Cincuenta años de medicina
Hace cincuenta años -1972- obtuve el título de Licenciado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Era una larga y costosa carrera. Junto a Ingeniería, disponer de tal titulación era un salvoconducto laboral seguro. Y así, tras las vacaciones en Galicia no tuve dificultad para que me contrataran como médico de medicina general en Eíbar. Era mi primera colegiación. Era mi primera labor asistencial en el marco de la Seguridad Social. Si bien gané un concurso de méritos para lograr la plaza. Mis méritos se fundamentaban en la experiencia clínico-quirúrgica. Había sido cuatro largos años alumno interno del Hospital Clínico de San Carlos en Madrid, y había trabajado como interno en el Sanatorio Zurbarán de esa misma capital. Con tal bagaje, mi formación para ser y resolver estaba garantizada.
España pasaba por los último estertores del franquismo. Al año siguiente se produciría el atentado contra Carrero Blanco que daría al traste con el régimen que había ganado la guerra y que supo sobrevivir al triunfo de los aliados a pesar de las relaciones con Alemania e Italia, gracias al cambio que dio la geopolítica que tras la Segunda Guerra Mundial entró en fortísima colisión con el comunismo y la Europa Oriental, lo que nos hizo ser un país de la órbita norteamericana.
El informe de mi vida laboral elaborado por la Tesorería General de la Seguridad Social que pedí hace unos días informa que he figurado en situación de alta en el Sistema de la Seguridad Social durante un total de 43 años, 11 meses y 18 días. No me han regalado nada. La política ha sido un servicio coyuntural prestado por alguien que ha sido médico en Madrid, Eibar, Barcelona, Álava, Burgos, Tenerife, Gerona, Lugo y Asturias.
Comencé como alumno interno en 1969 y terminé como médico rural en 2013. Hice asistencia, gerencia, docencia e investigación socio-sanitaria. Tan sólo permanecí alejado de la vida sanitaria cuando hube de formar parte del primer Gobierno Foral constitucionalista del País Vasco entre 1999 y 2002. Llevé al Parlamento Vasco numerosas iniciativas sobre Gerontología, Salud Pública, Gestión de servicios asistenciales, Prevención y tratamiento integral de las adicciones, Consumo, Calidad en servicios públicos sanitarios y Educación para la Salud.
Siempre he sido un ferviente defensor de la sanidad pública como servicio esencial para garantizar el derecho a la salud y como fuente de riqueza con empleo estable y salario digno.
Participé por elección tanto en el Colegio Oficial de Médicos en Álava como en el Consejo General de la Organización Médica Colegial, dónde tuve el honor de hacerle entrega al Ministro de Sanidad socialista Ernest Lluch, del trabajo titulado Del ambulatorio al centro de salud. Dónde defendía la adecuación precisamente de esa asistencia primaria que hoy está en franca decadencia, y que yo nucleaba en el llamado "Equipo de Salud Multidisciplinar".
Fui Médico Hospitalario en el Hospital Clínico Universitario de Madrid, Hospital Vall de Hebrón en Barcelona, Hospital de Txagorritxu, Hospital General Santiago Apóstol de Vitoria, Hospital Trueta de Gerona, Hospital de la Costa en Lugo y Hospital de Jarrio en Asturias.
Gané las oposiciones para Médico Inspector de la Seguridad Social, Jefe de Servicio de Medicina Preventiva y Salud Laboral, Médico de Familia, Profesor asociado de la Universidad Pública Vasca en la disciplina de Salud Pública. Hoy, jubilado, preocupado y ocupado en diagnosticar, prevenir, curar, cuidar y recuperar los derechos del ciudadano.
Además me he vuelto un exiliado de la política. No puedo soportar las formas groseras de unos personajes cuyos antecedentes son inciertos, al menos en cuanto a méritos en la sociedad civil. No eran nada. No son nada. Pero se han declarado en una regata de palabras duras que si nos las llegamos a creer podríamos pensar que estamos de nuevo ante un enfrentamiento capaz de sembrar el odio entre las dos Españas que describía don Antonio Machado.
Creo que la Real Academia de la Lengua Española debería repasar estos vocablos y adecuarlos al uso que de continuo se hace por parte de las bancadas parlamentarias. Especialmente esas que sorpresivamente ocupan los podemitas. Digo sorpresivamente, pues en mis cinco legislaturas en el Parlamento Vasco y tres en Las Juntas Generales de Álava, nunca había sufrido tales epítetos pronunciados por mujeres con tal indigencia cultural. Y es que se ha degradado tanto la vida en las instituciones públicas que truhanes, gaznápiros, badulaques, analfabetos funcionales y malandrines se están cargando la democracia, la convivencia y el prestigio de las Cortes españolas.
Creo que ni ellas, ellos o elles, saben el significado y la historiografía que dio origen a tales vocablos. Se usan para defender lo indefendible, pero sin argumentos y con absoluta carencia de dialéctica. Estamos en manos de una barra brava desalmada que reparte insultos por doquier en cuanto alguien les lleva la contraria y la Presidente del Legislativo lo permite, aunque a veces hace el paripé de enojarse con sus señorías.
Así que con permiso de las gentes sencillas, hagamos como que no les oímos y como se dijo en el Nuevo Testamento, "perdónalos porque no saben lo que hacen".
Hace cincuenta años -1972- obtuve el título de Licenciado en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid. Era una larga y costosa carrera. Junto a Ingeniería, disponer de tal titulación era un salvoconducto laboral seguro. Y así, tras las vacaciones en Galicia no tuve dificultad para que me contrataran como médico de medicina general en Eíbar. Era mi primera colegiación. Era mi primera labor asistencial en el marco de la Seguridad Social. Si bien gané un concurso de méritos para lograr la plaza. Mis méritos se fundamentaban en la experiencia clínico-quirúrgica. Había sido cuatro largos años alumno interno del Hospital Clínico de San Carlos en Madrid, y había trabajado como interno en el Sanatorio Zurbarán de esa misma capital. Con tal bagaje, mi formación para ser y resolver estaba garantizada.
España pasaba por los último estertores del franquismo. Al año siguiente se produciría el atentado contra Carrero Blanco que daría al traste con el régimen que había ganado la guerra y que supo sobrevivir al triunfo de los aliados a pesar de las relaciones con Alemania e Italia, gracias al cambio que dio la geopolítica que tras la Segunda Guerra Mundial entró en fortísima colisión con el comunismo y la Europa Oriental, lo que nos hizo ser un país de la órbita norteamericana.
El informe de mi vida laboral elaborado por la Tesorería General de la Seguridad Social que pedí hace unos días informa que he figurado en situación de alta en el Sistema de la Seguridad Social durante un total de 43 años, 11 meses y 18 días. No me han regalado nada. La política ha sido un servicio coyuntural prestado por alguien que ha sido médico en Madrid, Eibar, Barcelona, Álava, Burgos, Tenerife, Gerona, Lugo y Asturias.
Comencé como alumno interno en 1969 y terminé como médico rural en 2013. Hice asistencia, gerencia, docencia e investigación socio-sanitaria. Tan sólo permanecí alejado de la vida sanitaria cuando hube de formar parte del primer Gobierno Foral constitucionalista del País Vasco entre 1999 y 2002. Llevé al Parlamento Vasco numerosas iniciativas sobre Gerontología, Salud Pública, Gestión de servicios asistenciales, Prevención y tratamiento integral de las adicciones, Consumo, Calidad en servicios públicos sanitarios y Educación para la Salud.
Siempre he sido un ferviente defensor de la sanidad pública como servicio esencial para garantizar el derecho a la salud y como fuente de riqueza con empleo estable y salario digno.
Participé por elección tanto en el Colegio Oficial de Médicos en Álava como en el Consejo General de la Organización Médica Colegial, dónde tuve el honor de hacerle entrega al Ministro de Sanidad socialista Ernest Lluch, del trabajo titulado Del ambulatorio al centro de salud. Dónde defendía la adecuación precisamente de esa asistencia primaria que hoy está en franca decadencia, y que yo nucleaba en el llamado "Equipo de Salud Multidisciplinar".
Fui Médico Hospitalario en el Hospital Clínico Universitario de Madrid, Hospital Vall de Hebrón en Barcelona, Hospital de Txagorritxu, Hospital General Santiago Apóstol de Vitoria, Hospital Trueta de Gerona, Hospital de la Costa en Lugo y Hospital de Jarrio en Asturias.
Gané las oposiciones para Médico Inspector de la Seguridad Social, Jefe de Servicio de Medicina Preventiva y Salud Laboral, Médico de Familia, Profesor asociado de la Universidad Pública Vasca en la disciplina de Salud Pública. Hoy, jubilado, preocupado y ocupado en diagnosticar, prevenir, curar, cuidar y recuperar los derechos del ciudadano.
Además me he vuelto un exiliado de la política. No puedo soportar las formas groseras de unos personajes cuyos antecedentes son inciertos, al menos en cuanto a méritos en la sociedad civil. No eran nada. No son nada. Pero se han declarado en una regata de palabras duras que si nos las llegamos a creer podríamos pensar que estamos de nuevo ante un enfrentamiento capaz de sembrar el odio entre las dos Españas que describía don Antonio Machado.
Creo que la Real Academia de la Lengua Española debería repasar estos vocablos y adecuarlos al uso que de continuo se hace por parte de las bancadas parlamentarias. Especialmente esas que sorpresivamente ocupan los podemitas. Digo sorpresivamente, pues en mis cinco legislaturas en el Parlamento Vasco y tres en Las Juntas Generales de Álava, nunca había sufrido tales epítetos pronunciados por mujeres con tal indigencia cultural. Y es que se ha degradado tanto la vida en las instituciones públicas que truhanes, gaznápiros, badulaques, analfabetos funcionales y malandrines se están cargando la democracia, la convivencia y el prestigio de las Cortes españolas.
Creo que ni ellas, ellos o elles, saben el significado y la historiografía que dio origen a tales vocablos. Se usan para defender lo indefendible, pero sin argumentos y con absoluta carencia de dialéctica. Estamos en manos de una barra brava desalmada que reparte insultos por doquier en cuanto alguien les lleva la contraria y la Presidente del Legislativo lo permite, aunque a veces hace el paripé de enojarse con sus señorías.
Así que con permiso de las gentes sencillas, hagamos como que no les oímos y como se dijo en el Nuevo Testamento, "perdónalos porque no saben lo que hacen".