambientales de independencia energética han devenido una farsa en la que nuestro Gobierno suplica a China para que le suministre más paneles solares”.

 

“La interdependencia ni siquiera ha conducido al Gobierno mundial que anhelaban los globalistas, sino a un caos global en el que impotentes potencias occidentales tratan de hablar al resto del mundo de luchar para evitar los aluviones refugiados, las elevadas facturas de la energía y los estantes vacíos los supermercados”.

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