No hay más posibilidades: régimen del 78 o España tradicional
Todas las naciones sometidas a un proceso de colonización experimentan en sus carnes un proceso de envilecimiento. Los tiranos locales pueden ser analfabetos funcionales, llegan a poseer una ceguera criminal y fanática, pero saben que para ejercer su dominio es preciso destruir a los pueblos a los que ansían gobernar. Los tiranos locales son los tontos útiles o los abyectos traidores que, enajenados de su propia patria, trabajaron desde siempre para las potencias hegemónicas externas.
El paso de los años, que no perdona y multiplica las canas, la experiencia acumulada, el curso mismo de los hechos, algunos acaecidos desde una ya lejana infancia, allá vivida en el franquismo, me lo está diciendo. Esta Constitución es parte del problema. No pretendo dirigirme al “constitucionalista”. Quien así se califica, así se diagnostica. El régimen del 78 fue un cáncer para España, y aquellos que deseen curarse del mal, con más y mayor maldad, como maldad hay en esa Carta, no pueden prestarme oídos.
Cuando en este país murió Franco, la patria debía solventar muchos asuntos graves. Ciertamente, una transición se imponía. Esa transición no tenía por qué haber sido exactamente la que yo, y otros de mi generación, hemos vivido. En lo que respecta a una “psicología del pueblo”, antes y por encima de la agenda política (que también), se imponía –por encima de todas las cosas– una reconciliación nacional de todos los españoles. Este pilar fundamental estaba a punto de cumplirse: un pueblo unido, jamás será vencido. Esto es más que una cantinela, una frase hecha: es una gran verdad.
Mis mayores, que vivieron la guerra, lo ansiaban. La gente, salvo los más ideologizados, lo quería. Reconciliación nacional, reconocimiento de los crímenes e ilegalidades de ambas partes. No se podía reactivar el “guerracivilismo”. Había que perdonar. Había que mirar hacia adelante. El régimen del 78 fue, poco a poco, minando esta especie de sabiduría popular ávida de reconstitución. El zapaterismo, que no fue sino un producto esmeradamente elaborado por ese régimen del 78, vino a romper la posibilidad de ser, de nuevo, todos nosotros, un pueblo.
España, que al inicio de los 70 iba en camino de volver a ser un pueblo (unido), que había llegado a elevar sus niveles educativos e industriales hasta homologarse con las potencias medianas del “Primer Mundo”, se dejó llevar por la intoxicación. No una, sino docenas de intoxicaciones. Los nuevos tiranos supieron que su escasa legitimidad sólo podría darles poltronas permanentes deshaciendo un pueblo.
1) Un pueblo comienza a autodestruirse en la propia familia, en el recinto sagrado e íntimo del hogar. Los divorcios exprés, el fomento de las suspicacias matrimoniales, y de la guerra de sexos, la propaganda a favor del libertinaje y en contra de la maternidad y aun en contra de la heterosexualidad y la monogamia. Todo esto no generó sino hijos débiles psicológicamente, hijos huérfanos (funcionalmente hablando) seres solitarios y egocéntricos. La España de hoy es ya la España de esos niños neuróticos, que crecieron en familias rotas, descristianizadas, sin la figura de un padre varonil que encarne la autoridad en ese pequeño reino que es el hogar.
2) Un pueblo comienza a autodestruirse en la Escuela. Una pesadilla, también importada desde el exterior por nuestros tiranuelos locales, la pesadilla de la “ciencia” pedagógica, comenzó a sobrevolar nuestra patria. Los maestros y profesores tuvieron que empezar a dar clase “en pelotas”, es decir, despojados de autoridad. Los maestros y profesores comenzaron a convertirse en payasos, en bufones del régimen. Ya no podían (y cada vez es más difícil, por no decir imposible) obligar a estudiar a los niños, ni mandarles callar en clase, ni exigir respeto. La actual cruzada de la LOMLOE contra los exámenes y el estudio “memorístico” se inscribe perfectamente en esa dinámica tiránica que nuestros cipayos socialistas llevan a cabo desde los tiempos de Felipe González: no se puede desindustrializar un país sin desmontar su sistema educativo. Para deshacer al pueblo español, hay que volver a hacer dos bandos, rojos y azules. También hay que destruir las familias, para que los niños sean neuróticos sin refugio. Y, por fin, hay que acabar con la Educación seria y de calidad, como la que teníamos en el periodo final del franquismo, para que la masa se vuelva ignorante, inútil, débil, soberbia y dependiente.
3) Un pueblo comienza a autodestruirse con la división y el resentimiento territorial. El régimen del 78 creó unas entidades regionales carentes de toda base histórica, y fomentó que determinadas élites caciquiles, nacionalistas de aldea y campanario, constituyeran sus propios feudos de “autogobierno”, creando asimetrías, desigualdades, rencillas. La España centrifugada es hoy el hazmerreir del mundo. Traidores y conspiradores que desean quitarnos trozos de territorio nacional, andan libres por Europa y el mundo, con actas de diputado en la mano, lanzando soflamas que repiten, “lo volveremos a hacer”. Cualquier Estado serio les habría aplicado la máxima pena en su legislación, aquí, son corifeos de la Leyenda Negra antiespañola, héroes “progresistas” para los cuales, a su gusto, hemos todos de adaptar nuestro marco legal, para que así se libren de las penas y participen en…la destrucción del pueblo. La España de las 17 taifas es la España de un Pueblo destruido por las autonomías. No sé de dónde va a salir dinero para mantener a tanto mangante. Nuestros uniformados, “en el marco de la OTAN”, se van a Iraq, a los Países Bálticos, a Casa de Dios, pero no sabemos si algún día estarán en Barcelona cuando los “Puchimón” lo vuelvan a hacer. No sabemos si la nueva Marcha Verde del actual sultán marroquí se “vuelva a hacer”, y así se quedará con las “plazas africanas”, además de media Andalucía y las Islas Canarias. Nuestro régimen del 78 no va a mover un dedo. El rey moro es igual que nuestro “Puchimón”, un tipo muy fresco que nos puede decir a la cara: “lo volveremos a hacer”. Es evidente que España es el hazmerreir del mundo, al menos de Europa.
4) La Unión Europea es otro elemento de destrucción del pueblo español. Algunos no podremos olvidar la escena. La escena histórica es esta: momentáneamente se desactiva el golpe de Estado disfrazado de referéndum catalanista. Cientos de miles de banderas españolas “salen del armario” en Barcelona por primera vez en años. Con ello, los traidores deberían haber buscado plaza de polizonte en cualquier bodega de barco, plagado de ratas, para huir del país para siempre, con rabo entre las piernas. Pero no: al balcón sale un “europeísta”, ese Borrell que hoy es el recadero de Biden y Zelensky, el “brazo armado” de la Unión Europea. Y sale este Borrell junto con Vargas Llosa (¿?) a decirnos cuál es nuestra bandera: la bandera azul con estrellitas. La bandera del Reino, del Estado, de la Nación… es para él bandera de bandería, de odio y división. Por enésima vez se da un golpe a la unión del Pueblo. Se repite lo que pudimos ver en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Un clamor casi unánime de unidad española contra los asesinos, un grito legítimo de “¡a por ellos!” quedó rápidamente desmontado. Si ustedes se quieren dar cuenta, los tiranuelos (como Zapatero y su réplica sísmica, Sánchez) desmontan todas y cada una de las posibilidades del pueblo y de reconstituirse en nación. Esa misma Unión Europea ha destrozado nuestra economía, nos obligó a dilapidar el patrimonio agroindustrial del país que, antes de nuestro ingreso como colonia de franceses, alemanes, yanquis y marroquís, era un patrimonio inmenso.
Por ello abogo por la España de la tradición. Mi pequeño libro, Por la España tradicional: Porque fuimos somos, porque somos seremos, publicado por la editorial Letras Inquietas, no es una llamada a viejos oropeles, a nostalgias, a causas perdidas que se diluyen en la aurora de los tiempos. Nada de eso.
Es un toque a rebato. Hay que reorganizar nuestra entidad colectiva, nuestro pueblo, para desandar los pasos aviesos del régimen del 78 y volver a cobrar fuerza. Unirnos como pueblo, no como bandería de izquierdas y como bandería de derechas, sino como un bloque marmóreo sin fisura alguna, como gigantesco coloso que plante cara a los enemigos. Unidad en nuestra diversidad, justicia social y recuperación de las libertades tradicionales.
El libro Por la España tradicional se encuentra a la venta en la tienda on-line de Letras Inquietas clicando aquí, Amazon, librería Rincón Hispánico y en establecimientos especializados.
Todas las naciones sometidas a un proceso de colonización experimentan en sus carnes un proceso de envilecimiento. Los tiranos locales pueden ser analfabetos funcionales, llegan a poseer una ceguera criminal y fanática, pero saben que para ejercer su dominio es preciso destruir a los pueblos a los que ansían gobernar. Los tiranos locales son los tontos útiles o los abyectos traidores que, enajenados de su propia patria, trabajaron desde siempre para las potencias hegemónicas externas.
El paso de los años, que no perdona y multiplica las canas, la experiencia acumulada, el curso mismo de los hechos, algunos acaecidos desde una ya lejana infancia, allá vivida en el franquismo, me lo está diciendo. Esta Constitución es parte del problema. No pretendo dirigirme al “constitucionalista”. Quien así se califica, así se diagnostica. El régimen del 78 fue un cáncer para España, y aquellos que deseen curarse del mal, con más y mayor maldad, como maldad hay en esa Carta, no pueden prestarme oídos.
Cuando en este país murió Franco, la patria debía solventar muchos asuntos graves. Ciertamente, una transición se imponía. Esa transición no tenía por qué haber sido exactamente la que yo, y otros de mi generación, hemos vivido. En lo que respecta a una “psicología del pueblo”, antes y por encima de la agenda política (que también), se imponía –por encima de todas las cosas– una reconciliación nacional de todos los españoles. Este pilar fundamental estaba a punto de cumplirse: un pueblo unido, jamás será vencido. Esto es más que una cantinela, una frase hecha: es una gran verdad.
Mis mayores, que vivieron la guerra, lo ansiaban. La gente, salvo los más ideologizados, lo quería. Reconciliación nacional, reconocimiento de los crímenes e ilegalidades de ambas partes. No se podía reactivar el “guerracivilismo”. Había que perdonar. Había que mirar hacia adelante. El régimen del 78 fue, poco a poco, minando esta especie de sabiduría popular ávida de reconstitución. El zapaterismo, que no fue sino un producto esmeradamente elaborado por ese régimen del 78, vino a romper la posibilidad de ser, de nuevo, todos nosotros, un pueblo.
España, que al inicio de los 70 iba en camino de volver a ser un pueblo (unido), que había llegado a elevar sus niveles educativos e industriales hasta homologarse con las potencias medianas del “Primer Mundo”, se dejó llevar por la intoxicación. No una, sino docenas de intoxicaciones. Los nuevos tiranos supieron que su escasa legitimidad sólo podría darles poltronas permanentes deshaciendo un pueblo.
1) Un pueblo comienza a autodestruirse en la propia familia, en el recinto sagrado e íntimo del hogar. Los divorcios exprés, el fomento de las suspicacias matrimoniales, y de la guerra de sexos, la propaganda a favor del libertinaje y en contra de la maternidad y aun en contra de la heterosexualidad y la monogamia. Todo esto no generó sino hijos débiles psicológicamente, hijos huérfanos (funcionalmente hablando) seres solitarios y egocéntricos. La España de hoy es ya la España de esos niños neuróticos, que crecieron en familias rotas, descristianizadas, sin la figura de un padre varonil que encarne la autoridad en ese pequeño reino que es el hogar.
2) Un pueblo comienza a autodestruirse en la Escuela. Una pesadilla, también importada desde el exterior por nuestros tiranuelos locales, la pesadilla de la “ciencia” pedagógica, comenzó a sobrevolar nuestra patria. Los maestros y profesores tuvieron que empezar a dar clase “en pelotas”, es decir, despojados de autoridad. Los maestros y profesores comenzaron a convertirse en payasos, en bufones del régimen. Ya no podían (y cada vez es más difícil, por no decir imposible) obligar a estudiar a los niños, ni mandarles callar en clase, ni exigir respeto. La actual cruzada de la LOMLOE contra los exámenes y el estudio “memorístico” se inscribe perfectamente en esa dinámica tiránica que nuestros cipayos socialistas llevan a cabo desde los tiempos de Felipe González: no se puede desindustrializar un país sin desmontar su sistema educativo. Para deshacer al pueblo español, hay que volver a hacer dos bandos, rojos y azules. También hay que destruir las familias, para que los niños sean neuróticos sin refugio. Y, por fin, hay que acabar con la Educación seria y de calidad, como la que teníamos en el periodo final del franquismo, para que la masa se vuelva ignorante, inútil, débil, soberbia y dependiente.
3) Un pueblo comienza a autodestruirse con la división y el resentimiento territorial. El régimen del 78 creó unas entidades regionales carentes de toda base histórica, y fomentó que determinadas élites caciquiles, nacionalistas de aldea y campanario, constituyeran sus propios feudos de “autogobierno”, creando asimetrías, desigualdades, rencillas. La España centrifugada es hoy el hazmerreir del mundo. Traidores y conspiradores que desean quitarnos trozos de territorio nacional, andan libres por Europa y el mundo, con actas de diputado en la mano, lanzando soflamas que repiten, “lo volveremos a hacer”. Cualquier Estado serio les habría aplicado la máxima pena en su legislación, aquí, son corifeos de la Leyenda Negra antiespañola, héroes “progresistas” para los cuales, a su gusto, hemos todos de adaptar nuestro marco legal, para que así se libren de las penas y participen en…la destrucción del pueblo. La España de las 17 taifas es la España de un Pueblo destruido por las autonomías. No sé de dónde va a salir dinero para mantener a tanto mangante. Nuestros uniformados, “en el marco de la OTAN”, se van a Iraq, a los Países Bálticos, a Casa de Dios, pero no sabemos si algún día estarán en Barcelona cuando los “Puchimón” lo vuelvan a hacer. No sabemos si la nueva Marcha Verde del actual sultán marroquí se “vuelva a hacer”, y así se quedará con las “plazas africanas”, además de media Andalucía y las Islas Canarias. Nuestro régimen del 78 no va a mover un dedo. El rey moro es igual que nuestro “Puchimón”, un tipo muy fresco que nos puede decir a la cara: “lo volveremos a hacer”. Es evidente que España es el hazmerreir del mundo, al menos de Europa.
4) La Unión Europea es otro elemento de destrucción del pueblo español. Algunos no podremos olvidar la escena. La escena histórica es esta: momentáneamente se desactiva el golpe de Estado disfrazado de referéndum catalanista. Cientos de miles de banderas españolas “salen del armario” en Barcelona por primera vez en años. Con ello, los traidores deberían haber buscado plaza de polizonte en cualquier bodega de barco, plagado de ratas, para huir del país para siempre, con rabo entre las piernas. Pero no: al balcón sale un “europeísta”, ese Borrell que hoy es el recadero de Biden y Zelensky, el “brazo armado” de la Unión Europea. Y sale este Borrell junto con Vargas Llosa (¿?) a decirnos cuál es nuestra bandera: la bandera azul con estrellitas. La bandera del Reino, del Estado, de la Nación… es para él bandera de bandería, de odio y división. Por enésima vez se da un golpe a la unión del Pueblo. Se repite lo que pudimos ver en el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Un clamor casi unánime de unidad española contra los asesinos, un grito legítimo de “¡a por ellos!” quedó rápidamente desmontado. Si ustedes se quieren dar cuenta, los tiranuelos (como Zapatero y su réplica sísmica, Sánchez) desmontan todas y cada una de las posibilidades del pueblo y de reconstituirse en nación. Esa misma Unión Europea ha destrozado nuestra economía, nos obligó a dilapidar el patrimonio agroindustrial del país que, antes de nuestro ingreso como colonia de franceses, alemanes, yanquis y marroquís, era un patrimonio inmenso.
Por ello abogo por la España de la tradición. Mi pequeño libro, Por la España tradicional: Porque fuimos somos, porque somos seremos, publicado por la editorial Letras Inquietas, no es una llamada a viejos oropeles, a nostalgias, a causas perdidas que se diluyen en la aurora de los tiempos. Nada de eso.
Es un toque a rebato. Hay que reorganizar nuestra entidad colectiva, nuestro pueblo, para desandar los pasos aviesos del régimen del 78 y volver a cobrar fuerza. Unirnos como pueblo, no como bandería de izquierdas y como bandería de derechas, sino como un bloque marmóreo sin fisura alguna, como gigantesco coloso que plante cara a los enemigos. Unidad en nuestra diversidad, justicia social y recuperación de las libertades tradicionales.
El libro Por la España tradicional se encuentra a la venta en la tienda on-line de Letras Inquietas clicando aquí, Amazon, librería Rincón Hispánico y en establecimientos especializados.