Malditos políticos, malditos
El día 9 de septiembre pasado uno de los mejores periodistas radiofónicos de España, Dieter Brandau, abrió su programa a las 9 de la noche de un modo brutal. Si cualquier oyente podía esperar que comenzara hablando de la muerte de Isabel II, el señor Brandau seguramente fue el único capaz de postergar la noticia un buen rato para contar la historia de una mujer desconocida, que nada tiene que ver con la aristocracia británica ni con la jet set política europea, esto es, la élite socialdemócrata que nos conduce a la desaparición.
Esa mujer desconocida, llamada Raquel Miguélez y que dirige un supermercado en un pueblo de Cantabria, contó, sin dramatismos, con total coherencia, cómo se arruina. Así de simple. Su testimonio fue impactante, pero quién va a prestar atención a esta mujer cuando la deplorable élite mundial iba a verse en Londres por un motivo aparentemente mucho más importante, un acontecimiento histórico. Como si no fuera histórica la ruina que provocan los mismos que se juntaron en Londres para salir en la foto.
Esta mujer es mucho menos conocida que la reina Isabel II, pero su destino es mucho más importante para todos nosotros. Porque ninguno vamos a compartir el destino de la familia real británica y sus cretinos integrantes; pero la inmensa mayoría sí que vamos a compartir el destino de Raquel.
Este artículo se iba a titular ¿Por qué nos empobrecen deliberadamente?, pero tras ver las actitudes de las élites políticas europeas en las últimas semanas no cabe una pregunta más, sino una interjección o un insulto.
Dieter Brandau hizo lo que no suelen hacer los periodistas: callarse y dejar hablar. Un periodista mediocre la hubiera asaltado a preguntas. Sin interrupciones, Raquel Miguélez hizo un repaso por las cuentas de su negocio y de los negocios de sus conciudadanos. Todos estaban en la misma situación. Todos están en proceso de ruina debido al alza de los precios de la energía imprescindible para sostener cualquier empresa o para vivir dignamente. El discurso de Raquel era escalofriante. Hablaba sin falsos dramatismos, sin afectación, sin hacerse la víctima. No se considera víctima por ser mujer, ni por su condición sexual (que a nadie más que a ella importa), pero sí es víctima de algo y por algo. Y de alguien.
¿Por qué la energía es tan cara? Seguramente habrán oído y leído miles de opiniones en los últimos meses. Las circunstancias que inciden en ello son múltiples y la guerra de Ucrania sólo es un clavo más en al ataúd. Pero la causa es sólo una: las decisiones tomadas por nuestros políticos europeos hace treinta o cuarenta años y mantenidas por esa misma casta hasta hoy.
Para los políticos europeos de las últimas décadas, nuestros problemas no están siquiera en su agenda: ¿cómo se van a ocupar de los ciudadanos cuando están construyendo una sociedad nueva, ajena por completo a nuestras peticiones y deseos? Somos demasiado poco para ellos. Si acaso, una molestia. Quien crea un mundo no se preocupa por el día a día de los que quedarán atrás
Los malditos políticos tomaron esas decisiones ocultando información, sin explicar a sus pueblos qué opciones había y qué decisiones eran las mejores para el futuro. No lo hicieron porque sabían la respuesta de la mayoría de los ciudadanos europeos, que jamás hubieran aceptado, de conocerlos, los costes reales de la maldita transición ecológica. También se nos hurtaron informes rigurosos sobre los riesgos cabales para el medio ambiente y la imposibilidad real de que podamos influir en un cambio climático que es consecuencia de otras causas: el sol, principalmente.
Lo cierto es que aquellos políticos, de los que los de ahora son dignos continuadores, nos han venido engañando sobre la energía nuclear, sus inconvenientes y sus riesgos, sobre los posibles beneficios para el planeta de un calentamiento moderado o sobre la conveniencia, al menos de nuestro país, de establecer cada vez más sistemas de acumulación de agua.
Sin embargo, nuestros políticos fueron, en unos casos, sobornados, como se ha demostrado ahora, por países terceros que pretendían lo que finalmente consiguieron: hacer depender a la rica Europa de sus fuentes de energía fósiles. Alemania fue la nación más afectada. Pero los alemanes no pueden echar la culpa sólo a sus políticos. Cualquiera con un poco de memoria puede recordar las grandes manifestaciones de miles de alemanes contra las centrales nucleares allá por los setenta y los ochenta. Ahora se sabe que también esos grupos, todos inevitablemente de izquierdas, cómo no, también estaban siendo dirigidos y financiados por, entre otros, Rusia. Aquellos activistas tan pagados de sí mismos, tan satisfechos de su estúpida juventud y de su estúpida ideología esperemos que pasen frío este invierno. El frío suele despejar las ideas. Pero no seamos optimistas, los partidos ecologistas en toda Europa marcan la agenda, son votados por millones de personas y lo seguirán siendo a pesar de la evidencia de que son partidos con ideologías destructoras de nuestra civilización y de Europa.
Participan de la misma clase de pensamiento blando que los políticos que son votados por ellos y que comparten los políticos de la derecha "moderada", del Partido Popular europeo, que a pesar de la evidencia continúan manteniendo los propósitos y las "hojas de ruta" de la Agenda 2030, ese camino a una inevitable ruina.
A pesar de la evidencia, continúan en sus trece lanzando medidas de las que cada una es peor que la anterior. El intervencionismo que preconizan acabará con mercados colapsados y desabastecimiento, como siempre. Y como las dictaduras socialistas, persisten en el error. Sus dogmas son intocables, aunque conduzcan a la miseria. Así, lo público es lo sagrado y para la religión socialista de todos los partidos no se puede tocar, aunque nos lleve al desastre.
La casta política europea ha demostrado una voluntad tenaz en empobrecer y quebrar la mejor civilización creada jamás por el hombre
Al final, la clase política europea se ha convertido en un establishment insoportable, una clase superior que, como la antigua aristocracia, dirige los designios del futuro de las masas sin consultarlas, con las buenas intenciones de un buen padre de familia que cree saber lo que mejor conviene a los hijos, quienes han de obedecer y cumplir los designios paternos. Tal clase está formada por los más poderosos, que son sin duda los propios políticos, en contra de lo que éstos, para mantener el engaño, inducen a creer a la gente. Tales políticos están en connivencia con megaempresas de sectores regulados y controlados que prácticamente son una extensión del poder estatal, ajeno por completo a reglas de competencia y mercado y supervisión que no sea la propiamente estatal; con grandes corporaciones que, al final, son herederas de los antiguos monopolios estatales; de grandes empresas dedicadas a las infraestructuras, que suelen ser siempre las mismas porque se opaca la posible competencia, y que, lógicamente, dependen siempre del poder político y de sus megacontratos; y de la banca, ya no tan privada porque sus mayores negocios los hace con el Banco Central Europeo que es, a su vez, su ubre y su colchón cuando vienen mal dadas.
Tal estructura no puede sobrevivir sin "lo público". Lo público convertido en el seno maternal que vive a costa de los millones de trabajadores que no disfrutan de tales privilegios sino que se limitan a costearlos y a sufrirlos. Lo público es al Estado lo que la bala al revólver, o lo que la Iglesia a la religión. Es la materialización física de los más recónditos y oscuros deseos de generaciones educadas en el dogma de la imposibilidad de sobrevivir sin lo público. Como hace poco resaltaba el Club de los Viernes, "nunca antes tanta gente vivió a costa del trabajo de los demás como en el actual opulento Estado de bienestar". No es nada nuevo. Ya lo denunciaba Bastiat, pero en su pernicioso círculo vicioso de ofrecimientos y promesas de "nuevos derechos" sin fin, se ha llegado ya a ofrecer la vida fácil costeada por los demás a tantas capas de población que es totalmente insostenible, estando los Estados europeos en quiebra técnica casi todos, salvo honrosas excepciones. Véase la deuda que sostienen y que jamás se pagará totalmente y lo que significa: la próxima generación no podrá pagarla y eso es el final de una civilización. Si no me creen, miren la historia.
Para facilitar que el Estado y lo público sean sostenidos por los mismos sobre los que se asienta es necesario crear unas instituciones extractivas que aseguren su fortaleza y su continuidad. Cuando uno piensa en instituciones extractivas piensa enseguida en las exacciones de impuestos, pero no son sólo éstas, aunque sean las principales, sino que basta comprobar cómo está la educación en Europa, siendo España el peor ejemplo y por ello el más evidente, para comprobar que los programas educativos, lejos de haber continuado siendo lo que fueron un día (una garantía de educación superior en el más literal y excelente sentido del término), se han convertido en garantía de educación de baja calidad para adornar a los obedientes esclavos del futuro a los que conviene dotar de una educación mínima para que sean útiles al sistema, pero no de demasiada educación, pues los muy educados suelen tener la mala costumbre de pensar y opinar por sí mismos y de considerarse libres.
A ello añadimos otra estructura extractiva que es la de los medios de comunicación, de los que la mayoría no sobreviven sin ayudas y subvenciones públicas que les son concedidas precisamente porque sostienen la necesaria propaganda del régimen. Completan esa educación mediocre y apenas dejan sitio a otras formas de pensamiento. No puede existir verdadera libertad de prensa si no se prohíben las ayudas públicas, de modo que en la práctica el poder político elimina gran parte de dicha libertad. Los medios de propaganda, lógicamente, son los más importantes y de mayor alcance, habiendo incluido en tales estrategias a las grandes corporaciones digitales.
Hoy se hace difícil encontrar una institución que no sea extractiva. Tal vez en algunos países europeos aún funcionen algunas, no así en nuestro país. El complejo de Dios de estas élites, de ser superiores a nosotros, a los que deben dirigirnos por nuestro bien, les impide reconocer que lo que funcionó fue la unión económica en Europa y que la política ha generado disfunciones insoportables. La socialdemocracia es el discurso común que unió a los partidos de izquierda y derecha y, como toda socialdemocracia, no deja de ser socialista y no puede dejar de lado las pulsiones de control y organización panóptica que finalmente se hace confundir con el fascismo a través de la colusión de intereses mencionada más arriba. Como toda planificación, aboca indefectiblemente al fracaso. Como dijo Ayn Rand, el comunismo propone esclavizar al hombre por la fuerza y el socialismo por el voto, pero el objetivo final es el mismo (el control) y la diferencia es la misma que existe entre asesinato y suicidio.
La casta política europea ha demostrado una voluntad tenaz en empobrecer y quebrar la mejor civilización creada jamás por el hombre. Hay dos castas de las que los ciudadanos debemos protegernos: de los criminales, por razones obvias, y de los políticos, por las razones que vemos a diario y que muchos no se atreven a reconocer. Son décadas asumiendo una mentalidad, una forma de ser y de mirar las cosas, lo que nos impide reconocer la evidencia: que la mayoría de los problemas que soportamos han sido causados por los propios políticos y que, como dice el gran Thomas Sowell, aquéllos están tratando de resolver sus propios problemas (no los nuestros), de los cuales ser elegido y reelegido son el problema 1 y 2. Y lo que sea el problema número 3 está muy atrás. Vean si no su estrategia: cuando una empresa privada hace algo mal, quiebra; cuando lo hace un organismo público, se aumenta su presupuesto y lo que está mal no es la intención o el medio sino sólo las personas concretas.
El señor Sowell pecó de ingenuo, pues al menos para los políticos europeos de las últimas décadas, nuestros problemas no están siquiera en su agenda: ¿cómo se van a ocupar de los ciudadanos cuando están construyendo una sociedad nueva, ajena por completo a nuestras peticiones y deseos? Somos demasiado poco para ellos. Si acaso, una molestia. Quien crea un mundo no se preocupa por el día a día de los que quedarán atrás.
Por eso les escandaliza cualquiera que diga, hasta aquí hemos llegado; cualquiera que les diga a los ciudadanos europeos que no son culpables de nada; cualquiera que les diga que la verdad no es la verdad 'woke' de los partidos socialdemócratas y populares europeos. No sólo están escandalizados con la victoria de Georgia Meloni en Italia, sino que el miedo les embarga hasta el punto de que conocidos periodistas radiofónicos españoles de derechas estén preocupados por la victoria de Meloni. Esto es, la propia derecha española está preocupada porque gane un partido de derechas con el que teóricamente tendría que compartir la mayor parte de su programa o, al menos, de sus valores. Ciertamente no es así, porque temen que si la ciudadanía reacciona ya no se podrá llevar a cabo la ruinosa Agenda 2030 en la que tanto ganarán los políticos y sus empresas del establishment; ya no se aceptarán las leyes de género que nos reducen a categorías caprichosas y estúpidas: ya habrá quien se oponga a la inmigración ilegal, masiva e incompatible con la libertad; quien no aceptará los principios estúpidos de la cultura que nos quieren implantar.
A la vista de Macron y de Van der Leyen vemos que los dirigentes europeos parecen tan idiotas como los que sufrimos en España. Si lo que tienen en común es el socialismo, tal vez sea éste la causa de su estupidez. No sabemos lo que hará la señora Meloni al frente del gobierno italiano (dicho sea de paso, no comparto su conservadurismo y creo que es tan estatista como los socialdemócratas y nada liberal). Me temo que no demasiado. Pero su sola presencia es una ventana abierta a los aires frescos de algunas cosas que añorábamos: que no se atacará a la familia, que no se atacará al hombre por ser hombre; que no se victimizará a la mujer por ser mujer: que se nace con un sexo y que las leyes han de ser iguales para todas las personas independientemente del sexo con que se nazca o con el que se quiera sentirse identificado; que la igualdad ante la ley es irrenunciable, que debe haber libertad para entender el pasado e interpretar la historia y que no hay por qué avergonzarse de nuestra herencia griega, romana y cristiana. Y que al que no le guste, ya sabe dónde está la puerta.
Lógicamente, los Macron y Van den Leyen están muy preocupados por todo esto y por la Hungría de Orban y la Polonia díscola. En cambio, no les preocupa la deriva bolivariana del gobierno español, que ha emputecido todas y cada una de las instituciones de nuestro país. La asquerosa mano de la izquierda es blanqueada por la élite progresista europea y cualquier atisbo de defensa de lo que verdaderamente ha sido y debe ser Europa es condenado.
Ser condenado y criticado por la izquierda europea y por el pensamiento políticamente correcto de quienes no se definen de izquierdas pero asumen sus planteamientos y sus políticas es el primer paso a la liberación. Es indicativo de que se va por un camino menos pernicioso que el que ellos nos señalan. Debemos oponernos a esta gente que nos malgobierna, aunque sea apoyando cosas que no nos agradan del todo, porque de no hacerlo en muy poco tiempo no habrá capacidad de oposición ni remedio para los desastres que nos aguardan y a los que nos han conducido deliberadamente, a nuestro pesar y sin contar con nuestra autorización, estos malditos políticos.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela distópica Frío Monstruo
El día 9 de septiembre pasado uno de los mejores periodistas radiofónicos de España, Dieter Brandau, abrió su programa a las 9 de la noche de un modo brutal. Si cualquier oyente podía esperar que comenzara hablando de la muerte de Isabel II, el señor Brandau seguramente fue el único capaz de postergar la noticia un buen rato para contar la historia de una mujer desconocida, que nada tiene que ver con la aristocracia británica ni con la jet set política europea, esto es, la élite socialdemócrata que nos conduce a la desaparición.
Esa mujer desconocida, llamada Raquel Miguélez y que dirige un supermercado en un pueblo de Cantabria, contó, sin dramatismos, con total coherencia, cómo se arruina. Así de simple. Su testimonio fue impactante, pero quién va a prestar atención a esta mujer cuando la deplorable élite mundial iba a verse en Londres por un motivo aparentemente mucho más importante, un acontecimiento histórico. Como si no fuera histórica la ruina que provocan los mismos que se juntaron en Londres para salir en la foto.
Esta mujer es mucho menos conocida que la reina Isabel II, pero su destino es mucho más importante para todos nosotros. Porque ninguno vamos a compartir el destino de la familia real británica y sus cretinos integrantes; pero la inmensa mayoría sí que vamos a compartir el destino de Raquel.
Este artículo se iba a titular ¿Por qué nos empobrecen deliberadamente?, pero tras ver las actitudes de las élites políticas europeas en las últimas semanas no cabe una pregunta más, sino una interjección o un insulto.
Dieter Brandau hizo lo que no suelen hacer los periodistas: callarse y dejar hablar. Un periodista mediocre la hubiera asaltado a preguntas. Sin interrupciones, Raquel Miguélez hizo un repaso por las cuentas de su negocio y de los negocios de sus conciudadanos. Todos estaban en la misma situación. Todos están en proceso de ruina debido al alza de los precios de la energía imprescindible para sostener cualquier empresa o para vivir dignamente. El discurso de Raquel era escalofriante. Hablaba sin falsos dramatismos, sin afectación, sin hacerse la víctima. No se considera víctima por ser mujer, ni por su condición sexual (que a nadie más que a ella importa), pero sí es víctima de algo y por algo. Y de alguien.
¿Por qué la energía es tan cara? Seguramente habrán oído y leído miles de opiniones en los últimos meses. Las circunstancias que inciden en ello son múltiples y la guerra de Ucrania sólo es un clavo más en al ataúd. Pero la causa es sólo una: las decisiones tomadas por nuestros políticos europeos hace treinta o cuarenta años y mantenidas por esa misma casta hasta hoy.
Para los políticos europeos de las últimas décadas, nuestros problemas no están siquiera en su agenda: ¿cómo se van a ocupar de los ciudadanos cuando están construyendo una sociedad nueva, ajena por completo a nuestras peticiones y deseos? Somos demasiado poco para ellos. Si acaso, una molestia. Quien crea un mundo no se preocupa por el día a día de los que quedarán atrás
Los malditos políticos tomaron esas decisiones ocultando información, sin explicar a sus pueblos qué opciones había y qué decisiones eran las mejores para el futuro. No lo hicieron porque sabían la respuesta de la mayoría de los ciudadanos europeos, que jamás hubieran aceptado, de conocerlos, los costes reales de la maldita transición ecológica. También se nos hurtaron informes rigurosos sobre los riesgos cabales para el medio ambiente y la imposibilidad real de que podamos influir en un cambio climático que es consecuencia de otras causas: el sol, principalmente.
Lo cierto es que aquellos políticos, de los que los de ahora son dignos continuadores, nos han venido engañando sobre la energía nuclear, sus inconvenientes y sus riesgos, sobre los posibles beneficios para el planeta de un calentamiento moderado o sobre la conveniencia, al menos de nuestro país, de establecer cada vez más sistemas de acumulación de agua.
Sin embargo, nuestros políticos fueron, en unos casos, sobornados, como se ha demostrado ahora, por países terceros que pretendían lo que finalmente consiguieron: hacer depender a la rica Europa de sus fuentes de energía fósiles. Alemania fue la nación más afectada. Pero los alemanes no pueden echar la culpa sólo a sus políticos. Cualquiera con un poco de memoria puede recordar las grandes manifestaciones de miles de alemanes contra las centrales nucleares allá por los setenta y los ochenta. Ahora se sabe que también esos grupos, todos inevitablemente de izquierdas, cómo no, también estaban siendo dirigidos y financiados por, entre otros, Rusia. Aquellos activistas tan pagados de sí mismos, tan satisfechos de su estúpida juventud y de su estúpida ideología esperemos que pasen frío este invierno. El frío suele despejar las ideas. Pero no seamos optimistas, los partidos ecologistas en toda Europa marcan la agenda, son votados por millones de personas y lo seguirán siendo a pesar de la evidencia de que son partidos con ideologías destructoras de nuestra civilización y de Europa.
Participan de la misma clase de pensamiento blando que los políticos que son votados por ellos y que comparten los políticos de la derecha "moderada", del Partido Popular europeo, que a pesar de la evidencia continúan manteniendo los propósitos y las "hojas de ruta" de la Agenda 2030, ese camino a una inevitable ruina.
A pesar de la evidencia, continúan en sus trece lanzando medidas de las que cada una es peor que la anterior. El intervencionismo que preconizan acabará con mercados colapsados y desabastecimiento, como siempre. Y como las dictaduras socialistas, persisten en el error. Sus dogmas son intocables, aunque conduzcan a la miseria. Así, lo público es lo sagrado y para la religión socialista de todos los partidos no se puede tocar, aunque nos lleve al desastre.
La casta política europea ha demostrado una voluntad tenaz en empobrecer y quebrar la mejor civilización creada jamás por el hombre
Al final, la clase política europea se ha convertido en un establishment insoportable, una clase superior que, como la antigua aristocracia, dirige los designios del futuro de las masas sin consultarlas, con las buenas intenciones de un buen padre de familia que cree saber lo que mejor conviene a los hijos, quienes han de obedecer y cumplir los designios paternos. Tal clase está formada por los más poderosos, que son sin duda los propios políticos, en contra de lo que éstos, para mantener el engaño, inducen a creer a la gente. Tales políticos están en connivencia con megaempresas de sectores regulados y controlados que prácticamente son una extensión del poder estatal, ajeno por completo a reglas de competencia y mercado y supervisión que no sea la propiamente estatal; con grandes corporaciones que, al final, son herederas de los antiguos monopolios estatales; de grandes empresas dedicadas a las infraestructuras, que suelen ser siempre las mismas porque se opaca la posible competencia, y que, lógicamente, dependen siempre del poder político y de sus megacontratos; y de la banca, ya no tan privada porque sus mayores negocios los hace con el Banco Central Europeo que es, a su vez, su ubre y su colchón cuando vienen mal dadas.
Tal estructura no puede sobrevivir sin "lo público". Lo público convertido en el seno maternal que vive a costa de los millones de trabajadores que no disfrutan de tales privilegios sino que se limitan a costearlos y a sufrirlos. Lo público es al Estado lo que la bala al revólver, o lo que la Iglesia a la religión. Es la materialización física de los más recónditos y oscuros deseos de generaciones educadas en el dogma de la imposibilidad de sobrevivir sin lo público. Como hace poco resaltaba el Club de los Viernes, "nunca antes tanta gente vivió a costa del trabajo de los demás como en el actual opulento Estado de bienestar". No es nada nuevo. Ya lo denunciaba Bastiat, pero en su pernicioso círculo vicioso de ofrecimientos y promesas de "nuevos derechos" sin fin, se ha llegado ya a ofrecer la vida fácil costeada por los demás a tantas capas de población que es totalmente insostenible, estando los Estados europeos en quiebra técnica casi todos, salvo honrosas excepciones. Véase la deuda que sostienen y que jamás se pagará totalmente y lo que significa: la próxima generación no podrá pagarla y eso es el final de una civilización. Si no me creen, miren la historia.
Para facilitar que el Estado y lo público sean sostenidos por los mismos sobre los que se asienta es necesario crear unas instituciones extractivas que aseguren su fortaleza y su continuidad. Cuando uno piensa en instituciones extractivas piensa enseguida en las exacciones de impuestos, pero no son sólo éstas, aunque sean las principales, sino que basta comprobar cómo está la educación en Europa, siendo España el peor ejemplo y por ello el más evidente, para comprobar que los programas educativos, lejos de haber continuado siendo lo que fueron un día (una garantía de educación superior en el más literal y excelente sentido del término), se han convertido en garantía de educación de baja calidad para adornar a los obedientes esclavos del futuro a los que conviene dotar de una educación mínima para que sean útiles al sistema, pero no de demasiada educación, pues los muy educados suelen tener la mala costumbre de pensar y opinar por sí mismos y de considerarse libres.
A ello añadimos otra estructura extractiva que es la de los medios de comunicación, de los que la mayoría no sobreviven sin ayudas y subvenciones públicas que les son concedidas precisamente porque sostienen la necesaria propaganda del régimen. Completan esa educación mediocre y apenas dejan sitio a otras formas de pensamiento. No puede existir verdadera libertad de prensa si no se prohíben las ayudas públicas, de modo que en la práctica el poder político elimina gran parte de dicha libertad. Los medios de propaganda, lógicamente, son los más importantes y de mayor alcance, habiendo incluido en tales estrategias a las grandes corporaciones digitales.
Hoy se hace difícil encontrar una institución que no sea extractiva. Tal vez en algunos países europeos aún funcionen algunas, no así en nuestro país. El complejo de Dios de estas élites, de ser superiores a nosotros, a los que deben dirigirnos por nuestro bien, les impide reconocer que lo que funcionó fue la unión económica en Europa y que la política ha generado disfunciones insoportables. La socialdemocracia es el discurso común que unió a los partidos de izquierda y derecha y, como toda socialdemocracia, no deja de ser socialista y no puede dejar de lado las pulsiones de control y organización panóptica que finalmente se hace confundir con el fascismo a través de la colusión de intereses mencionada más arriba. Como toda planificación, aboca indefectiblemente al fracaso. Como dijo Ayn Rand, el comunismo propone esclavizar al hombre por la fuerza y el socialismo por el voto, pero el objetivo final es el mismo (el control) y la diferencia es la misma que existe entre asesinato y suicidio.
La casta política europea ha demostrado una voluntad tenaz en empobrecer y quebrar la mejor civilización creada jamás por el hombre. Hay dos castas de las que los ciudadanos debemos protegernos: de los criminales, por razones obvias, y de los políticos, por las razones que vemos a diario y que muchos no se atreven a reconocer. Son décadas asumiendo una mentalidad, una forma de ser y de mirar las cosas, lo que nos impide reconocer la evidencia: que la mayoría de los problemas que soportamos han sido causados por los propios políticos y que, como dice el gran Thomas Sowell, aquéllos están tratando de resolver sus propios problemas (no los nuestros), de los cuales ser elegido y reelegido son el problema 1 y 2. Y lo que sea el problema número 3 está muy atrás. Vean si no su estrategia: cuando una empresa privada hace algo mal, quiebra; cuando lo hace un organismo público, se aumenta su presupuesto y lo que está mal no es la intención o el medio sino sólo las personas concretas.
El señor Sowell pecó de ingenuo, pues al menos para los políticos europeos de las últimas décadas, nuestros problemas no están siquiera en su agenda: ¿cómo se van a ocupar de los ciudadanos cuando están construyendo una sociedad nueva, ajena por completo a nuestras peticiones y deseos? Somos demasiado poco para ellos. Si acaso, una molestia. Quien crea un mundo no se preocupa por el día a día de los que quedarán atrás.
Por eso les escandaliza cualquiera que diga, hasta aquí hemos llegado; cualquiera que les diga a los ciudadanos europeos que no son culpables de nada; cualquiera que les diga que la verdad no es la verdad 'woke' de los partidos socialdemócratas y populares europeos. No sólo están escandalizados con la victoria de Georgia Meloni en Italia, sino que el miedo les embarga hasta el punto de que conocidos periodistas radiofónicos españoles de derechas estén preocupados por la victoria de Meloni. Esto es, la propia derecha española está preocupada porque gane un partido de derechas con el que teóricamente tendría que compartir la mayor parte de su programa o, al menos, de sus valores. Ciertamente no es así, porque temen que si la ciudadanía reacciona ya no se podrá llevar a cabo la ruinosa Agenda 2030 en la que tanto ganarán los políticos y sus empresas del establishment; ya no se aceptarán las leyes de género que nos reducen a categorías caprichosas y estúpidas: ya habrá quien se oponga a la inmigración ilegal, masiva e incompatible con la libertad; quien no aceptará los principios estúpidos de la cultura que nos quieren implantar.
A la vista de Macron y de Van der Leyen vemos que los dirigentes europeos parecen tan idiotas como los que sufrimos en España. Si lo que tienen en común es el socialismo, tal vez sea éste la causa de su estupidez. No sabemos lo que hará la señora Meloni al frente del gobierno italiano (dicho sea de paso, no comparto su conservadurismo y creo que es tan estatista como los socialdemócratas y nada liberal). Me temo que no demasiado. Pero su sola presencia es una ventana abierta a los aires frescos de algunas cosas que añorábamos: que no se atacará a la familia, que no se atacará al hombre por ser hombre; que no se victimizará a la mujer por ser mujer: que se nace con un sexo y que las leyes han de ser iguales para todas las personas independientemente del sexo con que se nazca o con el que se quiera sentirse identificado; que la igualdad ante la ley es irrenunciable, que debe haber libertad para entender el pasado e interpretar la historia y que no hay por qué avergonzarse de nuestra herencia griega, romana y cristiana. Y que al que no le guste, ya sabe dónde está la puerta.
Lógicamente, los Macron y Van den Leyen están muy preocupados por todo esto y por la Hungría de Orban y la Polonia díscola. En cambio, no les preocupa la deriva bolivariana del gobierno español, que ha emputecido todas y cada una de las instituciones de nuestro país. La asquerosa mano de la izquierda es blanqueada por la élite progresista europea y cualquier atisbo de defensa de lo que verdaderamente ha sido y debe ser Europa es condenado.
Ser condenado y criticado por la izquierda europea y por el pensamiento políticamente correcto de quienes no se definen de izquierdas pero asumen sus planteamientos y sus políticas es el primer paso a la liberación. Es indicativo de que se va por un camino menos pernicioso que el que ellos nos señalan. Debemos oponernos a esta gente que nos malgobierna, aunque sea apoyando cosas que no nos agradan del todo, porque de no hacerlo en muy poco tiempo no habrá capacidad de oposición ni remedio para los desastres que nos aguardan y a los que nos han conducido deliberadamente, a nuestro pesar y sin contar con nuestra autorización, estos malditos políticos.
(*) Winston Galt es escritor, autor de la novela distópica Frío Monstruo











