Golpe del Gobierno socialista de Pedro Sánchez contra la democracia española
![[Img #22580]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/07_2022/9977_pedro-sanchez.jpg)
Redefinir la sexualidad humana, marcarnos qué debemos comer, qué debemos vestir y a qué temperatura deben estar nuestras oficinas; acabar con la libertad educativa, controlar hasta el paroxismo la libre difusión de informaciones y de opiniones, aumentar exponencialmente los impuestos, multiplicar el gasto público, imponer un nuevo rosario de leyes coercitivas para luchar contra un inexistente cambio climático, reescribir la historia implantando una nueva memoria colectiva, reducir las horas de empleo, regalar dinero a quienes no desean trabajar, afianzar a machamartillo todas y cada una de las necedades relacionadas con la ideología de género, imponer múltiples restricciones a la propiedad privada, castigar la creación de empresas, patrocinar la inmigración ilegal y cortar de raíz cualquier posibilidad de que la meritocracia triunfe sobre la mediocridad son los elementos clave sobre los que el Gobierno de extrema-izquierda PSOE-Podemos construye su acción política. Además, para lograr estos objetivos, Pedro Sánchez y la chusma radical, ignorante y fanática que le rodea no duda en hacer descansar la gobernación del país sobre los catalanes golpistas, sobre quienes durante varias décadas han sido los voceros de los terroristas de ETA y sobre nacionalistas e independentistas de variado pelaje integrista a quienes se les ha regalado la posibilidad de dar la forma que deseen a lo que todavía queda de lo que un día fue España. El antiguo etarra que fue Arnaldo Otegi, y hoy pilar del Ejecutivo de Pedro Sánchez, lo ha expresado muy claramente: "No habría Gobierno de progreso en el Estado sin el sostén de las fuerzas de izquierdas que quieren 'marcharse' de España".
Bajo el subterfugio siempre permanente y urgente de la pandemia del Covid-19, de la guerra de Ucrania o del presunto calentamiento global, el Gobierno español, tomado al asalto por una banda de socialistas asilvestrados, comunistas tradicionales, comunistas bolivarianos, filoterroristas y un inmenso rosario de nuevos izquierdistas de nula catadura moral, ha configurado una realidad hedionda que se levanta, monstruosa, como la primera gran distopía socialista que surge en la Unión Europea en este siglo XXI. Se trata de una pesadilla que se mantendrá en el tiempo por generaciones y que la sociedad española, representada por una Monarquía dimisionaria, un Estado fallido y vendido al mejor postor, un entramado de grandes partidos corruptos y millones de ciudadanos empeñados en lanzarse por el vacío de la oclocracia, parece haberse ganado a pulso y que va a ceñirse sobre nosotros con la inmensa negrura, el oscurantismo y la barbarie que solamente es capaz de generar una gran alianza nacional-socialista como la liderada por el PSOE con la aquiescencia cómplice del gran capital transnacional, con el silencio cobarde de la Iglesia católica, con el visto bueno de una Unión Europea convertida ya en una inservible dictadura tecnócrata-globalista y con la sonrisa cínica y bobalicona de quienes, con la mascarilla calada hasta el médula, aplauden tímidamente ante el pasar de un Rey que saben a ciencia cierta que está desnudo.
Sufrimos tiempos duros. Muy duros. En medio de este invierno civilizacional con escasez de todo (por carencia o por carestía), sin apenas recursos, con los niveles de desempleo más elevados de Occidente y con una deuda pública que ha condenado ya al menos a dos generaciones de españoles, vivimos una época cruel y corrosiva para nuestro legado civilizacional porque la morralla política que pastorea España ha conseguido, sin apenas resistencia y con los aplausos babeantes de los medios de comunicación al servicio del sistema (casi todos), aniquilar contrapoderes y apacentar instituciones para aplicar decenas de leyes liberticidas, de decretos impositivos, de doctrinas incendiarias y de soflamas frentepopulistas con múltiples y variados objetivos: deconstruir al hombre y la mujer para dominarlos mejor, aniquilar la familia tradicional, convertir la educación en adoctrinamiento, reescribir la historia para disolver el legado judeocristiano y grecolatino, abolir la libertad de expresión “por nuestro bien”, empequeñecer hasta su desaparición las libertades individuales, imponer los presuntos derechos de determinadas minorías, poner trabas a la iniciativa empresarial, limitar la propiedad privada, castigar a las víctimas y recompensar a los delincuentes y arrasar con la nación y la sociedad tradicional para alumbrar un nuevo orden, que en realidad es muy viejo, en el que, de vez en cuando, todos habremos de repetir unánimemente aquello de “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
En estos momentos, mientras en el País Vasco se recibe con vítores y brazos abiertos a terroristas etarras con decenas de asesinatos en su haber, las principales instituciones españolas se revelan ante los ojos pasmados de millones de ciudadanos como entidades muy activas y comprometidas a la hora de difundir y alentar todas las idioteces totalitarias promovidas por la izquierda socialdemócrata global. Pero estas estas mismas instituciones, bien regadas económicamente gracias a una gigantesca esquilmación colectiva vía impuestos, son radicalmente incapaces de proteger los valores más elementales sobre los que se levanta nuestra Constitución, y, sobre todo, son inútiles organismos burocráticos bien anclados allí donde las élites políticas, económicas y culturales se agazapan cuando todo lo que importa a los hombres y mujeres que día a día hacen España es destruido y quemado por las hordas sediciosas, antisistema y radicales que campan a sus anchas y con la más absoluta impunidad en el corazón del Estado.
Bajo la batuta miserable del ignominioso Gobierno de Pedro Sánchez, España llega a su final alumbrando una infernal geografía de territorios perdidos y gobernados por fanáticos oclócratas en la que millones de niños no pueden educarse en español, en la que leyes y normas difieren según el lugar del país que se habite, en la que poderosos reinos taifas independentistas cuestionan un día sí y otro también el orden constitucional sin que sufran ninguna consecuencia por ello y en la que apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a la nación.
La idea de la España democrática, y sin duda también la de una Unión Europea con algún tipo de futuro para nuestros hijos, arde sin parar y con ella se quema uno de los grandes proyectos civilizatorios de Occidente, se dilapida un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias y se pone punto final, con la aquiescencia cómplice y la renuncia interesada de quienes deberían custodiar la legalidad vigente, a una forma de entender el mundo que, al parecer, ya solamente es defendida y compartida por mujeres y hombres humildes, a los que nadie presta atención desde hace lustros, y que repiten muy alto y muy claro lo que nuestros gobernantes, del inútil rey Felipe VI hacia abajo, no se atreven a gritar: que la Constitución debe acatarse sin dilación y defenderse con firmeza, que el Estado democrático debe prevalecer y que nuestra patria no puede morir arrasada por una vulgar y repugnante manada de bárbaros liderada por el socialista Pedro Sánchez y amamantada y crecida en buena parte en las escuelas y en las universidades que el ya citado menguante Estado español también en su día abandonó en manos de los más fanáticos y de los más intolerantes.
Sí, Pedro Sánchez y su Consejo de Ministros están liderando un claro golpe contra la España constitucional, pero este proceso de pútrida licuefacción del sistema democrático jamás hubiera podido alcanzar los niveles actuales de perversión, inmoralidad y estulticia sin contar con la connivencia, la dejación de responsabilidades y el silencio culpable de todas y cada una de las principales administraciones que presuntamente conforman el plano de nuestras libertades.
En esta hora final, ha llegado el momento del sálvese quien pueda. O el tiempo de la resistencia firme y pacífica. Usted decide.
Redefinir la sexualidad humana, marcarnos qué debemos comer, qué debemos vestir y a qué temperatura deben estar nuestras oficinas; acabar con la libertad educativa, controlar hasta el paroxismo la libre difusión de informaciones y de opiniones, aumentar exponencialmente los impuestos, multiplicar el gasto público, imponer un nuevo rosario de leyes coercitivas para luchar contra un inexistente cambio climático, reescribir la historia implantando una nueva memoria colectiva, reducir las horas de empleo, regalar dinero a quienes no desean trabajar, afianzar a machamartillo todas y cada una de las necedades relacionadas con la ideología de género, imponer múltiples restricciones a la propiedad privada, castigar la creación de empresas, patrocinar la inmigración ilegal y cortar de raíz cualquier posibilidad de que la meritocracia triunfe sobre la mediocridad son los elementos clave sobre los que el Gobierno de extrema-izquierda PSOE-Podemos construye su acción política. Además, para lograr estos objetivos, Pedro Sánchez y la chusma radical, ignorante y fanática que le rodea no duda en hacer descansar la gobernación del país sobre los catalanes golpistas, sobre quienes durante varias décadas han sido los voceros de los terroristas de ETA y sobre nacionalistas e independentistas de variado pelaje integrista a quienes se les ha regalado la posibilidad de dar la forma que deseen a lo que todavía queda de lo que un día fue España. El antiguo etarra que fue Arnaldo Otegi, y hoy pilar del Ejecutivo de Pedro Sánchez, lo ha expresado muy claramente: "No habría Gobierno de progreso en el Estado sin el sostén de las fuerzas de izquierdas que quieren 'marcharse' de España".
Bajo el subterfugio siempre permanente y urgente de la pandemia del Covid-19, de la guerra de Ucrania o del presunto calentamiento global, el Gobierno español, tomado al asalto por una banda de socialistas asilvestrados, comunistas tradicionales, comunistas bolivarianos, filoterroristas y un inmenso rosario de nuevos izquierdistas de nula catadura moral, ha configurado una realidad hedionda que se levanta, monstruosa, como la primera gran distopía socialista que surge en la Unión Europea en este siglo XXI. Se trata de una pesadilla que se mantendrá en el tiempo por generaciones y que la sociedad española, representada por una Monarquía dimisionaria, un Estado fallido y vendido al mejor postor, un entramado de grandes partidos corruptos y millones de ciudadanos empeñados en lanzarse por el vacío de la oclocracia, parece haberse ganado a pulso y que va a ceñirse sobre nosotros con la inmensa negrura, el oscurantismo y la barbarie que solamente es capaz de generar una gran alianza nacional-socialista como la liderada por el PSOE con la aquiescencia cómplice del gran capital transnacional, con el silencio cobarde de la Iglesia católica, con el visto bueno de una Unión Europea convertida ya en una inservible dictadura tecnócrata-globalista y con la sonrisa cínica y bobalicona de quienes, con la mascarilla calada hasta el médula, aplauden tímidamente ante el pasar de un Rey que saben a ciencia cierta que está desnudo.
Sufrimos tiempos duros. Muy duros. En medio de este invierno civilizacional con escasez de todo (por carencia o por carestía), sin apenas recursos, con los niveles de desempleo más elevados de Occidente y con una deuda pública que ha condenado ya al menos a dos generaciones de españoles, vivimos una época cruel y corrosiva para nuestro legado civilizacional porque la morralla política que pastorea España ha conseguido, sin apenas resistencia y con los aplausos babeantes de los medios de comunicación al servicio del sistema (casi todos), aniquilar contrapoderes y apacentar instituciones para aplicar decenas de leyes liberticidas, de decretos impositivos, de doctrinas incendiarias y de soflamas frentepopulistas con múltiples y variados objetivos: deconstruir al hombre y la mujer para dominarlos mejor, aniquilar la familia tradicional, convertir la educación en adoctrinamiento, reescribir la historia para disolver el legado judeocristiano y grecolatino, abolir la libertad de expresión “por nuestro bien”, empequeñecer hasta su desaparición las libertades individuales, imponer los presuntos derechos de determinadas minorías, poner trabas a la iniciativa empresarial, limitar la propiedad privada, castigar a las víctimas y recompensar a los delincuentes y arrasar con la nación y la sociedad tradicional para alumbrar un nuevo orden, que en realidad es muy viejo, en el que, de vez en cuando, todos habremos de repetir unánimemente aquello de “la guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”.
En estos momentos, mientras en el País Vasco se recibe con vítores y brazos abiertos a terroristas etarras con decenas de asesinatos en su haber, las principales instituciones españolas se revelan ante los ojos pasmados de millones de ciudadanos como entidades muy activas y comprometidas a la hora de difundir y alentar todas las idioteces totalitarias promovidas por la izquierda socialdemócrata global. Pero estas estas mismas instituciones, bien regadas económicamente gracias a una gigantesca esquilmación colectiva vía impuestos, son radicalmente incapaces de proteger los valores más elementales sobre los que se levanta nuestra Constitución, y, sobre todo, son inútiles organismos burocráticos bien anclados allí donde las élites políticas, económicas y culturales se agazapan cuando todo lo que importa a los hombres y mujeres que día a día hacen España es destruido y quemado por las hordas sediciosas, antisistema y radicales que campan a sus anchas y con la más absoluta impunidad en el corazón del Estado.
Bajo la batuta miserable del ignominioso Gobierno de Pedro Sánchez, España llega a su final alumbrando una infernal geografía de territorios perdidos y gobernados por fanáticos oclócratas en la que millones de niños no pueden educarse en español, en la que leyes y normas difieren según el lugar del país que se habite, en la que poderosos reinos taifas independentistas cuestionan un día sí y otro también el orden constitucional sin que sufran ninguna consecuencia por ello y en la que apenas quedan elementos comunes que den cuerpo a la nación.
La idea de la España democrática, y sin duda también la de una Unión Europea con algún tipo de futuro para nuestros hijos, arde sin parar y con ella se quema uno de los grandes proyectos civilizatorios de Occidente, se dilapida un inmenso patrimonio inmaterial de valores, tradiciones, cultura e historia pacientemente levantado a lo largo de varias centurias y se pone punto final, con la aquiescencia cómplice y la renuncia interesada de quienes deberían custodiar la legalidad vigente, a una forma de entender el mundo que, al parecer, ya solamente es defendida y compartida por mujeres y hombres humildes, a los que nadie presta atención desde hace lustros, y que repiten muy alto y muy claro lo que nuestros gobernantes, del inútil rey Felipe VI hacia abajo, no se atreven a gritar: que la Constitución debe acatarse sin dilación y defenderse con firmeza, que el Estado democrático debe prevalecer y que nuestra patria no puede morir arrasada por una vulgar y repugnante manada de bárbaros liderada por el socialista Pedro Sánchez y amamantada y crecida en buena parte en las escuelas y en las universidades que el ya citado menguante Estado español también en su día abandonó en manos de los más fanáticos y de los más intolerantes.
Sí, Pedro Sánchez y su Consejo de Ministros están liderando un claro golpe contra la España constitucional, pero este proceso de pútrida licuefacción del sistema democrático jamás hubiera podido alcanzar los niveles actuales de perversión, inmoralidad y estulticia sin contar con la connivencia, la dejación de responsabilidades y el silencio culpable de todas y cada una de las principales administraciones que presuntamente conforman el plano de nuestras libertades.
En esta hora final, ha llegado el momento del sálvese quien pueda. O el tiempo de la resistencia firme y pacífica. Usted decide.