¿Primarias u 'Operación Triunfo'?
Los partidos políticos son herramientas imprescindibles para trasladar la voluntad ciudadana a parlamentos y gobiernos. No es posible concebir sin ellos las democracias modernas de corte occidental. Que son por cierto las únicas democracias existentes hoy en día, que pese a todos sus defectos, que no son pocos, suponen un soplo de aire fresco, libertad, justicia y respeto a los derechos humanos en un mundo donde pululan las dictaduras populistas en manos de demagogos, las autocracias de partido único al servicio de tiranos diversos y las teocracias religiosas o políticas sometidas a mesías de medio pelo.
La democracia, como la vida precisa cambios y adaptaciones porque la sociedad evoluciona, y por ello nuestros partidos han de adaptarse a los mismos. Para ello han de cuidar permanentemente su relación con los electores, dotarse de una gestión transparente y promover la democracia interna para que los afiliados generen liderazgos y estructuras representativas de la sociedad real, no de los deseos de una minoría del “aparato” que busca perpetuarse en sus parcelas de poder. Si no, acabarán rápidamente esclerotizados y abocados al fracaso.
Pero en los últimos años estamos asistiendo a cambios en sentido contrario en España, que no van en la dirección de la mejora de su democracia interna, de su vertebración organizativa y su conexión con la sociedad, sino en el sentido de convertir los partidos en simples marcas identificativas, en estructuras electorales “de usar y tirar” según los designios del líder o lideresa de turno.
Cada día se ve más un nuevo tipo de partidos, organizaciones “de conveniencia”, sin vida interna real, articulados para los periodos de campaña y destinados únicamente a servir de apoyo temporal a liderazgos tan fuertes en apariencia (pues ostentan un poder interno absoluto) como fugaces al final en su permanencia en la vida política porque suelen fracasar en breve plazo pues están “construidos con alfileres” tanto en el aspecto ideológico como humano. Llegan “para asaltar el cielo”, y finalmente, como Ícaro, se estrellan después de haber causado graves daños a nuestra sociedad allí donde han tocado poder.
¿De dónde salen esos nuevos liderazgos mesiánicos, a los que los “sectarios” que los apoyan creen dotados mágicamente de conocimientos y capacidades políticas envidiables, en general nunca demostradas antes, lo que explica que se les conceda por sus fieles el control absoluto de las organizaciones, de los programas, de las listas electorales, de los nombramientos internos y, si llega el caso, hasta de los cargos de gobierno? Saberlo es importante para comprender a lo que nos enfrentamos.
Los nuevos liderazgos no provienen de un “cursus honorum” de los afiliados en las estructuras internas o grupos electos de los partidos tradicionales, un proceso largo, por el que los militantes de base van ascendiendo poco a poco, ganando conocimientos y experiencia en los diversos niveles de la política hasta alcanzar una cúspide desde la que pueden en su caso optar al liderazgo de su organización o crear, gracias a su experiencia, un partido nuevo que sea políticamente eficaz.
Tampoco provienen en general del ocasional y temible proceso de “selección negativa interna” dentro de un partido, mediante el cual algunos líderes que se ven amenazados deciden preventivamente ascender a puestos de responsabilidad a sus acólitos no por sus méritos y capacidad sino por su fidelidad personal, aunque sean unos ineptos o ineptas para el puesto, a fin de bloquear el ascenso de seguidores de posibles rivales competidores. En el juego de la política interna de los partidos es muy importante ocupar casillas vacias con peones propios.
Se trata de un proceso que puede llevar a convertir en concejales, alcaldes, presidentes de comunidades autónomas y hasta ministros o ministras a nulidades absolutas, con los resultados que cabe esperar. Seguro que el lector ha conocido a lo largo de su vida a algún prócer de la política que era un zote y ahora se presenta en los medios de comunicación como un “faro” de sabiduría política. Naturalmente es tan zote como siempre, solo que ascendido a su nivel de incompetencia.
Los nuevos liderazgos mesiánicos que sufrimos tienen en muchas ocasiones otro origen, más relacionado con la sociedad mediática en la que vivimos: las nefastas elecciones internas de los partidos llamadas primarias que han potenciado durante el último decenio liderazgos endebles y de gente nada preparada, pues sus éxitos en las primarias se han basado más en campañas de imagen y marketing (impulsadas en realidad por intereses mediáticos ajenos a los propios partidos) que en la valía personal, sentido político y conocimientos del candidato.
Aunque los militantes crean que deciden ellos el resultado de las primarias, son grupos externos los que eligen por su cuenta el “caballo ganador”, y lo mismo que encumbran a este, hunden a sus rivales. El control de la imagen en los medios de comunicación es la clave del poder en las primarias de los partidos políticos. Pues en realidad se elige solo la imagen aparente del líder, que puede ser luego más hueco y vacío que un árbol seco.
Piense el lector en José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz, Alberto Garzón, Rosa Díez, Pablo Casado, Albert Ribera, Inés Arrimadas, Artur Más, Carles Puigdemont, Joaquim Torra y cómo, entre primarias y volatines ideológicos, llegaron a alcanzar sus cargos representativos.
Intente luego imaginar lo siguiente: si no estuvieran en política aupados por primarias, y trabajasen en la venta de vehículos de segunda mano. ¿Le compraría el lector un coche a cualquiera de ellos? Seguro que no. Y, sin embargo, dejamos nuestro país en sus manos…
Afirmó Andy Warhol hace medio siglo que, gracias a la televisión y a los medios, en el futuro todo el mundo podría ser famoso al menos quince minutos. Hoy en España, cualquier militante desconocido puede convertirse, con los apoyos adecuados, en una estrella y no solo quince minutos, sino que bien arropado, puede hasta ganar unas primarias o, si tenemos mala suerte, hasta ganar unas elecciones. Otra cosa es que tenga condiciones reales para el cargo. A la experiencia me remito sobre las “joyas” que han sido elegidas en España mediante primarias para gobierno de diferentes municipios, territorios, comunidades autónomas y a veces, hasta del propio país.
En la película de Robert Redford de 1972 titulada El Candidato, en su última escena el victorioso protagonista, después de ganar las elecciones, se hace la pregunta clave: “Y ¿ahora qué?”. Nuestro problema es que como los candidatos nos los presentan como novedosos, “un soplo de aire fresco”, renovadores, modernos y hasta simpáticos les damos el poder y luego no saben que hacer con el mismo, salvo intentar mantenerse a cualquier precio. Precio que pagamos los demás, claro.
El mal de las primarias se ha ido extendiendo. Poco a poco, partidos antes sólidos, a los que podías votarles o no, pero que entendías lo que representaban, sabías cuales ideas defendían y comprendías quienes eran sociológicamente sus electores, se están transformando en estructuras políticas “líquidas”, que se amoldan a la coyuntura del momento, sus ideas mudan cuando conviene al líder y buscan, haciendo auténticas piruetas, votos en los sectores más alejados de sus prioridades. Y sus voceros llaman a eso modernidad, cuando es simple indefinición y oportunismo.
Por su parte, los nuevos partidos de creación reciente son generalmente entes gaseosos, que intentan ocupar cualquier espacio que crean vacío. Carentes de concreción, son meras plataformas electorales para su líder o lideresa de turno.
El panorama de los partidos políticos y sus liderazgos empieza a parecerse en nuestra democracia al concurso televisivo llamado Operación Triunfo: nos presentan una pléyade de “triunfitos” (tras los cuales hay promotores con intereses ocultos) se promocionan unos meses en televisión y los medios, se hacen famosos, se les eleva a objetos de culto, compiten ante “jueces” (relacionados de forma indirecta con los promotores), finalmente se corona a algunos como ganadores mediante el voto del “público” convenientemente orientado, generan poder y beneficios (para sus promotores) un tiempo y, cuando empiezan a aburrir y ya “no venden”, se sustituyen por los de la siguiente hornada.
Reemplace el lector en el párrafo anterior “triunfitos” por “líderes renovadores”, “promotores” por “grupos de presión”, “jueces” por “grupos mediáticos” y “público” por “electorado” y descubrirá en qué clase de “concurso político” estamos metidos en España con las llamadas primarias”. Tanto en música como en política, nos hacen pensar que elegimos, pero los intérpretes, las melodías y hasta las letras las deciden otros. Nos dejan el papel de público de relleno del estudio. Y encima, aplaudimos.
Si no reaccionamos en España ante este mecanismo perverso de selección de liderazgos de “Bisbales” y '”Chenoas”, políticos de escaso recorrido, nuestra sociedad se encamina hacia una nueva política líquida: partidos evanescentes, líderes de capacidad corta y caducidad rápida, gobiernos gaseosos e indefinidos, programas de contenido variable y hasta oscilante. Nada sólido, todo etéreo, justo como los productos de Operación Triunfo.
(*) Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
Los partidos políticos son herramientas imprescindibles para trasladar la voluntad ciudadana a parlamentos y gobiernos. No es posible concebir sin ellos las democracias modernas de corte occidental. Que son por cierto las únicas democracias existentes hoy en día, que pese a todos sus defectos, que no son pocos, suponen un soplo de aire fresco, libertad, justicia y respeto a los derechos humanos en un mundo donde pululan las dictaduras populistas en manos de demagogos, las autocracias de partido único al servicio de tiranos diversos y las teocracias religiosas o políticas sometidas a mesías de medio pelo.
La democracia, como la vida precisa cambios y adaptaciones porque la sociedad evoluciona, y por ello nuestros partidos han de adaptarse a los mismos. Para ello han de cuidar permanentemente su relación con los electores, dotarse de una gestión transparente y promover la democracia interna para que los afiliados generen liderazgos y estructuras representativas de la sociedad real, no de los deseos de una minoría del “aparato” que busca perpetuarse en sus parcelas de poder. Si no, acabarán rápidamente esclerotizados y abocados al fracaso.
Pero en los últimos años estamos asistiendo a cambios en sentido contrario en España, que no van en la dirección de la mejora de su democracia interna, de su vertebración organizativa y su conexión con la sociedad, sino en el sentido de convertir los partidos en simples marcas identificativas, en estructuras electorales “de usar y tirar” según los designios del líder o lideresa de turno.
Cada día se ve más un nuevo tipo de partidos, organizaciones “de conveniencia”, sin vida interna real, articulados para los periodos de campaña y destinados únicamente a servir de apoyo temporal a liderazgos tan fuertes en apariencia (pues ostentan un poder interno absoluto) como fugaces al final en su permanencia en la vida política porque suelen fracasar en breve plazo pues están “construidos con alfileres” tanto en el aspecto ideológico como humano. Llegan “para asaltar el cielo”, y finalmente, como Ícaro, se estrellan después de haber causado graves daños a nuestra sociedad allí donde han tocado poder.
¿De dónde salen esos nuevos liderazgos mesiánicos, a los que los “sectarios” que los apoyan creen dotados mágicamente de conocimientos y capacidades políticas envidiables, en general nunca demostradas antes, lo que explica que se les conceda por sus fieles el control absoluto de las organizaciones, de los programas, de las listas electorales, de los nombramientos internos y, si llega el caso, hasta de los cargos de gobierno? Saberlo es importante para comprender a lo que nos enfrentamos.
Los nuevos liderazgos no provienen de un “cursus honorum” de los afiliados en las estructuras internas o grupos electos de los partidos tradicionales, un proceso largo, por el que los militantes de base van ascendiendo poco a poco, ganando conocimientos y experiencia en los diversos niveles de la política hasta alcanzar una cúspide desde la que pueden en su caso optar al liderazgo de su organización o crear, gracias a su experiencia, un partido nuevo que sea políticamente eficaz.
Tampoco provienen en general del ocasional y temible proceso de “selección negativa interna” dentro de un partido, mediante el cual algunos líderes que se ven amenazados deciden preventivamente ascender a puestos de responsabilidad a sus acólitos no por sus méritos y capacidad sino por su fidelidad personal, aunque sean unos ineptos o ineptas para el puesto, a fin de bloquear el ascenso de seguidores de posibles rivales competidores. En el juego de la política interna de los partidos es muy importante ocupar casillas vacias con peones propios.
Se trata de un proceso que puede llevar a convertir en concejales, alcaldes, presidentes de comunidades autónomas y hasta ministros o ministras a nulidades absolutas, con los resultados que cabe esperar. Seguro que el lector ha conocido a lo largo de su vida a algún prócer de la política que era un zote y ahora se presenta en los medios de comunicación como un “faro” de sabiduría política. Naturalmente es tan zote como siempre, solo que ascendido a su nivel de incompetencia.
Los nuevos liderazgos mesiánicos que sufrimos tienen en muchas ocasiones otro origen, más relacionado con la sociedad mediática en la que vivimos: las nefastas elecciones internas de los partidos llamadas primarias que han potenciado durante el último decenio liderazgos endebles y de gente nada preparada, pues sus éxitos en las primarias se han basado más en campañas de imagen y marketing (impulsadas en realidad por intereses mediáticos ajenos a los propios partidos) que en la valía personal, sentido político y conocimientos del candidato.
Aunque los militantes crean que deciden ellos el resultado de las primarias, son grupos externos los que eligen por su cuenta el “caballo ganador”, y lo mismo que encumbran a este, hunden a sus rivales. El control de la imagen en los medios de comunicación es la clave del poder en las primarias de los partidos políticos. Pues en realidad se elige solo la imagen aparente del líder, que puede ser luego más hueco y vacío que un árbol seco.
Piense el lector en José Luis Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz, Alberto Garzón, Rosa Díez, Pablo Casado, Albert Ribera, Inés Arrimadas, Artur Más, Carles Puigdemont, Joaquim Torra y cómo, entre primarias y volatines ideológicos, llegaron a alcanzar sus cargos representativos.
Intente luego imaginar lo siguiente: si no estuvieran en política aupados por primarias, y trabajasen en la venta de vehículos de segunda mano. ¿Le compraría el lector un coche a cualquiera de ellos? Seguro que no. Y, sin embargo, dejamos nuestro país en sus manos…
Afirmó Andy Warhol hace medio siglo que, gracias a la televisión y a los medios, en el futuro todo el mundo podría ser famoso al menos quince minutos. Hoy en España, cualquier militante desconocido puede convertirse, con los apoyos adecuados, en una estrella y no solo quince minutos, sino que bien arropado, puede hasta ganar unas primarias o, si tenemos mala suerte, hasta ganar unas elecciones. Otra cosa es que tenga condiciones reales para el cargo. A la experiencia me remito sobre las “joyas” que han sido elegidas en España mediante primarias para gobierno de diferentes municipios, territorios, comunidades autónomas y a veces, hasta del propio país.
En la película de Robert Redford de 1972 titulada El Candidato, en su última escena el victorioso protagonista, después de ganar las elecciones, se hace la pregunta clave: “Y ¿ahora qué?”. Nuestro problema es que como los candidatos nos los presentan como novedosos, “un soplo de aire fresco”, renovadores, modernos y hasta simpáticos les damos el poder y luego no saben que hacer con el mismo, salvo intentar mantenerse a cualquier precio. Precio que pagamos los demás, claro.
El mal de las primarias se ha ido extendiendo. Poco a poco, partidos antes sólidos, a los que podías votarles o no, pero que entendías lo que representaban, sabías cuales ideas defendían y comprendías quienes eran sociológicamente sus electores, se están transformando en estructuras políticas “líquidas”, que se amoldan a la coyuntura del momento, sus ideas mudan cuando conviene al líder y buscan, haciendo auténticas piruetas, votos en los sectores más alejados de sus prioridades. Y sus voceros llaman a eso modernidad, cuando es simple indefinición y oportunismo.
Por su parte, los nuevos partidos de creación reciente son generalmente entes gaseosos, que intentan ocupar cualquier espacio que crean vacío. Carentes de concreción, son meras plataformas electorales para su líder o lideresa de turno.
El panorama de los partidos políticos y sus liderazgos empieza a parecerse en nuestra democracia al concurso televisivo llamado Operación Triunfo: nos presentan una pléyade de “triunfitos” (tras los cuales hay promotores con intereses ocultos) se promocionan unos meses en televisión y los medios, se hacen famosos, se les eleva a objetos de culto, compiten ante “jueces” (relacionados de forma indirecta con los promotores), finalmente se corona a algunos como ganadores mediante el voto del “público” convenientemente orientado, generan poder y beneficios (para sus promotores) un tiempo y, cuando empiezan a aburrir y ya “no venden”, se sustituyen por los de la siguiente hornada.
Reemplace el lector en el párrafo anterior “triunfitos” por “líderes renovadores”, “promotores” por “grupos de presión”, “jueces” por “grupos mediáticos” y “público” por “electorado” y descubrirá en qué clase de “concurso político” estamos metidos en España con las llamadas primarias”. Tanto en música como en política, nos hacen pensar que elegimos, pero los intérpretes, las melodías y hasta las letras las deciden otros. Nos dejan el papel de público de relleno del estudio. Y encima, aplaudimos.
Si no reaccionamos en España ante este mecanismo perverso de selección de liderazgos de “Bisbales” y '”Chenoas”, políticos de escaso recorrido, nuestra sociedad se encamina hacia una nueva política líquida: partidos evanescentes, líderes de capacidad corta y caducidad rápida, gobiernos gaseosos e indefinidos, programas de contenido variable y hasta oscilante. Nada sólido, todo etéreo, justo como los productos de Operación Triunfo.
(*) Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019