Antonio Diéguez: “El transhumanismo actúa cada vez más como un sustituto de la religión”
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“Creo que la definición más sucinta y expresiva del transhumanismo es decir que es la creencia de que el ser humano está en un soporte inadecuado (su cuerpo biológico) y debe remediar esto cuanto antes por medio de la tecnología, primero mejorando su cuerpo mediante medicamentos o, más adelante, mediante ingeniería genética, pero en la fase final (que no todos los transhumanistas aceptarían) el objetivo sería prescindir por completo del cuerpo biológico volcando nuestra mente en una máquina”. Así lo explica Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga (UMA), y autor de uno de los más recientes libros sobre este tema Transhumanismo. Editorial Herder, 2019). Y añade: “un transhumano sería un ser humano mejorado tecnológicamente, un ser en transición hacia algo nuevo, hacia un humano potenciado o hacia una especie nueva heredera de la nuestra; alguien, en suma, que ha decidido tomar las riendas de sus transformaciones hasta hacer de su cuerpo y de su mente una creación propia. Podríamos decir que un transhumano es una persona que aplica sobre sí misma las posibilidades abiertas por la tecnología, llevando a sus últimas consecuencias la voluntad autocreadora del ser humano, de la que ya hablaba Ortega”.
¿El transhumanismo es un movimiento, una corriente científica, una filosofía, una tecnología, una ideología...?
Tiene algo de todo eso. Es un movimiento muy plural, sabe acoger la diversidad de nuestro tiempo, e incluso la celebra. Se adapta con facilidad a su difusión a través de las tecnologías de la comunicación y la información, por eso aparece frecuentemente como una ideología justificadora de la expansión de la llamada ‘cuarta revolución’. Como filosofía, sin embargo, deja mucho que desear, puesto que encierra presupuestos que han sido puestos en cuestión seriamente a lo largo de la historia de la filosofía, como su concepción dualista de la relación mente/cuerpo. Y su base científica también es muy irregular. Hay avances científicos que avalan algunas de sus promesas, pero la mayoría son pura especulación, contraria en ocasiones a la opinión mayoritaria de los científicos. Está, por otra parte, ejerciendo una fuerte influencia ideológica en la justificación de ciertas políticas tecnológicas y científicas. Una influencia que se hace especialmente evidente en el modo en que concibe la medicina, como algo que debe ponerse al servicio del mejoramiento de los individuos, y en el modo en que apoya sin ambages el acceso desigual a los beneficios de las nuevas tecnologías en función del nivel económico. No conviene olvidar tampoco, porque cada vez se hace más notable, el modo en que actúa en algunos sectores como un sustituto de la religión.
¿Qué le impulsó a dedicar un libro exclusivamente al estudio del transhumanismo?
Precisamente poner en claro, para un público de habla hispana, todas estas cuestiones. Me pareció que el transhumanismo empezaba ya a cobrar un creciente interés en nuestro ámbito cultural y que venía acompañado de muchas confusiones y de un aval intelectual y científico que no siempre merecía. Me pareció que sería una buena tarea la de intentar separar el grano de la paja en estos asuntos a veces tan técnicos y complejos.
¿Qué tecnologías están detrás del transhumanismo?; ¿Es el CRISPR-Cas9 (técnica extremadamente precisa de edición genética) la principal de ellas?
Fundamentalmente las tecnologías ligadas a la inteligencia artificial y a la robótica, por un lado, y las biotecnologías, por otro. Y qué duda cabe que dentro de las biotecnologías la nueva técnica de edición genética CRISPR-Cas9 cumple un papel fundamental en la imaginería transhumanista, puesto que, al mejorar enormemente la eficiencia y precisión de técnicas de edición anteriores, muchos transhumanistas ven en ella o en alguna de sus sucesoras la herramienta propicia para empezar a mejorar genéticamente al ser humano, modificando incluso la línea germinal, y, por tanto, afectando a las generaciones futuras.
¿Cómo surge el transhumanismo?, ¿Quiénes son sus principales prescriptores, individuales o colectivos?
Como siempre, pueden encontrarse algunos antecedentes. La idea del mejoramiento humano por medio de la tecnología la encontramos en clásicos como Francis Bacon, Condorcet o en el padre del cosmismo ruso, Nikolái Fiódorov. Al parecer, el primero en utilizar el término a mediados del siglo pasado fue el biólogo Julian Huxley. No obstante, el movimiento comienza a cobrar auge en los años 90. Por esas fechas comenzaron a publicarse artículos y manifiestos en defensa de estas ideas, fundamentalmente por parte de filósofos (como Max More) y de ingenieros (como Hans Moravec). Desde el punto de vista filosófico, una obra muy influyente, aunque no emplea nunca el término ‘transhumanismo’, fue el librito de Peter Sloterdijk Normas para el parque humano, que se publicó en 1999, y en un sentido muy diferente, el artículo de Donna Haraway “Manifiesto cíborg”, que se publicó en 1985, y ha generado una corriente conocida como posthumanismo cultural que es muy crítica con las ensoñaciones del transhumanismo tecnocientífico. Ahora bien, como movimiento cultural más amplio, quizás los hitos más significativos que marcan sus inicios fueron la publicación del “Manifiesto transhumanista” en 1983, promovido por Natasha Vita-More, y la fundación de la revista Extropy Magazine en 1990. En 1998 se creó la Asociación Transhumanista Mundial, fundada por los filósofos Nick Bostrom y David Pearce, aunque en 2008 cambió su nombre al más directo e impactante de Humanity+. En estos momentos es la organización transhumanista más influyente. No puede olvidarse, sin embargo, que quien más ha hecho por difundir estas ideas entre un público amplio ha sido el historiador israelí Yuval Noah Harari en sus dos superventas: Sapiens y Homo Deus. También ha sido un defensor muy influyente del transhumanismo el ingeniero de Google Ray Kurzweil, autor del libro La singularidad está cerca, una auténtica biblia para muchos transhumanistas. Pero a estas alturas cabría citar muchos nombres más. El asunto crece casi exponencialmente.
¿El transhumanismo implica una aniquilación previa de los valores, las raíces, las formas, los orígenes de los seres humanos? ¿El “posthumano”, se rodeará de una nueva ética, de nuevas ideologías, de nuevas creencias... de nuevas religiones?
Depende de qué transhumanismo estemos hablando. Hay transhumanistas muy moderados que lo único que defienden es el derecho futuro de los seres humanos a utilizar la tecnología para mejorar de forma moderada el cuerpo o la mente. Este transhumanismo no significa un auténtico desafío ético ni pretende acabar con todo lo que nos hace humanos. Más bien podríamos considerarlo como una prolongación del humanismo tradicional. Cosa distinta sería el transhumanismo extremo, también conocido como posthumanismo, que busca sustituir nuestra especie por una nueva especie mejor que la nuestra.
La ideología de género, con sus identidades líquidas y la explosión de las identidades sexuales... ¿son una forma de prototranshumanismo?
Digamos que el posthumanismo cultural, al contrario que el tecnocientífico, es decir, el promovido por autoras como Haraway o Braidotti, tiene una de sus bazas principales en la ideología de género. Consideran que el posthumanismo ofrece una oportunidad para acabar con las viejas dicotomías instauradas por el humanismo clásico, y entre ellas muy especialmente las dicotomías de género.
¿En qué nos puede mejorar el transhumanismo?; ¿En qué nos amenaza?
El transhumanismo como tal no puede mejorarnos en casi nada, lo que puede mejorarnos es la ciencia y la tecnología, y si acaso una visión más compleja y mejor articulada de lo que es el ser humano y de los valores que realmente sustentan nuestra sociedad. En todo caso, lo más positivo del transhumanismo es que ha propiciado que se retome ese debate con una fuerza impensable hace unos años, cuando se creía que ya no eran posibles nuevos relatos legitimadores o emancipadores. En cuanto a su mayor amenaza, en mi opinión, no está en los futuros distópicos que preconiza, demasiados lejanos la mayoría de ellos, sino en el papel ideológico que ejerce en estos momentos y que ya he mencionado antes.
¿Es posible, y hasta qué punto es peligroso, que determinados grupos (hackers, organizaciones terroristas, determinados gobiernos) se dediquen a manipular genes en las líneas germinales a través de técnicas relativamente accesibles como el CRISPR-Cas9?
Posible y peligroso ya lo creo que lo es. De ahí que un nutrido grupo de científicos especialistas en estos temas hayan pedido una moratoria en la investigación. No sé si una moratoria es posible o siquiera si es la mejor solución, pero lo que está claro es que debe desarrollarse una normativa internacional al respecto y deben efectuarse controles estrictos acerca de quiénes están utilizando estas técnicas y con qué propósitos, aunque está bien claro que un control total será imposible, y ese es un riesgo con el que tendremos que bregar en las próximas décadas.
¿El transhumanismo es la mutación final de un movimiento “progresista” universal que busca, como señala el sociólogo franco-canadiense Mathieu Bock-Côté, “alejarnos de la antigua civilización occidental y obligarnos a una utopía diversitaria que habrá de dar luz a un nuevo ser humano, sin raíces ni sexo, sin naturaleza ni cultura, sin padres o hijos, y perfectamente maleable de acuerdo con los métodos de la ingeniería de la identidad”?
Bueno, podría ser una buena descripción del transhumanismo más radical, pero yo no diría que algo así es “un movimiento progresista”. No me parece que haya mucho de progresista en querer acabar con el ser humano como especie. Dentro del transhumanismo encontramos diversas orientaciones políticas, pero yo no diría que las mayoritarias sean las progresistas en el sentido político del término. Muchos defienden el progreso a ultranza y sin control de la ciencia y la tecnología, pero para ser genuinamente progresista habría que realizar una valoración de lo que ese “progreso” realmente puede ofrecer y quiénes van a ser sus principales beneficiarios. Sin esa reflexión previa, no es posible hablar de progresismo en algún sentido no desprestigiado del término.
En este sentido, el transhumanismo, ¿puede constituirse como un nuevo totalitarismo que trate de acabar y poner fin a todo lo que nos diferencia como seres humanos individuales, independientes y dotados de libre albedrío?
Es una posibilidad, pero muy remota. Sería tanto como conceder que las peores distopías imaginadas por el transhumanismo se van a cumplir, y eso es muy dudoso. Si hay en la actualidad un riesgo global para las democracias es el desafío que representa el cambio climático y los movimientos masivos de población que producirá, por no mencionar la crisis económica que llevará aparejado si no se toman medidas adecuadas. Eso me quita mucho más el sueño que una supuesta dictadura de robots superinteligentes.
¿Por qué Francis Fukuyama considera que el transhumanismo es “la idea más peligrosa del mundo” ?; El mundo posthumano... ¿será demasiado parecido al “mundo feliz” de Aldous Huxley?
Fukuyama, como la mayoría de los pensadores conservadores, defiende la existencia de una naturaleza humana, siempre difícil de concretar, por eso la llama ‘factor X’ que constituye la base de lo que somos como personas, incluyendo nuestra moralidad y nuestra sociabilidad. Por eso considera que la pretensión transhumanista de modificar radicalmente esa naturaleza humana, o incluso acabar con ella, es el equivalente a socavar la posibilidad misma de una vida en sociedad y del comportamiento moral, y por tanto a poner en peligro nuestra especie. No muy lejos de esta posición, por cierto, está la de Jürgen Habermas, aunque este elabore su discurso desde posiciones de izquierda.
Fuente de la entrevista: Revista Naves en Llamas Nº 10
“Creo que la definición más sucinta y expresiva del transhumanismo es decir que es la creencia de que el ser humano está en un soporte inadecuado (su cuerpo biológico) y debe remediar esto cuanto antes por medio de la tecnología, primero mejorando su cuerpo mediante medicamentos o, más adelante, mediante ingeniería genética, pero en la fase final (que no todos los transhumanistas aceptarían) el objetivo sería prescindir por completo del cuerpo biológico volcando nuestra mente en una máquina”. Así lo explica Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga (UMA), y autor de uno de los más recientes libros sobre este tema Transhumanismo. Editorial Herder, 2019). Y añade: “un transhumano sería un ser humano mejorado tecnológicamente, un ser en transición hacia algo nuevo, hacia un humano potenciado o hacia una especie nueva heredera de la nuestra; alguien, en suma, que ha decidido tomar las riendas de sus transformaciones hasta hacer de su cuerpo y de su mente una creación propia. Podríamos decir que un transhumano es una persona que aplica sobre sí misma las posibilidades abiertas por la tecnología, llevando a sus últimas consecuencias la voluntad autocreadora del ser humano, de la que ya hablaba Ortega”.
¿El transhumanismo es un movimiento, una corriente científica, una filosofía, una tecnología, una ideología...?
Tiene algo de todo eso. Es un movimiento muy plural, sabe acoger la diversidad de nuestro tiempo, e incluso la celebra. Se adapta con facilidad a su difusión a través de las tecnologías de la comunicación y la información, por eso aparece frecuentemente como una ideología justificadora de la expansión de la llamada ‘cuarta revolución’. Como filosofía, sin embargo, deja mucho que desear, puesto que encierra presupuestos que han sido puestos en cuestión seriamente a lo largo de la historia de la filosofía, como su concepción dualista de la relación mente/cuerpo. Y su base científica también es muy irregular. Hay avances científicos que avalan algunas de sus promesas, pero la mayoría son pura especulación, contraria en ocasiones a la opinión mayoritaria de los científicos. Está, por otra parte, ejerciendo una fuerte influencia ideológica en la justificación de ciertas políticas tecnológicas y científicas. Una influencia que se hace especialmente evidente en el modo en que concibe la medicina, como algo que debe ponerse al servicio del mejoramiento de los individuos, y en el modo en que apoya sin ambages el acceso desigual a los beneficios de las nuevas tecnologías en función del nivel económico. No conviene olvidar tampoco, porque cada vez se hace más notable, el modo en que actúa en algunos sectores como un sustituto de la religión.
¿Qué le impulsó a dedicar un libro exclusivamente al estudio del transhumanismo?
Precisamente poner en claro, para un público de habla hispana, todas estas cuestiones. Me pareció que el transhumanismo empezaba ya a cobrar un creciente interés en nuestro ámbito cultural y que venía acompañado de muchas confusiones y de un aval intelectual y científico que no siempre merecía. Me pareció que sería una buena tarea la de intentar separar el grano de la paja en estos asuntos a veces tan técnicos y complejos.
¿Qué tecnologías están detrás del transhumanismo?; ¿Es el CRISPR-Cas9 (técnica extremadamente precisa de edición genética) la principal de ellas?
Fundamentalmente las tecnologías ligadas a la inteligencia artificial y a la robótica, por un lado, y las biotecnologías, por otro. Y qué duda cabe que dentro de las biotecnologías la nueva técnica de edición genética CRISPR-Cas9 cumple un papel fundamental en la imaginería transhumanista, puesto que, al mejorar enormemente la eficiencia y precisión de técnicas de edición anteriores, muchos transhumanistas ven en ella o en alguna de sus sucesoras la herramienta propicia para empezar a mejorar genéticamente al ser humano, modificando incluso la línea germinal, y, por tanto, afectando a las generaciones futuras.
¿Cómo surge el transhumanismo?, ¿Quiénes son sus principales prescriptores, individuales o colectivos?
Como siempre, pueden encontrarse algunos antecedentes. La idea del mejoramiento humano por medio de la tecnología la encontramos en clásicos como Francis Bacon, Condorcet o en el padre del cosmismo ruso, Nikolái Fiódorov. Al parecer, el primero en utilizar el término a mediados del siglo pasado fue el biólogo Julian Huxley. No obstante, el movimiento comienza a cobrar auge en los años 90. Por esas fechas comenzaron a publicarse artículos y manifiestos en defensa de estas ideas, fundamentalmente por parte de filósofos (como Max More) y de ingenieros (como Hans Moravec). Desde el punto de vista filosófico, una obra muy influyente, aunque no emplea nunca el término ‘transhumanismo’, fue el librito de Peter Sloterdijk Normas para el parque humano, que se publicó en 1999, y en un sentido muy diferente, el artículo de Donna Haraway “Manifiesto cíborg”, que se publicó en 1985, y ha generado una corriente conocida como posthumanismo cultural que es muy crítica con las ensoñaciones del transhumanismo tecnocientífico. Ahora bien, como movimiento cultural más amplio, quizás los hitos más significativos que marcan sus inicios fueron la publicación del “Manifiesto transhumanista” en 1983, promovido por Natasha Vita-More, y la fundación de la revista Extropy Magazine en 1990. En 1998 se creó la Asociación Transhumanista Mundial, fundada por los filósofos Nick Bostrom y David Pearce, aunque en 2008 cambió su nombre al más directo e impactante de Humanity+. En estos momentos es la organización transhumanista más influyente. No puede olvidarse, sin embargo, que quien más ha hecho por difundir estas ideas entre un público amplio ha sido el historiador israelí Yuval Noah Harari en sus dos superventas: Sapiens y Homo Deus. También ha sido un defensor muy influyente del transhumanismo el ingeniero de Google Ray Kurzweil, autor del libro La singularidad está cerca, una auténtica biblia para muchos transhumanistas. Pero a estas alturas cabría citar muchos nombres más. El asunto crece casi exponencialmente.
¿El transhumanismo implica una aniquilación previa de los valores, las raíces, las formas, los orígenes de los seres humanos? ¿El “posthumano”, se rodeará de una nueva ética, de nuevas ideologías, de nuevas creencias... de nuevas religiones?
Depende de qué transhumanismo estemos hablando. Hay transhumanistas muy moderados que lo único que defienden es el derecho futuro de los seres humanos a utilizar la tecnología para mejorar de forma moderada el cuerpo o la mente. Este transhumanismo no significa un auténtico desafío ético ni pretende acabar con todo lo que nos hace humanos. Más bien podríamos considerarlo como una prolongación del humanismo tradicional. Cosa distinta sería el transhumanismo extremo, también conocido como posthumanismo, que busca sustituir nuestra especie por una nueva especie mejor que la nuestra.
La ideología de género, con sus identidades líquidas y la explosión de las identidades sexuales... ¿son una forma de prototranshumanismo?
Digamos que el posthumanismo cultural, al contrario que el tecnocientífico, es decir, el promovido por autoras como Haraway o Braidotti, tiene una de sus bazas principales en la ideología de género. Consideran que el posthumanismo ofrece una oportunidad para acabar con las viejas dicotomías instauradas por el humanismo clásico, y entre ellas muy especialmente las dicotomías de género.
¿En qué nos puede mejorar el transhumanismo?; ¿En qué nos amenaza?
El transhumanismo como tal no puede mejorarnos en casi nada, lo que puede mejorarnos es la ciencia y la tecnología, y si acaso una visión más compleja y mejor articulada de lo que es el ser humano y de los valores que realmente sustentan nuestra sociedad. En todo caso, lo más positivo del transhumanismo es que ha propiciado que se retome ese debate con una fuerza impensable hace unos años, cuando se creía que ya no eran posibles nuevos relatos legitimadores o emancipadores. En cuanto a su mayor amenaza, en mi opinión, no está en los futuros distópicos que preconiza, demasiados lejanos la mayoría de ellos, sino en el papel ideológico que ejerce en estos momentos y que ya he mencionado antes.
¿Es posible, y hasta qué punto es peligroso, que determinados grupos (hackers, organizaciones terroristas, determinados gobiernos) se dediquen a manipular genes en las líneas germinales a través de técnicas relativamente accesibles como el CRISPR-Cas9?
Posible y peligroso ya lo creo que lo es. De ahí que un nutrido grupo de científicos especialistas en estos temas hayan pedido una moratoria en la investigación. No sé si una moratoria es posible o siquiera si es la mejor solución, pero lo que está claro es que debe desarrollarse una normativa internacional al respecto y deben efectuarse controles estrictos acerca de quiénes están utilizando estas técnicas y con qué propósitos, aunque está bien claro que un control total será imposible, y ese es un riesgo con el que tendremos que bregar en las próximas décadas.
¿El transhumanismo es la mutación final de un movimiento “progresista” universal que busca, como señala el sociólogo franco-canadiense Mathieu Bock-Côté, “alejarnos de la antigua civilización occidental y obligarnos a una utopía diversitaria que habrá de dar luz a un nuevo ser humano, sin raíces ni sexo, sin naturaleza ni cultura, sin padres o hijos, y perfectamente maleable de acuerdo con los métodos de la ingeniería de la identidad”?
Bueno, podría ser una buena descripción del transhumanismo más radical, pero yo no diría que algo así es “un movimiento progresista”. No me parece que haya mucho de progresista en querer acabar con el ser humano como especie. Dentro del transhumanismo encontramos diversas orientaciones políticas, pero yo no diría que las mayoritarias sean las progresistas en el sentido político del término. Muchos defienden el progreso a ultranza y sin control de la ciencia y la tecnología, pero para ser genuinamente progresista habría que realizar una valoración de lo que ese “progreso” realmente puede ofrecer y quiénes van a ser sus principales beneficiarios. Sin esa reflexión previa, no es posible hablar de progresismo en algún sentido no desprestigiado del término.
En este sentido, el transhumanismo, ¿puede constituirse como un nuevo totalitarismo que trate de acabar y poner fin a todo lo que nos diferencia como seres humanos individuales, independientes y dotados de libre albedrío?
Es una posibilidad, pero muy remota. Sería tanto como conceder que las peores distopías imaginadas por el transhumanismo se van a cumplir, y eso es muy dudoso. Si hay en la actualidad un riesgo global para las democracias es el desafío que representa el cambio climático y los movimientos masivos de población que producirá, por no mencionar la crisis económica que llevará aparejado si no se toman medidas adecuadas. Eso me quita mucho más el sueño que una supuesta dictadura de robots superinteligentes.
¿Por qué Francis Fukuyama considera que el transhumanismo es “la idea más peligrosa del mundo” ?; El mundo posthumano... ¿será demasiado parecido al “mundo feliz” de Aldous Huxley?
Fukuyama, como la mayoría de los pensadores conservadores, defiende la existencia de una naturaleza humana, siempre difícil de concretar, por eso la llama ‘factor X’ que constituye la base de lo que somos como personas, incluyendo nuestra moralidad y nuestra sociabilidad. Por eso considera que la pretensión transhumanista de modificar radicalmente esa naturaleza humana, o incluso acabar con ella, es el equivalente a socavar la posibilidad misma de una vida en sociedad y del comportamiento moral, y por tanto a poner en peligro nuestra especie. No muy lejos de esta posición, por cierto, está la de Jürgen Habermas, aunque este elabore su discurso desde posiciones de izquierda.
Fuente de la entrevista: Revista Naves en Llamas Nº 10