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Arturo Aldecoa Ruiz
Jueves, 01 de Diciembre de 2022 Tiempo de lectura:

La joven bajo el roble

[Img #23294]

 

Sé que muchos no me van a  creer, y quizás Vd. tampoco lo haga. A mí también me costaría dar crédito a una historia así. Pero le juro que es verdadera. Y me da igual cómo se chotean de mí en la taberna. He de cumplir lo que mandó la sorguiña.

 

Permítame que le explique. Llevo muchos años al cuidado de la Casa de Juntas. Soy el guardés. Aunque los Apoderados ya no se reúnan en ella, le aseguro que su espíritu pervive. Se siente bajo este roble algo profundo, casi mágico - Jainko me perdone- : el espíritu de las Asambleas antiguas, algo que no hay en otro lugar.  A veces creo oír aún en el viento sus voces y aclamar el ¡Vala, vala, vala!

 

Todos los días a la alborada barro con una escoba de mimbre el entorno del árbol, la iglesia, el patio y el archivo. Quienes nos visitan deben encontrarlos bien aseados, como merecen.

 

Al atardecer, repaso setos, flores y caminos para que los jardines luzcan como deben. Le aseguro que da gloria verlos con el rocío matinal.

 

El resto del día atiendo a las visitas y velo por el respeto debido al lugar y al árbol, que para mí son sagrados. Seguro que para Vd. también, pues me parece por su aspecto persona de esta tierra, seria y cabal.

 

Como además de pobre, feo y bastante cegato, vivo en un cuartucho en el sótano, un sitio oscuro y casi siempre húmedo, ninguna mujer ha querido conmigo casar. Así que me dicen birrocho, pero no me ofendo. Es así. Mi vida es trabajar aquí y, los feriados, ir al atardecer a la taberna de Lumo.

 

Mientras, hago mis tareas y durante las noches comprenderá Vd. que tenga la verja cerrada. Por ello paso solo muchas horas en este lugar. O eso pensaba yo hasta hace poco.

 

El lunes pasado me levanté con las primeras luces y me dirigí a barrer el suelo del pórtico. Frente al mismo va creciendo por fin con vigor, gracias a Jainko y Andra Mari que velan por nosotros, el nuevo árbol, plantado delante de la tribuna el mismo año que yo nací.

 

Fue mientras barría cuando me la encontré. Era joven y bella, con un pelo negro como ala de cuervo. Sentada al pie del roble, parecía jugar con unas hojas y pequeñas bellotas, moviéndolas una a una. Oí que musitaba algo con voz cálida y suave, pero no la entendí.

 

“¡Eh chica,” –la llamé- “debes irte! Tengo que limpiar y está cerrado. Por cierto” –añadí– “¿cómo has entrado? La verja está candada.”

 

La joven levantó la vista y me miró. Nunca había visto unos ojos tan profundos y de un color tan indefinible. A veces parecían verdes, luego azules, más tarde castaños.  Parecía la mirada de un ángel.

 

“Vivo aquí, Peru,” –me dijo- “siempre he vivido junto a este roble. Esta antigua robleda es mi hogar, estas ramas mi techo, estas hojas mi vestido y estos frutos mi alimento.”

 

Comprenderá Vd. que pensara que se burlaba de mí. Allí solo vivía yo. Por eso le urgí de nuevo a irse y dejarme trabajar.

 

“Mira, tengo que hacer. Vuelve a tu casa, que aún es muy temprano” –le dije en tono amigable-. “¿Y cómo sabes que me llamo Peru?” –le pregunté un poco extrañado-.  Solo mi ama me llamaba así de niño.”

 

“Yo lo sé todo, Peru,” – me contestó- “porque aunque no me podéis ver si no lo quiero, siempre estoy cerca vuestro. En los rincones de las casas, entre los árboles, tras los setos, bajo las umbrías, sobre las peñas, dentro de las cuevas. Soy la señora de esta tierra, vine con vuestros antepasados desde Oriente y la custodio desde que llegamos”.

 

Me quedé callado, y reconozco que un poco asustado. ¿Quién era aquella chica tan rara? ¿Y qué quería de mí?

 

“Peru,” –me dijo como si hubiera escuchado mi pensamiento- “quiero decirte algo para que lo transmitas. Mientras vivas no te creerán y se reirán de ti. Pero tu relato se convertirá en un cuento, todos los niños lo conocerán y no se olvidará. Y cuando se cumpla, todos sabrán que no mentías, y que estaban advertidos.”

 

Sus ojos empezaron a ponerse tristes, y me pareció que según hablaba se volvía más anciana. Sentí un escalofrío. Solo una sorguiña poderosa podía ser aquella joven. Eso me daba mucho miedo, pero no me atreví a santiguarme por si se enfadaba.

 

La chica continuó hablando con voz profunda. Nunca había visto a una niña con un aspecto tan anciano, como si tuviera mil años.

 

“Pasarán cinco generaciones y lo que voy a anunciarte empezará a suceder. Los árboles y las plantas comenzarán a morir. Unas especies, primero. Otras, después. Lo veréis y no le daréis importancia, hasta que casi no tenga remedio. Al final los bosques enfermarán, los setos, los prados y las plantas morirán, y nadie sabrá curar su mal, pues su plaga en realidad sois vosotros, que maltratáis vuestra propia casa. Solo si aceptáis que  la humanidad es una parte más de la naturaleza podréis salvarla.”

 

La mirada de la chica reflejaba tristeza. Continuó hablando.

 

“Los pájaros y los animales no encontrarán donde cobijarse ni qué comer, las abejas y los insectos no tendrán donde libar y toda vuestra tierra se convertirá en baldíos. Y todo será por vuestra culpa, pues en vez de respetarla la esquilmáis, cómo habéis empezado a hacer aquí hace poco con las minas de hierro, ensuciando la tierra, el aire y el agua. Os habéis convertido en una plaga que todo lo devora y envenena.”

 

“Pero, ¿quién eres tú?” –le pregunté muy atemorizado-.

 

“Soy Mari, la señora de estas tierras que ahora comenzáis a destruir.” De repente la chica ya no estaba allí, y yo estaba solo junto al árbol.

 

“Se imaginará Vd. mi azoramiento al ser nombrado y embrujado por una sorguiña. Estaba obligado a cumplir su petición, pues de no hacerlo un castigo terrible me podría suceder. Por ello, desde entonces llevo días contando a todos los que visitan la Casa de Juntas lo sucedido.”

 

“Nadie me cree. Incluso un periódico de Bilbao ha convertido mi historia en una fábula para niños sobre las mentiras que inventa un pobre guardés borrachín, como me han llamado, para no trabajar. ¿Qué le parece?”

 

“En fin, señor, le agradezco que me haya escuchado. Veo que llegan por el camino más visitas, y debo hablar con ellas. Buen día tenga vd.”

 

El visitante se alejó de Peru y el nuevo grupo de personas con las que éste hablaba. Al rato, escuchó a lo lejos las risas de algunos y las chanzas de otros.

 

Todo aquello le puso triste. Tras recorrer los montes vió a lo lejos en el horizonte las chimeneas de algunas fábricas quemando carbón en sus nuevos hornos y ensuciando el aire que no ha mucho era aún transparente. El río que cruzó una hora después llevaba suciedad y olía mal. Pocos años antes sus aguas eran puras y cristalinas.

 

“Mari tiene razón.” - pensó- “Son una plaga. Llegará el día que no habrá bosques que acojan a los animales, ni prados llenos de flores y de vida. Y todo será por causa de los hombres y su ciega codicia. ¿Qué será de nosotros en un mundo así?”

 

Y meditando estos  tristes pensamientos el Basajaun se internó en el bosque antiguo y virgen donde hacía siglos habitaba. Según empezaba a presentir, dentro de no mucho ya no existiría, lo habrían talado.

 

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 -2019.

  

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