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Lunes, 12 de Septiembre de 2022 Tiempo de lectura:

El imperialismo omnímodo de la anglobalización

[Img #22831]Un adelanto editorial del nuevo libro de Diego Fusaro: Katechón: Rusia como freno del imperialismo estadounidense publicado por Letras Inquietas

 

Variando la conocida fórmula de Lenin, el globalismo es la etapa suprema del capitalismo. Es, en otras palabras, la etapa en la que se completa la lógica dialéctica del desarrollo del capital y éste se convierte en absoluto, se “realiza” porque se “libera” y, literalmente, se libera de las fronteras que todavía limitaban su capacidad de invasión. En su lógica esencial, la globalización coincide con el hecho de que el capital haya realizado sus promesas y premisas, haciéndose plenamente fiel a su propio concepto.

 

Como se muestra ampliamente en Minima mercatalia, el capitalismo alcanza su fase absoluta sólo cuando llega a su nivel “especulativo”, es decir, cuando se ve reflejado en cada célula de lo material e inmaterial: en el nivel simbólico, cuando lo imaginario es colonizado por esa forma que, como la de Kant, creo que ahora debe acompañar a toda representación; en el nivel real, cuando el mundo entero se subsume bajo el capital y nada permanece externo. El de la globalización es, por tanto, un imperialismo sui generis: un imperialismo omnicomprensivo, que debe anexionar todo a su espacio alienado mediante la inclusión neutralizadora.

 

Para que esto ocurra en el nivel de lo que Wallerstein ha llamado capitalismo histórico (para distinguirlo de su visión idealizada), es necesario derribar toda frontera residual real y simbólica que frene la expansión ilimitada de la forma mercancía: tanto los estados–nación como espacios residuales circunscritos que no están enteramente saturados por el fanatismo económico, como la oposición biunívoca entre burguesía y proletariado como clases que no están enteramente colonizadas por la forma mercancía, representan en ambos casos, consecuentemente, obstáculos que el turbo–capital debe barrer en su avance.

 

En lugar de los Estados–nación soberanos, el turbo–capital (que debe distinguirse del antiguo capitalismo burgués) va a establecer el espacio abierto del mercado único desregulado y sin fronteras, la zona de libre comercio del plano liso planetario apto para la circulación omnidireccional de mercancías, personas mercantilizadas y flujos financieros. En esto radica una de las características más destacadas del cambio global del nuevo equilibrio de poder, todo ello en beneficio de la parte dominante: en palabras de Hobsbawm, “el mundo llega a presentarse como una sola unidad de actividades interconectadas, sin obstáculos por las fronteras locales”.

 

Esto nos permite afirmar que, en su dinámica fundamental, la globalización conlleva la americanización del mundo, según un doble sentido. En primer lugar, la planetarización del capital coincide con la generalización del perfil del capitalismo absoluto de tipo americano (American way of life), desprovisto de derechos sociales y con la completa mercantilización de lo real y lo simbólico, con la completa corporativización de los servicios públicos y con la universalización del homo indebitatus, el consumidor apátrida y desarraigado.

 

En segundo lugar, el Leviatán talasocrático del dólar figura como el brazo armado del globalismo económico: es el “país guardián de la ortodoxia neoliberal”, la fuerza que actúa como garante de la colonización de todo el planeta por la lógica del libre mercado, interviniendo activamente en toda zona del globo que no caiga inmediatamente bajo la expansión cosmopolita del capital. En este sentido, el globalismo es, por su esencia, un americanismo.

 

Diego Fusaro: Katechon: Rusia como freno del imperialismo estadounidense. Letras Inquietas (Septiembre de 2022)

 

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