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Pedro Chacón
Sábado, 31 de Diciembre de 2022 Tiempo de lectura:

Los talibanes iconoclastas de Euskaltzaindia (I)

Voy a comenzar aquí el relato de la destrucción del patrimonio toponímico y onomástico que ha tenido lugar en el País Vasco desde 1978 hasta hoy, llevado a cabo por el nacionalismo, y en su nombre por la Real Academia de la Lengua Vasca, que es como se llama Euskaltzaindia. Y lo comparo con la destrucción de templos y esculturas que emprendieron los talibanes desde el poder en ciudades milenarias y patrimonio de la humanidad como Palmira, Nínive o Tombuctú que vieron demoler, dinamitar, bombardear e incluso tirotear monumentos y esculturas contrarios a la ley islámica. Alguno me podrá decir que cómo puedo comparar el daño o la desaparición que infligieron los talibanes sobre el patrimonio histórico universal del Oriente Medio con lo que ha hecho con los topónimos una institución tan pacífica como Euskaltzaindia. Pero yo estoy comparando exclusivamente los comportamientos hacia el patrimonio (que en el caso que nos ocupa podemos denominar inmaterial, por tratarse de una relación intrínseca que existe entre apellidos y topónimos) y que desde ese punto de vista sí es equiparable con lo ejecutado por los talibanes sobre el patrimonio material, arquitectónico y religioso, por lo que tienen ambos de borrado de una tradición histórica que conlleva una pérdida irreparable de identidad y de memoria. Aunque, puestos a decirlo todo, aquí, en el País Vasco, por las mismas ideas que impulsaron a los miembros de Euskaltzaindia y al nacionalismo en general a cambiar los letreros y los nombres de ciudades, ríos, montes y valles, y durante el mismo periodo, además, en el que se llevaron a cabo dichos cambios, otros, que pensaban parecido en cuanto a la política, la lengua y la identidad del pueblo vasco, y ante la pasividad, cuando no la complicidad, de una mayoría, implantaron un terror que facilitó y allanó esos cambios. Sin el terror producido por ETA, que mató sin piedad a policías, guardias civiles, militares, concejales, periodistas, taxistas, empleados y, en definitiva, a todo aquel que, según ellos, representara a España en el País Vasco y Navarra, no se entiende que desde una institución como Euskaltzaindia se cambiara a voluntad (y en ocasiones a capricho) y sin contestación de ningún tipo, toda la toponimia con la que, durante siglos, se han denominado aquí municipios, provincias y todo lo denominable, y que estaba íntimamente conectada con los apellidos de sus naturales, residentes tanto aquí como en el resto de España.

 

Aquí, con la excusa de la “normalización lingüística”, se han llevado a cabo cambios en los nombres de los pueblos con una alegría, una inconsciencia y una irresponsabilidad asombrosas. Porque un cambio en un nombre de un pueblo implica muchas cosas. No se trata de que, bueno, como a partir de ahora le vamos a llamar todos oficialmente así, pues cambiamos todos los papeles oficiales con el nuevo nombre, los letreros indicadores y lo que aparece en la página web y asunto concluido. Nadie parece que ha reparado en que ese nombre, que se considera ajeno a lo vasco, por no ir en grafía eusquérica o por haber sido creado por alguien a quien no se considera de aquí y que por eso se cambia, implica una historia de siglos que afecta directamente a la onomástica con la que está relacionada íntimamente la toponimia. Si esto no es destrucción pura y dura de patrimonio, de tradición, de historia y de identidad, ya me dirán cómo se puede denominar.

 

Porque aquí ha habido cambios en cuanto a la grafía de los topónimos, que se han repuesto en eusquera siempre que se ha podido y aun cuando no se ha podido, forzando hasta límites inauditos la transformación. De Vizcaya, los únicos que se han salvado, entre los nombres de municipios, aunque sea porque no tenían ni siquiera una pobre tilde que quitar, han sido solo 25 nombres, del total de 112 municipios que hay en la provincia, o sea, menos de una cuarta parte. Entre ellos citamos unos cuantos: Arrigorriaga, Basauri, Bermeo, Lanestosa, Mañaria, Portugalete, Sestao, Sopuerta, Zalla y Zamudio. Todos esos pueblos se llamaban igual en la época franquista. Si los pudieran haber cambiado, seguro que lo hubieran hecho. Pero no pudieron. No hubo forma. Eran y son nombres perfectamente autóctonos, tan vascos como españoles, imposibles de cambiar. De los 88 municipios que hay en Guipúzcoa, se han mantenido sin cambios solo 26: por ejemplo, Azpeitia, Hernani, Lezo, Orio, Tolosa, Segura y Urnieta. En el caso de Álava –paradójicamente, por tratarse de la provincia menos euscaldunizada–, de sus 51 municipios (no vamos a contar los 417 núcleos de población), solo 9 se han mantenido con el nombre que tenían antes de la llamada operación de normalización lingüística emprendida en esa provincia por Euskaltzaindia junto con el nacionalismo dominante en sus instituciones. Los municipios cuyo nombre ha sobrevivido intacto son Amurrio, Armiñón, Barrundia, Berantevilla, Bernedo, Leza, Navaridas, Samaniego y Zambrana. Todos los demás o han cambiado o han visto añadido otro nombre oficial al original.

 

Esta operación de liquidación de los nombres tradicionales ha traído como consecuencia mayor dejar privados a los apellidos que se originaron de esos topónimos de su referente histórico original. Porque no me refiero solo a la grafía eusquérica que se ha impuesto a los topónimos históricos en grafía castellana, que también los ha alejado de sus apellidos correspondientes (salvo que los portadores de los mismos se los hayan cambiado, cosa que ha ocurrido en muy pequeña proporción como veremos). Lo peor de todo se ha dado con el cambio radical del topónimo original, que ha significado la amputación histórica de la relación entre los apellidos y sus topónimos correspondientes. Por lo tanto, no se trata, como decíamos, de un simple cambio de nombre y ya está. Estamos hablando de algo mucho más trascendente que consiste en la alteración sustancial, por vía de los topónimos y de sus apellidos correspondientes, del núcleo denominador que conforma la esencia histórica misma del patrimonio cultural de un país, a consecuencia de lo cual muchos apellidos españoles se quedan sin sus referentes toponímicos originales.

 

Veámoslo con ejemplos, empezando por Vizcaya. Para empezar, digamos que el Nomenclátor de apellidos vascos de Euskaltzaindia apenas tiene en cuenta a los apellidos que son a la vez nombres de municipios. La inmensa mayoría de los que vamos a ver a continuación no aparecen en dicho Nomenclátor, lo cual es una forma de ignorar o de disimular la desconexión entre los topónimos y sus apellidos que estamos denunciando aquí, al suprimir o alterar los primeros. Euskaltzaindia hace aquí como si no se enterara de lo que está pasando y que ella misma ha causado, autorizando e incluso proponiendo los cambios en la toponimia.

 

En cuanto a los topónimos que se han alterado solo en su grafía. Tenemos los siguientes casos:

 

El municipio de Alonsótegui pasa a ser Alonsotegi. El apellido Alonsótegui tiene 23 portadores de primer apellido y 9 de segundo, la mayoría de ellos residentes en Cantabria. Alonsotegi, en cambio, como era de suponer, no tiene portadores.

 

Arcentales pasa a ser Artzentales. Arcentales tiene 160 portadores de primer apellido y 130 de segundo, que viven en 6 provincias españolas. Ninguno en el País Vasco y solo unos pocos en Navarra. Donde más apellidados Arcentales hay es en Barcelona, seguido de Madrid. Personas apellidadas Artzentales, en cambio, como era de suponer, no hay.

 

Arrancudiaga pasa a ser Arrankudiaga. Arrancudiaga tiene 30 personas apellidadas así de primero y 22 de segundo, repartidos a mitades entre Guipúzcoa y Madrid. Arrankudiaga, en cambio, como era de prever, no existe como apellido.

 

Baracaldo tiene 45 personas apellidadas así de primer apellido y 59 de segundo, de las que solo hay unas pocas viviendo en Vizcaya. El resto viven, por este orden, en Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria y Madrid. Barakaldo, como era de prever, no tiene a nadie que se apellide así.

 

Frúniz tiene 23 apellidados así de primero y31 de segundo, todos en Vizcaya. Pero el topónimo que han puesto en grafía eusquérica, Fruiz, como es obvio, no tiene ninguna persona apellidada así.

 

Galdácano tiene unos pocos portadores en Vizcaya. Galdakao, que es la forma oficial, no tiene nadie con ese apellido.

 

Lo del apellido Garay es paradigmático en este sentido. Es el nombre de un municipio de Vizcaya (bueno, era, porque ahora se llama oficialmente Garai). Pero como apellido, Garay tiene 5007 portadores de primero y 5013 de segundo en toda España, algo que lo sitúa como uno de los 300 apellidos eusquéricos que rebasan los 1000 portadores. Hay personas apellidadas Garay en todas las provincias españolas menos en 6. En País Vasco y Navarra hay algo menos de 2000 en total, tanto de primer apellido como de segundo, la mayoría en Vizcaya. La forma eusquérica, Garai, como apellido se la han puesto unas 500 personas de primer apellido y algo menos de segundo, la mayoría, como era de prever, en Vizcaya, seguida de Guipúzcoa, Alava y Navarra y alguno hay también en Madrid. El caso es que solo un 10% de los apellidados Garay se ha cambiado a la forma eusquérica Garai. El resto de los apellidados Garay, o sea, la inmensa mayoría de los portadores de este apellido, se han quedado sin su referente toponímico, que ha pasado a denominarse solo Garai.

 

Con el topónimo Gatica pasa una cosa muy curiosa. Como apelllido tiene 373 portadores de primer apellido y 382 de segundo en toda España. Pues bien, ninguno de ellos reside en las provincias vascas o en Navarra, sino en otras 13 provincias españolas, donde más con diferencia en Cádiz. Y por supuesto, como era de prever, la forma eusquérica que le han puesto, Gatika, no tiene portadores.

 

Gordejuela tiene 210 portadores de primer apellido y 219 de segundo en toda España, donde más en Burgos, seguido de las provincias vascas y Navarra. También está presente en otras 9 provincias españolas. Gordexola, que es la forma eusquérica del topónimo, naturalmente no existe como apellido puesto que, según creemos, fue una invención pura y dura de Sabino Arana, quien así denominó una de las cuatro batallas de su libro “Bizkaya por su independencia”, que correspondía a Gordejuela. Y por eso se denominó Gordexola uno de los batallones de gudaris de la Guerra Civil.

 

Hay 59 personas apellidadas Lejona de primer apellido y 50 de segundo, casi todas en Vizcaya. Pues bien, Leioa, que es el topónimo oficial en eusquera, no hay nadie que se apellide así.

 

Con el apellido Munguía hay 1208 portadores de primer apellido y 1229 de segundo. De los cuales en País Vasco y Navarra residen 147 de primero y 145 de segundo. La gran mayoría, por tanto, residen en el resto de España, repartidos en 29 provincias, en la que más con diferencia en Las Palmas de Gran Canaria, seguida de Madrid y Barcelona. Apellidados Mungia, en cambio, que es el nombre oficial actual del municipio, solo hay 29 personas con ese primer apellido y 19 de segundo, repartidas entre Guipúzcoa y Vizcaya por este orden.

 

Finalmente, en este apartado, el caso de Abadiano sí que tiene su guasa. Abadiano pasa a ser Abadiño en la grafía oficial actual. El apellido Abadiano tiene 355 portadores de primer apellido y 279 de segundo, repartidos en 7 provincias españolas, donde más en Navarra pero también los hay y muchos en Barcelona, Zaragoza, Huesca, La Rioja y Soria. De las provincias vascas solo está en Vizcaya. En cambio, Abadiño sí que existe también y en estos casos siempre en mucho menor número que el anterior. Pero en esta ocasión, además, se da la paradoja de que, aunque solo tiene 10 portadores de segundo apellido, resulta que 5 de ellos viven en Madrid. Por lo que, en este caso, la cadena histórica que une a los apellidos con sus topónimos no solo no han conseguido romperla, sino que más bien lo que han revelado es la existencia de personas apellidadas Abadiño (esto es, como los nacionalistas consideran que se debe redenominar ese municipio) nada menos que en la capital de España.

 

Pero ya si vamos a los topónimos que no solo es que se hayan puesto en grafía eusquérica sino que se han cambiado completamente por otros supuestamente más vascos, el destrozo ha sido completo. Veamos, si no, un par de ejemplos sin salirnos de Vizcaya:

 

Tenemos el caso de Pedernales, con 15 personas apellidadas así de primero y 10 de segundo, todas residentes en Vizcaya. El topónimo que le pusieron en eusquérico, por aquello de ser el municipio donde está enterrado Sabino Arana, tenía que romper por completo con el anterior y es, en efecto, Sukarrieta. Lógicamente no hay nadie apellidado así.

 

Y tenemos el caso de Villaro, villa histórica vizcaína, cuyo apellido tiene 378 portadores de primero y 349 de segundo, repartidos por 12 provincias españolas, donde más con diferencia en Barcelona, seguida de Lérida y La Rioja. En las provincias vascas y Navarra tiene en total 33 portadores de primero y 29 de segundo. A Villaro le han redenominado Areatza, que como era de esperar no tiene a nadie que se apellide así, por ser algo completamente nuevo e impuesto.

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