Una Navidad con un sonido especial
Estaba yo un día rebuznando –perdón, tocando– con mi piano cuando de repente me salió una tontería, un error más, que sonaba Do5-Mib- Fa5-La6-Do7. Seguí intentando tocar Asturias (leyenda) de Albéniz, pero me volvió a salir lo de antes. Me quedé un tanto mosca. Bien está el reconocer que uno es torpe, pero lo de bisar una sandez es ya peligroso. Y es que no se me iba de la cabeza. ¿Qué sería aquello? Aquello no era nada, carecía de sentido, era un absurdo monumental. Seguidamente, tal vez en un rapto de autosinceridad, me miré al espejo y allí estaba mi reflejo, con las orejas cambiadas de sitio como es menester. Es decir, en el espejo mi oreja izquierda era la derecha y viceversa. Recordé entonces unos pequeños versos que alguna vez leí o puede que incluso me los inventase yo:
Tal vez he descubierto,
Por vez primera,
Que estoy en un concierto,
La vida entera.
Y entonces empecé a escuchar cosas por dentro. ¿Qué cómo se hace eso? ¡Y yo qué sé! Supongo que cada cual tendrá su “savoir faire” consigo mismo. El caso es que me di cuenta de muchas cosas. Por ejemplo, que pienso mucho en Do: ¿Dónde he puesto la cartera?, ¿Dónde tengo las gafas?, etc. Igualmente, mis preocupaciones las tengo en Mi bemol: Mi cuenta corriente da asco verla, Mi casa necesitaría un repaso, Mi cuñado es un pelma… ¡tiene bemoles el asunto! Pero es que además me quejo en Fa: es una Fatalidad esto, muy Falsa es la política, otra vez tengo que ir a la Farmacia, “et multa additamenta”. Y cuando programo algo, lo hago en La: por La tarde iré a ver al pelma de Celestino, tengo que revisarme La espalda, hay que llegar a La hora del comienzo de La sesión, y La, La, La… Aunque todas las cosas importantes las hago en Do, pero una octava más que antes: mañana Domingo me voy a comer con la familia, lo bueno del oro es lo Dorado que está, Donde hay patrón no manda marinero, y al que opine lo contrario, que le den por el trasero. Fin.
La vida es todo música. Yo, por ejemplo, cuando miro a los ojos a mi mujer, me doblo cual flan sin vaso y escucho el adagio de Samuel Barber. Pero es que cuando veo al portero de casa, me achucha el Porompompón. Y cuando veo a mi querida familia me acuna Brahms. Pero lo mejor es cuando veo a mi perro, pues entonces me acosa el bolero de Ravel, repetitivo una y otra vez. Hay personas que tienen un sentido musical muy especial, como una hermana mía, que es una coloratura andante, como el aria de la Reina de la Noche, en La Flauta Mágica de Mozart. Y eso me lleva a definir la música de varios elementos conocidos. A saber:
- El Gobierno es la dodecafonía de Penderecki y fecasímiles.
- Mis amigos del colegio son el Carmina Burana, de Carl Orff, bien entonado, aunque a veces con cierto conflicto de ritmo.
- Mis compañeros de promoción son el Oratorio del Mesías, de Händel. - Mis compañeros de profesión son el aria final de Tosca: “O dolce bacci, o languide carezze!”
- Mi familia es el Gloria de Vivaldi. Y no sigo por no cansar.
El caso es que estaba yo en estas reflexiones cuando súbitamente recordé que estábamos en Navidad, pero no acababa de encontrar el sonido de estas fechas, el sonido que diera sentido a lo que celebramos: el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, que viene a enseñarnos el camino de la eternidad.
Pensé primero en algún villancico. Tal vez “mi burrito sabanero”, que me gusta mucho, pero no. Noche de paz, tampoco. Adeste fideles, menos. Seguí con otros villancicos, todos ellos preciosos, pero nada me decían.
Continué con himnos eucarísticos, salmos, Misas, etc. Nada, que no estaba inspirado. ¿Cómo podía ser eso, si yo soy un melómano confeso? Ni Bach, ni Beethoven, ni Mozart, ni Vivaldi, Schumann, Mahler, Joaquín Rodrigo… y así hasta n, cuando n tiende a muchísimos. Nada, que no encontraba la música de Navidad.
Cansado ya de intentarlo, apagué todos mis instrumentos y medios musicales: guardé la flauta, cerré el piano, apagué el lector de DVD, la tele, la radio, la inconmensurable Alexa y, en fin, todo lo que sonaba.
En mi casa todo quedó en silencio. Miré entonces al Belén y sentí un rapto de amor, mientras en ese silencio una voz muy suave y afectuosa me decía: “no busques más, que yo soy tu música”.
Entonces, le pregunté: - ¿Cómo te llamas? - Jesús –me contestó una voz. - Yo soy María, tu Madre –me dijo otra voz. - Y yo José, que también te recuerda –habló la tercera voz.
Y, de repente, lo comprendí todo. Jesús, María y José venían suavemente, en el silencio del amor, con la mejor y única estética sincera: el cariño. Sentí que mi vida renacía, que un nuevo sentimiento lo abarcaba todo, un sentimiento muy humilde y bellísimo: el amor a todos los seres que pueblan la tierra y en ese amor nacía Jesús a cada instante. Entonces comprendí que lo único verdadero es el sentimiento de ayuda a los demás. Eso no es matar a los no nacidos, abusar del poder, despreciar a quienes nos necesitan, olvidar a quienes no son sabios, imponer mis propios gustos musicales o de cualquier tipo y –en una palabra– no saber convivir.
El silencio es el camino para hablar con Jesús, sin duda. Pero… de repente volvieron a sonar las melodías con sus acordes en mi cabeza. Pero al menos la semilla estaba echada. ¿Será capaz de crecer en mí?
Feliz Navidad de 2022. Tal vez a mis 71 años estoy comprendiendo el sentido de la Inocencia, único camino de la Felicidad y de la Vida Eterna.
Estaba yo un día rebuznando –perdón, tocando– con mi piano cuando de repente me salió una tontería, un error más, que sonaba Do5-Mib- Fa5-La6-Do7. Seguí intentando tocar Asturias (leyenda) de Albéniz, pero me volvió a salir lo de antes. Me quedé un tanto mosca. Bien está el reconocer que uno es torpe, pero lo de bisar una sandez es ya peligroso. Y es que no se me iba de la cabeza. ¿Qué sería aquello? Aquello no era nada, carecía de sentido, era un absurdo monumental. Seguidamente, tal vez en un rapto de autosinceridad, me miré al espejo y allí estaba mi reflejo, con las orejas cambiadas de sitio como es menester. Es decir, en el espejo mi oreja izquierda era la derecha y viceversa. Recordé entonces unos pequeños versos que alguna vez leí o puede que incluso me los inventase yo:
Tal vez he descubierto,
Por vez primera,
Que estoy en un concierto,
La vida entera.
Y entonces empecé a escuchar cosas por dentro. ¿Qué cómo se hace eso? ¡Y yo qué sé! Supongo que cada cual tendrá su “savoir faire” consigo mismo. El caso es que me di cuenta de muchas cosas. Por ejemplo, que pienso mucho en Do: ¿Dónde he puesto la cartera?, ¿Dónde tengo las gafas?, etc. Igualmente, mis preocupaciones las tengo en Mi bemol: Mi cuenta corriente da asco verla, Mi casa necesitaría un repaso, Mi cuñado es un pelma… ¡tiene bemoles el asunto! Pero es que además me quejo en Fa: es una Fatalidad esto, muy Falsa es la política, otra vez tengo que ir a la Farmacia, “et multa additamenta”. Y cuando programo algo, lo hago en La: por La tarde iré a ver al pelma de Celestino, tengo que revisarme La espalda, hay que llegar a La hora del comienzo de La sesión, y La, La, La… Aunque todas las cosas importantes las hago en Do, pero una octava más que antes: mañana Domingo me voy a comer con la familia, lo bueno del oro es lo Dorado que está, Donde hay patrón no manda marinero, y al que opine lo contrario, que le den por el trasero. Fin.
La vida es todo música. Yo, por ejemplo, cuando miro a los ojos a mi mujer, me doblo cual flan sin vaso y escucho el adagio de Samuel Barber. Pero es que cuando veo al portero de casa, me achucha el Porompompón. Y cuando veo a mi querida familia me acuna Brahms. Pero lo mejor es cuando veo a mi perro, pues entonces me acosa el bolero de Ravel, repetitivo una y otra vez. Hay personas que tienen un sentido musical muy especial, como una hermana mía, que es una coloratura andante, como el aria de la Reina de la Noche, en La Flauta Mágica de Mozart. Y eso me lleva a definir la música de varios elementos conocidos. A saber:
- El Gobierno es la dodecafonía de Penderecki y fecasímiles.
- Mis amigos del colegio son el Carmina Burana, de Carl Orff, bien entonado, aunque a veces con cierto conflicto de ritmo.
- Mis compañeros de promoción son el Oratorio del Mesías, de Händel. - Mis compañeros de profesión son el aria final de Tosca: “O dolce bacci, o languide carezze!”
- Mi familia es el Gloria de Vivaldi. Y no sigo por no cansar.
El caso es que estaba yo en estas reflexiones cuando súbitamente recordé que estábamos en Navidad, pero no acababa de encontrar el sonido de estas fechas, el sonido que diera sentido a lo que celebramos: el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios, que viene a enseñarnos el camino de la eternidad.
Pensé primero en algún villancico. Tal vez “mi burrito sabanero”, que me gusta mucho, pero no. Noche de paz, tampoco. Adeste fideles, menos. Seguí con otros villancicos, todos ellos preciosos, pero nada me decían.
Continué con himnos eucarísticos, salmos, Misas, etc. Nada, que no estaba inspirado. ¿Cómo podía ser eso, si yo soy un melómano confeso? Ni Bach, ni Beethoven, ni Mozart, ni Vivaldi, Schumann, Mahler, Joaquín Rodrigo… y así hasta n, cuando n tiende a muchísimos. Nada, que no encontraba la música de Navidad.
Cansado ya de intentarlo, apagué todos mis instrumentos y medios musicales: guardé la flauta, cerré el piano, apagué el lector de DVD, la tele, la radio, la inconmensurable Alexa y, en fin, todo lo que sonaba.
En mi casa todo quedó en silencio. Miré entonces al Belén y sentí un rapto de amor, mientras en ese silencio una voz muy suave y afectuosa me decía: “no busques más, que yo soy tu música”.
Entonces, le pregunté: - ¿Cómo te llamas? - Jesús –me contestó una voz. - Yo soy María, tu Madre –me dijo otra voz. - Y yo José, que también te recuerda –habló la tercera voz.
Y, de repente, lo comprendí todo. Jesús, María y José venían suavemente, en el silencio del amor, con la mejor y única estética sincera: el cariño. Sentí que mi vida renacía, que un nuevo sentimiento lo abarcaba todo, un sentimiento muy humilde y bellísimo: el amor a todos los seres que pueblan la tierra y en ese amor nacía Jesús a cada instante. Entonces comprendí que lo único verdadero es el sentimiento de ayuda a los demás. Eso no es matar a los no nacidos, abusar del poder, despreciar a quienes nos necesitan, olvidar a quienes no son sabios, imponer mis propios gustos musicales o de cualquier tipo y –en una palabra– no saber convivir.
El silencio es el camino para hablar con Jesús, sin duda. Pero… de repente volvieron a sonar las melodías con sus acordes en mi cabeza. Pero al menos la semilla estaba echada. ¿Será capaz de crecer en mí?
Feliz Navidad de 2022. Tal vez a mis 71 años estoy comprendiendo el sentido de la Inocencia, único camino de la Felicidad y de la Vida Eterna.