Tambores
La Historia nos recuerda que el tambor ha ejercido mayoritariamente como heraldo de malas noticias. Quién no conoce la expresión <<tambores de guerra>> cuando se presagia la inminencia de un grave conflicto o enfrentamiento. El tambor ha sido el instrumento musical por excelencia que acompañaba a las ejecuciones públicas dando solemnidad y amenizando el espectáculo para solaz del pueblo; en tiempos de guerra, su sonido significaba para unos triunfo y conquista, para otros, derrota y humillación.
Nuestra querida San Sebastián, Donostia, Bella Easo, Perla del Cantábrico, no me olvido de Azpeitia, convierten al tambor por unas horas en el protagonista, en la quintaesencia de la alegría y sus redobles en el culmen de la felicidad. Transcurren las horas y la inflación de entusiasmo va rompiendo resistencias como si de un valor bursátil se tratara. El júbilo es inconmensurable, se impregna en las personas sin distinción de edad y no ha lugar a que aflore la tristeza; los decibelios van in crescendo, los palillos hieren cada vez con más pasión el parche de los tambores, pero a nadie molesta el ruido atronador y la ciudad irradia un magnetismo del que resulta imposible sustraerse; todos rezuman entusiasmo, todo destila ilusión convirtiendo el 20 de enero en un <<sanctasanctórum>>. El visitante que ignorante llega a la ciudad se queda por unos instantes perplejo e incluso temeroso al oír el estruendo, pero en cuanto se topa con la realidad se suma a la fiesta convirtiéndose en un donostiarra más. No son tambores lejanos a lomos del caballo alazán del Apocalipsis montado por el jinete de la guerra que a día de hoy resuenan, no muy lejos, allende nuestras fronteras, sino tambores cercanos de fiesta y algazara, en nuestra ciudad, barrio y calle que por unas horas se convierten en el epicentro de nuestras vidas y alejan aunque sea efímeramente nuestras preocupaciones mientras tatareamos y tamborileamos las entrañables marchas. Confiemos que el rataplán aleje los malos espíritus.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria
La Historia nos recuerda que el tambor ha ejercido mayoritariamente como heraldo de malas noticias. Quién no conoce la expresión <<tambores de guerra>> cuando se presagia la inminencia de un grave conflicto o enfrentamiento. El tambor ha sido el instrumento musical por excelencia que acompañaba a las ejecuciones públicas dando solemnidad y amenizando el espectáculo para solaz del pueblo; en tiempos de guerra, su sonido significaba para unos triunfo y conquista, para otros, derrota y humillación.
Nuestra querida San Sebastián, Donostia, Bella Easo, Perla del Cantábrico, no me olvido de Azpeitia, convierten al tambor por unas horas en el protagonista, en la quintaesencia de la alegría y sus redobles en el culmen de la felicidad. Transcurren las horas y la inflación de entusiasmo va rompiendo resistencias como si de un valor bursátil se tratara. El júbilo es inconmensurable, se impregna en las personas sin distinción de edad y no ha lugar a que aflore la tristeza; los decibelios van in crescendo, los palillos hieren cada vez con más pasión el parche de los tambores, pero a nadie molesta el ruido atronador y la ciudad irradia un magnetismo del que resulta imposible sustraerse; todos rezuman entusiasmo, todo destila ilusión convirtiendo el 20 de enero en un <<sanctasanctórum>>. El visitante que ignorante llega a la ciudad se queda por unos instantes perplejo e incluso temeroso al oír el estruendo, pero en cuanto se topa con la realidad se suma a la fiesta convirtiéndose en un donostiarra más. No son tambores lejanos a lomos del caballo alazán del Apocalipsis montado por el jinete de la guerra que a día de hoy resuenan, no muy lejos, allende nuestras fronteras, sino tambores cercanos de fiesta y algazara, en nuestra ciudad, barrio y calle que por unas horas se convierten en el epicentro de nuestras vidas y alejan aunque sea efímeramente nuestras preocupaciones mientras tatareamos y tamborileamos las entrañables marchas. Confiemos que el rataplán aleje los malos espíritus.
Francisco Javier Sáenz Martínez
FJS.
Lasarte-Oria