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Pablo Mosquera
Domingo, 04 de Diciembre de 2022 Tiempo de lectura:

¿Merecen que les votemos?, ¿merecemos su comportamiento?

2023 está llamando a nuestras puertas. Será el año de las elecciones. La oportunidad para mostrar las excelencias del sistema democrático. Votar y disponerse a mantener o a cambiar a los gestores del poder popular -alternancia-. La voz del pueblo soberano se escuchará en las urnas. Las milongas de los políticos harán espectáculos mediáticos que ya han comenzado.

 

¿Hay que ser fiel a las siglas? Algunos/as presumen de haber votado siempre lo mismo. Con todo lo que han mentido. Con todos los que han pasado, unos con aciertos y otros con errores, que siempre funcionan como pedrada en ojo de boticario.

 

¿Tenemos madurez democrática para saber cuál debe ser nuestro voto sin necesidad de esas teatrales y costosas campañas electorales que funcionan como rito mediático movilizando a los que por militancia o agradecimiento no les queda otra que acudir a los mítines?

 

Pensar que pensar debían. Como el Guadiana asoma. ¡Hay que cambiar la ley electoral!. Listas abiertas. Exigencia para que los representantes de la circunscripción electoral abran oficina para atender al ciudadano. Si la inteligencia consiste en adaptarse a los cambios, los cambios deben ser conductas habituales en razón al comportamiento de los aspirantes y de cómo la partitocracia se impone a la democracia en cada partido político.

 

Si buscamos que el sistema democrático haga diagnóstico y tratamiento de las demandas sociales muchísimo más que atender a las ansias partidarias para instalarse en las prebendas que ofrece el poder, lo lógico será votar; cultura, decencia, dedicación, servicio, historial profesional contrastado en la vida civil y capacidad de entrega al pueblo mucho más que a la fontanería del partido.

 

Ser progresista es buscar con el voto el progreso sustentado en la libertad y en los derechos fundamentales y sociales, para alcanzar la eficiencia de la política -máximo rendimiento al menor coste posible, con el mayor número de ciudadanos satisfechos- . Centrarse en la calidad de vida para nuestro pequeño país -grande en los sentimientos- y con el compromiso de alcanzar la igualdad de oportunidades para el concepto integral de ciudadanía.

 

A lo largo de una vida lo más importante es vivir en democracia, sin dictadura, avanzando en las conquistas sociales, con una justicia profesional e independiente, igual para todos. Desde ahí, la serenidad, el respeto y el imperio de la ley, deben ser cimientos para garantizar la convivencia. Y a partir de esas coordenadas, lograr que sean nuestros representantes ciudadanos de prestigio contrastado, conocedores del país, inmersos en sus raíces socio culturales.

 

Pero también es muy importante el comportamiento de esos representantes en las Cámaras parlamentarias. Su lenguaje. Sus razonamientos. Sus argumentos. El ejemplo de señorío que trasladan desde las bancadas y las tribunas.

 

A pesar de haberme tocado vivir entre el terror por la violencia, siempre hubo un resquicio para la dialéctica parlamentaria. Cinco legislaturas en el Parlamento Vasco y tres en el Parlamento Foral de Álava, me concedieron tiempos para distinguir las voces de los ecos - Machado-.

 

La dialéctica no consiste en ofender, insultar, herir con ataques personales. Si esto se practica, sin duda estamos ante el uso de la violencia verbal para el espectáculo mediático. Olvidando que la razón, incluso la que se pueda quedar en minoría mimética por disciplina grupal, debe cuidar las formas y cargarse con la serenidad del conocimiento - el fondo de las cuestiones-.

 

Quiero comenzar por Don Manuel Azaña: "Si los españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un gran silencio que nos permitiría pensar ". Jacques Delors: "La educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social". Willy Brandt: " No somos elegidos por Dios, sino por el electorado, por lo tanto buscamos el diálogo con todos aquellos que ponen esfuerzo en esta democracia".

 

Podría añadir frases de los discursos que pronunciaron mis compañeros de singladura como Fernando Buesa, Ramón Jáuregui. Incluso Xavier Arzalluz o Juan Mari Bandrés. Con los que compartí toda suerte de experiencias en momentos dramáticos por las circunstancias en aquella Euskadi en la que ciertos energúmenos querían callarnos por la civil o por lo criminal, pero coincidíamos los demócratas que mientras hubiera parlamentarismo y parafraseando a Blas de Otero, "sólo nos queda la palabra".

 

Alguien debe poner freno a la escalada. Puede que celebrar el aniversario de la Constitución sea el momento para reflexionar ante los visitantes en las jornadas de puertas abiertas en Las Cortes. La tribuna de un Parlamento no puede ser una almena desde la que se arroja aceite hirviendo a los que pretenden asaltar la ciudadela del poder.

 

A lo peor es que somos reos de la partitocracia. En tal sistema que capturó a la democracia, ¿cuál es el bagaje cultural de las mesnadas que mediante gritos e improperios hacen méritos para ir en listas cerradas ?. A lo peor es que un minuto de gloria en un informativo de la televisión es directamente proporcional al tamaño del improperio "tabernario". Y, sin embargo, tales conductas forman parte de esa ventolera que aleja a nuestras gentes de la confianza e interés por lo que pasa en sede parlamentaria.

 

Desde mi retiro a la orilla de la mar, ¡protesto!. Las libertades y los derechos sociales no se conquistan con sal gruesa, sobre todo cuando algunos es lo más que pueden ofrecernos.  

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