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Sábado, 13 de Agosto de 2022 Tiempo de lectura:

Calvino en Afganistán

Un año ha transcurrido desde que los talibanes han vuelto al poder en Afganistán causando los estragos por todos conocidos. Rebobino la moviola de la historia hasta retroceder a la Ginebra del siglo XVI. El reformista Calvino con la inestimable ayuda de sus predicadores instituyó una teocracia en la que la religión era omnipresente y regulaba hasta los aspectos más nimios y banales de la vida de sus gentes. 
 
 
Todo emanaba de la Biblia de Ginebra, siendo obligatorio la fidelidad a sus preceptos so pena de sufrir los más atroces castigos, incluso ser quemado vivo en la hoguera como Miguel Servet. Una sociedad claustrofóbica, aterrorizada, en la que incluso estaba prohibido reír, cantar, o vestir al libre albedrío incluso dentro de casa; Dios lo gobernaba todo y era un juez implacable. Regreso al siglo XXI y observo con desolación que, salvando las grandes distancias, el protestante Calvino ha vuelto no a Ginebra sino a Afganistán. Dios se llama Allah, la Biblia es ahora el Corán, aviesos predicadores azuzan, arengan para la total sumisión de la sociedad, la mujer es segregada de la vida pública y su único fin es servir de procreadora, la hoguera ha sido sustituida por la horca y la lapidación.
 
Quinientos años separan a ambos regímenes teocráticos, pero sus similitudes, en líneas generales, demuestran que en algunos lugares, no solo en Afganistán, siguen en pleno siglo XVI, eso sí, con la tecnología del siglo XXI. La religión como todo debe ser practicada con moderación, sin un rigorismo exacerbado y fundamentalista; conlleva muchos aspectos positivos al creyente, pero no se debe caer en una religiosidad extrema que tienda su tela de araña para atrapar y eliminar al disidente, al pecador. 
 
Francisco Javier Sáenz Martínez 
FJS. 
Lasarte-Oria 
 

 

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