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Manuel Molares do Val
Domingo, 14 de Septiembre de 2014 Tiempo de lectura:

Un millón de catalanes en manifestación

Todas las grandes manifestaciones se organizan bajo dos premisas: unas para mostrarse en contra de algo que daña a la ciudadanía, otras a favor de alguna idea ilusionante que, según creen los manifestantes, mejorará su vida.

 

Como los independentistas están haciendo creíble la idea de que si se separan de España la vida en Cataluña estará regalada, “todo pagado”, como decía el filósofo Francesc Pujols, que no extrañen las exhibiciones masivas acogidas a esa promesa, un millón, dice el nacionalista La Vanguardia --antes Española--, que hasta podría lograr jocosamente que todos los españoles quisieran hacerse catalanes.

 

Bajo esa idea de la felicidad económica y social, una enorme masa de catalanes se manifestó para pedir la independencia en Barcelona en la Diada del 300 aniversario de la rendición de la ciudad en la guerra de sucesión a la Corona española, ganada por los Borbón frente a los Habsburgo-Austria.

 

En la España democrática casi todas las manifestaciones masivas han sido en contra de quienes provocan dolor, como ETA, y tras la Transición prácticamente ninguna a favor de un proyecto atractivo, con excepción de las independentistas que garantizan miel y no hiel a los resentidos, cuidadosamente cultivados.

 

Con hábiles campañas de lavado del cerebro permanente, uniendo cualquier futuro a la felicidad, enseguida se logran no uno o dos millones de manifestantes, sino entusiastas pueblos ansiosos por alcanzar su Arcadia.

 

Que puede ser el cielo, como en el XXXV Congreso Eucarístico Internacional de mayo de 1952, que atrajo más gente que esta Diada, puede ser la apertura de Seat en 1955, que para aclamar a Franco atiborró la carretera desde Martorell a Barcelona, y la misma capital.

 

Hitler y Mussolini también prometían grandezas e imperios, lo que hacía felices a unos pueblos que les organizaban manifestaciones muy superiores a la Diada 2014; pero acabaron mal.

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