La guerra de Ucrania: De la Revolución del Maidán a la Operación Especial
En la madrugada del 24 de febrero de 2022, Rusia atacaba a Ucrania en la llamada Operación Especial. Cerca de las 04:00 horas de ese día, se bombardeaban las defensas aéreas y antiaéreas de Ucrania, y tropas rusas ingresaban en el territorio vecino por el norte, por el este y por el sur. Pese a las advertencias de los servicios norteamericanos de inteligencia sobre las intenciones del Kremlin, aunque sin saber el lugar y la hora de la las mismas, el mundo entero se conmocionó cuando despuntaba el alba.
El “teatro de la guerra” regresaba a las puertas del llamado mundo desarrollado, en el escenario de un espacio vital (lebensraum) reclamado por los rusos, defendido por los ucranianos e influido por los occidentales. Se levantaba, de nuevo, el telón de la lucha por una tierra y por un relato; otro episodio más del instrumento político más trágico, como describió teóricamente el militar prusiano de origen polaco Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz.
Primer acto. Los medios y ciudadanos contemplaban, atónitos, cómo volvía la guerra a Europa, pese a la lucha “congelada” en el Donbás, el sempiterno enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán, o décadas después de la tragedia yugoslava. Y, sobre todo, cómo la fuerza ocupante no era de las suyas, como hasta ahora había ocurrido; una potencia que no era de la OTAN o de la Unión Europea, había decido saltarse, sin su permiso y sin sus valores, la legalidad internacional. Y ante el impacto, la comunidad occidental intentaba reaccionar en ayuda de un país al que consideraban, ya, como parte de su mundo. El amigo era evidente: se desplegaba una enorme solidaridad, simbólica y material, con el sufriente pueblo ucraniano, pero no se atrevió a dar el siguiente paso: enviar soldados o bombardear a Rusia (como sí pasó con Serbia). Y el enemigo aún más: se condenaban al invasor, financiera y políticamente, al considerar que había violado el orden unipolar, sancionando a sus dirigentes, censurando totalmente sus medios (como RT o Sputnik), y aplicando fuertes sanciones económicas y diplomáticas con el objetivo de parar los combates y provocar la caída de Putin.
Segundo acto. Ucrania proclamaba que vencería en la que se definía como “Guerra de Putin”, frenando a las tropas rusas, consiguiendo que la Unión Europea redujera sus compras de materias primas, y recibiendo cada vez más armas del eje euroatlántico. Pero Rusia anunciaba también su futura conquista, tomando buena parte del país (todo el arco sureste ucraniano, desde el rio Siverski Donets en la región de Járkov, hasta el rio Dniéper en el área de Jersón), defendiendo la legitimidad de su acción, buscando nuevos mercados, y sembrando el pánico con la amenaza de su arsenal nuclear. Nune aut nunquam. Dos rivales regionales que combatían, en una especie de ahora o nunca, tanto en el plano militar como en el mediático; pero en un conflicto que suponía la segunda fase de una guerra mucho más amplia, que iba del plano local al internacional, y que extendía otra vez el miedo a la eclosión de la “Tercera Guerra Mundial”. Ya lo enseñó Clausewitz: “un mismo objetivo político puede originar reacciones diferentes, en diferentes naciones e incluso en una misma nación, en diferentes épocas”.
Tercer acto. El desenlace parecía no llegar, con avances y retrocesos en las llanuras ucranianas. Rusia aguantaba la contraofensiva rival y comenzaba a completar el control del Donbás, mientras Occidente no bajaba la presión pese a comenzar a sentir, en forma de inflación desbocada, las consecuencias imprevistas de sus sanciones. No solo se hablaba de matar y morir en trincheras militares, sino que se informaba, incluso con pánico, de revueltas por el pan no muy lejos del mundo más rico. Aut neca aut necare. Porque la tragedia se hacía presente por todo el escenario regional e internacional: matanzas denunciadas por Ucrania, genocidio denunciado por Rusia, precios imposibles denunciados en Occidente, hambre global denunciada por la ONU.
Cuarto acto. La historia comenzaba a hablar de este conflicto local, entre Ucrania y Rusia, no solo en el plano bélico; “lo político” guerreaba en el presente, desde el pasado reivindicado. Dos discursos se contraponían, entre lo ideológico y lo étnico: un país invadido, que reivindicaba su camino occidental y la ruptura definitiva con el opresor “mundo ruso”; y un país invasor, que reclamaba su espacio vital, en defensa de la seguridad nacional ante la OTAN y en protección de sus compatriotas perseguidos en la nación vecina. 2022 era el año de culminación de un proceso histórico comenzado a finales de 2013. De la Revolución del Maidán o gran mito ucraniano surgía una primera fase de la guerra; de la Operación Especial o gran mito ruso emergía la segunda etapa de la misma.
Quinto acto. Occidente contra Oriente. Esta Guerra regional desvelaba una batalla internacional evidente, entre pretendidas civilizaciones con hostilidades de largo recorrido, y con implicaciones no solo bélicas, veladas o desveladas: culturales y morales, económicas y sociales y, por supuesto, geopolíticas. Democracia contra autocracia, nos decían de una parte; y de la otra respondían: soberanismo contra globalismo. La OTAN anunciaba que los progresistas siempre ganarían, ante la superioridad ética de sus valores frente a las atrasadas autocracias. Y Rusia proclamaba el fin del control global del imperium mundi euroatlántico, bajo dominio norteamericano, que sería derrotado en la cuenca minera del Donbás, parte esencial de la esa “Rusia histórica”. Todos estaban entre la espada y la pared. A fronte praecipitium a tergo lupi.
Y llegaba el desenlace. Se atisbaba un “conflicto congelado” de larga duración, entre la Ucrania pro-occidental y el “mundo ruso”, al más puro estilo postsoviético. Acta est fabula. Los dos bandos ganaban y ganarían: unos lograron resistir y otros consiguieron avanzar. Oriente y Occidente mostraban sus credenciales victoriosas, para consumo propio o ajeno, sobre la fortaleza del mundo que representaban, o el principio del fin del que querían sustituir.
Este contenido es un extracto del libro La guerra de Ucrania: De la Revolución del Maidán a la Operación Especial del historiador Sergio Fernández Riquelme y publicado por la editorial Letras Inquietas.
En la madrugada del 24 de febrero de 2022, Rusia atacaba a Ucrania en la llamada Operación Especial. Cerca de las 04:00 horas de ese día, se bombardeaban las defensas aéreas y antiaéreas de Ucrania, y tropas rusas ingresaban en el territorio vecino por el norte, por el este y por el sur. Pese a las advertencias de los servicios norteamericanos de inteligencia sobre las intenciones del Kremlin, aunque sin saber el lugar y la hora de la las mismas, el mundo entero se conmocionó cuando despuntaba el alba.
El “teatro de la guerra” regresaba a las puertas del llamado mundo desarrollado, en el escenario de un espacio vital (lebensraum) reclamado por los rusos, defendido por los ucranianos e influido por los occidentales. Se levantaba, de nuevo, el telón de la lucha por una tierra y por un relato; otro episodio más del instrumento político más trágico, como describió teóricamente el militar prusiano de origen polaco Carl Philipp Gottlieb von Clausewitz.
Primer acto. Los medios y ciudadanos contemplaban, atónitos, cómo volvía la guerra a Europa, pese a la lucha “congelada” en el Donbás, el sempiterno enfrentamiento entre Armenia y Azerbaiyán, o décadas después de la tragedia yugoslava. Y, sobre todo, cómo la fuerza ocupante no era de las suyas, como hasta ahora había ocurrido; una potencia que no era de la OTAN o de la Unión Europea, había decido saltarse, sin su permiso y sin sus valores, la legalidad internacional. Y ante el impacto, la comunidad occidental intentaba reaccionar en ayuda de un país al que consideraban, ya, como parte de su mundo. El amigo era evidente: se desplegaba una enorme solidaridad, simbólica y material, con el sufriente pueblo ucraniano, pero no se atrevió a dar el siguiente paso: enviar soldados o bombardear a Rusia (como sí pasó con Serbia). Y el enemigo aún más: se condenaban al invasor, financiera y políticamente, al considerar que había violado el orden unipolar, sancionando a sus dirigentes, censurando totalmente sus medios (como RT o Sputnik), y aplicando fuertes sanciones económicas y diplomáticas con el objetivo de parar los combates y provocar la caída de Putin.
Segundo acto. Ucrania proclamaba que vencería en la que se definía como “Guerra de Putin”, frenando a las tropas rusas, consiguiendo que la Unión Europea redujera sus compras de materias primas, y recibiendo cada vez más armas del eje euroatlántico. Pero Rusia anunciaba también su futura conquista, tomando buena parte del país (todo el arco sureste ucraniano, desde el rio Siverski Donets en la región de Járkov, hasta el rio Dniéper en el área de Jersón), defendiendo la legitimidad de su acción, buscando nuevos mercados, y sembrando el pánico con la amenaza de su arsenal nuclear. Nune aut nunquam. Dos rivales regionales que combatían, en una especie de ahora o nunca, tanto en el plano militar como en el mediático; pero en un conflicto que suponía la segunda fase de una guerra mucho más amplia, que iba del plano local al internacional, y que extendía otra vez el miedo a la eclosión de la “Tercera Guerra Mundial”. Ya lo enseñó Clausewitz: “un mismo objetivo político puede originar reacciones diferentes, en diferentes naciones e incluso en una misma nación, en diferentes épocas”.
Tercer acto. El desenlace parecía no llegar, con avances y retrocesos en las llanuras ucranianas. Rusia aguantaba la contraofensiva rival y comenzaba a completar el control del Donbás, mientras Occidente no bajaba la presión pese a comenzar a sentir, en forma de inflación desbocada, las consecuencias imprevistas de sus sanciones. No solo se hablaba de matar y morir en trincheras militares, sino que se informaba, incluso con pánico, de revueltas por el pan no muy lejos del mundo más rico. Aut neca aut necare. Porque la tragedia se hacía presente por todo el escenario regional e internacional: matanzas denunciadas por Ucrania, genocidio denunciado por Rusia, precios imposibles denunciados en Occidente, hambre global denunciada por la ONU.
Cuarto acto. La historia comenzaba a hablar de este conflicto local, entre Ucrania y Rusia, no solo en el plano bélico; “lo político” guerreaba en el presente, desde el pasado reivindicado. Dos discursos se contraponían, entre lo ideológico y lo étnico: un país invadido, que reivindicaba su camino occidental y la ruptura definitiva con el opresor “mundo ruso”; y un país invasor, que reclamaba su espacio vital, en defensa de la seguridad nacional ante la OTAN y en protección de sus compatriotas perseguidos en la nación vecina. 2022 era el año de culminación de un proceso histórico comenzado a finales de 2013. De la Revolución del Maidán o gran mito ucraniano surgía una primera fase de la guerra; de la Operación Especial o gran mito ruso emergía la segunda etapa de la misma.
Quinto acto. Occidente contra Oriente. Esta Guerra regional desvelaba una batalla internacional evidente, entre pretendidas civilizaciones con hostilidades de largo recorrido, y con implicaciones no solo bélicas, veladas o desveladas: culturales y morales, económicas y sociales y, por supuesto, geopolíticas. Democracia contra autocracia, nos decían de una parte; y de la otra respondían: soberanismo contra globalismo. La OTAN anunciaba que los progresistas siempre ganarían, ante la superioridad ética de sus valores frente a las atrasadas autocracias. Y Rusia proclamaba el fin del control global del imperium mundi euroatlántico, bajo dominio norteamericano, que sería derrotado en la cuenca minera del Donbás, parte esencial de la esa “Rusia histórica”. Todos estaban entre la espada y la pared. A fronte praecipitium a tergo lupi.
Y llegaba el desenlace. Se atisbaba un “conflicto congelado” de larga duración, entre la Ucrania pro-occidental y el “mundo ruso”, al más puro estilo postsoviético. Acta est fabula. Los dos bandos ganaban y ganarían: unos lograron resistir y otros consiguieron avanzar. Oriente y Occidente mostraban sus credenciales victoriosas, para consumo propio o ajeno, sobre la fortaleza del mundo que representaban, o el principio del fin del que querían sustituir.
Este contenido es un extracto del libro La guerra de Ucrania: De la Revolución del Maidán a la Operación Especial del historiador Sergio Fernández Riquelme y publicado por la editorial Letras Inquietas.











