Cuando las máquinas trabajan para las máquinas
Un robot extremadamente digitalizado, cualificado, inteligente y de ecotóxica producción y propulsión manipula y manufactura, junto a cientos y millares similares a él (o ella), cientos de miles y millones de componentes destinados (o no) a la fabricación de robots extremadamente digitalizados, cualificados, etc. O bien otro excava la mina a cielo abierto donde «antiguamente» se partían el cráneo miles de garimpeiros o niños o mulas, para socavar más si cabe las vetas de minerales con objeto, en principio, de moverlos (informatizadamente) a las distintas ubicaciones donde aquellos miles de robots los procesarán, desecho tóxico mediante, con el fin de obtener material básico en la fabricación de sofisticados, ecotóxicos paneles solares, inenarrablemente bien diseñados por excelentísimos ingenieros, que darán marcha a los robots fabricantes de robots y otras chucherías digitales como pantallas, no-teléfonos y… poco más, al margen, ni qué decir tiene, de cámaras de vigilancia con la misión de controlar posibles hurtos de caros no-teléfonos en grandes superficies y de pantallas inteligentes en domicilios privados, respectivamente. Uf.
Así, el fin primero y último, por muchas vueltas que se le dé, consiste en producir sin descanso, con extremada e innovadora «eficiencia energética» miles, millones de máquinas que salvaguardan la integridad de, o forman parte de aquellas de las que se retroalimentan, etc. Y en medio de este neurotóxico escenario hallamos al homo (o la femme) Sapiens, muy encorbatado/a, con su ego a flor de piel, muy orgulloso/a de subrayar sus «avances», sus «progresos», como el dignificante hecho de nombrar a la femme (formalmente «mulier») y arrastrar las obligadas, «inclusivas» terminaciones «o/a» cuando oferta sus novísimas innovaciones, más si cabe, en «ciencia», «tecnología», «robótica» y otros términos por el estilo que el homo (o la femme) Sapiens repite sin saber lo que está diciendo. Se limita a desarrollar un guión elaborado en los estudios virtualográficos del Gran Lobby, otro medio robot, entidad sin rostro, ni domicilio, ni DNI, propietario de sus criaturas los robots (y las robotas), de la comida, el agua y el ocio que el homo (o la femme) Sapiens consume con la satisfacción y la tranquilidad que le proporciona un sueldo fijo, una ayuda, una limosna.
El coche inteligente, Alexa (la muy), el no-teléfono-cencerro colgado al cuello veinticuatro horas, el entrometido cepillo de dientes-despertador-supositorio digital, un surtido de pantallas de mutantes, inquietantes proporciones, todo lo que venga y se quiera añadir, no importa, conforman el mobiliario de rigor en la esfera Sapiens, esto es: la comida de los futuros «puntos limpios», despensa de las «plantas de reciclaje», o sea, de los robots y las robotas… Y de esta politóxica manera el homo (o la femme) Sapiens, con conocimiento o no de causa y efectos, es trasladado fuera del binomio sujeto-objeto, medio-fin, para convertirse en mero obediente consumista de tendencias sin otra finalidad que dar vida y movimiento y mantenimiento a los robots, en estrecha, ignorada colaboración con estos, cuyo objetivo no es otro que la producción en masa con patentes o aparentes fines ciberófagos.
Cuando las máquinas trabajan para las máquinas y, al tiempo que, como excepción, bajan los precios de artículos tecnológicos (qué casualidad), tenemos cuatro asquerosos, miserables yogures a 1,50 euros, y seis verdes-marchitas manzanas de cámara superando los 2,40 euros, y un cochino billete de autobús a la esquina tocando la barrera del 1,50 euros sin que el homo (o la femme) Sapiens practique el boicot (porque le parece «asumible»), o salga a la calle a protestar, o escriba artículos mínimamente sediciosos, entonces el homo (o la femme) Sapiens descuida su condición de Sapiens, Erectus y hasta de homo o femme, y se posiciona como puro robotito/a consumista, sin criterio, ni gusto, ni derechos, ni voz, ni voto, motu proprio. Es un robot de carne y hueso, pasivo y a ratos acojonado frente a su pantalla, en ocasiones eufórico frente a su pantalla o detrás de la pantalla de su no-teléfono-cámara, otras veces puramente catatónico frente a su pantalla. Su gran pantalla y su no-teléfono le infunden ánimo, tristeza, vana ilusión y mucha, infinita evasión mediante series, fútbol o carroña social. Aquella lejana, perdida en el tiempo Naturaleza ya no le pide cuentas, una pausa, un pataleo, un contacto con la realidad, la cual el robot de carne y hueso desecha como «ficción»: únicamente otorga valor a la «realidad mejorada» de sus pantallas. Y los volcanes ardientes, los incendios, las guerras, no son para el pequeño robot de carne y hueso más que otro «tema de conversación», hasta que le toca. Como la mañana en que el sueldo fijo, o la ayuda o la limosna no le alcanzan para adquirir los cuatro asquerosos yogures a 3,80 euros. Y entonces, cuando, hastiado y necesitado de verdad, lejos aquel día en que se atragantó con todos los videos y las «cookies» de la historia, ¿comprenderá que ha dado su vida por las máquinas, a cambio de absolutamente NADA?
Un robot extremadamente digitalizado, cualificado, inteligente y de ecotóxica producción y propulsión manipula y manufactura, junto a cientos y millares similares a él (o ella), cientos de miles y millones de componentes destinados (o no) a la fabricación de robots extremadamente digitalizados, cualificados, etc. O bien otro excava la mina a cielo abierto donde «antiguamente» se partían el cráneo miles de garimpeiros o niños o mulas, para socavar más si cabe las vetas de minerales con objeto, en principio, de moverlos (informatizadamente) a las distintas ubicaciones donde aquellos miles de robots los procesarán, desecho tóxico mediante, con el fin de obtener material básico en la fabricación de sofisticados, ecotóxicos paneles solares, inenarrablemente bien diseñados por excelentísimos ingenieros, que darán marcha a los robots fabricantes de robots y otras chucherías digitales como pantallas, no-teléfonos y… poco más, al margen, ni qué decir tiene, de cámaras de vigilancia con la misión de controlar posibles hurtos de caros no-teléfonos en grandes superficies y de pantallas inteligentes en domicilios privados, respectivamente. Uf.
Así, el fin primero y último, por muchas vueltas que se le dé, consiste en producir sin descanso, con extremada e innovadora «eficiencia energética» miles, millones de máquinas que salvaguardan la integridad de, o forman parte de aquellas de las que se retroalimentan, etc. Y en medio de este neurotóxico escenario hallamos al homo (o la femme) Sapiens, muy encorbatado/a, con su ego a flor de piel, muy orgulloso/a de subrayar sus «avances», sus «progresos», como el dignificante hecho de nombrar a la femme (formalmente «mulier») y arrastrar las obligadas, «inclusivas» terminaciones «o/a» cuando oferta sus novísimas innovaciones, más si cabe, en «ciencia», «tecnología», «robótica» y otros términos por el estilo que el homo (o la femme) Sapiens repite sin saber lo que está diciendo. Se limita a desarrollar un guión elaborado en los estudios virtualográficos del Gran Lobby, otro medio robot, entidad sin rostro, ni domicilio, ni DNI, propietario de sus criaturas los robots (y las robotas), de la comida, el agua y el ocio que el homo (o la femme) Sapiens consume con la satisfacción y la tranquilidad que le proporciona un sueldo fijo, una ayuda, una limosna.
El coche inteligente, Alexa (la muy), el no-teléfono-cencerro colgado al cuello veinticuatro horas, el entrometido cepillo de dientes-despertador-supositorio digital, un surtido de pantallas de mutantes, inquietantes proporciones, todo lo que venga y se quiera añadir, no importa, conforman el mobiliario de rigor en la esfera Sapiens, esto es: la comida de los futuros «puntos limpios», despensa de las «plantas de reciclaje», o sea, de los robots y las robotas… Y de esta politóxica manera el homo (o la femme) Sapiens, con conocimiento o no de causa y efectos, es trasladado fuera del binomio sujeto-objeto, medio-fin, para convertirse en mero obediente consumista de tendencias sin otra finalidad que dar vida y movimiento y mantenimiento a los robots, en estrecha, ignorada colaboración con estos, cuyo objetivo no es otro que la producción en masa con patentes o aparentes fines ciberófagos.
Cuando las máquinas trabajan para las máquinas y, al tiempo que, como excepción, bajan los precios de artículos tecnológicos (qué casualidad), tenemos cuatro asquerosos, miserables yogures a 1,50 euros, y seis verdes-marchitas manzanas de cámara superando los 2,40 euros, y un cochino billete de autobús a la esquina tocando la barrera del 1,50 euros sin que el homo (o la femme) Sapiens practique el boicot (porque le parece «asumible»), o salga a la calle a protestar, o escriba artículos mínimamente sediciosos, entonces el homo (o la femme) Sapiens descuida su condición de Sapiens, Erectus y hasta de homo o femme, y se posiciona como puro robotito/a consumista, sin criterio, ni gusto, ni derechos, ni voz, ni voto, motu proprio. Es un robot de carne y hueso, pasivo y a ratos acojonado frente a su pantalla, en ocasiones eufórico frente a su pantalla o detrás de la pantalla de su no-teléfono-cámara, otras veces puramente catatónico frente a su pantalla. Su gran pantalla y su no-teléfono le infunden ánimo, tristeza, vana ilusión y mucha, infinita evasión mediante series, fútbol o carroña social. Aquella lejana, perdida en el tiempo Naturaleza ya no le pide cuentas, una pausa, un pataleo, un contacto con la realidad, la cual el robot de carne y hueso desecha como «ficción»: únicamente otorga valor a la «realidad mejorada» de sus pantallas. Y los volcanes ardientes, los incendios, las guerras, no son para el pequeño robot de carne y hueso más que otro «tema de conversación», hasta que le toca. Como la mañana en que el sueldo fijo, o la ayuda o la limosna no le alcanzan para adquirir los cuatro asquerosos yogures a 3,80 euros. Y entonces, cuando, hastiado y necesitado de verdad, lejos aquel día en que se atragantó con todos los videos y las «cookies» de la historia, ¿comprenderá que ha dado su vida por las máquinas, a cambio de absolutamente NADA?











