1982. Cuando llegó la izquierda
Tras el Golpe en febrero de 1981 todo apuntaba que España necesitaba dar una oportunidad al cambio. Era la cita con los dos elementos que hacen de la democracia un régimen excelente. El voto y las posibilidades de alcanzar la alternancia mediante la voluntad popular en las urnas. Y así fue. Una nueva generación con chaquetas de pana abrió las ventanas del país todavía muy cañí y dieron el poder al Partido Socialista en el otoño de 1982 (hace cuarenta años).
La derecha había quedado en manos de Manuel Fraga y su Aianza Popular (AP). La UCD, como todos los experimentos de Adolfo Suarez, fenecieron con su marcha tras hacer prestidigitación para transformar un régimen autárquico en una democracia en torno a la Monarquía y al Parlamento - Las Cortes Generales: Congreso y Senado-, la Constitución Española de 1978 y los Estatutos de Autonomía que fundan el Estado descentralizado que traslada el poder competencial a las nuevas comunidades autónomas.
El PSOE de acento andaluz que había tomado las riendas en el Congreso de Suresnes caminará marcando distancias con el marxismo y pone en primera plana un Gobierno del que se dice -la derecha intelectual- no tienen fuste para hacer leyes que modernicen la España devota de Frascuelo y de María.
Vitoria era una ciudad levítica. Todavía herida por los sucesos de aquel 3 de marzo. Industrial. Donde avanzaba la administración autonómica y retrocedía la del Estado español. Sería el año en el que saldrían los componentes de la primera promoción de la Policía Autonómica Vasca, uno de los símbolos que enarbolaba el nacionalismo.
El primer día laborable de 1982 comienzo mi singladura en el Hospital General Santiago Apóstol de Vitoria. Había ganado la plaza por oposición tras tres ejercicios. Fue un acierto en mi carrera profesional y un caso poco frecuente de un facultativo que primero trabajó en el Hospital de la Seguridad Social -INP- y luego en el Hospital Provincial de la Diputación Foral -FASVA-.
Tras la victoria del PSOE que comandan Felipe y Alfonso me afilio en AP. Lo hago por ser los únicos que sin complejos defienden la condición al derecho de ser ciudadano español en Euskadi.
En esos años tengo una anécdota que siempre cuento y recuerdo. Telésforo Monzón, uno de los patricios nacionalistas, sufre una neumonía que se trata en el Hospital Santiago. En una conversación con tal ilustre caballero llega a decir que el modelo que desea para Euskadi es el mismo que tienen en Albania, ya que su romanticismo le lleva a desear una Euskadi entre montañas, con el sonido de los 'irrintzi' (grito) y dedicada al pastoreo".
Otra de las diatribas que está cada vez más presente es la política lingüística. Hay que conseguir un idioma para diferenciar los vascos de los demás habitantes del orbe. El victimismo es una perversa herramienta que señala al Estado de España como enemigo del idioma vascongado. No son consecuentes. La dificultad para aprender y manejar el euskera viene dada por dos circunstancias. Al no ser lengua de raíz latina resulta harto complicada su difusión. Al ser una lengua muy minorizada, tanto en el uso social como en la escritura, apenas puede competir con las lenguas en las que se comunican los grandes movimientos poblacionales.
A los que tenemos tantas connotaciones en la República Argentina, nos duele y afecta en el alma la guerra entre Reino Unido y la Argentina por las Malvinas. Si bien será el último estertor de la dictadura militar para convertir la derrota en semilla para la democracia. Mientras tanto, y para sellar posibles tentaciones nostálgicas, España ingresa en la OTAN.
Los acontecimientos de la Feria Universal en Sevilla y el Campeonato Mundial de Futbol desviarán la atención sobre una España en franca decadencia y necesitada de un cambio de ciclo político.
Por cierto, en el verano de este 1982 los americanos hacen estallar a modo de prueba ingenios nucleares en Nevada. Mi profesor de Historia de la Medicina, Pedro Laín Entralgo, alcanza la dirección de la Real Academia Española. Marruecos inicia el reclamo de las plazas españolas de Ceuta y Melilla.
Por esas fechas, Vitoria era una ciudad magnífica. Cómoda. Dotada con todos los servicios y dos hospitales públicos que pugnaban entre sí por ganarse el respeto y la aquiescencia de los usuarios. Los paseos que desde la plaza de la virgen Blanca permitían salir fuera de la ciudad camino de Armentia por la Senda era todo un ejemplo de la buena obra que realizó Olaguibel. La calle Dato dedicada a un coruñés que se desplazaba desde la plaza de España hasta la estación de la RENFE era el "mentidero señorial de la que sería capital en la nueva Comunidad Autónoma".
Poco a poco los vitorianos de toda la vida tuvieron que dejar espacio a los llegados de fuera que residieron en los barrios dónde me tocaría ubicar nuevos centros de salud para descentralizar la asistencia sanitaria.
Tras el Golpe en febrero de 1981 todo apuntaba que España necesitaba dar una oportunidad al cambio. Era la cita con los dos elementos que hacen de la democracia un régimen excelente. El voto y las posibilidades de alcanzar la alternancia mediante la voluntad popular en las urnas. Y así fue. Una nueva generación con chaquetas de pana abrió las ventanas del país todavía muy cañí y dieron el poder al Partido Socialista en el otoño de 1982 (hace cuarenta años).
La derecha había quedado en manos de Manuel Fraga y su Aianza Popular (AP). La UCD, como todos los experimentos de Adolfo Suarez, fenecieron con su marcha tras hacer prestidigitación para transformar un régimen autárquico en una democracia en torno a la Monarquía y al Parlamento - Las Cortes Generales: Congreso y Senado-, la Constitución Española de 1978 y los Estatutos de Autonomía que fundan el Estado descentralizado que traslada el poder competencial a las nuevas comunidades autónomas.
El PSOE de acento andaluz que había tomado las riendas en el Congreso de Suresnes caminará marcando distancias con el marxismo y pone en primera plana un Gobierno del que se dice -la derecha intelectual- no tienen fuste para hacer leyes que modernicen la España devota de Frascuelo y de María.
Vitoria era una ciudad levítica. Todavía herida por los sucesos de aquel 3 de marzo. Industrial. Donde avanzaba la administración autonómica y retrocedía la del Estado español. Sería el año en el que saldrían los componentes de la primera promoción de la Policía Autonómica Vasca, uno de los símbolos que enarbolaba el nacionalismo.
El primer día laborable de 1982 comienzo mi singladura en el Hospital General Santiago Apóstol de Vitoria. Había ganado la plaza por oposición tras tres ejercicios. Fue un acierto en mi carrera profesional y un caso poco frecuente de un facultativo que primero trabajó en el Hospital de la Seguridad Social -INP- y luego en el Hospital Provincial de la Diputación Foral -FASVA-.
Tras la victoria del PSOE que comandan Felipe y Alfonso me afilio en AP. Lo hago por ser los únicos que sin complejos defienden la condición al derecho de ser ciudadano español en Euskadi.
En esos años tengo una anécdota que siempre cuento y recuerdo. Telésforo Monzón, uno de los patricios nacionalistas, sufre una neumonía que se trata en el Hospital Santiago. En una conversación con tal ilustre caballero llega a decir que el modelo que desea para Euskadi es el mismo que tienen en Albania, ya que su romanticismo le lleva a desear una Euskadi entre montañas, con el sonido de los 'irrintzi' (grito) y dedicada al pastoreo".
Otra de las diatribas que está cada vez más presente es la política lingüística. Hay que conseguir un idioma para diferenciar los vascos de los demás habitantes del orbe. El victimismo es una perversa herramienta que señala al Estado de España como enemigo del idioma vascongado. No son consecuentes. La dificultad para aprender y manejar el euskera viene dada por dos circunstancias. Al no ser lengua de raíz latina resulta harto complicada su difusión. Al ser una lengua muy minorizada, tanto en el uso social como en la escritura, apenas puede competir con las lenguas en las que se comunican los grandes movimientos poblacionales.
A los que tenemos tantas connotaciones en la República Argentina, nos duele y afecta en el alma la guerra entre Reino Unido y la Argentina por las Malvinas. Si bien será el último estertor de la dictadura militar para convertir la derrota en semilla para la democracia. Mientras tanto, y para sellar posibles tentaciones nostálgicas, España ingresa en la OTAN.
Los acontecimientos de la Feria Universal en Sevilla y el Campeonato Mundial de Futbol desviarán la atención sobre una España en franca decadencia y necesitada de un cambio de ciclo político.
Por cierto, en el verano de este 1982 los americanos hacen estallar a modo de prueba ingenios nucleares en Nevada. Mi profesor de Historia de la Medicina, Pedro Laín Entralgo, alcanza la dirección de la Real Academia Española. Marruecos inicia el reclamo de las plazas españolas de Ceuta y Melilla.
Por esas fechas, Vitoria era una ciudad magnífica. Cómoda. Dotada con todos los servicios y dos hospitales públicos que pugnaban entre sí por ganarse el respeto y la aquiescencia de los usuarios. Los paseos que desde la plaza de la virgen Blanca permitían salir fuera de la ciudad camino de Armentia por la Senda era todo un ejemplo de la buena obra que realizó Olaguibel. La calle Dato dedicada a un coruñés que se desplazaba desde la plaza de España hasta la estación de la RENFE era el "mentidero señorial de la que sería capital en la nueva Comunidad Autónoma".
Poco a poco los vitorianos de toda la vida tuvieron que dejar espacio a los llegados de fuera que residieron en los barrios dónde me tocaría ubicar nuevos centros de salud para descentralizar la asistencia sanitaria.