Sábado, 27 de Septiembre de 2025

Actualizada Viernes, 26 de Septiembre de 2025 a las 21:56:06 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Lunes, 24 de Octubre de 2022 Tiempo de lectura:

Cine "Giallo": el poder de la incorrección política

[Img #23072]De los subgéneros cinematográficos que surgieron en los años 60 del pasado siglo, acaso el giallo sea el más perturbador y euforizante de los mismos. Todas las furias iconoclastas del momento, potenciadas por el malestar político de una sociedad en descomposición y reconfiguración, iban a propiciar el apogeo de una de las experiencias cognitivas más potentes de entonces... Su influjo perdura intacto hasta nuestros días.

 

Hoy, sesenta años después del estreno de la inaugural La muchacha que sabía demasiado (La ragazza che sapeva troppo; Mario Bava, 1962), el giallo es poco menos que una reliquia psicodélica, testimonio sublimado de aquellos años vertiginosos: ello no obsta para que este cinema “amarillo” tenga todavía sus cultivadores y sus incondicionales, entre los que me encuentro. Esta nostalgia audiovisual, mezcla de añoranza por las emociones fuertes y el respeto por la inteligencia del público, ha sido determinante en la génesis y escritura de Cinema Giallo (1962–1987): 25 años en el ojo del laberinto, mi nuevo libro, publicado por el sello Ultima Libris.

 

Así y todo, debo recordar que mi primera experiencia con el giallo en condición de espectador fílmico se remonta a finales de los años 80, cuando el subgénero ya estaba agonizando tras la debacle de las últimas intentonas por animar el filón; por eso de dar más detalles y satisfacer la curiosidad del lector cinéfilo, diré que ese primer giallo que pude visionar fue Tenebre (Tenebrae; Dario Argento, 1982), gracias a una copia VHS que localicé en el almacén del videoclub familiar (para la pequeña intrahistoria de los videoclubes, recordaré que Videoclub Bielsa, en Calanda, fue uno de los primeros locales de su especialidad abiertos en España, y más concretamente en la provincia de Teruel, allá por los años 1981-1982; fue cerrado en 2010). Desde entonces y hasta hoy, una exhaustiva revisión estratificada y cuasi arqueológica, me ha permitido estudiar y reconocer varios centenares de títulos, entre productos genuinos y copias descoloridas. Mi archivo filmográfico (videográfico, para ser más precisos) es tan prolijo como irregular, y contiene cintas Betamax, VHS, alguna V2000, discos DVD, Blu-ray, etc.

         

El giallo, que tantos detractores ha tenido entre la petulante “crítica gafapasta” de ayer y de hoy, merece todavía una revisión cultural que dignifique, cuando no signifique, sus presupuestos estéticos. Resulta francamente desalentador leer en publicaciones especializadas –lindantes con el chantaje cultural– los más encendidos elogios sobre el cine de Jean-Luc Godard (cuyas ¾ partes de su filmografía bien pueden resultar indigeribles para un espectador imparcial), mientras se escupen vituperios terribles sobre el cine de Giulio Questi, Umberto Lenzi o Sergio Martino, ignorando de paso que innovaciones (tal vez casuales, pero innovaciones al fin y al cabo) propuestas por estos artesanos son equiparables a las “audacias vanguardistas” (sic) del mentado Godard. En su mezquina condición habitual de “cine de explotación”, el giallo ha sufrido el descrédito de su soporte cultural, y no tanto sobre la base de sus resultados artísticos como por toda clase de prejuicios que, vistos hoy, se nos antojan ridículos e infundados… máxime cuando el giallo se basta a sí mismo: su propia estética-retórica, particularísima, libera el subgénero de las estrechas correas de la producción de serie B o C para ofrecer un discurso concluyente harto audaz, centrado en la (de)construcción de laberintos dialécticos, galimatías irresolubles y tramas tan embrolladas como autorreferenciales.

 

Como habrá advertido el cinéfilo más atento, el subtítulo de mi libro homenajea explícitamente uno de los grandes gialli del período dorado: me refiero a El ojo del laberinto (L'occhio nel labirinto; Mario Caiano, 1972), magistral filigrana y plasmación exacta del enigma del laberinto, literal y metafórico, tan bien estudiado por Jorge Luis Borges en su narrativa: “Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin.” En esta frase queda resumida inmejorablemente el misterio filosófico del giallo: su estética, que comporta también una ética y, más propiamente, una escenificación ritual entre el voyerismo lateralizado y la pulsión narcótica dormida del sujeto, sólo posible en el contexto privativo de la sala de cine (y en menor medida, en el ámbito doméstico).

 

Por supuesto que el giallo es también el mundo del crimen sin filtros (aunque estilizado), donde sordidez y crueldad requieren de un pacto empírico nunca firmado entre el director y el espectador: “La película surge de una premisa realista: el asesinato” (Dario Argento).

 

El escritor y analista cinematográfico Fernando Alonso Barahona, prologuista de nuestro libro, acierta de lleno cuando sintetiza los mecanismos del subgénero así; cito: “La fantasía y el miedo a lo incontrolable forman parte también de la realidad. Nuestra inquietante realidad. El cine Giallo no es en sentido estricto cine fantástico pero sus peculiares características estéticas, el tono visual de las historias teñidas de crímenes y suspense se encuadran en muchos momentos en los territorios del miedo”. Inmejorable descripción de los temas y motivos que, durante al menos un cuarto de siglo, van a teñir el celuloide de un “amarillo violento” equiparable al “rojo sangre”; en palabras de Barahona: “El termino giallo, que en italiano significa amarillo, proviene del color de las portadas de estas novelas. El lector sabía con solo esta señal que las páginas iban a estar llenas de crímenes y misterio. El éxito popular fue extraordinario y fue rápidamente imitado por otras editoriales. El color amarillo se convirtió en el símbolo que identificaba a todo el género e incluso el término giallo en el lenguaje coloquial pasó a significar misterio y suspense”.

 

Pero a diferencia de los policiacos o del mero terror escapista, el giallo simboliza una superación y un retroceso con respecto a las derivas conservadoras y liberales pujantes en otros subgéneros, como así ocurre con el poliziesco italiano, de acusada tendencia conservadora, o el deleznable slasher internacional, liberal y degenerado en grado sumo. Por contrapartida, el giallo, tan adicto a la moralina barata en sus años de incubación, sucumbe luego a una moralización normativa de sus temas/pretextos, a menudo con una finalidad didáctica próxima al denominado “cine-denuncia”, como ocurre en el magistral ¿Qué habéis hecho con Solange? (Cosa avete fatto a Solange?; Massimo Dallamano, 1972), con su condena implícita del aborto, inimaginable actualmente.

 

Revisado hoy, el poder del giallo reside en su absoluta incorrección política, en ese inconformismo social tan tremendista. He aquí la razón por la que sus molestos contenidos rebasan ampliamente ese espacio de confort psicosocial (es decir, de control mental) propiciado por el Sistema y sus terminales de poder… En cuanto subgénero siniestro por antonomasia, el giallo, que tantas veces ha sido tachado de misógino y machista, quizá no resultará simpático a un auditorio de feministas recalcitrantes, pero tal vez haga reflexionar a las jovencitas sobre la inseguridad de las vías públicas, más inseguras y peligrosas en la Barcelona de 2022 que en esa Roma nocturna filmada tantas veces por el maestro Dario Argento.

 

CLIC AQUÍ PARA COMPRAR EN LA TIENDA DE ULTIMA LIBRIS

 

CLIC AQUÍ PARA COMPRAR EN AMAZON

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.