El canto de las raposas
Uno de los pensadores más brillantes de la modernidad fue Alfred North Whitehead, que primero fue un brillante lógico-matemático que, junto con el filósofo y futuro premio Nobel Bertrand Russell, publicó entre 1910 y 1913 nada menos que el tratado Principia Mathematica, obra fundamental en la teoría matemática moderna hasta la formulación del teorema de incompletitud de Gödel.
Whitehead, con sesenta años, reorientó su pensamiento hacia la filosofía. Entre sus escritos más famosos se encuentra Las funciones de la razón, en el que diferencia dos tipos de inteligencia humana, que en su época se solía considerar como un continuo: Whitehead distingue entre la inteligencia teórica, que llama” la razón de Platón”, y la inteligencia técnico-práctica, que denomina “la razón de Ulises”.
Para Whitehead hay una clara distinción entre ambas: la razón de Ulises es la que “compartimos con los zorros” mientras que la razón de Platón es la que “nos asocia con los dioses”. Whitehead recelaba en confiar exclusivamente el futuro de nuestras sociedades democráticas a la razón de los Ulises modernos. No en balde, pese a sus astucias o, precisamente por ellas, son pésimos guías: en el poema de Homero de toda su tripulación solo Odiseo consigue regresar a Ítaca.
Vista la evolución moderna de los sistemas educativos, en los que las humanidades, la filosofía, la cultura y las ideas van desapareciendo, no es de extrañar que en la vida política occidental pululen los zorros de izquierda y derecha, y las raposas populistas.
Para Whitehead, cualquier elector corre el riesgo de ser engañado por la astucia de los zorros: nos prometen reorganizar nuestras vidas y sacarnos del caos moderno con soluciones de gran sencillez argumental que parecen simples y, a veces, hasta lógicas, pero son solo mantras políticos, muy eficaces como ganchos en electorales, pero inútiles para resolver nada.
Los zorros nos aseguran que nos van a garantizar la seguridad del gallinero que son nuestras sociedades. Luego pasa lo que pasa si el zorro controla el corral y lo elegimos granjero.
En nuestras sociedades modernas para distinguir a los zorros en la política es importante analizar los tipos de mensajes que ofrecen, pues son muy característicos por sus contenidos. Al menos hay cinco tipos habituales, que debemos reconocer si los ciudadanos queremos evitar convertirnos en pitanza de raposas.
El primero tipo son los mensajes “utópicos” que nos aseguran que nos van a devolver a una edad de oro pasada, en la que los pueblos, los estados o las religiones eran “puras y dichosas”.
Esta propuesta de regreso a una Arcadia feliz perdida, a sus buenas costumbres y tradiciones y a sus fronteras, nos ofrece un pasado inventado que en realidad jamás existió, pues cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor (casi siempre es, al contrario, aunque en las brumas de la memoria tendamos a idealizarlo). Es un mito muy peligroso ya que nos ofrece como destino un tentador paraíso y suelen transformar el presente en un infierno.
Es el tipo de estrategia favorita de los autócratas rusos (arrasando Ucrania para “revitalizar” el imperio de los zares) y chinos (arrasando Tíbet y Sinkiang y amenazando Taiwán y Hong Kong para hacerlos homogéneos al resto del celeste imperio) y de los demagogos modernos occidentales tipo Trump (empeñado en convertir Estados Unidos en una mala película de serie B del oeste).
El segundo tipo son los mensajes “conspiranoicos” que aseguran que todos nuestros problemas (que son reales y muchos), se deben a un complot imaginario maquinado contra nosotros por nuestros adversarios internos (otros ciudadanos o grupos sociales “desleales”) o externos (otros pueblos, que “nos odian y envidian”).
Este tipo de mensajes niega la complejidad del mundo y nos intenta convencer de que existe un enemigo que conspira permanentemente contra nosotros. Es un mensaje muy cómodo y atractivo, porque nuestros propios errores y nuestras culpas las absuelven y convierten automáticamente en ajenas.
Es el tipo de mensaje favorito de los populismos, siempre prestos a encontrar culpables individuales o colectivos (por su cultura, clase social, raza, lengua o religión) o externos (otros países). Sus partidarios tienen bastante éxito en las sociedades chovinistas, como sucede últimamente en Italia y Hungría.
Un tercer tipo de mensaje es el “carismático” que intenta convencernos de la llegada de un nuevo líder que, con su ideología y su “nuevo” partido, está investido de todos los conocimientos necesarios para cambiar las cosas a mejor y hacer justicia.
Este tipo de mensajes se caracterizan por rechazar la separación de poderes. Para ellos, el líder es la encarnación de la voluntad general y superior a cualquier otro poder. Por ello quién se le opone está en contra del pueblo.
Es el mensaje preferido por los demagogos adánicos radicales, flautistas de Hamelín con buena verborrea y estrategia mediática. Seguro que conocen a uno recientemente retirado en nuestro país, que no ha muchos meses se cortó la coleta como los toreros, pese a no ser nada taurino, y que, pese a presumir de ser republicano, al igual que los monarcas designó heredera.
Otro cuarto tipo de mensajes, los favoritos de los líderes radicales y políticos “esencialistas” son la llamada a la recuperación una supuesta “unidad perdida”, sea territorial, nacional, racial, espiritual y hasta lingüística, dado que es muy cómodo definir al grupo por exclusión y separación respecto a otros.
No admiten la graduación y superposición de los sentimientos humanos de pertenencia y su capacidad de sentir como propias varias culturas y tradiciones. Pretenden definir las fronteras sociales como los cuadros geométricos de los Mondrian con exclusión de cualquier matiz intermedio. No conciben la diversidad como riqueza, sino como debilidad.
Sus mensajes apelan a la lealtad al grupo y tienen como principio básico de una sociedad la exclusión del diferente. Para ello necesitan convencer al elector de la existencia de un peligro, un enemigo exterior, generalmente los países vecinos, o interior, los “traidores” que ponen en peligro la recuperación de una ancestral unidad imaginaria.
Darles el poder puede llevar a los mayores desastres. Éste es el tipo de mensaje favorito de quienes han desencadenado guerras y pretendido construir “ex novo” naciones, estados totalitarios e imperios.
El quinto tipo de mensaje es el “mesiánico”, sea de un líder religioso, como en Irán o el califato islámico, o político, como en Corea del Norte. El líder se declara investido de un poder delegado por Dios, o surgido de su propia divinidad. Cuando consiguen el poder eliminan cualquier oposición. Convierten su sociedad en un infierno en la Tierra.
Todos estos tipos de mensajes son dañinos para las sociedades ya que solo traen conflictos, malos gobiernos y aumentan el sufrimiento humano.
En el mundo moderno no debemos resignarnos a las trampas de los zorros para hacerse con el poder, lo que no significa que no haya muchas cosas que cambiar y que criticar.
Debemos aceptar que las sociedades occidentales, aún con todos sus defectos, son infinitamente mejores que los paraísos que nos prometen los Ulises utópicos, conspiranoicos, carismáticos, esencialistas o mesiánicos.
Debemos aceptar que somos “jardines imperfectos”, como escribía Montaigne, puesto que nuestros males “no vienen de Satán sino de nuestro propio corazón” y precisamente por eso podemos actuar y combatir la ignorancia, la injusticia y el fanatismo sin falsas y simples recetas mágicas. No hay soluciones sencillas para problemas complejos.
Como electores, cuando lleguen las elecciones tenemos la responsabilidad de elegir bien, utilizando la razón de Platón, que no deja de ser otra forma de llamar al sentido común, y no caer en las trampas de los zorros.
Para ello nada mejor que imitar, por una vez, al astuto Ulises y no dejar que nos arrastren los “cantos de sirena” de las raposas.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz es químico–físico. Apoderado en las Juntas de Generales de Vizcaya 1999-2019
Uno de los pensadores más brillantes de la modernidad fue Alfred North Whitehead, que primero fue un brillante lógico-matemático que, junto con el filósofo y futuro premio Nobel Bertrand Russell, publicó entre 1910 y 1913 nada menos que el tratado Principia Mathematica, obra fundamental en la teoría matemática moderna hasta la formulación del teorema de incompletitud de Gödel.
Whitehead, con sesenta años, reorientó su pensamiento hacia la filosofía. Entre sus escritos más famosos se encuentra Las funciones de la razón, en el que diferencia dos tipos de inteligencia humana, que en su época se solía considerar como un continuo: Whitehead distingue entre la inteligencia teórica, que llama” la razón de Platón”, y la inteligencia técnico-práctica, que denomina “la razón de Ulises”.
Para Whitehead hay una clara distinción entre ambas: la razón de Ulises es la que “compartimos con los zorros” mientras que la razón de Platón es la que “nos asocia con los dioses”. Whitehead recelaba en confiar exclusivamente el futuro de nuestras sociedades democráticas a la razón de los Ulises modernos. No en balde, pese a sus astucias o, precisamente por ellas, son pésimos guías: en el poema de Homero de toda su tripulación solo Odiseo consigue regresar a Ítaca.
Vista la evolución moderna de los sistemas educativos, en los que las humanidades, la filosofía, la cultura y las ideas van desapareciendo, no es de extrañar que en la vida política occidental pululen los zorros de izquierda y derecha, y las raposas populistas.
Para Whitehead, cualquier elector corre el riesgo de ser engañado por la astucia de los zorros: nos prometen reorganizar nuestras vidas y sacarnos del caos moderno con soluciones de gran sencillez argumental que parecen simples y, a veces, hasta lógicas, pero son solo mantras políticos, muy eficaces como ganchos en electorales, pero inútiles para resolver nada.
Los zorros nos aseguran que nos van a garantizar la seguridad del gallinero que son nuestras sociedades. Luego pasa lo que pasa si el zorro controla el corral y lo elegimos granjero.
En nuestras sociedades modernas para distinguir a los zorros en la política es importante analizar los tipos de mensajes que ofrecen, pues son muy característicos por sus contenidos. Al menos hay cinco tipos habituales, que debemos reconocer si los ciudadanos queremos evitar convertirnos en pitanza de raposas.
El primero tipo son los mensajes “utópicos” que nos aseguran que nos van a devolver a una edad de oro pasada, en la que los pueblos, los estados o las religiones eran “puras y dichosas”.
Esta propuesta de regreso a una Arcadia feliz perdida, a sus buenas costumbres y tradiciones y a sus fronteras, nos ofrece un pasado inventado que en realidad jamás existió, pues cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor (casi siempre es, al contrario, aunque en las brumas de la memoria tendamos a idealizarlo). Es un mito muy peligroso ya que nos ofrece como destino un tentador paraíso y suelen transformar el presente en un infierno.
Es el tipo de estrategia favorita de los autócratas rusos (arrasando Ucrania para “revitalizar” el imperio de los zares) y chinos (arrasando Tíbet y Sinkiang y amenazando Taiwán y Hong Kong para hacerlos homogéneos al resto del celeste imperio) y de los demagogos modernos occidentales tipo Trump (empeñado en convertir Estados Unidos en una mala película de serie B del oeste).
El segundo tipo son los mensajes “conspiranoicos” que aseguran que todos nuestros problemas (que son reales y muchos), se deben a un complot imaginario maquinado contra nosotros por nuestros adversarios internos (otros ciudadanos o grupos sociales “desleales”) o externos (otros pueblos, que “nos odian y envidian”).
Este tipo de mensajes niega la complejidad del mundo y nos intenta convencer de que existe un enemigo que conspira permanentemente contra nosotros. Es un mensaje muy cómodo y atractivo, porque nuestros propios errores y nuestras culpas las absuelven y convierten automáticamente en ajenas.
Es el tipo de mensaje favorito de los populismos, siempre prestos a encontrar culpables individuales o colectivos (por su cultura, clase social, raza, lengua o religión) o externos (otros países). Sus partidarios tienen bastante éxito en las sociedades chovinistas, como sucede últimamente en Italia y Hungría.
Un tercer tipo de mensaje es el “carismático” que intenta convencernos de la llegada de un nuevo líder que, con su ideología y su “nuevo” partido, está investido de todos los conocimientos necesarios para cambiar las cosas a mejor y hacer justicia.
Este tipo de mensajes se caracterizan por rechazar la separación de poderes. Para ellos, el líder es la encarnación de la voluntad general y superior a cualquier otro poder. Por ello quién se le opone está en contra del pueblo.
Es el mensaje preferido por los demagogos adánicos radicales, flautistas de Hamelín con buena verborrea y estrategia mediática. Seguro que conocen a uno recientemente retirado en nuestro país, que no ha muchos meses se cortó la coleta como los toreros, pese a no ser nada taurino, y que, pese a presumir de ser republicano, al igual que los monarcas designó heredera.
Otro cuarto tipo de mensajes, los favoritos de los líderes radicales y políticos “esencialistas” son la llamada a la recuperación una supuesta “unidad perdida”, sea territorial, nacional, racial, espiritual y hasta lingüística, dado que es muy cómodo definir al grupo por exclusión y separación respecto a otros.
No admiten la graduación y superposición de los sentimientos humanos de pertenencia y su capacidad de sentir como propias varias culturas y tradiciones. Pretenden definir las fronteras sociales como los cuadros geométricos de los Mondrian con exclusión de cualquier matiz intermedio. No conciben la diversidad como riqueza, sino como debilidad.
Sus mensajes apelan a la lealtad al grupo y tienen como principio básico de una sociedad la exclusión del diferente. Para ello necesitan convencer al elector de la existencia de un peligro, un enemigo exterior, generalmente los países vecinos, o interior, los “traidores” que ponen en peligro la recuperación de una ancestral unidad imaginaria.
Darles el poder puede llevar a los mayores desastres. Éste es el tipo de mensaje favorito de quienes han desencadenado guerras y pretendido construir “ex novo” naciones, estados totalitarios e imperios.
El quinto tipo de mensaje es el “mesiánico”, sea de un líder religioso, como en Irán o el califato islámico, o político, como en Corea del Norte. El líder se declara investido de un poder delegado por Dios, o surgido de su propia divinidad. Cuando consiguen el poder eliminan cualquier oposición. Convierten su sociedad en un infierno en la Tierra.
Todos estos tipos de mensajes son dañinos para las sociedades ya que solo traen conflictos, malos gobiernos y aumentan el sufrimiento humano.
En el mundo moderno no debemos resignarnos a las trampas de los zorros para hacerse con el poder, lo que no significa que no haya muchas cosas que cambiar y que criticar.
Debemos aceptar que las sociedades occidentales, aún con todos sus defectos, son infinitamente mejores que los paraísos que nos prometen los Ulises utópicos, conspiranoicos, carismáticos, esencialistas o mesiánicos.
Debemos aceptar que somos “jardines imperfectos”, como escribía Montaigne, puesto que nuestros males “no vienen de Satán sino de nuestro propio corazón” y precisamente por eso podemos actuar y combatir la ignorancia, la injusticia y el fanatismo sin falsas y simples recetas mágicas. No hay soluciones sencillas para problemas complejos.
Como electores, cuando lleguen las elecciones tenemos la responsabilidad de elegir bien, utilizando la razón de Platón, que no deja de ser otra forma de llamar al sentido común, y no caer en las trampas de los zorros.
Para ello nada mejor que imitar, por una vez, al astuto Ulises y no dejar que nos arrastren los “cantos de sirena” de las raposas.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz es químico–físico. Apoderado en las Juntas de Generales de Vizcaya 1999-2019