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Francisco Hervás Maldonado
Sábado, 15 de Octubre de 2022 Tiempo de lectura:

"Spiriman": la defensa de la dignidad

(Homenaje a Jesús Candel Fábregas, Médico de Granada)


Cuando hablamos de la dignidad de una persona no sabemos muchas veces de lo que estamos hablando, pues no siempre tenemos claro lo que es la dignidad. Y es que la palabra dignidad es la cualidad de digno que significa excelente, de honor, merecedor, grande… y dignidad deriva de la palabra latina "dignitas", que viene a ser algo similar a “grandeza”.


Pero no siempre es lo mismo la dignidad, aunque al final viene a ser algo así como autoestima reconocida en todos los casos. En el Preámbulo de La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 se habla de la "dignidad intrínseca (...) de todos los miembros de la familia humana", y luego afirma en su artículo 1º que "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos".


La dignidad humana, por lo tanto, es innata, positiva y fomenta la sensación de plenitud y satisfacción, reforzando la personalidad. En este caso hablamos de la dignidad ontológica, innata al ser humano (según el ser humano, naturalmente). Pero hay otros tipos de dignidad. La esclavitud, en este plano ontológico, es lo contrario de dignidad, ya que el esclavo no es considerado una persona humana, sino un objeto. Al menos en teoría, porque si acudimos a la referencia de la antigua Roma, vemos que había muchas clases de esclavos y algunos no vivían mal. Eso sí: no cobraban, pero al menos tenían cierta influencia e incluso poder.


Esta dignidad ontológica hace que los seres humanos podamos mejorar nuestra calidad de vida, ejerciendo con libertad la toma de decisiones que nos conduzcan a una mejora en nuestro estatus social. Sin hacer daño a los demás, naturalmente. Al menos eso dicen las Naciones Unidas. Pero, por desgracia, no es verdad, pues muchos confunden la dignidad con el interés personal egoísta, sin pensar en los demás. Es decir, que hay dos varas de medir: la propia y la de los otros; desafortunadamente se revela la dignidad como un concepto utópico en muchos casos. Especialmente en las dictaduras de izquierdas, aunque también sucede en las de derechas. Es decir, que muchas autoridades mienten en su propio beneficio con la
pantalla de la dignidad ontológica. Y es curioso que en estos casos lo que se promueve es la ignorancia en pro de no esforzarse. En una palabra: oclocracia, que dijera Aristóteles, el gobierno de las turbas incultas, engañadas por unos pocos que se benefician enormemente de ello, especialmente en el plano económico. Debemos desconfiar, por tanto, de la dignidad ontológica pregonada y no de la silenciosa y real. Por tanto, la dignidad ontológica nos refleja el valor o debilidad de cada ser humano.


Otra dignidad es la moral, algo que también puede resultar dudoso, pues la moralidad varía en base a tres cosas: las creencias religiosas, el beneficio de todo tipo que produce (económico, social, amoroso…) y la visión con la edad, que va cambiando, a veces radicalmente y por lo general para bien. Por eso no debemos creer a priori en la dignidad moral de una persona sin conocer de verdad su conducta y la evolución de la misma en el tiempo. Sin dejar de lado sus creencias, naturalmente. Yo desconfío profundamente de quienes se declaran ateos o agnósticos. Porque no es verdad. Todo el mundo cree en algo y en alguien. Si no, los juegos de azar no existirían, los noviazgos y parejas tampoco y las vocaciones profesionales o de cualquier tipo mucho menos. Esta dignidad nos ilustra sobre la ética que alumbra o apaga a cada persona.


Finalmente, tenemos la dignidad real o personal, que tiene que ver mucho con el orgullo y –en definitiva– con el amor propio de cada cual. Es la que muchos pueden presentar como justificante de reacciones inapropiadas ante un determinado suceso que no las justifica. Sin embargo, todo eso es relativo, porque… ¿quién es más culpable, el que crea ese suceso imprevisto o inadecuado o quien reacciona en defensa de una situación de difícil justificación? Es decir, ¿cuál es más importante de las tres facetas de la dignidad? Acaso el valor (en el sentido de valía personal), pudieran ser los principios morales de cada cual o tal vez el inevitable amor propio (nuestra autoestima) que a todos nos adorna. No es fácil encontrar una respuesta coherente. Todas las partes de la dignidad son válidas y todas, adecuadamente aplicadas, engrandecen a quien las exhibe.


Aristóteles era mucho más práctico en esta reflexión, pues decía que la dignidad no consiste en tener honores sino en merecerlos. En definitiva, no son importantes los méritos aparentes, sino los sentimientos que los soportan. Y aquí entra mi admirado compañero médico Jesús Candel, conocido también como “Spiriman”. No es tan importante lo que hizo como lo que consiguió, lo que dijo como lo que convenció, lo que propuso como lo que ayudó. El disparate del gobierno andaluz de entonces, en época de gobierno socialista, consistió en repartir los servicios de especialidades médicas entre dos hospitales de Granada distantes. De manera que si una mujer en tratamiento ginecológico presentaba un problema cardíaco, había que llevarla en una ambulancia al otro hospital y luego, nueva ambulancia al primer hospital para continuar con la terapia ginecológica. Un disparate colosal sin justificación alguna. Bien, pues el Dr. D. Jesús Candel se rebeló contra ello y organizó una serie de acciones populares apoyado por mucha gente, mediante las cuales consiguió que cada uno de los dos hospitales tuviera todas las especialidades, lo cual probablemente ha salvado la vida a mucha gente. Pero Jesús no se paró ahí, sino que creó una fundación de ayuda a los enfermos oncológicos, la conocida como UAPO, cuya labor fue y sigue siendo extraordinaria.


En Jesús se hizo realidad la frase de Cicerón: ¿dónde está la dignidad a menos que haya honestidad? Un hombre que no posee valores honestos en su vida (no roba, dice la verdad, ayuda a quienes lo necesitan…) no puede decirse que sea una persona con dignidad.


Pero es que Jesús Candel defendía la valiosa postura de Antoine de Saint-Exupery: la dignidad de un individuo consiste en no ser reducido al vasallaje por largueza de otros. No podemos dejarnos avasallar por individuos que, las más veces con falsas promesas y sin la preparación adecuada, nos van a proponer disparates monumentales que solamente buscan el beneficio propio y de sus allegados, utilizando para ello la mentira y promocionando la ignorancia de sus seguidores.


Maya Angelou fue una norteamericana de raza negra que en el siglo pasado luchó por la dignidad de todas las personas de su país, independientemente de su raza. Decía Maya que prefería estar sola con dignidad que en una situación en la que debiera de sacrificar su amor propio para medrar o incluso para subsistir. A veces eso te hace perder batallas, pero no la guerra; pues como bien dijera Jorge Luis Borges hay derrotas que tienen más dignidad que la victoria.


Estamos viviendo unos años difíciles, donde la sociedad está cambiando de una manera rápida y radical. Se imponen el trato a distancia a través de las redes sociales, el cambio en los sistemas de producción de alimentos e incluso de alimentación, la variación en los medios de transporte, la pérdida de las creencias religiosas, la falta de compromiso en las parejas, la justificación de lo injustificable mediante mentiras, las enfermedades infecciosas que han estallado en forma pletórica de pandemias, especialmente la de Covid, la guerra, las confrontaciones por el control y dominio de todo tipo de recursos rentables… y muchísimas otras cosas que prefiero no recordar.


Quienes dominan el mundo dicen que somos demasiados, que sobran entre dos y tres mil millones de personas en el mundo y para ello están procediendo a eliminarlas de todas las maneras posibles, ya no solo con pandemias o guerras, tal vez lo menos trascendente y más esperable, sino especialmente con destrozo de la moralidad, de los valores, de la autoestima. Nos quieren convertir en animales, destrozando la familia, las creencias, la justicia, el valor, los conocimientos…


Hoy en día se imponen el libertinaje sexual, el aborto, la eutanasia, el cierre de las iglesias y la ignorancia. Sin duda se están cargando nuestra dignidad. A todo ello se opuso Jesús Candel con brillantez y mucho éxito. Por tanto, pocas personas he conocido en mi vida que mejor hayan defendido nuestra dignidad humana.


Y no lo dudemos, esta no es una cuestión solo de patria. Estamos ante un intento de destrozar la vida humana y caer en los horrores que bien definió Aldous Huxley en su Un Mundo Feliz (Brave New World). Unos podremos ser alfas, otros betas, muchos gammas, bastantes deltas e innumerables epsilones. ¿Qué “soma” nos darán para comer?
 


Enhorabuena por tu vida, Jesús Candel. Has sido un ejemplo de dignidad.

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