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Denis Collin
Martes, 22 de Noviembre de 2022 Tiempo de lectura:

Un permanente estado de excepción

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¿Por qué se someten los hombres? Esta pregunta vuelve a aparecer en estos días de escándalo nacional. Hubo momentos en la historia en los que el pueblo se levantó y se deshizo de los tiranos, incluso de los aparentemente benignos como nuestro rey cerrajero. Tras ser enclaustrados, confinados, controlados, amordazados y pinchados con abundancia, nuestros conciudadanos, al parecer, acaban aceptándolo todo. Cuando los precios de los bienes esenciales se disparan, cuando suenan los cañones de la próxima guerra, ¿qué valor tiene la corrupción del líder?

 

Etienne de la Boétie, gran amigo de Montaigne, fue un brillante polemista que denunció la "servidumbre voluntaria". La expresión es dudosa y Marie-Pierre Frondziak en su ensayo Croyance et soumission (L'Harmattan) la criticó. Partiendo de la tesis de Spinoza de que "los hombres luchan por su servidumbre como si fuera su salvación", intenta mostrar cómo los afectos y las creencias explican esta aparente paradoja.

 

De hecho, podemos caer en la misantropía de ver a nuestros conciudadanos como cobardes o descerebrados. Sin embargo, es mejor entenderlo. Las fuentes principales de la tiranía, explica Spinoza, son el miedo y la superstición. Durante la revuelta de los “Chalecos Amarillos”, las autoridades, como buen monstruo frío, utilizaron sistemática y cínicamente el terror contra los manifestantes. Los infames LBD [Lanzadores de Balas de Defensa, son las siglas que se refieren a las armas empleadas abusivamente por la policía gala contra los “chalecos amarillos”, N.del T.] hicieron que mucha gente se apartara de manifestarse por miedo a perder un ojo.

 

Miedo de nuevo con la "operación Covid" cuando, con el pretexto de una epidemia grave, pero al fin y al cabo no mucho más grave que las anteriores, los gobiernos declararon el estado de emergencia sanitaria, tomando como modelo lo que había decidido el gobierno chino y lo que proponía la poderosa firma americana McKinsey. La prensa generalista retransmitió sin reparos las campañas del gobierno. "El fin de los tiempos está cerca, arrepiéntete", dice el falso profeta Filípulo en Tintín y la estrella misteriosa. Estos falsos profetas, respaldados por estadísticas sesgadas, han acabado por encontrar un público. El miedo a la muerte puede llegar a ser tan fuerte que uno está dispuesto a dejar de vivir para no tener que morir. Giorgio Agamben habla de la "vida desnuda" cuando la vida se reduce a la supervivencia biológica, a merced del poder. Es Agamben quien señala también que el estado de excepción se está convirtiendo en normalidad con las medidas adoptadas para "luchar contra la pandemia".

 

Un informe oficial mostró que las hospitalizaciones por Covid en 2020 representaron sólo el 2% de las hospitalizaciones. No importa: toda la buena prensa, sin discutir las cifras, ha hecho esfuerzos dignos de mejor causa para demostrar que ese 2% era gravísimo, mucho más que las 160.000 muertes anuales por cáncer, por ejemplo... El miedo, la creencia ciega, cegada por los temores y las supersticiones: eso es lo que ha hecho posible este "estado de excepción permanente" que da a los gobiernos el poder de limitar nuestras libertades, incluso las más básicas, como la de ir y venir o la de pasear por el bosque.

 

El miedo a la muerte puede llegar a ser tan fuerte que uno está dispuesto a dejar de vivir para no tener que morir

 

Todos los ganaderos saben bien cómo entrenar a los animales. Los gobiernos, que se han convertido en los gestores del "rebaño humano", utilizan todas las técnicas a su alcance para adiestrarlo. La dinámica en la que estamos inmersos es exactamente la del totalitarismo, si estamos dispuestos a admitir que el totalitarismo puede existir sin campos de concentración o crematorios, instrumentos arcaicos que la tecnología moderna puede sustituir fácilmente.

 

Por lo tanto, no hay "servidumbre voluntaria". El miedo, respaldado por el poder de la imaginación, es suficiente para explicar la aparente pasividad de los individuos. Incluso pueden amar a su tirano por el deseo de ser amados por él. Todo esto se basa en estructuras arcaicas, tanto desde el punto de vista de cada individuo como desde el punto de vista de la historia de la humanidad. "Encontramos la necesidad del padre, es decir, la necesidad de un protector que nos defienda contra los elementos externos, contra los demás y también contra nosotros mismos. Se trata de no ser abandonado, de no dejarse a sí mismo, y por lo tanto de abandonarse a los demás. (Croyance et soumission, Creencia y sumisión, p. 188) El problema se vuelve dramático cuando aquel a quien se ha entregado uno no tiene nada de figura "paterna", incluso con esfuerzos imaginativos, y cuando la supervivencia elemental parece ser la cuestión inmediata. Suele ser en este tipo de situaciones cuando salen las puntas y se rompen los grilletes que nos aprisionan.

 

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