Por lo que pueda venir
Son muchos años ya dando la vara, y me parece haberlo dicho ya todo, varias veces, apoyado en similares ejemplos. Mas merece la pena reincidir, si es por «subversiva» causa, y aunque mande huevos llamarla «subversiva» a estas alturas, obligado en todo caso por un inconsciente que se resiste a permanecer mudo en un país de un planeta mudo, sin memoria reciente ni previsión a corto plazo.
Y tras esta breve disculpa, entremos en materia con un artículo «subversivo» para niños de como mucho doce años. Ahí va.
Lo que vemos en el zoológico no es un «león», pues la esencia y así la idea de dicho animal no abarca lo estrictamente morfológico, físico, si no es asociado a medio y hábitos. Y un león, principalmente, como idea humana y realidad animal, es una criatura salvaje, silvestre, que se desplaza a su antojo por la sabana. De igual modo sucede con vegetales y personas. Y todo lo antinatural, impuesto, que modifica el entorno y con él los hábitos y con ellos la salud del felino, las ramas del plátano de sombra o el ser humano, atenta contra su misma naturaleza, la misma esencia y definición de lo que es un león, un murciélago, una persona.
El «toque de queda», concepto ya de por sí de horrible sonoridad, constituye, de partida, un insulto a la inteligencia y dignidad humanas. La losa de intimidación, de coacción que se precipita, sí o sí, sobre el inconsciente de la víctima pensante no parece afectar en igual medida al sumiso cordero que acepta sin rechistar y hasta convencido: los argumentos artificiales de los expertos anónimos, un cañonazo de supersticiones vecinales y mitos hipocondríacos de sobremesa, todo ello rematado con la pertinente lobotomía mediática, terminan de capar el inconsciente de un cordero ya en apariencia catatónico y apático en cuanto a lo que debe o no hacer para... salvaguardar su... ¿integridad humana? «Están subiendo los casos», deja caer sin tregua ni excepción, ante la mínima llamada al orden y la decencia neuronales, y sigue viendo leones donde no los hay, entre rejas.
El indignado corre peor suerte. Su inconsciente rebusca sin cesar en la hemeroteca de todas las coyunturas y etapas de su vida la correspondencia lógica entre mandato y necesidad. No-se-ex-pli-ca por qué ha de permanecer en su cuchitril de tal a tal hora, aparentando lo que no-es, reprimiendo su derecho a pisar la calle a las tres, las cuatro o dos y quince de la mañana porque «hay un virus muy malo por ahí». (¡?). Le invade la indignación por la medida y le corroe el cabreo ante la pasividad y buen acogimiento de tal injusticia por parte de los que hasta hace bien poco, y aún hoy, no cesan de criticar al gobierno impulsor de tales maniobras, ¡al tiempo que obedecen y aplauden! El bloqueo neuronal asociado a tamaña ausencia de lógica y sentido y necesidad es enorme. Así, la condición misma de ser humano del individuo pensante parece fluctuar, y tanto él como el dócil, similares a un todavía-león y no-león de zoológico, neurótico y manso, respectivamente, pierden esa parte del todo que los define como humanos: la libertad de movimiento. Y es que la inhumanidad del toque de queda o de la jaula no perdona; yo lo llamo tortura, con todas las letras.
Al todavía-león de zoológico más nervioso, más «inadaptado», más «problemático» para la institución se le suele declarar enfermo, loco y finalmente peligroso, antes de tomar ciertas medidas. No obstante morirá león, probablemente solo, con un par o no en su sitio, pero consciente y, quiero pensar que, con una sonrisa a cámara.
Son muchos años ya dando la vara, y me parece haberlo dicho ya todo, varias veces, apoyado en similares ejemplos. Mas merece la pena reincidir, si es por «subversiva» causa, y aunque mande huevos llamarla «subversiva» a estas alturas, obligado en todo caso por un inconsciente que se resiste a permanecer mudo en un país de un planeta mudo, sin memoria reciente ni previsión a corto plazo.
Y tras esta breve disculpa, entremos en materia con un artículo «subversivo» para niños de como mucho doce años. Ahí va.
Lo que vemos en el zoológico no es un «león», pues la esencia y así la idea de dicho animal no abarca lo estrictamente morfológico, físico, si no es asociado a medio y hábitos. Y un león, principalmente, como idea humana y realidad animal, es una criatura salvaje, silvestre, que se desplaza a su antojo por la sabana. De igual modo sucede con vegetales y personas. Y todo lo antinatural, impuesto, que modifica el entorno y con él los hábitos y con ellos la salud del felino, las ramas del plátano de sombra o el ser humano, atenta contra su misma naturaleza, la misma esencia y definición de lo que es un león, un murciélago, una persona.
El «toque de queda», concepto ya de por sí de horrible sonoridad, constituye, de partida, un insulto a la inteligencia y dignidad humanas. La losa de intimidación, de coacción que se precipita, sí o sí, sobre el inconsciente de la víctima pensante no parece afectar en igual medida al sumiso cordero que acepta sin rechistar y hasta convencido: los argumentos artificiales de los expertos anónimos, un cañonazo de supersticiones vecinales y mitos hipocondríacos de sobremesa, todo ello rematado con la pertinente lobotomía mediática, terminan de capar el inconsciente de un cordero ya en apariencia catatónico y apático en cuanto a lo que debe o no hacer para... salvaguardar su... ¿integridad humana? «Están subiendo los casos», deja caer sin tregua ni excepción, ante la mínima llamada al orden y la decencia neuronales, y sigue viendo leones donde no los hay, entre rejas.
El indignado corre peor suerte. Su inconsciente rebusca sin cesar en la hemeroteca de todas las coyunturas y etapas de su vida la correspondencia lógica entre mandato y necesidad. No-se-ex-pli-ca por qué ha de permanecer en su cuchitril de tal a tal hora, aparentando lo que no-es, reprimiendo su derecho a pisar la calle a las tres, las cuatro o dos y quince de la mañana porque «hay un virus muy malo por ahí». (¡?). Le invade la indignación por la medida y le corroe el cabreo ante la pasividad y buen acogimiento de tal injusticia por parte de los que hasta hace bien poco, y aún hoy, no cesan de criticar al gobierno impulsor de tales maniobras, ¡al tiempo que obedecen y aplauden! El bloqueo neuronal asociado a tamaña ausencia de lógica y sentido y necesidad es enorme. Así, la condición misma de ser humano del individuo pensante parece fluctuar, y tanto él como el dócil, similares a un todavía-león y no-león de zoológico, neurótico y manso, respectivamente, pierden esa parte del todo que los define como humanos: la libertad de movimiento. Y es que la inhumanidad del toque de queda o de la jaula no perdona; yo lo llamo tortura, con todas las letras.
Al todavía-león de zoológico más nervioso, más «inadaptado», más «problemático» para la institución se le suele declarar enfermo, loco y finalmente peligroso, antes de tomar ciertas medidas. No obstante morirá león, probablemente solo, con un par o no en su sitio, pero consciente y, quiero pensar que, con una sonrisa a cámara.