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Pablo Mosquera
Sábado, 17 de Diciembre de 2022 Tiempo de lectura:

A las puertas de un crudo invierno

Nordestada. En esta mi costa al norte del norte. O vento mareiro nos azota en la cara. Levanta marejada en la mar. Algo debe llegar de tal temporal hasta las Cortes de España. Según se acerca el solsticio resulta más complicada la convivencia. Al menos la de la España oficial. La que se trasmite en los informativos mediáticos. La que nos llega por tierra, mar y aire desde los lugares en los que se administra el poder.

 

Inflación. Subida para los intereses de los créditos. Temor por la llegada de los próximo recibos de la energía contra el frío. Miedo en los pequeños autónomos que no saben si podrán resistir otro invierno. Y, desde luego, esa escalada bélica en Ucrania. Pero también entre sus señorías de los tres poderes que configuran el Estado de Derecho Constitucional en el reino de España.

 

Desde el antiguo Reino de Galicia, en su provincia de Mondoñedo, vivo un tanto alejado de esas ocupaciones que consisten en meterle el dedo en el ojo al contrincante partidario. Salgo a las calles. Escucho al paisanaje en las cantinas portuarias. Percibo las inquietudes de las gentes con la piel curtida por el salitre y no doy fe de que lo que a tales preocupa o demandan, tenga que ver con las voces y sus ecos que profieren los representantes del pueblo soberano. Es como si se hubiera levantado un muro entre la España oficial y la España social.

 

La crispación crece. Los insultos callan a los argumentos. Las formas son cada vez más belicosas. Todos/as ven golpistas por doquier. Me sorprende en la única coincidencia de sus señorías. Recordar a un tal Tejero. Sólo que ahora dicen que no viste uniforme y tricornio. Dicen que viste toga de juez.

 

Hay tanta interpretación 'ad personam' que los dos bandos se han hecho irreconciliables. Esta Navidad no será tiempo de paz. Esta Navidad no traerá tregua entre contendientes. Esta Navidad pondrá inquina dónde antes había muérdago. No creo que funcione la felicitación con deseos de prosperidad. Hay que derribar al adversario que se está convirtiendo en enemigo.  El espectáculo de la política resulta un esperpento de Valle Inclán interpretado en patio de vecindad cutre.

 

Ni con ese Campeonato Mundial de Fútbol. Ni con las luminarias en las calles comerciales. Ni con las imágenes del Belén. Nada para la escalada dantesca hacia el infierno de la convivencia por disidencia malvada entre mentiras y predicadores para avisarnos que se aproxima una ruptura de la convivencia. Los padres de la patria... ¿Qué patria?. Lo están logrando como en el primer tercio del siglo pasado. Que las dos Españas de Machado les rompan el corazón a los españoles que torean un sueldo o una pensión.

 

No se trata de altas miras. Se trata de altas torres desde las que se lanza aceite hirviendo contra las mesnadas que quieren conquistar la ciudadela del Gobierno. No sabemos a ciencia cierta para qué. No sabemos si con los que aspiran a ganar seremos ciudadanos más felices y mejor atendidos. Sólo sabemos que han hecho batalla preelectoral dónde todo vale y el lenguaje resulta tabernario.

 

Evidente. Los enemigos del sistema democrático y Constitucional de 1978, se frotan las manos. Si quedaba algo de aquella cordura que propició la convivencia y el cierre -aunque fuera forzado- del pasado y sus heridas, ahora pueden brindar por haber dinamitado el Estado que nos ha permitido vivir en paz a pesar de los asesinos etarras, que mientras tanto regresan a sus pueblos mientras las víctimas colocarán una foto de sus seres queridos aniquilados en el árbol de la Navidad. Los primeros se han hecho parte en la mayoría heterogénea que sostiene al Gobierno. Los segundos se ven cada día más sorprendidos por la inagotable generosidad del sanchismo para con los enemigos de la unidad nacional que comenzó en 1492.

 

¿Para qué sirve la política?. Siempre recordaré la frase de un ilustre abulense. "Es mitad teatro, mitad basura".

 

Pero yo soy un antiguo. No puedo ni quiero perder la oportunidad de pedir paz y salud para todos. La Navidad que me enseñaron en mi pueblo a orillas de la mar Cantábrica siempre se celebró entre panxoliñas, viño quente y la esperanza para que los ausentes se hicieran presentes en la cena familiar. Les aconsejo que dediquen más tiempo a las tertulias y menos a la televisión.   

  

Ya sé que a la felicidad sólo se llega por aproximación. Pero por una vez intenten acercarse a tal dama...    

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