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Pedro Chacón
Sábado, 24 de Diciembre de 2022 Tiempo de lectura:

Crónicas políticas de Valdegovía (y IV)

La novela Guerendiain de Juan Carlos Ramírez-Escudero, alcalde de Valdegovía durante casi cuatro legislaturas, así como parlamentario vasco durante dos, en todos los casos por el PNV, cabría inscribirla, por tanto, en los prolegómenos de la llamada Memoria Histórica. Pero, no obstante, me quería asegurar, con mi lectura de esta, si el autor utilizaba también en ella los recursos, criterios y objetivos que caracterizan a la Memoria Histórica.

 

Digamos, para empezar, que, así como Apalategui está bien escrito en grafía castellana (en grafía eusquérica tendría que haber puesto Apalategi), el apellido Guerendiáin está mal transcrito en toda la novela, empezando por el título. Aunque en el título, al estar todo en mayúsculas, no se aprecia por aquello de que las tildes pueden obviarse con las mayúsculas. Pero luego a lo largo de todo el texto pone Guerendiain en lugar de Guerendiáin. Al poner “Gue” ya estamos en grafía castellana. De haberlo querido poner en grafía eusquérica tendría que haber sido Gerendiain. Pero al poner Guerendiain, tendría que haber puesto también tilde en la “a”. El resultante es una mixtura entre castellano y eusquera que delata un confusionismo evidente al respecto.

 

Yendo al contenido de la novela, vemos, en primer lugar, que los dos personajes principales se apellidan respectivamente Guerendiáin (nosotros lo vamos a escribir así) y Apalategui. Ambos apellidos son eusquéricos, pero ninguno de los dos personajes, ni ningún otro de la novela, representa a un partido nacionalista vasco, fuera PNV o fuera ANV, los dos principales partidos nacionalistas en la época, aunque el PNV era el más importante con diferencia. De ambos partidos, el PNV tenía ya una presencia activa y evidente en Guipúzcoa, sobre todo en San Sebastián, pero no sale en absoluto en la novela. Guerendiáin responde a la ideología anarquista, como dijimos, y Apalategui a la derechista vencedora en el conflicto. Ambos apellidos son parecidos en cuanto a número de portadores, ninguno de los dos tiene más de 200 de primer apellido y otros tantos de segundo. Guerendiáin está más presente en Navarra y Apalategui en Guipúzcoa. Y ninguno de los dos tiene presencia en Álava, curiosa coincidencia, cuando el autor escribe su novela en Espejo, según dice al final, que es el concejo más poblado del municipio alavés de Valdegovía. Está claro que el autor quiere alejar su novela del lugar donde escribe y también de su querencia ideológica, puesto que en ella, como decimos, no aparece el nacionalismo vasco por ningún lado.

 

También, como curiosidad, diremos que Apalategi, la forma eusquérica de Apalategui, tiene 70 portadores de primer apellido y 60 de segundo, la mayoría en Guipúzcoa y alguno en Navarra. Mientras que Gerendiain, la forma eusquérica de Guerendiáin, solo tiene 6 portadores de primer apellido y 9 de segundo, casi todos en Guipúzcoa.

 

[Img #23420]Y anotamos además otra circunstancia. El hecho de que ambos apellidos fueran eusquéricos da una sensación un tanto cerrada en el sentido de que pretenden representar por sí solos a los dos sectores mayoritarios de la población vasca dividida entonces: los afectos a la república y los contrarios a ella. Dejando, como decíamos, al nacionalismo aparte. Pero se trata de una muy curiosa elección del novelista. Como si no hubiera un gran sector de población vasca tanto afecta a la república como sublevada contra ella que no tuviera apellidos no eusquéricos. Al colocarles dichos apellidos el autor sitúa los acontecimientos como encajados en tierra vasca sin mayores dudas para el lector. Esto me recuerda la elección de Fernando Aramburu en su famosa novela Patria. Si se fijan, el autor de esta no utiliza casi apellidos con sus personajes. Salvo el del asesinado Txato Lertxundi. Como si la inmensa mayoría de los asesinados por ETA no fueran personas sin ningún apellido eusquérico. Al autor le basta con los nombres de pila para hacernos ver que sus protagonistas son todos vascos “pata negra”. Las dos mujeres protagonistas se llaman una Miren y la otra Bittori. Es muy sagaz por parte del autor no utilizar apellidos en esta novela. Le basta utilizar nombres inequívocamente vascos. Pero el efecto es el mismo que en la novela Guerendiain: protagonizar los hechos por personajes inequívocamente vascos, vascos autóctonos queremos decir. Estaríamos así, tanto en el caso del Fernando Aramburu de Patria como en el del Juan Carlos Ramírez-Escudero de Guerendiain, bajo los efectos del llamado por mí, en esta serie de El balle del ziruelo, síndrome del “espejismo vasco”, según el cual los habitantes del País Vasco se creen que la mayoría de sus vecinos tienen apellidos eusquéricos y que solo una minoría no los tiene, cuando es justamente al revés.

 

Pero vayamos ya al núcleo del argumento. Guerendiáin salva la vida a Apalategui y luego este no solo no le corresponde, sino que colabora activamente en su ejecución. En el caso de Guerendiáin se resalta, como es habitual en el argumentario de los partidarios de la Memoria Histórica, que él tenía la conciencia tranquila en cuanto a su comportamiento en la guerra, pero que fueron elementos anarquistas “incontrolados” los que lo complicaron todo. Por la parte de Apalategui se resalta una moral con doble cara, que aparenta hacia el exterior unas costumbres acordes con el catolicismo pero que luego, en su vida privada no se ajustarían a dichos criterios: vive con una ama de llaves viuda que le lleva la casa y que también se acuesta con él y luego él asiste a reuniones con otros miembros de la derecha donostiarra en las que después de la comida se benefician a unas señoritas francesas traídas exprofeso para la ocasión. De hecho, en la novela las ejecuciones de miembros de la derecha donostiarra empiezan por sus compañeros de francachelas. Después de detener y fusilar a los dos más destacados en dichas reuniones, luego van a por él, como si los que les detienen supieran el orden en el que se suelen beneficiar a las señoritas en sus saraos privados.

 

Pero lo cierto es que las reflexiones que aparecen a lo largo del libro, acentuadas ya hacia el final, sobre el comportamiento de los dos protagonistas no solo no hacen sospechar el final tan abrupto y despiadado de Apalategui, sino que, por el contrario, rezuman comprensión por la postura de este y, de paso, de la derecha española en aquellos momentos infaustos de la guerra civil. Lo dice bien claro el personaje que representa al comandante comunista al frente del fuerte de Guadalupe, Cristóbal Errandonea, dirigiéndose a Guerendiáin: “¿Tú crees que, dentro de algún tiempo, nos quedarán amigos a quienes pedirles favores después de sembrar tanta destrucción y tanto odio?”. Y continúa más adelante: “Hemos cortado tanto las amarras y el contacto con el otro bando que solo desearán asesinarnos como hemos hecho nosotros con muchos de ellos. Ni tu preso salvado Apalategui te agradecerá lo que has hecho cuando pase el tiempo. Estamos sembrando de barbarie todo el campo y la cosecha solo va a ser de odio y de sangre en contra de nosotros. Y, aunque tú y yo éramos pacíficos antes de comenzar esta desgraciada guerra y lo somos todavía, tenemos la responsabilidad de muchas de estas acciones. Tú no has ordenado el incendio de la ciudad, pero te echarán la culpa por tu cargo de responsable del comité de defensa y te perseguirán por ello hasta la muerte. Yo tampoco he ordenado los fusilamientos de este fuerte y no estaba de acuerdo con ellos, pero soy el comandante y los fascistas me culparán de todas las muertes, y no descansarán hasta que me pongan ante el pelotón de fusilamiento”. Y remata el párrafo con esta premonitoria admonición: “Seremos eternos fugitivos huyendo hasta de las sombras. Nunca tendremos perdón”. Y el propio Guerendiáin le contesta: “Nuestro enemigo no solo está enfrente, también lo tenemos en nuestras propias filas”.

 

También el propio Guerendiáin le dice a Apalategui: “Yo sé que los vuestros fueron los primeros en matar, los primeros en levantarse contra el orden democráticamente establecido pero, a la hora de llenar de sangre de madrugada las tapias de los cementerios casi estamos empatados”.

 

Y uno de los que fusilan del bando sublevado le dice a un compañero: “A mí me tocó en este bando como me podría haber tocado en el otro. ¿Quiénes han tenido la suerte de poder elegir? ¿Crees que todos tenemos claro quién es el bueno y quién el malo? Al final de la guerra solamente habrá algo claro y será quién ha ganado y quién ha perdido.”

 

Y así le explica Apalategui a su ama de llaves y amante Josefina su cambio de actitud que le llevará a no intentar salvar a Guerendiáin: “Me encantaría devolverle el favor, pero estos tres días en el fuerte me han cambiado. Tú me conoces y sabes que antes yo era amigo de todos, rojos y azules, derecha e izquierda, curas y anarquistas pero, después de estos días, ya nada es lo mismo que antes. Tenías que ver la mirada de odio de los milicianos, las amenazas constantes de fusilamiento. Han logrado transmitirme ese odio de su mirada a mí que nunca he odiado a nadie hasta ahora”. Para terminar así: “Creo que han sacado lo peor de mí mismo, lo que tenían ellos, los milicianos, es decir la necesidad de sangre, de muertos, de venganza”.

 

Con razonamientos así, la verdad es que los argumentos de la Memoria Histórica no ya es que no salgan muy bien parados, que digamos, sino que, de hecho, quedan bastante desmontados. Por eso creemos que esta novela se puede considerar como precursora, aunque solo sea por el tema elegido y por situarse cronológicamente en el preámbulo de lo que luego se llamó Memoria Histórica, pero ni desarrolla sus mismos argumentos y presupuestos ideológicos ni a buen seguro que el autor podía prever, a la altura de 2004, cuando la terminó de escribir, todo lo que iba a venir después dando cuerpo y sostén a esa corriente política. Guerendiain coincide con la Memoria Histórica en colocar finalmente a Apalategui, esto es a la derecha vencedora, como los malos de la película, mientras que Guerendiáin, el anarquista que le salvó y luego fue fusilado, como la inocente víctima. Y ese es justamente el reclamo que se utilizó –y se sigue utilizando– para promocionarla. Pero los argumentos previos al desenlace, y que hemos reproducido en parte más arriba, destilan una comprensión y una contextualización respecto del comportamiento de Apalategui que no permiten encajar fácilmente a esta novela en los propósitos y argumentos de lo que se conoce hoy como Memoria Histórica. Se queda a medio camino o entre dos aguas: el fondo no encaja en absoluto, sino más bien todo lo contrario, mientras que la superficie, a modo de reclamo comercial del que se sirve, ese sí encaja. Y aquí lo que pretendíamos era desvelar ese doble juego. Para lo cual había que leer el texto, que seguramente es lo que nadie había hecho hasta ahora. Aprovecho para desearles a todos los lectores de esta serie de El balle del ziruelo y, por extensión, de La Tribuna del País Vasco, una muy Feliz Navidad y Próspero Año 2023.

 

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