El mito de la limpieza de sangre y el apellido eusquérico (I)
Será en un artículo de su periódico Bizkaitarra de 29 de junio de 1894, titulado “Atentado foral”, cuando aparecerá por primera vez en el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri, mencionada explícitamente la limpieza de sangre y relacionándola directamente con el tema de los apellidos: “Es creíble también que al Sr. Palacio lo mismo le dará llamarse así que Jauregui; pero el caso es que, llamándose como se llama, tendría que demostrar la limpieza de sangre y que no es descendiente de moros ni judíos, para establecerse en anteiglesia según Fuero” (recogido en las Obras Completas de Sabino Arana Goiri, 1980, p. 307).
Para Sabino Arana Goiri, la procedencia no eusquérica de los apellidos sería suficiente razón para tener que demostrar la limpieza de sangre de su portador. La asociación de apellidos y sangre aparecerá en muchos lugares de la obra de Sabino Arana Goiri: “los que deshonran su apellido y la sangre de sus venas, y se enlazan con el extranjero que vertió la de nuestros padres” (en Bizkaitarra, nº 25, p. 560 de las Obras Completas). En el reglamento de su primera asociación política, el Euskeldun Batzokija, se dedica el Capítulo V “De los Socios” a determinar la distinta cualidad de los mismos en función de sus apellidos (en Bizkaitarra, nº 10, pp. 281-282 de las Obras Completas). La extrema importancia que le otorga al tema de los apellidos explica que Arana elabore un diccionario de apellidos vascos, o que investigue, como ya sabemos, los apellidos de su novia Nicolasa, de los que llega a conocer los 126 primeros, todos eusquéricos, pero dudando precisamente del primero, Achicallende.
Lo cierto es que no se puede relacionar sin más apellido eusquérico con pertenencia al País Vasco, ni en la época de Sabino Arana ni mucho menos en la actual, como ya sabemos en esta serie de El balle del ziruelo. Basta para ello remitirnos a capítulos anteriores como los titulados El gran espejismo vasco o el más reciente La etnocracia vasca. Por lo que respecta a la época de Sabino Arana y las anteriores a ella, habría que explicar, en especial referido al caso vasco, cuándo y cómo surgió la costumbre de apellidar a los individuos, de qué manera se llevaba dicho procedimiento de identificación y, para el caso que nos ocupa, qué relación tenía ello con la limpieza de sangre.
La asociación entre apellido y natural del país aparece ya en Zaldivia y en su Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas, publicada en 1564, donde la limpieza de sangre aparece “como algo definido por el arraigo en una casa solar y patentizado en los apellidos que lo demuestran”. Y Juan Aranzadi en su obra El Escudo de Arquíloco (más concretamente en su tomo 1, pp. 238 y 240) anota al respecto lo que él denomina “caso flagrante de inversión «mitológica» de un proceso histórico”, ya que los apellidos que empezaron siendo patronímicos, en función de los progenitores, pasaron a ser toponímicos, en función del lugar de nacimiento “precisamente porque los apellidos se convierten en indicio de hidalguía y porque la hidalguía se fundamenta en la proveniencia de una Casa-Solar sita en tierra vasca”, teniendo siempre presente que los conceptos de hidalguía y de limpieza de sangre van íntimamente unidos.
Como nos dice Carmen Muñoz de Bustillo en “La invención histórica del concepto de hidalguía universal”, fue la obra Ad Pragmaticas de Toro & Tordesillas, escrita por Andrés de Poza entre 1588 y 1591, la que entró con toda preeminencia a formar parte del tronco teórico de la doctrina de la hidalguía universal de los vascos que llega hasta Sabino Arana (este estudio de la ya fallecida investigadora está en un libro dedicado a Andrés de Poza editado por la Universidad del País Vasco en 1997). Pero la relación entre ser natural vizcaíno y tener un apellido que alude en eusquera a un solar vasco originario hay que relativizarla en un contexto histórico bajomedieval donde, como explica el político maurista Luis de Salazar, en su libro Origen de 300 apellidos castellanos y vascongados (editado en Bilbao en 1916, en su p. 23): “solamente a mediados del siglo XIII es cuando todos los hijos desde su nacimiento llevan el apellido de sus padres. Sin embargo fueron muchos, aun entre los poseedores de solares, los que continuaron usando únicamente el patronímico por bastante tiempo. (…) De uso común ya el apellido en aquella fecha, y extendido a todos los hijos que procedían de un mismo padre, no es esto inconveniente para que sean muchos los que no lo siguen, pues algunos toman de su madre el apellido y otros fundan nuevos. Esta costumbre, que existe desde el origen mismo del apellido, ha sido cada vez menos usada, pues cada día es menor el número de personas que no continúan el apellido de su padre, pero hoy mismo no ha desaparecido por completo: hasta entrado el siglo XVIII se realizaba el cambio sin que para ello se exigiera requisito alguno, y era voluntario en todos los individuos.”
La falta de fijación de los apellidos hasta épocas recientes explica también el mismo procedimiento seguido para obtener los estatutos de limpieza de sangre que se necesitaban en la época de los Austrias para acceder a los cargos de la administración imperial. Este procedimiento se originó a partir de la Sentencia-Estatuto del cabildo de Toledo en 1449. El investigador colombiano Max Sebastián Hering Torres, en su trabajo “Limpieza de sangre en España. Un modelo de interpretación” (editado como capítulo de un libro colectivo titulado El peso de la sangre, México, 2011, las citas que siguen son de las pp. 31, 37 y 45) nos explica que dichos estatutos afectaron para el acceso a los espacios del poder pero no necesariamente al pináculo del mismo, representado por los Consejos de la monarquía, sino a “aquellos espacios en los cuales se concentraban las prebendas, privilegios, el control territorial, el adiestramiento religioso o el monopolio del saber y la salvación”. Pero lo que interesa en relación con la limpieza de sangre es que, en los procedimientos judiciales donde se dirimía, ni acusadores ni defensores tenían muy en cuenta los apellidos, porque todos asumían algo que era costumbre habitual de la época moderna en España, donde “los nombres y apellidos no tenían un carácter oficial, ni mucho menos eran definitivos; en función de las necesidades circunstanciales, cada persona podía tomar los que le parecieran convenientes”. Es por ello que, para construir el estatuto de limpieza de sangre, “la ascendencia del candidato era simplemente una construcción al amparo de los testigos; se construían versiones a favor o en contra del pretendiente en relación con sus nexos afectivos o económicos. Las categorías de «rumor» o «verdad», así como los conceptos de realidad y ficción se confunden y se intercambian arbitrariamente con base en la memoria y el olvido”.
Será en un artículo de su periódico Bizkaitarra de 29 de junio de 1894, titulado “Atentado foral”, cuando aparecerá por primera vez en el fundador del nacionalismo vasco, Sabino Arana Goiri, mencionada explícitamente la limpieza de sangre y relacionándola directamente con el tema de los apellidos: “Es creíble también que al Sr. Palacio lo mismo le dará llamarse así que Jauregui; pero el caso es que, llamándose como se llama, tendría que demostrar la limpieza de sangre y que no es descendiente de moros ni judíos, para establecerse en anteiglesia según Fuero” (recogido en las Obras Completas de Sabino Arana Goiri, 1980, p. 307).
Para Sabino Arana Goiri, la procedencia no eusquérica de los apellidos sería suficiente razón para tener que demostrar la limpieza de sangre de su portador. La asociación de apellidos y sangre aparecerá en muchos lugares de la obra de Sabino Arana Goiri: “los que deshonran su apellido y la sangre de sus venas, y se enlazan con el extranjero que vertió la de nuestros padres” (en Bizkaitarra, nº 25, p. 560 de las Obras Completas). En el reglamento de su primera asociación política, el Euskeldun Batzokija, se dedica el Capítulo V “De los Socios” a determinar la distinta cualidad de los mismos en función de sus apellidos (en Bizkaitarra, nº 10, pp. 281-282 de las Obras Completas). La extrema importancia que le otorga al tema de los apellidos explica que Arana elabore un diccionario de apellidos vascos, o que investigue, como ya sabemos, los apellidos de su novia Nicolasa, de los que llega a conocer los 126 primeros, todos eusquéricos, pero dudando precisamente del primero, Achicallende.
Lo cierto es que no se puede relacionar sin más apellido eusquérico con pertenencia al País Vasco, ni en la época de Sabino Arana ni mucho menos en la actual, como ya sabemos en esta serie de El balle del ziruelo. Basta para ello remitirnos a capítulos anteriores como los titulados El gran espejismo vasco o el más reciente La etnocracia vasca. Por lo que respecta a la época de Sabino Arana y las anteriores a ella, habría que explicar, en especial referido al caso vasco, cuándo y cómo surgió la costumbre de apellidar a los individuos, de qué manera se llevaba dicho procedimiento de identificación y, para el caso que nos ocupa, qué relación tenía ello con la limpieza de sangre.
La asociación entre apellido y natural del país aparece ya en Zaldivia y en su Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas, publicada en 1564, donde la limpieza de sangre aparece “como algo definido por el arraigo en una casa solar y patentizado en los apellidos que lo demuestran”. Y Juan Aranzadi en su obra El Escudo de Arquíloco (más concretamente en su tomo 1, pp. 238 y 240) anota al respecto lo que él denomina “caso flagrante de inversión «mitológica» de un proceso histórico”, ya que los apellidos que empezaron siendo patronímicos, en función de los progenitores, pasaron a ser toponímicos, en función del lugar de nacimiento “precisamente porque los apellidos se convierten en indicio de hidalguía y porque la hidalguía se fundamenta en la proveniencia de una Casa-Solar sita en tierra vasca”, teniendo siempre presente que los conceptos de hidalguía y de limpieza de sangre van íntimamente unidos.
Como nos dice Carmen Muñoz de Bustillo en “La invención histórica del concepto de hidalguía universal”, fue la obra Ad Pragmaticas de Toro & Tordesillas, escrita por Andrés de Poza entre 1588 y 1591, la que entró con toda preeminencia a formar parte del tronco teórico de la doctrina de la hidalguía universal de los vascos que llega hasta Sabino Arana (este estudio de la ya fallecida investigadora está en un libro dedicado a Andrés de Poza editado por la Universidad del País Vasco en 1997). Pero la relación entre ser natural vizcaíno y tener un apellido que alude en eusquera a un solar vasco originario hay que relativizarla en un contexto histórico bajomedieval donde, como explica el político maurista Luis de Salazar, en su libro Origen de 300 apellidos castellanos y vascongados (editado en Bilbao en 1916, en su p. 23): “solamente a mediados del siglo XIII es cuando todos los hijos desde su nacimiento llevan el apellido de sus padres. Sin embargo fueron muchos, aun entre los poseedores de solares, los que continuaron usando únicamente el patronímico por bastante tiempo. (…) De uso común ya el apellido en aquella fecha, y extendido a todos los hijos que procedían de un mismo padre, no es esto inconveniente para que sean muchos los que no lo siguen, pues algunos toman de su madre el apellido y otros fundan nuevos. Esta costumbre, que existe desde el origen mismo del apellido, ha sido cada vez menos usada, pues cada día es menor el número de personas que no continúan el apellido de su padre, pero hoy mismo no ha desaparecido por completo: hasta entrado el siglo XVIII se realizaba el cambio sin que para ello se exigiera requisito alguno, y era voluntario en todos los individuos.”
La falta de fijación de los apellidos hasta épocas recientes explica también el mismo procedimiento seguido para obtener los estatutos de limpieza de sangre que se necesitaban en la época de los Austrias para acceder a los cargos de la administración imperial. Este procedimiento se originó a partir de la Sentencia-Estatuto del cabildo de Toledo en 1449. El investigador colombiano Max Sebastián Hering Torres, en su trabajo “Limpieza de sangre en España. Un modelo de interpretación” (editado como capítulo de un libro colectivo titulado El peso de la sangre, México, 2011, las citas que siguen son de las pp. 31, 37 y 45) nos explica que dichos estatutos afectaron para el acceso a los espacios del poder pero no necesariamente al pináculo del mismo, representado por los Consejos de la monarquía, sino a “aquellos espacios en los cuales se concentraban las prebendas, privilegios, el control territorial, el adiestramiento religioso o el monopolio del saber y la salvación”. Pero lo que interesa en relación con la limpieza de sangre es que, en los procedimientos judiciales donde se dirimía, ni acusadores ni defensores tenían muy en cuenta los apellidos, porque todos asumían algo que era costumbre habitual de la época moderna en España, donde “los nombres y apellidos no tenían un carácter oficial, ni mucho menos eran definitivos; en función de las necesidades circunstanciales, cada persona podía tomar los que le parecieran convenientes”. Es por ello que, para construir el estatuto de limpieza de sangre, “la ascendencia del candidato era simplemente una construcción al amparo de los testigos; se construían versiones a favor o en contra del pretendiente en relación con sus nexos afectivos o económicos. Las categorías de «rumor» o «verdad», así como los conceptos de realidad y ficción se confunden y se intercambian arbitrariamente con base en la memoria y el olvido”.











