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Javier Salaberria
Lunes, 15 de Septiembre de 2014 Tiempo de lectura:

Carácter transformativo

[Img #4893]El carácter dialéctico y el carácter transformativo pueden ser alternativos o complementarios cuando se trata de la acción social, bien sea política, económica o de cualquier índole.

 

En la naturaleza encontramos ejemplos de acontecimientos dialécticos y otros, por contra, transformativos. Entre los primeros podemos situar las grandes catástrofes naturales que parten de una gran liberación de energía que a corto plazo es destructiva pero a largo plazo puede acabar siendo regeneradora. Tsunamis, terremotos, volcanes, explosiones de estrellas, choque de asteroides, etc. Sin embargo, el agua, como disolvente universal, es un elemento transformativo. Así, por ejemplo, esculpe el paisaje lentamente mediante la erosión, hace germinar la semilla que ha permanecido dormida largo tiempo, se transforma en hielo o en vapor alterando el paisaje, y también puede transformar las características de los cuerpos sólidos haciéndolos más flexibles, menos densos, más pesados, etc.

 

Al contrario que en el proceso dialéctico, donde necesariamente se produce una explosión de energía que en gran parte se pierde, en el proceso transformativo la energía se transfiere, o bien la que estaba contenida se libera por medio de una reacción química.

 

En el mundo de las ideas la dialéctica parte del choque entre una tesis y de una antítesis para llegar a algo nuevo: una síntesis. Sin embargo, el método transformativo consiste en una evolución no dramática ni compulsiva del pensamiento por la influencia de una idea externa o por la liberación de ideas implícitas preexistentes que se encontraban bloqueadas dentro de nuestro propio pensamiento.

 

Aplicado al carácter, el individuo dialéctico busca la confrontación para transformar el mundo, la sociedad o las personas. En cambio el individuo transformativo consigue contagiar su estado sin confrontarlo con el del mundo, la sociedad o las personas, es decir, a través de una transferencia, activa o pasiva, de energía positiva, logrando un cambio en su entorno, tanto inmediato como global.

 

Un ejemplo de individuos dialécticos podían ser los políticos, mientras que los artistas son más bien transformativos. Quizás la fuerza transformativa más sublime y poderosa sea el amor. La fuerza dialéctica más destructiva e inmoral es la guerra.

 

A veces ocurre que una actividad humana comparte ambos aspectos, dialéctico y transformativo. Es el caso de la actividad económica. En parte se trata de una fuerza dialéctica que va conquistando posiciones a base del enfrentamiento competitivo. Pero en muchos sentidos su acción es transformativa ya que independientemente de sus objetivos primarios logra colateralmente transformar todo el entorno de un modo indirecto pero implacable. Por ejemplo, la producción de energía es dialéctica en cuanto a su relación de impacto con la naturaleza pero transformativa respecto a las interacciones económicas con el resto de actividades humanas.

 

El mundo que tenemos delante, por su complejidad, ya no admite cambios dialécticos que no impliquen unos costos tan elevados que sean suicidas. Es el momento de la acción transformativa, no sólo ya en el ámbito político y social, también en la economía o en la geoestrategia global. Uno de los campos donde esto se ve con más claridad es el de la protección del medio ambiente.

 

La dialéctica en este campo ofrece muy pocos resultados palpables. Alguna repercusión mediática, un ligerísimo aumento de activismo medioambiental y poco más. Pero la maquinaria depredadora del mundo natural sigue su rumbo implacable y sin desviarse un milímetro. Podemos incluso ir más allá, puede que esas acciones dialécticas sirvan de válvula de escape para que el sistema de explotación de recursos naturales no tenga estallidos sociales. Manteniendo una presión “sostenible” sobre una población que se inmuniza ante la barbarie ambiental como una rana que acabara muriendo en agua hirviendo sin intentar escapar al no ser capaz de apreciar ligeros aumentos progresivos de temperatura.

 

Frente a esta situación enloquecida, el carácter transformativo consigue muchos mejores resultados. No se trata tanto de protestar por el uso de carburantes fósiles sino de dejar de usarlos. Producir nuestros alimentos de forma sostenible y natural. Ser energéticamente eficientes y autónomos. No producir residuos para no tener ni siquiera que reciclarlos. Y sobre todo, plantearse el desarrollo humano no en función del crecimiento económico sino de los avances en justicia social y armonía ambiental. Se trata de sustituir al ánimo de lucro individual como motor de la civilización por el ánimo de fraternizar como humanos y también con las demás especies con las que compartimos este planeta único e irrepetible.

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