Las huellas del sistema educativo
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        			        			        			        
        
                
        
        Empiezan en el hogar. Entre el calor de la familia y el ejemplo de los padres. En nuestra generación y aun con la dictadura o el nacional catolicismo, maestros-padres-amigos fueron pilares para construir nuestro ser, que más adelante iría navegando entre tierras y gentes de una nación que nunca dudé era la mía, España, la que construyó esa gran aventura que deberíamos seguir fomentando y que es la Hispanidad, dónde tengo y tenemos tantas raíces como las de esos habitantes del Reino Unido que con motivo de las honras fúnebres de la soberana Isabel II nos dieron una lección de unidad sociocultural que ya nos hubiera gustado disfrutar en nuestro país al que malévolamente alguno señaló como Estado plurinacional.
 
No había televisión. Los momentos familiares eran momentos compartidos para saber nuestros padres cómo era nuestra vida escolar. Escuchar era junto con la lectura las primeras fuentes que nos pusieron ante el mundo que fuera de la casa o de la escuela estaba transcurriendo. Nunca hubiéramos pensado que nuestros nietos serían educados por máquinas manipuladas por gentes que se mueven entre el negocio para vender telefonía móvil y aislar o ensimismar a quien está en edad de observar y fomentar la imaginación. Aun recuerdo películas en las que los tiranos convertían a los humanoides en polichinelas con mando a distancia. ¡Lo han logrado!
  
Tuve la experiencia buena y mala. La primera en el proceso educativo a través del sistema público. Escuela Nacional, Instituto de Enseñanza Media y Universidad Complutense. Nadie intentó adoctrinarme. Los que tenían la misión de enseñar marcaron con surcos mis conocimientos, actitudes y aptitudes. La segunda es todo lo contrario. Una Euskadi con las competencias de enseñanza transferidas. Las escuelas públicas hacían ímprobos esfuerzos en decir que España nos ocupa y nos somete, que España es otro país al que se debe odiar, que España trata de arruinar nuestra cultura en euskera.
 
Tal situación me hizo ser un padre preocupado y ocupado. Estuve dos años acudiendo al que luego sería el colegio de mis hijos. Quería comprobar cuál era no sólo el proyecto curricular, el concepto de moral y sobre todo la existencia de una doctrina para la paz y la convivencia en el marco de nuestra nación España. ¡Lo conseguí! Mis hijos hoy son ciudadanos españoles, manejan el castellano correctamente y manejan el inglés. Para ellos, la violencia nunca está justificada. Rechazan esa política de "aldea gala" profunda y miserable que trataron de inculcar desde el sistema educativo al servicio de la construcción nacional de una nación vsca con aspiraciones de Estado independiente.
 
Pero hay más. El arte o ciencia de enseñar. La capacidad oratoria del profesor para con sus alumnos. Despertar en ellos la curiosidad por la cultura. Ser más fuertes que esos pobres diablos alienados por basureros audiovisuales permitidos en la sociedad de consumo.
 
Mis maestros o profesores me hicieron sensible en la ciudad Santa de Occidente con el Camino a Compostela, el Románico, la Reconquista, la Hispanidad y todas las expresiones históricas de la humanidad desde el mundo antiguo hasta el contemporáneo. Hoy soy un adicto a los museos, archivos, exposiciones, galerías de arte y desde luego esa maravilla patrimonial que podemos disfrutar viajando por España y por la vieja Europa del Renacimiento. Descanso en mis momentos de soledad con la música. Ese punto de encuentro inmortal e intergeneracional. Casi me atrevo a decir lo que solía pronunciar un gran amigo desaparecido. "Mi patria es El Quijote".   
 
Mi generación tuvo que sufrir desigualdades. Así, a la Universidad fuimos o los que vivían en una de aquellas pocas ciudades con campus, o quienes pertenecían a familias capaces de pagar los costos del desplazamiento. Siempre tuve claro que los "estudiados con título universitario" tenemos una deuda pendiente con la sociedad. Pero también tenemos herramientas para ser más críticos y libertarios, fruto del conocimiento y la cultura. De ahí que sean los universitarios quienes deben emprender la revolución pendiente. Cambiar el mundo.
 
Hoy, libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades, son elementos propios del sistema democrático. No se trata sólo de poder votar y así ejercer la excelencia para la alternancia en el poder. Se trata de evitar las manipulaciones propias de la denominada cultura para las masas. Se trata de predicar con la iniciativa crítica para sembrar conciencia social en nuestro entorno. Lectura, escritura, tertulia... siguen siendo medios para hacer país de ciudadanos.    
 
Participar y respetar. Son dos consecuencias de un correcto sistema educativo. Ser ciudadano es ser sujeto de derechos. Pero la ciudadanía no puede ser un concepto historicista. Debe ser algo tangible. Que se enseñe desde la escuela. Forma parte de las nuevas generaciones de los Derechos Humanos.
 
Tan importante como tener un título es tener conocimiento del lugar que se ocupa en la sociedad y como se construye un país de ciudadanos dónde sea habitual la convivencia. Desgraciadamente, aprendimos que tales virtudes sociales no tienen relación directa con el grado de autonomía. Y así, el principal fracaso del modelo educativo vasco estuvo en cómo una comunidad de comunidades se debatió durante muchos años en la violencia terrorista contra el disidente del mito, de la raza, de unos Derechos Históricos que se imponían mediante el terror.  
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                    	
                                        
                                                                                                                                                                        
    
    
	
    
Empiezan en el hogar. Entre el calor de la familia y el ejemplo de los padres. En nuestra generación y aun con la dictadura o el nacional catolicismo, maestros-padres-amigos fueron pilares para construir nuestro ser, que más adelante iría navegando entre tierras y gentes de una nación que nunca dudé era la mía, España, la que construyó esa gran aventura que deberíamos seguir fomentando y que es la Hispanidad, dónde tengo y tenemos tantas raíces como las de esos habitantes del Reino Unido que con motivo de las honras fúnebres de la soberana Isabel II nos dieron una lección de unidad sociocultural que ya nos hubiera gustado disfrutar en nuestro país al que malévolamente alguno señaló como Estado plurinacional.
No había televisión. Los momentos familiares eran momentos compartidos para saber nuestros padres cómo era nuestra vida escolar. Escuchar era junto con la lectura las primeras fuentes que nos pusieron ante el mundo que fuera de la casa o de la escuela estaba transcurriendo. Nunca hubiéramos pensado que nuestros nietos serían educados por máquinas manipuladas por gentes que se mueven entre el negocio para vender telefonía móvil y aislar o ensimismar a quien está en edad de observar y fomentar la imaginación. Aun recuerdo películas en las que los tiranos convertían a los humanoides en polichinelas con mando a distancia. ¡Lo han logrado!
Tuve la experiencia buena y mala. La primera en el proceso educativo a través del sistema público. Escuela Nacional, Instituto de Enseñanza Media y Universidad Complutense. Nadie intentó adoctrinarme. Los que tenían la misión de enseñar marcaron con surcos mis conocimientos, actitudes y aptitudes. La segunda es todo lo contrario. Una Euskadi con las competencias de enseñanza transferidas. Las escuelas públicas hacían ímprobos esfuerzos en decir que España nos ocupa y nos somete, que España es otro país al que se debe odiar, que España trata de arruinar nuestra cultura en euskera.
Tal situación me hizo ser un padre preocupado y ocupado. Estuve dos años acudiendo al que luego sería el colegio de mis hijos. Quería comprobar cuál era no sólo el proyecto curricular, el concepto de moral y sobre todo la existencia de una doctrina para la paz y la convivencia en el marco de nuestra nación España. ¡Lo conseguí! Mis hijos hoy son ciudadanos españoles, manejan el castellano correctamente y manejan el inglés. Para ellos, la violencia nunca está justificada. Rechazan esa política de "aldea gala" profunda y miserable que trataron de inculcar desde el sistema educativo al servicio de la construcción nacional de una nación vsca con aspiraciones de Estado independiente.
Pero hay más. El arte o ciencia de enseñar. La capacidad oratoria del profesor para con sus alumnos. Despertar en ellos la curiosidad por la cultura. Ser más fuertes que esos pobres diablos alienados por basureros audiovisuales permitidos en la sociedad de consumo.
Mis maestros o profesores me hicieron sensible en la ciudad Santa de Occidente con el Camino a Compostela, el Románico, la Reconquista, la Hispanidad y todas las expresiones históricas de la humanidad desde el mundo antiguo hasta el contemporáneo. Hoy soy un adicto a los museos, archivos, exposiciones, galerías de arte y desde luego esa maravilla patrimonial que podemos disfrutar viajando por España y por la vieja Europa del Renacimiento. Descanso en mis momentos de soledad con la música. Ese punto de encuentro inmortal e intergeneracional. Casi me atrevo a decir lo que solía pronunciar un gran amigo desaparecido. "Mi patria es El Quijote".
Mi generación tuvo que sufrir desigualdades. Así, a la Universidad fuimos o los que vivían en una de aquellas pocas ciudades con campus, o quienes pertenecían a familias capaces de pagar los costos del desplazamiento. Siempre tuve claro que los "estudiados con título universitario" tenemos una deuda pendiente con la sociedad. Pero también tenemos herramientas para ser más críticos y libertarios, fruto del conocimiento y la cultura. De ahí que sean los universitarios quienes deben emprender la revolución pendiente. Cambiar el mundo.
Hoy, libertad, solidaridad e igualdad de oportunidades, son elementos propios del sistema democrático. No se trata sólo de poder votar y así ejercer la excelencia para la alternancia en el poder. Se trata de evitar las manipulaciones propias de la denominada cultura para las masas. Se trata de predicar con la iniciativa crítica para sembrar conciencia social en nuestro entorno. Lectura, escritura, tertulia... siguen siendo medios para hacer país de ciudadanos.
Participar y respetar. Son dos consecuencias de un correcto sistema educativo. Ser ciudadano es ser sujeto de derechos. Pero la ciudadanía no puede ser un concepto historicista. Debe ser algo tangible. Que se enseñe desde la escuela. Forma parte de las nuevas generaciones de los Derechos Humanos.
Tan importante como tener un título es tener conocimiento del lugar que se ocupa en la sociedad y como se construye un país de ciudadanos dónde sea habitual la convivencia. Desgraciadamente, aprendimos que tales virtudes sociales no tienen relación directa con el grado de autonomía. Y así, el principal fracaso del modelo educativo vasco estuvo en cómo una comunidad de comunidades se debatió durante muchos años en la violencia terrorista contra el disidente del mito, de la raza, de unos Derechos Históricos que se imponían mediante el terror.











