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Arturo Aldecoa Ruiz
Lunes, 02 de Enero de 2023 Tiempo de lectura:

La semilla (un cuento vasco de Epifanía)

[Img #23469]

 

Olentzero dejó su pipa y abrió el sobre que le había remitido Papá Noel. Contenía fotocopias de lo que parecía un viejo cuento ilustrado, acompañadas de una carta escrita con la preciosa caligrafía del habitante del Polo Norte. Acomodándose en su sillón junto al fuego, Olentzero se dispuso a leer la carta:

 

“Estimado colega:

 

No he podido menos que acordarme de ti cuando uno de mis gnomos ayudantes me ha traído un viejo tomo de una antigua publicación de tu tierra, en concreto el número de octubre de 1909 de Euzkadi, Revista Mensual de Ciencias, Bellas Artes y Letras, 2ª Época diciéndome que contenía entre las páginas 185 y 188 una historia singular de nuestros tiempos juveniles.

 

Como sabes, soy bastante curioso, cosa que seguramente se me ha pegado de tanto colarme por las chimeneas, y en cuanto he tenido un rato libre mientras preparaba los paquetes de regalos la he leído.

 

Aún estoy espantado por la crueldad que subyace en lo que se relata, que considero el desatino de quién escribe el cuento.

 

No creo que nuestros tres compañeros de Oriente sean cómo se les describe, sino todo lo contrario. Para ellos, como para ti y para mí,  la palabra, la alegría y las cartas de los niños son lo más importante.

 

Pero como el cuento cuestiona nuestra ética, capacidad y profesionalidad, te mando copia del mismo tanto a ti como a los Reyes Magos porque está claro que hay gente que pretende utilizarnos con fines torcidos y hay que estar avisados para que no lo consigan.

 

Firmado Papá Noel.”

 

Y con esta carta venía el texto del siguiente cuento, acompañado de algunas ilustraciones y transcrito con la anticuada grafía de 1909, que Olentzero leyó pausadamente mientras fumaba su pipa:

 

“LOS REYES MAGOS

 

— Abuelito: cuéntenos un cuento. 

 

— ¿Queréis un cuento, queridos míos? Pues voy a complaceros relatándoos uno que puede serviros de gran enseñanza.

 

[Img #23467]Ya sabéis que esta noche los Reyes Magos hacen una visita a todos los pueblos cristianos. Desde las lejanas tierras en donde dichosos viven, no dejan un solo año de recorrer el mundo. Lo que seguramente no sabréis es que pasan de largo por delante de las casas en que habitan malos cristianos, deteniéndose, en cambio, para dejar regalos a los niños en las casas habitadas por gente temerosa de Dios. Menos sabréis aún que los Reyes Magos conocen y hablan todos los idiomas, hasta los de los pobrecitos esclavos negros; pero (cosa rara), en cuanto entran en un país, hablan el idioma de él y olvidan todos los demás.

 

Pues bien: hace ya bastantes años se hallaban en noche como esta, lo mismo que vosotros ahora, en un caserío bizkaino, tres niños preparando sus cestitos para que los Reyes pusieran en ellos sus regalos.

 

Dos de los niños eran del caserío, aldeanitos que hablaban bonitamente el euzkera, la lengua de nuestro pueblo. El otro niño era de familia rica, nacido en un pueblecito contiguo a Bilbao; y aunque tan vasco como los aldeanitos, tenía la desgracia de no saber el euzkera, la lengua de sus padres.

 

Prepararon los tres niños sus cestitos con unos papeles dentro, en los que pedían a los Reyes los regalos.

 

Los cestitos de los dos aldeanos tenían papeles escritos en euzkera; el papel del otro niño estaba escrito en erdera (español).

 

¿Y qué ocurrió? Llegaron los Reyes Magos y se pararon ante la puerta del caserío para leer los papeles.

 

[Img #23468]Primero venía Melchor, que cogió los papeles colocados por los niños, leyó lo que decían los dos escritos en euzkera y dejó los regalos. Pero como no supo leer el escrito en erdera porque desde que entró en Euzkadi, no sabía más que euzkera, dio el papel a sus compañeros Gaspar y Baltasar para que lo leyeran. Tampoco éstos comprendieron lo que decía; y poniendo regalos en los dos cestitos de los niños euzkeldunes, dejaron vacío el del otro niño, que, como os he dicho antes, aunque era vasco, no sabía hablar en la lengua de sus padres.

 

— ¡Qué lástima! —dijo, sin poderse contener, uno de los pequeños oyentes.

 

—Sí, querido mío, replicó el abuelo—gran lástima es que un niño vasco no sepa hablar en la lengua de Euzkadi.

 

—Abuelito, a mí lo que me da lástima es que no le dejasen regalo al niño que no sabía euzkera.

 

—¡Ay, pobrecito! Tú todavía eres muy chiquitín y no comprendes esto; pero acuérdate siempre de las palabras del abuelo para que las entiendas cuando seas mayorcito: la lástima grande es que haya un solo niño vasco que no sepa hablar el euzkera.

 

—¿Y se fueron los Reyes Magos?

 

—Sí, se fueron. Envueltos en sus mantos, blancos por la mucha nieve que caía sobre ellos, marcharon cargados de regalos a dar la vuelta al mundo; y en cuanto salieron de Euzkadi, olvidaron el euzkera y empezaron a hablar otro idioma.

 

—Dígame, abuelito: ¿lloró mucho el niño que no obtuvo regalos?

 

—Mucho, muchísimo lloró aquel niño; y aunque los otros dos repartieron con él sus regalos, como buenos vascos, el niño rico, que tenía un alma tan grande como la de los hombres y un corazón de héroe, desde aquel día, aunque era tan pequeño, formó el propósito de estudiar el euzkera y de sacrificarse hasta perder la vida, si preciso fuera, por el bien de Euzkadi.

 

Aquel niño, queridos míos, cuando llegó a hombre, fue un héroe, el héroe más grande de Euzkadi, el vasco más insigne de cuantos han existido. Os voy a decir su nombre, queridos míos, para que lo grabéis bien en vuestra memoria y lo queráis siempre con todo vuestro corazón. ¿Me prometéis no olvidarlo nunca y quererlo mucho, mucho?

 

—Sí, abuelito. ¿Cómo se llamaba?

 

—Sabino de Arana-Goiri. Así se llamaba aquel niño que después llegó a poseer el euzkera como nadie hasta él lo supo nunca; que llegó a amar a su patria de tal modo que por ella, de rico que era, se volvió pobre. Y no sólo dió a su patria sus riquezas, sino que le dio su libertad y hasta su misma vida.

 

Queridos míos, sed como Sabino de Arana-Goiri; y puesto que tenéis la dicha de hablar el euzkera, habladlo siempre y no lo olvidéis nunca.

 

Ya sabéis que los Reyes Magos no dejan regalos a los niños que hablan erdera.

 

L. DE AULESTIA.”

 

Olentzero, con cara triste, pensó para sus adentros:

 

“Se equivoca de medio a medio. Los niños de todo el mundo hablan en su corazón el idioma que de verdad importa, que es el de la ilusión y el amor. Humillando así a un niño, sin embargo, sí se le deja algo en el corazón: la semilla del resentimiento. Precisamente la que el autor del cuento llevaba en su alma, pues era un hombre de cáscara amarga, incapaz de ver que lo que pensaba eran dulces halagos hacia una persona que creía admirar eran precisamente pura hiel sobre la memoria de sus padres, que fueron quienes le educaron.”

 

Y Olentzero tiró al fuego de la chimenea aquellas páginas llenas de crueldad, pues no merecían otra cosa que el olvido.

 

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019

 

 

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