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Sábado, 20 de Agosto de 2022 Tiempo de lectura:

El futuro era esto: totalitarismo, emergencia, escasez

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Sí, el futuro de casi tres milenios de civilización occidental es nuestro actual presente: un erial moral, un estercolero de ideologías fanáticas, un supermercado de los más variados integrismos y un absoluto de políticas totalitarias que se expanden a la impresionante velocidad a la que Twitter difunde los bulos globalistas y censura el sentido común. Habitamos un mundo oscuro, tiempos dramáticos e intensamente inestables de cambios radicales en los que todo lo que un día creímos firme se diluye en nuestras manos como los neones se licúan en los charcos nocturnos. Debemos no engañarnos y mirar a nuestro alrededor. Algunos años antes de que arribe la negra profecía de la Agenda 2030, ya no tenemos casi nada: ni recursos naturales que se venden a precio de oro, ni propiedades privadas que pueden ser requisadas en cualquier momento por los nuevos gobiernos liberal-fascistas, ni fuentes de energía que están desapareciendo jaqueadas por las nuevas imposiciones verdes, ni hijos que nos dicen son un amenaza para el futuro del planeta, ni una tradición a la que aferrarnos, ni un legado en el que inspirarnos, ni un sexo que nos defina, ni una familia en la que protegernos, ni una religión que nos consuele, ni una patria que garantice la solvencia de nuestras leyes, ni un idioma del que enorgullecernos, ni instituciones que no hayan sido sodomizadas, ni una democracia que añorar. Ni tan siquiera tenemos ya la posibilidad de hablar, de escribir y de pensar en libertad. Sí, el porvenir con el que tanto hemos especulado durante las últimas décadas no era, efectivamente, una utopía celestial sino una distopía lóbrega, convulsa, irracional y explosiva en la que un implacable multiculturalismo impuesto manu militari ha convertido nuestras principales urbes en una jungla violenta e insegura en la que los centros educativos se han convertido en máquinas de formación del nuevo espíritu neocomunista global y en la que los medios de comunicación dominantes crean una realidad ficticia repitiendo incansable y machaconamente la miríada de mentiras sobre la que se asienta el nuevo poder totalitario ejercido por dirigentes políticos ignorantes, fanáticos y sin vergüenza como Pedro Sánchez, Emmanuel Macron, Justin Trudeau, Joe Biden o Ursula von der Leyen, entre otros muchos que tiñen Europa y América de infamias, podredumbre y miseria.

 

[Img #22721]Como nuestros antepasados oteaban el horizonte esperando ver llegar algo o a alguien cabalgando los mares, los últimos ciudadanos occidentales miramos a nuestro alrededor esperando un milagro que salve nuestra era del cataclismo final, pero ese prodigio no se producirá porque nosotros y nuestro tiempo, quizás el más brillante que haya vivido jamás la Humanidad, ya estamos muertos. Sutilmente en ocasiones, con brutalidad en otros momentos, estamos siendo sustituidos por algo que todavía no podemos describir con demasiado detalle, pero que parece presentarse como un mundo domeñado por una élite de tecnócratas y autómatas radicalmente autócratas, en el que múltiples inteligencias artificiales al servicio de oscuras organizaciones mundialistas, grandes corporaciones y gobiernos dimisionarios tratan de dictarnos lo que es bueno y malo, lo que es correcto y lo que es erróneo, lo que podemos hacer y lo que no, lo que podemos decir y lo que debemos callar. Sí, a todas luces será un algoritmo, con apariencia humana, con el aspecto de un androide o, simplemente, con la forma inasible que hoy en día tiene Internet, quien marcará nuestra vida diaria hasta extremos hoy difícilmente imaginables, pero que ya comenzamos a intuir con pavor, y él será quien, por ejemplo, nos indicará qué libros de siglos pasados se nos permite leer, cuánta energía podemos consumir, cuánto dinero digital podemos gastar, cómo habrá de ser nuestra descendencia y qué creencias, opiniones, ideologías o emociones debidamente correctas podremos tener. Sí, estamos ya muertos porque la ética natural, la democracia, la libertad individual, la confianza en el esfuerzo, la búsqueda del mérito, el valor del trabajo, la fortaleza del espíritu, la esmerada forja con tesón, arrojo y sufrimiento de mujeres y hombres libres que, alzados sobre los hombros de sus antepasados, viven para mejorar su presente y, sobre todo, para engrandecer el futuro de sus hijos, es ya algo del pasado que no tiene demasiado sentido cuando miramos detalladamente todo lo que ocurre a nuestro alrededor. En este nuevo día que ya despunta los antiguos dioses fuertes que nos hablaban de la grandeza de nuestra antigüedad, de nuestra historia y de nuestros estandartes morales, de la honra, de la integridad y de la honestidad, han sido enviados a los rincones cotidianos más despreciados para ser sustituidos por falsarias deidades posmodernas, carentes de principios sólidos, rebosantes de pensamientos débiles y pletóricas de palabrería empoderadora, liberadora, multicultural y sostenible, a las que tan bien representa un personaje nimio, inane e insolvente, pero planetariamente alabado, como el Papa Francisco.

 

[Img #22722]Sí, el futuro de Occidente era este averno suave que hoy crepita a nuestro alrededor mientras una mayoría de ciudadanos, carente absolutamente de todo, de trabajo, de hogar, de recursos, de género, de estirpe, de convicciones, de pasado, de pertenencia o de culto, cree vivir en un paraíso socialdemócrata global. O, lo que es lo mismo, en un edén neocomunista. La utopía del fin de la historia se convirtió en la distopía del “Gran Reinicio” cuando las grandes organizaciones supranacionales plagadas de burócratas y tecnócratas, las megacorporaciones, los gobiernos globalistas y la izquierda internacional, siempre tan universalista, decidieron que las fronteras nacionales, las leyes propias de los Estados nacionales, el capitalismo clásico, los derechos individuales, las usanzas particulares, los valores tradicionales y la democracia parlamentaria resultaban demasiado pesarosos y molestos para la consecución de sus objetivos. Y se apostaron el todo o la nada a su triunfo final aprovechando una emergencia planetaria, surgida en China, ocultada en China y difundida desde China, que bajo la forma del Covid-19 fue utilizada por todos estos actores, y algunos más, para alumbrar un nuevo ámbito moral, ideológico, político, cultural y económico, de carácter universal, en el que los derechos individuales más elementales fueron eliminados en base a una supuesta protección “de la gente” y en el que las leyes democráticas fueron suspendidas, los Parlamentos paralizados, las calles militarizadas, las adquisiciones comerciales vigiladas, los teléfonos móviles rastreados, los movimientos personales perseguidos y los ciudadanos vacunados, certificados y sellados.

 

Bajo el zumbido sordo de los drones de control de temperatura corporal que en estos momentos sobrevuelan las playas del Mediterráneo español, Occidente, con sus llamadas histéricas a almacenar productos básicos de consumo, con sus fundados temores al gran apagón que tarde o temprano llegará, con sus metrópolis irreconocibles por la violencia y la inseguridad y con el murmullo intenso y constante de una neolengua obtusa utilizada intencionadamente para ocultar la verdad, se enfrenta a una radical crisis civilizatoria que más pronto que tarde habrá de dilucidar cuáles deben ser los principios que determinen la existencia misma del hombre en la Tierra. Y esta decisión final que sin duda deberemos tomar supondrá, tal y como no se cansa de repetir el historiador David Engels, autor de obras como Le Déclin o El último occidental, “que Europa experimentará décadas de luchas internas y disturbios cívicos en analogía con los años de guerra civil que destrozaron la última República Romana. Cuando miro los acontecimientos de estos últimos años, me temo mucho que la historia confirmará mi pesimismo”.

 

Aunque también hay quien todavía confía en el resguardo de, al menos, algo de lo que tanto nos costó conseguir y todavía tenemos. “Nuestra salvación ha de pasar por aplicar un enfoque conservador que no es una tutela irreflexiva, ni miedo al cambio ni un juego de retención, y que mucho menos consiste en encerrarse en el propio caparazón. El enfoque conservador consiste en la confianza en una tradición probada por el tiempo, la preservación y el crecimiento de la población, el realismo en la evaluación de uno mismo y de los demás, la alineación precisa de un sistema de prioridades, la correlación entre lo necesario y lo posible, la prudencia, la formulación de objetivos y el rechazo de principios extremistas como método de acción. Y, francamente, para el próximo período de reconstrucción mundial, que puede continuar durante bastante tiempo y cuyo diseño final se desconoce, el conservadurismo moderado es la línea de conducta más razonable, al menos en mi opinión. El precio de las ciencias sociales mal concebidas a veces simplemente desafía la evaluación, destruye no solo los fundamentos materiales, sino también los fundamentos espirituales de la existencia humana. Deja tras de sí ruinas morales, en cuyo lugar es imposible construir nada durante mucho tiempo (…) Pero debemos ser realistas: la mayoría de los hermosos lemas sobre una solución general a los problemas globales que hemos escuchado desde finales del siglo XX nunca se harán realidad. Las soluciones globales que se están proponiendo proporcionan un grado tal de transferencia de los derechos soberanos de los Estados y pueblos a estructuras supranacionales, para el cual, francamente, nadie está preparado. En primer lugar, porque la responsabilidad por los resultados de la política todavía debe hacerse no ante un público mundial desconocido, sino ante nuestros ciudadanos y nuestros votantes”.

 

¿Saben quién pronunció estas palabras a finales del pasado año 2021? Vladimir Putin.

 

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