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Sábado, 01 de Octubre de 2022 Tiempo de lectura:
“En el País Vasco no existe democracia sino un sucedáneo tramposo de la misma que es la etnocracia”

Pedro Chacón: "Es imposible hallar un nacionalismo vasco respetuoso con la democracia"

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Pedro José Chacón Delgado (Bilbao, 1964) es licenciado en Historia y profesor de la Universidad del País Vasco. Especializado en el estudio del nacionalismo y el fuerismo vascos, es autor de libros como La identidad maketa (2006), Perdí la identidad que nunca tuve (2010), Historia y nación. Costa y el regeneracionismo en el fin de siglo (2013) y Nobleza con libertad (2015). Ahora, bajo el sello editorial de La Tribuna del País Vasco, periódico en el que mantiene una columna semanal, Pedro Chacón acaba de publicar el libro Sabino Arana. Padre del supremacismo vasco, un demoledor ensayo de casi 500 páginas “que parte de la consideración de que en ciencias sociales nada ni nadie es inocente y que todos nos movemos desde un sustrato ideológico de base. Pienso que reconocer esto, además de honesto, es enriquecedor, porque permite al lector situar en seguida los contenidos y hacerse su composición de lugar: porque nadie, ni autor ni lector de obras de historia, que viva en sociedad, es ajeno a las corrientes ideológicas en ella dominantes. Pretender otra cosa es iluso, irreal e incluso también puede que hasta deshonesto. En este estudio del nacionalismo vasco y en particular de su fundador Sabino Arana, uno de los ejes novedosos reside, por tanto, en que está hecho desde una sensibilidad de derecha españolista”.

 

En opinión de Pedro Chacón, si nos fijamos bien, “los autores que se consideran canónicos en el estudio de este personaje histórico siempre han sido de una sensibilidad de izquierdas. Otra cosa es que no necesiten reconocerlo o avisar al lector de esa particularidad, a mi modo de ver fundamental, para entender su obra. Pero es natural que sean mayoría o todos de izquierdas, porque esa corriente ideológica ha controlado y controla la Universidad española desde el inicio de la Transición hasta hoy. En el País Vasco, además en conjunción con la sensibilidad nacionalista o abertzale, con la que las izquierdas no se encuentran demasiado incómodas que digamos. Que autores como Juan José Solozábal, Javier Corcuera, Antonio Elorza o José Luis de la Granja hayan construido, desde una sensibilidad de izquierdas, el grueso de lo que hemos conocido sobre Sabino Arana y el origen del nacionalismo vasco hasta hoy, ha tenido como consecuencia una legitimación implícita, y a veces explícita, de este movimiento político, derivado de la propia postura de la izquierda a la que todos ellos pertenecen en mayor o menor medida y que ha consistido en darle carta de naturaleza al nacionalismo sobre todo a partir de la consecución del primer Estatuto vasco entre José Antonio Aguirre por el PNV e Indalecio Prieto por el PSOE. Desde ese punto de vista, el nacionalismo, más que una denuncia o una deslegitimación, lo que ha conseguido, gracias al socialismo español en que se encuadran todos estos reputados estudiosos, ha sido, a la postre, una legitimación y hasta consolidación de sus postulados. Esto desde el punto de vista ideológico de los autores”.

 

Usted presenta en este libro al nacionalismo vasco como un movimiento que traiciona desde el principio los fundamentos nacionales españoles de los que surge…

 

[Img #22935]Es otra novedad que presento en este libro. Y es que los estudiosos precedentes consideran al nacionalismo vasco una consecuencia poco menos que necesaria del tradicionalismo y el fuerismo, ofreciendo, en general, una lectura comprensiva de una realidad nacional vasca que procedería de tiempos inmemoriales y en la que las manifestaciones de tipo fuerista o tradicionalista o incluso liberal, surgidas durante todo el siglo XIX se situarían en una línea pre o protonacionalista ascendente que solo estaría buscando el momento propicio para eclosionar. Frente a ese análisis, lo que se ofrece aquí es la denuncia expresa del nacionalismo vasco como un movimiento que traiciona desde el principio los fundamentos nacionales españoles de los que surge, con un propósito diferenciador y supremacista respecto del resto de la España a la que el País Vasco ha estado unido desde siempre. El nacionalismo vasco no tiene ninguna razón para existir que podamos compartir el resto de los ciudadanos vascos que no aceptamos sus presupuestos, ni de tipo histórico, ni racial, ni lingüístico, ni mucho menos religioso, porque España siempre se ha conformado por múltiples acopios de gentes de diversas procedencias, porque la religión católica siempre fue la común a todos los españoles desde tiempo de los visigodos, porque la historia fue común también (compruébese lo que ocurrió sobre todo entre los siglos XVI y XVIII) y porque el mismo euskera que sobrevivió hasta hoy lo hizo a la vez que el castellano y hablado por gentes que nunca tuvieron ninguna necesidad, al sur de los Pirineos, de dejar de ser lo que habían sido siempre: españoles.

 

En su opinión, y desde su punto de vista como profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV, ¿qué conocimiento y opinión tiene la juventud vasca sobre el padre del nacionalismo vasco?

 

El conocimiento que se tiene en general, y la juventud en particular, del fundador del nacionalismo vasco es el escaso y mínimo que transmite el partido que fundó –el PNV–, a través de los tres acontecimientos que conmemora todos los años: el nacimiento en enero, cuando se entregan los premios Sabino Arana; la fundación del partido el día de San Ignacio, cuando se reúnen los dirigentes alrededor de la estatua que hay en los Jardines de Albia en Bilbao, frente a la sede central del partido; y el fallecimiento en noviembre, cuando van a poner flores a su tumba en Pedernales (hoy Sukarrieta). Son gestos protocolarios con los que se quiere mantener vivo el recuerdo del fundador y transmitir una imagen respetable del personaje, pero no van acompañados en absoluto por una lectura de sus obras o un estímulo hacia el conocimiento de las mismas. Lo único que se recuerda entonces que dijo Sabino Arana es eso de que “Euskadi es la patria de los vascos”. Pero esta frase tampoco la dejó por escrito, sino que pertenece a uno de sus principales seguidores, el hoy olvidado Engracio de Aranzadi, alias ‘Kizkitza’, director durante una docena de años, en las primeras décadas del siglo XX, del principal diario del PNV, el Euzkadi. De los escritos de Sabino Arana no se conoce nada porque no interesa que se conozca. Sería un auténtico escándalo que se hiciera.

 

¿Cómo explica que el PNV, partido hegemónico vasco, siga homenajeando y rindiendo pleitesía a alguien como Sabino Arana, que, según lo que dejó escrito, puede ser considerado como el padre del supremacismo vasco?

 

La única explicación que esto tiene nos introduciría en un estudio apasionante de psicología colectiva. En uno de los primeros artículos recogidos en este libro escribí que en el País Vasco no se lee, porque esa es la única explicación que tiene esta anomalía de que un personaje racista, discriminador y provocador en grado sumo llegara a fundar el principal partido del País Vasco actual y éste le siga rindiendo pleitesía hasta hoy y que todo eso, por sí mismo, no constituya un escándalo. Y la prueba de que no se lee consiste en que, estando las Obras Completas de Sabino Arana Goiri en todas las bibliotecas públicas del País Vasco, no hay un clamor generalizado que denuncie, a nivel vasco, español y europeo, la discriminación y menosprecio que aparece reiteradamente en ellas hacia lo que hoy es el porcentaje mayoritario de la población vasca. Este hecho, verdaderamente vergonzoso, es imposible de encontrar en ningún otro autor de su mismo periodo histórico.

 

El odio a España lo introdujo el nacionalismo, pero no como consecuencia de su ideología sino porque ese principio era la base misma de su ideología

 

Pues bien, aquel artículo que escribí, la única respuesta que obtuvo, del propio Iñigo Urkullu, entonces presidente del PNV, fue recordarme que los índices de lectura del País Vasco son superiores a los del resto de España. Y así, recurriendo a esta argucia argumental, soslayó o escamoteó todo lo demás: que nadie conoce lo que dijo Sabino Arana porque, obviamente, no se leen sus escritos y no interesa que se lean. Los homenajes a su figura, en realidad, lo que consiguen, como decíamos antes, es desviar la atención sobre lo que realmente dejó escrito el personaje. Mi auténtica ilusión, escribiendo un libro como este, es que cada vez un mayor número de gente se sensibilice de esta realidad, y que podamos llegar al día en que se descubra del todo y se denuncie lo que hoy es probablemente la mayor superchería ideológica y cultural que padece el País Vasco, así como España en su conjunto, donde el nacionalismo, en particular el vasco, de un modo insólito y a todas luces inaceptable desde un punto de vista simplemente moral, sigue siendo muy respetado.

 

¿Por qué la sociedad vasca, nacionalista y no nacionalista, ha terminado aceptando a Sabino Arana como una figura clave, y no negativa, de su reciente historia?

 

La parte nacionalista porque esconde deliberadamente la literalidad de lo que dijo su fundador y cuando alguien la denuncia, lo que hacen sus seguidores y sus comisarios políticos de guardia es decir que hay que contextualizarla en el momento histórico en que se dijo. Un ejemplo de esto fue lo que dejó escrito alguien como Josu Jon Imaz, hoy presidente de Petronor y alto ejecutivo de Repsol, quien, en un artículo escrito en El Correo en 2003, con motivo del centenario de su fallecimiento, dijo que Sabino Arana no fue racista sino en todo caso antiespañol. Pero claro, para ser antiespañol y considerar a los españoles como moros, fenicios o negros, como él los consideraba, necesariamente había que ser previamente racista. También decía que la propia España seguía siendo racista años después de haberse abolido la esclavitud, en 1880. Pero aquí el cuestión es que Sabino Arana era racista del mismo modo que lo eran el resto de españoles de su época, pero es que además era racista contra los propios españoles que empezaron a acudir por miles al País Vasco, con motivo de la primera industrialización, y sin reparar al mismo tiempo en que en el resto de España, desde toda la época imperial que va de los siglos XVI al XVIII y aún antes y después, se habían instalado, en muchos casos en sus esferas de poder, miles de personas procedentes del País Vasco, como hoy podemos constatar por sus apellidos eusquéricos. La superchería del nacionalismo vasco, por tanto, es doble, respecto del resto de españoles que vinieron a vivir al País Vasco, así como respecto de los muchos vascos de origen que desde siempre han vivido tranquilamente en el resto de España sintiéndose además en su propio país, como es natural.

 

En cuanto al sector no nacionalista de la sociedad vasca actual, éste ha aceptado a Sabino Arana por influjo del nacionalismo actualmente dominante, que se vale para ello, en un alto grado, de la comprensión, la legitimación y el respeto que se le procura desde el resto de España y en particular desde sus centros de poder. Esta actitud de tolerancia y, al fin y al cabo, de legitimación, se ha construido sobre todo desde la reinstauración de la democracia a partir de 1978, como forma de distanciarse de la dictadura franquista, que incluía la represión y prohibición del nacionalismo vasco en sus manifestaciones públicas. Es por eso que en la España actual no se acaba de ver que ir en contra del nacionalismo no tiene por qué ser algo ‘franquista’, sino que puede ser una postura perfectamente democrática. Y la prueba está en lo que ocurre en la Francia actual, donde nadie ve como antidemocrático que el eusquera no sea oficial o que no pueda haber ningún partido político que se declare independentista.

 

El no-nacionalismo vasco, además, como ya he dicho en varios artículos, sufre una suerte de espejismo identitario, según el cual, siendo mayoritario en términos de población, en cambio subjetivamente cree que es minoritario y que tiene que sumarse al nacionalismo en el poder, al que se le ve como mayoritario, por ser dominante aquí y además respetado en el resto de España. Una consecuencia lacerante de esta realidad distorsionada es la figura del converso identitario (el maketo abertzale), aplicable en este caso a un buen sector de la población originaria de otras partes de España, que se ha convertido en acérrima defensora de la élite nacionalista vasca en el poder, la misma que en otras épocas, no demasiado lejanas aún, les despreció y les excluyó del protagonismo social.

 

En su opinión, ¿ha habido cierto complejo por parte de la sociedad vasca no nacionalista a la hora de callar ante el discurso supremacista de Sabino Arana difundido por el PNV?

 

Más que complejo, yo diría que ha sido sobre todo miedo, miedo real, físico, inculcado durante toda la etapa del terrorismo de ETA, y del que se ha valido el núcleo dirigente del nacionalismo vasco en el poder, el PNV, para reafirmar más aún su poder. Del miedo a ETA al complejo de no ser vasco, según lo tiene definido el PNV, no había ningún paso que dar, ambos iban de la mano. Para mí siempre ha sido un mecanismo sincronizado salido del mismo núcleo original: el de reafirmar el supremacismo vasco y el de practicar en su nombre el terrorismo de ETA. Yo no creo que el terrorismo de ETA sea producto directamente procedente de una ideología marxista, como sostiene algún autor. El terrorismo de ETA, en esencia, a pesar de que tuviera un ropaje ideológico marxista, era profundamente etnicista, supremacista. ETA nunca mató invocando la lucha de clases. Los cientos de policías, guardias civiles y militares sin graduación, procedentes de los estratos más humildes de la sociedad, fueron asesinados porque se les consideraba de otra condición humana no solo distinta sino, sobre todo, inferior, porque representaban a España.

 

El nacionalismo vasco fundado por Sabino Arana es el responsable único y principal de que vivamos en una sociedad vasca de mentira, situada a espaldas de la realidad que la rodea y condenada irremisiblemente a su propio acogotamiento y consunción

 

Hace unos días se homenajeó en Bermeo a un etarra maqueto ya fallecido, un tal Elías Fernández Castañares, en cuya hoja de servicios constaba haber asesinado por la espalda y a bocajarro a un peluquero, Agapito Sánchez Angulo, y a un taxista. Con el primero no hubo problema alguno a la hora de reivindicar su asesinato. Su mismo nombre de pila y por supuesto sus apellidos lo delataban y condenaban sin remisión. En cambio, el taxista resultó que se llamaba Juan José Uriarte Orúe y sobre todo que era primo del obispo Juan María Uriarte. No era tampoco ningún enemigo de clase y además tenía relación, aunque fuera de parentesco, con la Iglesia católica. Si ETA hubiera sido una organización marxista no tendría por qué haber respetado, ni mucho menos, a la Iglesia católica. Si lo hacía era por su profunda vena etnicista y por su conexión de origen con el nacionalismo sabiniano. En este caso, cuando comprobaron a quién habían matado pensando que solo era un “chivato” más, como el peluquero, la organización ETA, contraviniendo su tradicional modus operandi, negó expresamente su autoría en el asesinato. Menos mal que luego todo el comando fue detenido y condenado.

 

Ideológica e intelectualmente, ¿los planteamientos de Sabino Arana dieron base al terrorismo de ETA?

 

Sin la más mínima duda. Primero de manera teórica porque en Sabino Arana se rastrea desde su primera obra Bizkaya por su independencia una querencia por las armas y por la violencia purificadora. En ese su primer libro se relatan cuatro batallas de la Edad Media dándoles un sesgo onírico e imposible, con España y Vizcaya luchando a sangre y fuego, una frente a otra, y ganando esta última. En la Guerra Civil, cuatro batallones del ejército vasco llevaron cada uno el nombre de una de esas batallas, de modo que los nacionalistas de entonces entendieron perfectamente el mensaje de su fundador. De manera orgánica, un militante del PNV tan destacado como Telesforo Monzón, consejero de gobernación en el gobierno de José Antonio Aguirre, acabó como militante destacado de la izquierda abertzale que apoyaba a ETA en la Transición. Y, por último, los terroristas de ETA se consideran a sí mismos gudaris, soldados vascos, como se llamaban los que integraban el ejército vasco en la guerra civil, dirigido por el primer lehendakari José Antonio Aguirre.

 

¿El nacionalismo vasco no puede entenderse sin el elemento racista y excluyente que diferencia entre “los de aquí” y “los de fuera”, o podemos hallar un nacionalismo vasco respetuoso con la democracia y no excluyente?

 

Esa entelequia de un nacionalismo democrático fue en la que se basaron los sucesivos gobiernos españoles desde el inicio de la Transición para dejar en manos del PNV el gobierno y todas las instituciones vascas, en la creencia infundada de que así sería mejor apaciguar a ETA, cuando está demostrado que la sincronización de ambas corrientes del nacionalismo fue completa desde el principio y para su propio y exclusivo beneficio. De modo que es imposible hallar un nacionalismo vasco respetuoso con la democracia y no excluyente porque desde su mismo origen está basado en la exclusión del elemento maketo o maketófilo, como escribía su fundador. Hoy en el País Vasco, y lo tengo escrito, no existe democracia sino un sucedáneo tramposo y anulador de la misma, que podemos denominar etnocracia, según el cual una minoría étnica, marcada por sus apellidos, copa los puestos más importantes de la política, la administración y la economía, con el argumento de que representan mejor que los demás la sustancia humana propia del país.

 

En el tiempo en el que surgió el nacionalismo, tal como atestiguan quienes lo vivieron, a los nacionalistas se les diferenciaba del resto, en los mítines, porque hablaban despectivamente de los maquetos. No es cierto que el nacionalismo sea la consecuencia natural del fuerismo, como sostiene Corcuera en su ya clásico libro. El nacionalismo supuso una ruptura con la tradición anterior porque el fuerismo reivindicaba el amor por lo propio, pero siempre sin odiar a España. El odio a España lo introdujo el nacionalismo, pero no como consecuencia de su ideología sino porque ese principio era la base misma de su ideología. Sin el odio a España el nacionalismo hubiera sido fuerismo, pero esa posibilidad era inaceptable para Sabino Arana, y de ella quería huir a toda costa.

 

Actualmente el nacionalismo se puede permitir no hablar de maquetos ni de odio a España porque su dominio es tan aplastante, gracias a la labor de eliminación y estigmatización de todo lo español por parte de ETA, y sobre todo a la comprensión de los gobernantes españoles, que no tiene ya que hacer mención del elemento español en la sociedad vasca. Se puede permitir incluso ignorarlo. Como cuando Urkullu habla de lo bien acogidos que son los inmigrantes que se quieran integrar en Euskadi, refiriéndose a todo el elemento que procede del Magreb, de Latinoamérica o del Centro y Este de Europa. Para el nacionalismo los únicos inmigrantes en Euskadi son estos de última generación. En cambio, todos los maquetos y los descendientes de estos que viven en el País Vasco y que son su mayoría social, no existen para el nacionalismo vasco.

 

Al leer su libro, se ve claramente que Sabino Arana es una personalidad política muy arraigada en la estructura ideológica del siglo XIX, ¿cómo puede explicarse que el PNV siga manteniéndole como referencia de futuro?

 

Interesante reflexión. Yo creo que es por dos razones principales. Primera porque solo reivindican el símbolo, lo que representa la imagen de Sabino Arana a través de las conmemoraciones que hemos explicado antes, pero sin interesarse en absoluto por sus escritos. Como digo en el libro, sus obras completas son defectuosas y les falta una actualización, pero desde que se editaron en 1980 han pasado ya más de cuarenta años y no hay visos de que se vuelvan a reeditar. Y la segunda razón es porque Sabino Arana, como ya he dicho antes también, no es continuación de lo que existía en el siglo XIX sino una revolución dentro de la tradición, una ruptura completa respecto de todo lo anterior. Sabino Arana rechazó a todo el fuerismo precedente, a todo el carlismo, a toda la tradición y se inventó algo nuevo: para ser vasco hay que odiar a España y en ese sentido la coyuntura para hacerlo era perfecta porque a partir de 1898 España descendió varios escaños en la cotización internacional como país influyente y poderoso. En ese sentido es novedad absoluta respecto de lo precedente, aunque utilizara materiales del siglo XIX, pero con un significado completamente nuevo y distinto. El fuerismo nunca fue independentismo ni mucho menos odio a España. Del carlismo solo se quedó con el elemento bélico, pero sin el significado españolista que lo caracterizaba. Sabino Arana cogió elementos de la tradición, pero los retorció y adaptó a sus necesidades. Por eso su mensaje en realidad era nuevo, insólito. Que calara en el ambiente se debió a circunstancias predecibles dada la decadencia reinante en España, a lo que se añadió la desintegración y desvirtuación del propio mensaje sabiniano. Su primera etapa expansiva de primeros del siglo XX fue autonomista, no independentista, aprovechando el ambiente propicio del momento, impulsado por el catalanismo de entonces. Y la segunda clave fue el giro hacia la izquierda que le imprimió José Antonio Aguirre, aproximándose al socialismo de Prieto y desvinculándose de la derecha españolista. En la actualidad, los dos elementos principales del lema nacionalista originario ya no existen, ni Dios, ni la raza. Ahora todo se basa en la imposición del euskera, que ni siquiera los propios nacionalistas hablan en su generalidad, y en la tergiversación de la historia vasca hasta extremos inconcebibles.

 

¿Cómo explica usted el respeto sumiso que el socialismo internacionalista mantiene con respecto al nacionalismo hipercerrado que representa Sabino Arana?

 

De las izquierdas vascas, es el socialismo vasco en particular, por ser el más próximo al nacionalismo, el que adolece desde el inicio de la Transición de un profundo complejo respecto del nacionalismo. Es un poco como la propia ETA, que por mucho que reivindicara una ideología marxista, su práctica terrorista se basaba mucho más en postulados etnicistas y supremacistas, como decíamos antes. En el socialismo pasa un poco lo mismo, ya que pone prácticamente al mismo nivel de importancia ideológica por un lado la aproximación al nacionalismo vasco e incluso su sumisión a él, y por otro los postulados igualitaristas y antiidentitarios que deberían caracterizar su práctica política. Se dice que el carisma que desplegó José Antonio Aguirre arrastró a sus postulados a Indalecio Prieto y a los consejeros no nacionalistas de su gobierno. Y eso que Indalecio Prieto, al principio de su práctica política, se fajó con acritud extrema contra el nacionalismo supremacista vasco. Pero después, desde la consecución del primer Estatuto vasco, todo ha sido sumisión del socialismo a las exigencias del nacionalismo. Empezando por uno de los consejeros del primer gobierno vasco, Santiago Aznar, que fue expulsado del PSOE en los años cuarenta porque actuaba más en clave nacionalista que socialista. La interpretación que luego han hecho los historiadores socialistas que mencionábamos al principio, sobre todo el grupo encabezado por José Luis de la Granja, convirtiendo en “padres fundadores” de la Euskadi contemporánea a Aguirre y Prieto, hace que los gobiernos de coalición entre PNV y PSE, con el puesto de lehendakari y principales consejerías reservadas siempre al partido jeltzale, confieran al nacionalismo vasco una pátina de legitimidad histórica de la que carecerían los demás partidos y opciones ideológicas, en particular la derecha vasca españolista, que fue el sector político vasco más importante durante todo el siglo XIX y primer tercio del XX. El PSOE vasco ha desarrollado así una identidad política en la que el episodio de los tres años del gobierno socialista encabezado por Patxi López y apoyado desde fuera por el PP vasco apenas cuenta. De hecho, si tuviéramos que decir un rasgo ideológico caracterizador del socialismo vasco actual, el primero que elegiríamos sería su odio africano al PP, hasta el punto de que prefieren ser segundones con el PNV a ser protagonistas con el PP, como lo fueron en el periodo 2009-2012. Con el resto de las izquierdas vascas pasa lo mismo: basta con apreciar la trayectoria de personajes como Javier Madrazo u Oskar Matute, representantes de una izquierda supuestamente españolista, pero que aceptan, sin complejo ni disimulo alguno, actuar de comparsas del nacionalismo, el primero con Ibarretxe, al que siguió desde el llamado Pacto de Lizarra para excluir del País Vasco a los partidos de ámbito nacional,  y luego como coaligado en sus gobiernos durante la reivindicación del llamado Plan Ibarretxe, que pretendía otorgar dos opciones de ciudadanía diferenciada a los vascos en función de su mayor o menor adhesión al nacionalismo; y el segundo por su papel de adlátere secundario en la coalición EH-Bildu, organizada y dirigida por los sucesores de Herri Batasuna, brazo político de ETA.

 

¿Cuál es la idea fundamental que trata de transmitir con su ensayo?

 

Lo primero y principal que me ha impulsado a escribir un libro como este es denunciar la profunda sima que cavó en la sociedad vasca la ideología de Sabino Arana y de sus sucesores. Desde que esa ideología triunfó definitivamente, a partir del comienzo de la Transición en 1978 para acá, con la labor combinada del dominio de las instituciones por el PNV y del dominio de la calle por el terrorismo de ETA, la sociedad vasca está clínicamente muerta, partida en dos por su mismo espinazo. No hay más que ver la evolución demográfica y económica de una sociedad que a la salida del franquismo era exuberante y dotada de un grado de actividad superlativo. Sobre aquella sociedad el nacionalismo vasco cayó como un pulpo gigante, acogotándola y encauzándola por un camino cada vez más estrecho y monotemático. Y complementario de lo anterior, pretendo denunciar también, desde todos los ángulos posibles, la profunda ignorancia y atraso que conlleva ensalzar los presupuestos culturales del nacionalismo vasco, acuñados por Sabino Arana y que en su versión actual supone sobre todo la imposición de una lengua minoritaria.

 

Las consecuencias de este completo desatino empiezan a estar cada vez más a la vista: el cierre a la competitividad exterior, debido a que nadie que no sepa eusquera puede aspirar a un puesto relevante en cualquier ámbito de su sector público, con lo que eso supone de falta de incentivos para la mejora y la excelencia; la conformación de una cultura oficial totalmente subvencionada, así como de un clientelismo a su alrededor que se erige en principal defensor del estatus quo alcanzado; y, sobre todo, la conformación de un sistema educativo incompatible con la realidad social a la que debe servir, que obliga a estudiar en una lengua vehicular limitada, roma y encorsetada en las aulas, ya que los jóvenes, entre sí y en sus horas libres, hablan solo o mayoritariamente en castellano. En definitiva, el nacionalismo vasco fundado por Sabino Arana es el responsable único y principal de que vivamos en una sociedad vasca de mentira, situada a espaldas de la realidad que la rodea y condenada irremisiblemente, por eso, a su propio acogotamiento y consunción. Y lo que pretendo en este libro es explicar cómo se originó esta auténtica catástrofe, sobre todo ya de orden moral, en la que vivimos.

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