Martes, 11 de Noviembre de 2025

Actualizada Martes, 11 de Noviembre de 2025 a las 18:02:07 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Arturo Aldecoa Ruiz
Jueves, 12 de Enero de 2023 Tiempo de lectura:

Misión en Berlín

[Img #23520]Teniendo en cuenta que mi tío político tenía como segundo apellido Keller, judío según los teóricos raciales del Tercer Reich, no era de extrañar que los alemanes no confiaran demasiado en él. Además, había vivido varios años en Londres y sus simpatías personales en la Segunda Guerra Mundial estaban con Inglaterra.

 

Mi tío Gonzalo, proveniente de una familia de tradición castrense e hijo de un General de División, con hermanos pioneros de la aviación militar española, parecía destinado a aquella vida. Pero las cosas se torcieron de forma inesperada: una caída de caballo le afectó gravemente a la vista. Pese a ser ya miembro del Estado Mayor, sus posibilidades de promoción eran muy limitadas.

 

Durante la República Española aceptó la oferta oficial de retiro, viviendo un tiempo como particular en Londres. En 1938, intuyendo que pronto estallaría una guerra europea decidió volver a España. Pese a sus limitaciones físicas pudo reincorporarse al ejército dentro de la llamada defensa pasiva.

 

Mi tío era un hombre culto, que además de sus estudios de Estado Mayor hablaba inglés, francés y algo de alemán, cosa inusual en aquellos días entre los militares. En abril de 1941, como Teniente Coronel de Estado Mayor, fue nombrado “Secretario de la Jefatura de la Defensa Pasiva Nacional”. Fue mayúscula su sorpresa cuando la Orden 1377 de la Presidencia del Gobierno de fecha 4 de marzo de 1942 disponía su visita a Alemania con el fin de “estudiar la organización de la Defensa Pasiva” de dicho país, es decir, cómo afrontaban los alemanes los daños de la guerra causados por los bombardeos. Algo que el agregado militar de la Embajada Española en Berlín podría a su juicio documentar sin problema.

 

Su viaje solo podía tener dos objetivos reales: o comunicar discretamente algo a alguien en Berlín o recibir allí algún tipo de información que no se quería que llegara por los canales habituales.

 

En Presidencia de Gobierno, estaba de Secretario Luis Carrero Blanco, autor de un memorándum de 21 puntos que había convencido definitivamente a Franco de que España no podía entrar en aquella guerra a favor de Alemania, Mi tío ignoraba por qué Carrero lo había elegido para la misión, pero sospechaba que su conocimiento de idiomas podría tener que ver.

 

Organizar el viaje con la burocracia alemana costó varios meses. Sin recibir ninguna instrucción especial salvo la de preparar un informe para Presidencia detallando todo lo que oyera y observara en el viaje, partió en tren desde Hendaya hacia Berlín el 27 de noviembre de 1942.

 

Los alemanes, no debían tener demasiada confianza en él pues, según subió al tren y entró en su cabina del coche-cama, no pudo abandonarla durante tres días, hasta llegar a destino la mañana del 30 de noviembre.

 

En la estación le esperaba una Comisión alemana, que le asignó como “traductor” al Teniente Beckmann, obviamente un miembro de la inteligencia militar destinado a controlar todos sus contactos y no perderle ni un momento de vista hasta que volviera de nuevo en España por Irún el 18 de diciembre.

 

En todas las charlas y conferencias a las que acudió sus interlocutores respondieron amablemente sus preguntas, pero no le dieron planos ni fotografías ni datos numéricos o de situación.  

 

La memoria de su viaje que redactó mi tío para la Presidencia de Gobierno refleja la situación de Alemania en aquellos días finales de 1942.  Los aliados no habían iniciado aún sus grandes raides aéreos sobre los núcleos urbanos y áreas industriales germanas.

 

Mi tío notó un ambiente de cierto nerviosismo en Berlín. Desde el 24 de noviembre el Ejército alemán de Von Paulus estaba rodeado en Stalingrado y la Romel retrocedía en África tras perder la segunda batalla del Alamein. Las cosas comenzaban a ir mal.

 

Entre los generales alemanes con los que se reunió mi tío durante su viaje a Berlín, estaban los generales de las SS Winkelmann, un frío burócrata y Weinreich, un auténtico psicópata, cuya mujer e hija se acababan de suicidar apenas un mes antes de tener la reunión con él, y que fue posteriormente depuesto por las propias SS. Se reunió también con el famoso y eficaz General de la Waffen SS Kurt Meyer, juzgado en 1945 como criminal de guerra.

 

De todos los militares alemanes que conoció, el único que le pareció un militar profesional fue el general Wagner, que años después participó en la “Operación Valquiria” con Von Staufenberg para acabar con Hitler y que se suicidó para no caer en manos de la Gestapo.

 

En el parque de bomberos de Berlín, mantuvo una entrevista personal con el general Wagner. Por una vez, el Teniente Beckmann les dejó solos. Wagner aludió al tema de la necesidad para una defensa pasiva efectiva frente a los aviones enemigos de su localización mediante ondas electromagnéticas (Lo que los ingleses llamaban radar y era entonces un secreto militar en ambos bandos). Explicó que el alcance del sistema alemán permitía conocer la presencia de los bombarderos ingleses a unos 150 km.

 

Mi tío conocía bien la importancia del sistema, pues había sido ideado y perfeccionado inicialmente por Inglaterra. Desde la primavera de 1941, el radar cubría las islas británicas con una extensa y tupida red de alerta y había desbaratado los planes de la Luftwaffe.

 

El general Wagner reconoció el avance de los ingleses con este sistema de detección y le informó de que los modelos alemanes de “radio telémetros” efectuaban su busca “por medio de ondas ultracortas” emitidas por una antena. Las ondas reflejadas permitían establecer la dirección del ataque en función de “la dirección del proyector en ese momento”. El lapso “comprendido entre la emisión y la recepción” permitiría calcular su distancia. Según Wagner la dificultad para el radar alemán estaba en “amplificar ese lapso” de respuesta para “poder apreciar la distancia” con precisión y también en “diseñar la antena apropiada que proyecte en estrecho haz las ondas ultracortas”.

 

Wagner le explicó además los defectos del sistema radar alemán y comparó los problemas de este aplicado en los aviones de la Luftwaffe frente a los bimotores de caza ingleses “cuyo método de detección es muy perfecto para la conducción del tiro sin ver al adversario de noche o con niebla.”

 

Mi tío tomó nota detallada de los comentarios del General en su informe para la presidencia de Gobierno. Eran una información secreta y valiosa sobre el estado de la técnica del radar alemán comparada con el inglés. La plasmó en su informe ocultando la fuente.

 

El resto de sus interlocutores militares solo lanzaron largas peroratas sobre los éxitos nazis y su aparente “perfecta organización”.

 

Entre las entidades que visitó, la más inquietante fue la llamada TENO, para “ayuda” en emergencias técnicas. Militarizada y dirigida por generales de las SS se dedicaba a formar expertos en voladuras, explosivos y minas.

 

Uno de los aspectos que más le sorprendieron de las normativas vigentes en defensa pasiva alemana fue la obsesión racial de los nazis: para participar en el servicio voluntario u obligatorio, los judíos estaban vetados y los jefes de los servicios no podían tener rastros de ascendencia judía.

 

Curiosamente los alemanes le reconocieron dos fallas en las medidas de oscurecimiento nocturno: tanto los vehículos de los militares como los de los miembros y altos funcionarios del partido nazi no cumplían las normas, seguramente por creerse por encima de las mismas.

 

En sus dos semanas de visita apenas le permitieron momentos de descanso. Una noche le invitaron a un famoso cabaré en Berlín, el Scala, dónde los jerarcas nazis gustaban de rodearse de espectáculos de coristas, cantantes ligeros y atracciones. A mi tío, el Scala le pareció de ambiente chabacano y vulgar, como los propios nazis que lo llenaban. Otra noche le acompañaron al cine en Berlín a ver una aburrida película histórico-patriótica. Una tarde acudieron a una función de Teatro en Postdam, que no le interesó nada.

 

[Img #23519]La única noche que le dejaron libre, aprovechó para realizar una visita al Teatro de la Ópera de Berlín, donde le sucedió un curioso incidente: acompañado del teniente Beckmann compró entradas de palco para la función. Al buscar el palco, dada su mala vista, por error equivocó el número del mismo y abrió una puerta. Cuando el haz de luz del pasillo entró en la sala, de repente todo el auditorio se puso en pie y se oyó un taconazo general mientras el público, mayoritariamente militares, saludaba brazo en alto: “¡Heil Hitler!”. Mi tío había abierto la puerta del palco del Führer. Por un instante, pensaron que Hitler acudía esa noche a la ópera.

 

Su impresión personal de aquella Alemania de los últimos días de 1942 fue realmente negativa, cosa que se guardó muy mucho de poner claramente por escrito en su informe pues no sabía si se le iba a ordenar en el futuro visitar de nuevo el Tercer Reich.

 

Al final de su viaje visitó Rotterdam en Holanda y terminó su programa con una visita a París para ver las instalaciones de defensa pasiva instaladas sobre el Arco de Triunfo.

 

Fue en aquella última jornada, cuando, invitado a un “almuerzo íntimo” en la Jefatura alemana de policía en París, el Teniente Beckmann por primera vez hizo un comentario personal revelador de su opinión respecto a lo que estaban viviendo.

 

En un momento distendido de la conversación de sobremesa el alemán rememoró el incidente del palco de la Ópera y le preguntó a mi tío qué había sentido. Mi tío le confesó que durante un instante se sintió como un general romano victorioso desfilando triunfal en el Foro, aclamado por todos, casi como un dios.

 

Entonces Beckman le recordó que los romanos, para prevenir los delirios divinos, hacían que el general en su triunfo llevase tras él en el carro un esclavo público que sostenía sobre su cabeza una corona de oro y no dejaba de repetirle al oído: “Respice post te! Hominem esse memento! (Mira tras de ti, recuerda que solo eres un hombre). Hoy a nuestros líderes les haría falta lo mismo.”

 

En ese momento, mi tío advirtió que el Teniente Beckmann no era un nazi y le había dejado solo a propósito en su entrevista con el General Wagner para que esté le informara del radar alemán y su comparación con el inglés. Y tuvo clara cuál era si misión real en aquella visita a Berlín.

 

[Img #23522]

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.