Nueva Derecha: una terminología ambigua
Adelanto editorial del libro La Nueva Derecha: Por una crítica positiva de Robert Steuckers y publicado por Letras Inquietas
Antes de entrar en el meollo de la cuestión, recordemos que el término “Nueva Derecha” es demasiado ambiguo: la “Nueva Derecha” de los países anglosajones es una curiosa mezcla de viejo conservadurismo, neopuritanismo religioso y neoliberalismo ofensivo (coincidente con la época de la llegada al poder de Ronald Reagan); la Neue Rechte alemana tiene un pasado decididamente nacional–revolucionario; la “Nueva Derecha” francesa es llevada esencialmente por una asociación de combate metapolítico, el GRECE.
Nuestras críticas no se dirigen a la “nueva derecha” anglosajona, cuyos postulados no compartimos y que se despliega en ámbitos políticos que no son los nuestros, ni, a fortiori, a la Neue Rechte alemana, a la que nos sentimos muy cercanos, sino al GRECE (cuyos logros positivos no negamos) y a su gurú, que siempre ha rechazado toda dirección colegiada, y ha desarrollado un culto pueril a su propia personalidad y se ha rodeado de maniáticos devotos e incultos, cuya procesión habría inspirado a El Bosco y hecho la fortuna del doctor Sigmund Freud. De ser un club político–cultural ofensivo y rupturista, el GRECE se ha transformado en una estrecha secta de amigos más o menos excéntricos, dirigidos por un “canciller”, una especie de gagman sesentón, un bocazas siempre ocupado en montar sketches de dudoso gusto, que no tienen nada de elitista, filosófico o metapolítico. Un triste epílogo...
Sin embargo, el asunto del GRECE no empezó como una broma, a menos que uno se refiera a Roland Gaucher. El GRECE fue una sana reacción contra la toma de conciencia de la izquierda vulgar en los años 70. Esta reacción, esta voluntad, permitió sacar de la represión toda una panoplia de temas históricos u orgánicos, introducir en el debate los temas biologizantes o los descubrimientos de una psicología diferencialista abordada en Estados Unidos o en Inglaterra (Ardrey, Koestler, Eysenck, etc.). La explotación de la obra de Konrad Lorenz e Irenäus Eibl–Eibesfeldt explica el éxito del GRECE, y también explica por qué nos sentimos inevitablemente atraídos por él.
Los números de Eléments o Nouvelle école de 1975 a 1986 siguen siendo fuentes de referencia imprescindibles. A pesar de las inevitables lagunas, debidas a la debilidad de los medios y del personal, el corpus fue tomando forma, lanzando debates y fertilizando las mentes. Algunos opositores a la “Nueva Derecha” reconocieron la importancia de sus aportaciones (Raymond Aron, por ejemplo).
En los años dorados neoderechistas, se formaron decenas de cuadros, que luego, discretamente, se insertaron en diversos niveles de la vida política o cultural de Francia. Ocultos a la vista, estos hombres y mujeres siguen haciendo un buen trabajo, en las redes asociativas, en los grupos de investigación, en el mundo editorial... Sin embargo, estos han abandonado la “Nueva Derecha”, devenida en secta: ya no influyen en los jóvenes que buscan un camino y ya no utilizan ese lenguaje codificado, identificable y estereotipado, que revela una vulgata más que un método.
(*) Este artículo es un adelanto editorial del libro La Nueva Derecha: Por una crítica positiva de Robert Steuckers y publicado por Letras Inquietas
Adelanto editorial del libro La Nueva Derecha: Por una crítica positiva de Robert Steuckers y publicado por Letras Inquietas
Antes de entrar en el meollo de la cuestión, recordemos que el término “Nueva Derecha” es demasiado ambiguo: la “Nueva Derecha” de los países anglosajones es una curiosa mezcla de viejo conservadurismo, neopuritanismo religioso y neoliberalismo ofensivo (coincidente con la época de la llegada al poder de Ronald Reagan); la Neue Rechte alemana tiene un pasado decididamente nacional–revolucionario; la “Nueva Derecha” francesa es llevada esencialmente por una asociación de combate metapolítico, el GRECE.
Nuestras críticas no se dirigen a la “nueva derecha” anglosajona, cuyos postulados no compartimos y que se despliega en ámbitos políticos que no son los nuestros, ni, a fortiori, a la Neue Rechte alemana, a la que nos sentimos muy cercanos, sino al GRECE (cuyos logros positivos no negamos) y a su gurú, que siempre ha rechazado toda dirección colegiada, y ha desarrollado un culto pueril a su propia personalidad y se ha rodeado de maniáticos devotos e incultos, cuya procesión habría inspirado a El Bosco y hecho la fortuna del doctor Sigmund Freud. De ser un club político–cultural ofensivo y rupturista, el GRECE se ha transformado en una estrecha secta de amigos más o menos excéntricos, dirigidos por un “canciller”, una especie de gagman sesentón, un bocazas siempre ocupado en montar sketches de dudoso gusto, que no tienen nada de elitista, filosófico o metapolítico. Un triste epílogo...
Sin embargo, el asunto del GRECE no empezó como una broma, a menos que uno se refiera a Roland Gaucher. El GRECE fue una sana reacción contra la toma de conciencia de la izquierda vulgar en los años 70. Esta reacción, esta voluntad, permitió sacar de la represión toda una panoplia de temas históricos u orgánicos, introducir en el debate los temas biologizantes o los descubrimientos de una psicología diferencialista abordada en Estados Unidos o en Inglaterra (Ardrey, Koestler, Eysenck, etc.). La explotación de la obra de Konrad Lorenz e Irenäus Eibl–Eibesfeldt explica el éxito del GRECE, y también explica por qué nos sentimos inevitablemente atraídos por él.
Los números de Eléments o Nouvelle école de 1975 a 1986 siguen siendo fuentes de referencia imprescindibles. A pesar de las inevitables lagunas, debidas a la debilidad de los medios y del personal, el corpus fue tomando forma, lanzando debates y fertilizando las mentes. Algunos opositores a la “Nueva Derecha” reconocieron la importancia de sus aportaciones (Raymond Aron, por ejemplo).
En los años dorados neoderechistas, se formaron decenas de cuadros, que luego, discretamente, se insertaron en diversos niveles de la vida política o cultural de Francia. Ocultos a la vista, estos hombres y mujeres siguen haciendo un buen trabajo, en las redes asociativas, en los grupos de investigación, en el mundo editorial... Sin embargo, estos han abandonado la “Nueva Derecha”, devenida en secta: ya no influyen en los jóvenes que buscan un camino y ya no utilizan ese lenguaje codificado, identificable y estereotipado, que revela una vulgata más que un método.
(*) Este artículo es un adelanto editorial del libro La Nueva Derecha: Por una crítica positiva de Robert Steuckers y publicado por Letras Inquietas