Debo hacer una necrológica, ensalzando la figura de Raúl Guerra Garrido, que falleció este viernes pasado con 87 años, tras una vida ejemplar, con un compromiso activo con los valores de la libertad, de la democracia y de la concordia constitucional. Valores que concuerdan con una idea clara del concepto de igualdad ante la ley, de no segregación por razón de origen y, sobre todo, por la lucha contra el totalitarismo secesionista, contra la actitud racista de unos y bolchevique de otros, cuyo eje era el logro del poder impidiendo el ejercicio de las libertades democráticas y los derechos de los individuos, principal baluarte de lo que es el pluralismo ideológico y político.

A Raúl Guerra Garrido le conocí personalmente en el Foro Ermua. Era un hombre de una cultura humanística enciclopédica y de una bonhomía homologable a la de José Luis López de Lacalle. Ambos, perseguidos por ETA, eran el paradigma del buen ciudadano que combate al totalitarismo para preservar los derechos de los demás, incluyendo en éstos a los propios, que es el banderín de enganche al fundamento de la idea constitucional que hoy está tan sojuzgada por los neocom, donde se combinan en una amalgama frentepopulista los socialistas, los comunistas de nuevo cuño y los agentes del Nuevo Orden Mundial entre los que incluyo a los nacionalistas mal llamados “moderados”.

Raúl representaba al ciudadano ilustrado, decidido a plantar cara al totalitarismo aún con el riesgo de ser acosado. De hecho, los amigos de la gasolina y del amonal atentaron contra la farmacia regentada por su mujer, donde ejercía el propio Raúl como profesional colegiado. Y tuvo que llevar escoltas como tantos otros. Si en lugar de ponerse al frente de la ciudadanía ejerciente de sus obligaciones hubiera optado por pasar desapercibido, esos problemas no hubieran sido un perjuicio para sus intereses como vecino de la capital guipuzcoana. Pero optó por tomar posición contra los esbirros del crimen y de la violencia cuyos fines eran la exclusión de la mayoría de la población vasca y cuyo resultado ha sido la hegemonía nacionalista bajo el paradigma del ahogo de las libertades de los demás.

Raúl era un hombre entrañable; todo él era amabilidad, inteligencia y educación en el trato. Su notable destreza literaria le llevó a la escritura, cuya pasión ejerció en múltiples novelas que reflejaban la realidad social vasca y en sí mismas eran un cántico a la tolerancia, a la integración de las masas de población que se desplazaron desde otras partes de España a las Vascongadas y a la no segregación étnica que en aquellos tiempos de desarrollo industrial se plasmaban en actitudes y desprecios al inmigrante. Aquel inmigrante que llegaba en busca de una forma de vida y que se integró perfectamente en la vida y costumbres vascas, aportando su trabajo para el desarrollo de esta parte de España que luego sería masacrada por quienes querían imponer su visión leninista de la política, con el asalto al poder como es costumbre por los ideólogos del totalitarismo comunista, mezclando ideas nacionalistas de campanario con la lucha de clases.

Dios le tenga en su gloria. No sé si era creyente o no, pero las obras de Raúl Guerra Garrido y su compromiso con el bienestar y el desarrollo cívico de la sociedad vasca bien son merecedoras de un puesto destacado en el más allá. Allí donde se valoran las buenas obras y el compromiso con la justicia.