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Lunes, 14 de Noviembre de 2022 Tiempo de lectura:

La LOMLOE y el tiro de gracia a la Educación

La nueva Ley de Educación (LOMLOE) da un paso de gigante hacia la domesticación de los profesores. La escasa respuesta de los docentes, el servilismo con que se aceptan y se acatan todos sus puntos oscuros nos da la medida de lo que este país puede dar de sí. Tampoco se ve a los padres preocupados ni movilizados, más allá de lo anecdótico y lo minoritario.

 

Vayamos por puntos.

 

1. La nueva ley abunda en los errores consagrados en la LOGSE y todas las leyes educativas que le siguieron. Un error mayúsculo consiste en que, si un alumno no aprueba con nivel normal de exigencia, éste debe aprobar igualmente (“sí o sí”) bajándole aún más la exigencia. La ley castiga o dificulta que el docente suspenda al estudiante. Eso es algo muy feo, por lo visto, y hay “que justificarlo debidamente”.

 

Se trata de un mundo al revés, un surrealismo completo: no se trata de que el alumno deba justificar debidamente ser merecedor del aprobado, sino de que el profesor debe de justificar debidamente que es merecedor de un suspenso. Como quiera que el número de suspensos en la estadística nacional es muy alto, todo se disfraza y se maquilla por medio de: a) adaptaciones personalizadas -esto es, a ciertos alumnos se le ponen las cosas más fáciles una vez que se rellenan informes y papeles-; b) programas de “diversificación curricular” o de “mejora del rendimiento” (o sea, a un grupo de alumnos se les pide X conocimientos, pero a otro grupo de la misma edad y nivel se le pide la décima parte de X).

 

Estos disparates tienen que frenarse de una vez. ¿Por qué suspender a los alumnos vagos e incapaces tiene que ser, hoy en día, un acto tan heroico? ¿Es que no sabemos reconocer que siempre habrá una parte de la juventud que será vaga e incapaz? ¿Cómo pueden los docentes, las administraciones, los inspectores, etc. participar en semejante fraude?

 

La inflación de notas y de títulos es tan peligrosa como la inflación económica. El efecto resultante es la sensación de fraude y deshonestidad generalizadas. Hacemos como que enseñamos, hacemos como que los chicos aprenden, pero cada vez hay menos gente que sepa hacer la letra O con un canuto.

 

Hay que imponer unos temarios de Estado, y quien no sepa o no pueda demostrar dominar esos temarios, se queda en el nivel al que ha llegado. No hay más. Esa parte de la juventud “que no llega” puede aprender un oficio, puede buscarse un trabajo, pero no puede seguir malgastando recursos públicos sentada seis horas al día en un centro sólo porque lo diga un papelote rellenado por un orientador, un inspector, un funcionario de turno diciendo que hay que hacer milagros para que apruebe.

 

2. El fraude de las “programaciones”. Vivimos en un país surrealista, y el colmo del surrealismo lo ha provocado la Pedagogía. La Pedagogía es una pseudociencia que se está entrometiendo cada vez más en la labor profesional del docente. Uno de sus inventos es la Programación Didáctica. Sirve para que al profesor le metan goles sin parar. Sirve de coladero para toda clase de reclamaciones de nota y de titulación.

 

En lugar de imponerse, a nivel ministerial, unos temarios oficiales por nivel y asignatura, a los cuales ajustarse todos y cada uno de los maestros y profesores del Estado, la nueva ley (LOMLOE) persevera en la estupidez máxima de las “programaciones” e incluso les concede un protagonismo extra.

 

Una programación es un documento en el que hay que especificar -con pelos y señales- todo cuanto hay que enseñar, cómo enseñarlo, cómo evaluarlo, cómo calificarlo. Cada departamento de cada centro de secundaria tiene que elaborar ese documento para todas las asignaturas que imparte. La nueva ley ha introducido una terminología abstrusa, ridícula, impracticable. Nadie la comprende: nadie salvo los avispados que ya están haciendo programaciones mercenarias por internet, previo pago de dinero, y nadie salvo los “ponentes” de los Centros de Profesores (igualmente redundantes porque para formar profesores ya está la Universidad), unos ponentes que obtienen pequeños beneficios -los propios de una planta trepadora- enseñando a otros profesores cómo elaborar un documento esotérico que no sirve para nada, que es impracticable y que destroza todas las buenas tradiciones y herramientas para enseñar bien.

 

Decía hace un momento que una programación didáctica no sirve para nada. Miento: sirve para aprobar a todo el mundo por la fuerza. Es tan complicada, barroca y abstrusa la programación de una asignatura, que los padres y alumnos igualmente avispados (este es el país de los lazarillos) saben que “por cualquier resquicio le meten un gol” al profesor. Siempre habrá algo mal hecho por parte del docente “de acuerdo con la Programación que él mismo o su Departamento elaboró”. Entonces, previa reclamación, al vago, al pícaro o al maleante hay que aprobarle. El mejor profesor del mundo nunca podrá cumplir con “su” propia Programación, y ante la amenaza de sufrir una visita de la Inspección educativa, se aprueba injustamente al alumno.

 

Este sistema endiablado se higienizaba rápidamente suprimiendo las Programaciones y estableciendo unos Temarios Oficiales a nivel ministerial, de obligado cumplimiento por parte de todas las CCAA. Así se garantizaría un nivel alto y homogéneo en todo el Estado, se acabaría con la inflación de notas y de títulos.

 

Y sería preciso igualmente cambiar la lógica del sistema, volver a dotar de sentido a la Enseñanza: no se trata de que el profesor tenga que “justificar” el suspenso del estudiante. Se trata de que el estudiante acredite merecer el aprobado. Cualquier reclamación de notas se resolvería repitiendo el examen, con preguntas y tareas similares, a dicho alumno de acuerdo con el Temario Oficial y con examinadores que son funcionarios debidamente acreditados.

 

3. Un tercer elemento preocupante es el adoctrinamiento. Sin un aviso previo a los padres, a los niños y menores se les lleva a charlas sobre temas sexuales, de “género”, de identidad, de travestismo, de multiculturalidad obligatoria, etc. Esos ponentes no son funcionarios debidamente acreditados, son “voluntarios”, miembros de ONGs y de entidades extrañas que están desarrollando una labor “para-docente” que es preciso frenar ya. Es una situación absurda. Por poner un ejemplo: si yo voy al hospital a que me vea un médico colegiado, no admito que una parte de mi tiempo se malgaste en una sala habilitada para curanderos y chamanes. Por favor, saquen a los chamanes de los colegios e IES.

 

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