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Pedro Chacón
Sábado, 17 de Septiembre de 2022 Tiempo de lectura:

El mito de la limpieza de sangre y el apellido eusquérico (III)

La clave para entender la ruptura ideológica y cultural que trajo el nacionalismo vasco respecto del tradicionalismo previo de su fundador, y que explicará y justificará la discriminación contra los llegados de otras partes de España al País Vasco, la obtenemos del folleto El Partido Carlista y los Fueros Vasko-Nabarros, donde Sabino Arana Goiri debate con el carlista Echave-Sustaeta y se afana en demostrar que cuando el Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526 se ocupa de la limpieza de sangre, en concreto su ley XIII, era en realidad para prevenir a los vizcaínos del contagio español, tanto en el siglo XVI como en todo el periodo moderno y contemporáneo que llega hasta finales del siglo XIX.

 

Estas son las palabras de Sabino Arana al respecto, recogidas en las páginas 1169-1171 de sus Obras Completas (edición de 1980) donde se reproduce el citado folleto: “Ahora bien: ¿qué significa esa Hidalguía, esa Nobleza y esa Limpieza de Sangre (que todo viene a ser uno) en boca de bizkainos? Ni más ni menos que lo que hoy llamamos pureza de raza. (…) ¿Por qué, entonces, los bizkainos hablaron sólo de moros y judíos y no aludieron a las otras razas? Porque en el tiempo en que hicieron la ley no tenían que temer otras inmigraciones; que, para entender las leyes, es preciso conocer el carácter de la época en que se escriben. Y aquí pasamos a tratar de la causa ocasional de la que nos ocupa. Cuando los bizkainos la escribieron (en 1526), vieron que era ella el único remedio contra la repetida inmigración de moros y judíos y judaizantes, que perseguidos en España por la Inquisición (que se estableció oficialmente y se organizó a fines del siglo XV) se pasaban a Bizkaya para naturalizarse en ella y así salvarse de la justicia española. Por lo demás, sepa el Sr. Echave-S. y Pedroso que, ya para entonces, otro tanto se había extendido la secta en España, que estuvo a punto de hacerse totalmente judía dicha nación latina, y que si el pueblo español dio muchas veces contra las aljamas, fue simplemente por espíritu de bandidaje, y no por el religioso; las razas árabe y hebrea habíanse ya enlazado con la española e inoculado el virus anticristiano, y judíos y judaizantes había numerosísimos en la nobleza española, y judíos y judaizantes hasta en el clero y en los mismos conventos. (…) De donde se deduce que sólo con esta ley, y aun cuando los bizkainos no tuviesen (que sí la tenían) otra no escrita y referente a la pureza de raza, se preservaban de hecho del contagio del pueblo español.”

 

Para Sabino Arana Goiri, por tanto, la limpieza de sangre en el Fuero Nuevo de 1526 se implantó para evitar la entrada de españoles en Vizcaya y precisamente el partido nacionalista vasco, por él fundado, tendrá como su principal misión seguir aplicándola con todos los inmigrantes que de otras partes de España llegaban a Vizcaya a finales del siglo XIX. El tradicionalismo vasco del momento, en cambio, no consideraba que esto fuera así. Y no solo para el oponente en este folleto que nos ocupa, el carlista Echave-Sustaeta. También Arístides de Artiñano, otro carlista de prestigio, estaba muy lejos de compartir con el fundador del nacionalismo vasco sus postulados a este respecto. Recordemos que Artiñano falleció en Bilbao en 1911 sin haberse hecho nunca nacionalista. Y en su obra El Señorío de Bizcaya, de 1885 (p. 211), que Sabino Arana conocía bien, se aparta expresamente de cualquier utilización actualizada de los estatutos de limpieza de sangre: “Mas dejémonos de consideraciones que no tienen ya objeto, puesto que hoy puede avecindarse y obtener todos los cargos cualquier Español, sin llenar requisito alguno foral”.

 

Ya en nuestros días, Juan Aranzadi se ha ocupado con minuciosidad del folleto El Partido Carlista y los Fueros Vasko-Nabarros en sus dos libros principales (Milenarismo vasco y el ya citado El Escudo de Arquíloco). Este autor establece dos procesos paralelos, uno español y otro vasco, a la hora de explicar la génesis del racismo sabiniano, enlazándolos por el procedimiento de la limpieza de sangre, que tendría su antecedente inmediato o su génesis, según él, en la limpieza de sangre española: “Sabino Arana tiene toda la razón al alegar que la persecución inquisitorial y foral a los conversos y a sus descendientes […] supone […] la transformación de una discriminación religiosa en discriminación racial”, de donde Aranzadi hace consecutivos ambos procesos de rechazo, el español y el vasco, basados en la limpieza de sangre: “El rechazo católico-español de musulmanes, judíos y conversos se prolonga en rechazo católico vasco de los españoles” por parte del nacionalismo vasco, se entiende (ambas citas en El  Escudo de Arquíloco, tomo 1, pp. 232 y 231 respectivamente).

 

Pero establecer un paralelismo entre los dos procesos y hacerlos consecutivos, es manifiestamente antihistórico, y en definitiva falso, por las siguientes razones. Primera, porque da por hecho que los individuos actúan en nombre de entidades que están por encima de ellos y que los dirigen a través del tiempo y de las generaciones. O dicho de otro modo, como si los vascos funcionaran como un bloque. El propio Artiñano,  como hemos visto, y otros muchos como él, eran tradicionalistas pero no nacoinalistas: “En este sentido, y guste o no, hay que reconocerle a Sabino Arana la virtud de la coherencia y la consecuencia […]. No es que los vascos hayan sido siempre racistas, sino que los vascos son (somos) un resultado del racismo, una creación social, una invención étnica del racismo foral” (esto lo dice Aranzadi en Milenarismo vasco, edición de 2001, p. 475). Segunda, y derivada de la anterior, cuando dice lo del “racismo foral”: porque supone que el nacionalismo habría existido solo como resultado del foralismo, sin tener en cuenta que, además de este factor, hay al menos otros dos imprescindibles en este proceso, como son el problema de la escisión religiosa en el interior del tradicionalismo, que dio lugar al integrismo, del que procede precisamente Sabino Arana, y una inmigración masiva producto de una súbita industrialización, que generó un rechazo xenófobo en su contra por parte de ciertos elementos autóctonos, como por ejemplo el fundador del nacionalismo vasco. En definitiva, estamos ante un ejemplo más de lo que podemos denominar doctrina del pre-nacionalismo o proto-nacionalismo, que entiende que el nacionalismo vasco es un resultado poco menos que fatal o anunciado de la historia precedente, y en el que tenemos que situar necesariamente también a Juan Aranzadi, a tenor de la explicación que estamos viendo.

 

Pero es que, además, y aquí viene a nuestro juicio lo más determinante del caso, el análisis al que Aranzadi somete el debate entre el nacionalista Arana y el carlista Echave-Sustaeta omite la cuestión nuclear del mismo, que Arana contesta en falso mientras que Aranzadi nos la escamotea al equiparar a ambos contendientes del folleto, afirmando que “los dos son tan racistas que ni siquiera perciben la magnitud de su racismo” (en Milenarismo vasco, pp. 467-468). Este enfoque de la polémica es erróneo porque no aclara justamente el asunto que dirimen sus dos contendientes, esto es, si los estatutos de limpieza de sangre que se practicaban en Vizcaya a partir del Fuero Nuevo de 1526, según dice su ley XIII, lo que pretendían era, como creía el fundador del nacionalismo vasco, impedir la entrada en Vizcaya a cualquier español que quisiera hacerlo o, como creía el carlista Echave-Sustaeta, solo a judíos, moros y sus descendientes.

 

Este es el meollo del asunto y es precisamente la distinción que establece Echave-Sustaeta, cuando habla de que dicha ley XIII es de religión y que Arana niega y afirma que es de raza. Y la respuesta es que solo afectaba a judíos, moros y descendientes de ellos. Bajo la ley XIII del Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526 no hay un rechazo indiscriminado a todos los españoles, por el hecho de ser españoles, como quiso creer y hacernos creer Sabino Arana. Y como tristemente acepta Aranzadi.

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