Los consejos de Quinto Tulio Cicerón para ganar unas elecciones
![[Img #23604]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/01_2023/174_img-20230114-wa0012.jpg)
En el año 64 a.C. y culminado el objetivo de su vida de alcanzar la más alta magistratura de la República romana, Marco Tulio Cicerón se presentaba como candidato a la elección de uno de los dos puestos de Cónsules del año siguiente.
Cicerón, político moderado y tradicional, abogado de enorme prestigio en Roma y sin duda el mejor orador de su época junto a Hortensio, tuvo como contrincantes principales a Gayo Antonio Hybrida, hombre mediocre y timorato, tío del futuro triunviro (y asesino de Cicerón) Marco Antonio, y a Lucio Sergio Catilina, ciudadano de enorme valor, desmedida ambición y absoluta falta de escrúpulos, cuya conjura poco tiempo después daría lugar a uno de los episodios políticos y literarios más famosos del final de la República.
El sistema electoral romano para la elección de los dos Cónsules, que actuaban de manera colegiada por espacio de un año, se basaba en el voto de los ciudadanos, agrupados en 193 centurias ordenadas en cinco clases según su nivel de riqueza.
Aunque la nobleza (la clase patricia) controlaba férreamente los comicios, el voto era secreto y los intereses de cada grupo y familia creaban extrañas alianzas, cambiantes según las necesidades del candidato y sus partidarios. No era un sistema moderno de partidos políticos, sino de intereses de clase y familia.
Aquel año se desarrolló una campaña electoral en la que, de los siete candidatos iniciales, pronto solo Cicerón, un advenedizo (un “homo novus” que carecía de antepasados nobles) y, por ello, de tradición familiar en las magistraturas o el Senado, y los muy nobles y ambiciosos, aunque arruinados, Gayo Antonio y Catilina demostraron tener posibilidades de resultar elegidos, estos dos últimos apoyados respectivamente por el dinero de Craso y los contactos populares de Julio César.
Las tensiones en la campaña llegaron a tal punto que Catilina comenzó a perder apoyos y el prestigio de Cicerón y un cierto voto de castigo a las violencias de sus competidores nobles empezaron a hacer posible lo que al principio parecía impensable: la victoria del “homo novus”.
Así que, en contra los primeros pronósticos, para el consulado de ese año 63 a.C. resultaron elegidos como Cónsules Marco Tulio Cicerón, por unanimidad de las centurias y, a gran distancia, Gayo Antonio, un noble cuya familia era una de las más antiguas y poderosas de Roma. Catilina fue derrotado.
Según se cuenta, Quinto Tulio, hermano de Marco, envió a este unos meses antes de celebrarse la campaña electoral una carta con numerosos consejos para afrontar las elecciones, texto hoy conocido como "Commentariolum Petitionis". El escrito refleja lo que fueron “las entretelas” de las campañas electorales en la Roma Republicana de hace más de veinte siglos, y gracias al mismo vemos lo poco que han cambiado los trucos de los políticos para ganar la confianza y el voto de los electores.
A continuación recojo reordenados los sorprendentes consejos de Quinto Tulio, entresacándolos de la fraseología ampulosa y el ornato de citas históricas tan del gusto de su época. El lector comprobará el carácter perenne de los consejos electorales de Quinto Tulio a su hermano: las apariencias son, por desgracia, la clave en cualquier campaña electoral si se manejan con buen arte y si el candidato se presenta como la gran esperanza de la sociedad, evitando al máximo hablar… de la política real.
Y es que, según Quinto Tulio, lo importante es conseguir los votos, y no la forma de hacerlo. Tal es para él la importancia de la cosecha de votos que no duda en sugerir a su hermano que tener escrúpulos respecto a engañar y mentir a los electores “es propio de un hombre bueno”, pero no tenerlos es propio “de un buen candidato”. Es imposible ser más claro: para ser un buen candidato no hay que dudar en mentir si ello conviene. Es un consejo, que como sabemos se ha practicado últimamente en España con bastante desfachatez.
Creo que el lector se divertirá con estos consejos. Seguro que para casi todo lo que describe Quinto Tulio Cicerón conoce ejemplos recientes con nombres y apellidos. Y espero sobre todo, que cuando llegue la próxima campaña electoral, nadie se deje engañar por la palabrería y falsas promesas de algunos y algunas.
SÍNTESIS DE LOS CONSEJOS:
1.- Los partidarios. Ser o parecer amigo de todos:
a) Convertir al elector en amigo
Una candidatura a un cargo público debe centrarse en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los amigos y el favor popular.
Durante el período electoral, uno se gana un buen número de amigos muy útiles.
Entre tantos otros inconvenientes, la situación del candidato tiene esta ventaja: se puede hacer con dignidad lo que durante el resto de la vida no se sería capaz de hacer, a saber, aceptar la amistad de quien plazca, de aquellos con los que, si se hubiera intentado relacionarse en otro tiempo, habría parecido que se obraba de manera improcedente.
Conviene que la adhesión de los amigos nazca de los favores, de los deberes de la amistad, de la antigüedad de las relaciones y de un temperamento amable y cordial.
Pero la palabra "amigo", cuando se es un candidato, tiene un significado mucho más amplio que en la vida corriente.
De hecho, todo el que le demuestre alguna simpatía al candidato, que le trate con deferencia y que vaya a menudo a su casa, ha de ser incluido en el círculo de sus amistades.
b) La buena disposición hacia el candidato
Hay tres cosas en concreto que conducen a los hombres a mostrar una buena disposición y a dar su apoyo a un candidato en unas elecciones.
Dichas cosas son:
- Los beneficios que esperan
- Las expectativas que tienen
- Las simpatías sinceras que profesan
Por ello, es preciso estudiar atentamente de qué manera puede uno servirse de estos recursos.
Hay que poner especial insistencia en procurarse y asegurarse el apoyo de quienes tienen, o esperan tener, gracias al candidato, cualquier beneficio.
c) Buscar apoyos sociales y ser amigo de todos
Hay que hacer ostentación tanto de la gran cantidad de amigos que se tiene como de la alta condición social de los mismos.
Conviene que aquellas personas a cuya categoría y posición social se desea acceder le consideren a uno mismo digno de tal posición y de tal categoría.
Si se hace lo que las circunstancias exigen del candidato, lo que puede y lo que debe hacer, no le será difícil hacer frente a sus rivales.
La opinión pública ha de preocuparle muchísimo al candidato. No hay nada más estúpido que considerar partidarios suyos a los hombres que no le conocen.
Si el candidato consigue que deseen apoyarle los que están indecisos, eso le ayudará mucho.
d) Cercanía a los electores
En lo que atañe a la manera de ser del pueblo, éste desea que el candidato lo conozca por su nombre, lo halague, mantenga un trato asiduo con él, sea generoso, suscite la opinión popular favorable y ofrezca una buena imagen en su actividad pública.
El candidato ha de poner el mayor empeño, valiéndose de sus propios medios o de las amistades comunes, en hacer partidarios suyos a todos los que pueda.
A los que vayan a su casa debe darles a entender que valora su gesto. Cuando estos hombres van a visitar a varios candidatos y comprueban que hay uno que valora en gran medida estas muestras de cortesía, entonces se vuelcan en él, abandonan a los otros y, poco a poco, los que eran partidarios de todos pasan a serlo de uno solo.
De fingirse votantes de un candidato pasan a serlo en firme.
Hay que hacer que salten a la vista los esfuerzos del candidato por conocer a los ciudadanos y exagerárlos a fin de mejorar día a día estas relaciones. No hay nada que haga a un candidato tan popular y tan grato.
e) Cualidades reales o simuladas
Hay que convencerse de que es necesario simular aquellas cualidades que no se posee por naturaleza de tal manera que parezca que se actúa con toda espontaneidad.
Es muy necesaria la adulación, algo que, aunque en la vida corriente constituye un defecto vergonzoso, se hace imprescindible en una candidatura.
Es verdad que la adulación es reprobable cuando los halagos corrompen a un hombre, pero cuando lo hacen más amistoso, entonces no tiene porque ser tan censurada.
Más aún, la adulación resulta imprescindible para un candidato cuyo aspecto, cuya imagen y cuyas palabras deben variar y adaptarse a las opiniones e inclinaciones de todos con los que se encuentre.
Es necesario que el ciudadano se dé cuenta (piense) que el candidato lo tiene en alta estima, de que es sincero con él, de que lo está haciendo bien y de que de todo esto va a nacer una amistad, no pasajera ni circunstancial, sino firme y duradera.
No habrá nadie, por poco sensato que sea, que deje escapar la oportunidad que se le ofrece de entablar amistad con el candidato.
Los que viven en municipios y en el campo se consideran amigos del candidato sólo con que los llame por sus nombres y, si creen además que esta amistad les va a deparar alguna ayuda, no dejan escapar la ocasión de merecerla.
f) La apariencia y el interés
Por mucha fuerza que tengan por si mismas las cualidades naturales del hombre, las apariencias pueden superar incluso esas cualidades.
Los hombres se dejan cautivar por el aspecto y por las palabras antes que por la realidad de su propio beneficio
Pero también en los más pequeños beneficios los hombres encuentran motivo suficiente para apoyar a un candidato.
Es preciso que el candidato se ocupe cuidadosamente de los hombres influyentes, de manera que ellos mismos entiendan que ya sabe lo que puede esperar de cada uno, que realmente si aprecia lo que recibe y que se acuerda de lo que ha recibido.
g) Los colaboradores
Es conveniente que el candidato tenga consigo a los jóvenes más sobresalientes y con más inquietudes culturales.
Es extraordinariamente grande y digno de admiración el celo que ponen estos muchachos a la hora de buscar votos, de salir al encuentro de las gentes, de propagar las noticias y de acompañar al candidato.
Hay que cuidar a los partidarios incondicionales, cuyo apoyo será conveniente consolidar con muestras de agradecimiento, adaptando los discursos a las razones por las que cada uno parece ser partidario suyo, demostrando unos sentimientos parecidos a los de ellos y haciéndoles concebir la esperanza de una amistad íntima y duradera con el candidato.
2.- Adversarios: más peligrosos cuanto más cercanos
El mundo está lleno de engaños, de traiciones y de perfidia.
En nuestro mundo hay que soportar la arrogancia, la obstinación, la envidia, la insolencia, el odio y la impertinencia de muchos.
El candidato debe recordar aquella sentencia de que la sabiduría consiste en no confiarse a la ligera.
Tiene que ser muy prudente y muy hábil el que vive rodeado de tantos hombres con vicios tan diversos y tan graves, para poder evitar la hostilidad.
Casi todo lo que se comenta sobre la reputación de hombre público proviene de su entorno.
Sus cualidades llevarán a algunos hombres a simular que son sus amigos, al tiempo que a tenerle envidia.
Cuanto más íntimo es un amigo de un candidato y, sobre todo, si vive en su casa, cuesta mucho más esfuerzo conseguir que le aprecie.
Además, quien supone que no se está satisfecho de él en modo alguno puede ser su amigo.
Ante los que, sin motivo alguno, no tienen aprecio al candidato, este debe dedicarse enteramente a alejar de ellos este sentimiento hostil haciéndoles algún favor, dejándoles creer que se lo va a hacer o manifestando gran interés hacia sus personas.
Con quienes muestran la peor disposición hacia el candidato, dada la amistad que les une a sus rivales, hay que valerse de los mismos medios que se va a emplear con los anteriores y, si se consigue hacer que te le crean, dar muestras de afecto incluso hacia sus mismos competidores.
3.- La campaña
El candidato ha de dejar claramente asignadas y distribuidas entre todos sus compañeros las funciones que cada uno de ellos debe desempeñar en la campaña.
Hay que procura que toda la campaña se lleve a cabo con un gran séquito, que sea brillante, espléndida, popular, que se caracterice por su dignidad.
En la campaña se tiene que velar al máximo por:
- ofrecer buenas expectativas en la política y
- que sea considerado el candidato una persona íntegra.
Ahora bien, si de alguna manera fuera posible, que se levanten contra los rivales del candidato los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos.
Que sea para sus adversarios el temor de un proceso y una condena; hay que hacer que sepan que el candidato los observa y vigila.
4.- Las promesas electorales
Los hombres no quieren solamente recibir promesas, sobre todo cuando se trata de un candidato quién las hace, también quieren que se las hagan con liberalidad y deferencia.
Lo último que se debe temer es que se enfade la persona a la que se ha mentido. Las promesas quedan en el aire, no tienen un plazo determinado de tiempo y afectan a un número limitado de gente; por el contrario, las negativas granjean, de manera indudable e inmediata, muchas enemistades.
Los ciudadanos se enfadan mucho más con los que les han dado una negativa que con aquel que, al parecer, se ve impedido a ayudarles por algún motivo importante, pero que, si de algún modo pudiera, cumpliría gustosamente con su promesa.
Todos son así: prefieren una mentira a una negativa. Siempre es preferible que, de vez en cuando, unos pocos se enfaden con el candidato en el foro, a que lo hagan todos a la vez y en su casa.
5.- Las tres reglas del candidato
Todo esfuerzo en la campaña debe dirigirse a mostrar que el candidato es la esperanza de los ciudadanos, pero evitando al máximo concretar su política.
Lo que un candidato tenga que hacer, debe mostrarse dispuesto a hacerlo con interés y de buen grado.
Aquello que el candidato no se sea capaz de hacer, debe amablemente negarse a hacerlo o no negarse: lo primero es propio de un hombre bueno, pero lo segundo es propio de un buen candidato.
Si me permiten un añadido personal, y como creo que hoy diría el propio Marco Tulio Cicerón,
“Padres conscriptos, roguemos a los dioses que el candidato que sea elegido en las próximas elecciones sea un hombre bueno, pues entonces no nos habrá mentido”.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
En el año 64 a.C. y culminado el objetivo de su vida de alcanzar la más alta magistratura de la República romana, Marco Tulio Cicerón se presentaba como candidato a la elección de uno de los dos puestos de Cónsules del año siguiente.
Cicerón, político moderado y tradicional, abogado de enorme prestigio en Roma y sin duda el mejor orador de su época junto a Hortensio, tuvo como contrincantes principales a Gayo Antonio Hybrida, hombre mediocre y timorato, tío del futuro triunviro (y asesino de Cicerón) Marco Antonio, y a Lucio Sergio Catilina, ciudadano de enorme valor, desmedida ambición y absoluta falta de escrúpulos, cuya conjura poco tiempo después daría lugar a uno de los episodios políticos y literarios más famosos del final de la República.
El sistema electoral romano para la elección de los dos Cónsules, que actuaban de manera colegiada por espacio de un año, se basaba en el voto de los ciudadanos, agrupados en 193 centurias ordenadas en cinco clases según su nivel de riqueza.
Aunque la nobleza (la clase patricia) controlaba férreamente los comicios, el voto era secreto y los intereses de cada grupo y familia creaban extrañas alianzas, cambiantes según las necesidades del candidato y sus partidarios. No era un sistema moderno de partidos políticos, sino de intereses de clase y familia.
Aquel año se desarrolló una campaña electoral en la que, de los siete candidatos iniciales, pronto solo Cicerón, un advenedizo (un “homo novus” que carecía de antepasados nobles) y, por ello, de tradición familiar en las magistraturas o el Senado, y los muy nobles y ambiciosos, aunque arruinados, Gayo Antonio y Catilina demostraron tener posibilidades de resultar elegidos, estos dos últimos apoyados respectivamente por el dinero de Craso y los contactos populares de Julio César.
Las tensiones en la campaña llegaron a tal punto que Catilina comenzó a perder apoyos y el prestigio de Cicerón y un cierto voto de castigo a las violencias de sus competidores nobles empezaron a hacer posible lo que al principio parecía impensable: la victoria del “homo novus”.
Así que, en contra los primeros pronósticos, para el consulado de ese año 63 a.C. resultaron elegidos como Cónsules Marco Tulio Cicerón, por unanimidad de las centurias y, a gran distancia, Gayo Antonio, un noble cuya familia era una de las más antiguas y poderosas de Roma. Catilina fue derrotado.
Según se cuenta, Quinto Tulio, hermano de Marco, envió a este unos meses antes de celebrarse la campaña electoral una carta con numerosos consejos para afrontar las elecciones, texto hoy conocido como "Commentariolum Petitionis". El escrito refleja lo que fueron “las entretelas” de las campañas electorales en la Roma Republicana de hace más de veinte siglos, y gracias al mismo vemos lo poco que han cambiado los trucos de los políticos para ganar la confianza y el voto de los electores.
A continuación recojo reordenados los sorprendentes consejos de Quinto Tulio, entresacándolos de la fraseología ampulosa y el ornato de citas históricas tan del gusto de su época. El lector comprobará el carácter perenne de los consejos electorales de Quinto Tulio a su hermano: las apariencias son, por desgracia, la clave en cualquier campaña electoral si se manejan con buen arte y si el candidato se presenta como la gran esperanza de la sociedad, evitando al máximo hablar… de la política real.
Y es que, según Quinto Tulio, lo importante es conseguir los votos, y no la forma de hacerlo. Tal es para él la importancia de la cosecha de votos que no duda en sugerir a su hermano que tener escrúpulos respecto a engañar y mentir a los electores “es propio de un hombre bueno”, pero no tenerlos es propio “de un buen candidato”. Es imposible ser más claro: para ser un buen candidato no hay que dudar en mentir si ello conviene. Es un consejo, que como sabemos se ha practicado últimamente en España con bastante desfachatez.
Creo que el lector se divertirá con estos consejos. Seguro que para casi todo lo que describe Quinto Tulio Cicerón conoce ejemplos recientes con nombres y apellidos. Y espero sobre todo, que cuando llegue la próxima campaña electoral, nadie se deje engañar por la palabrería y falsas promesas de algunos y algunas.
SÍNTESIS DE LOS CONSEJOS:
1.- Los partidarios. Ser o parecer amigo de todos:
a) Convertir al elector en amigo
Una candidatura a un cargo público debe centrarse en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los amigos y el favor popular.
Durante el período electoral, uno se gana un buen número de amigos muy útiles.
Entre tantos otros inconvenientes, la situación del candidato tiene esta ventaja: se puede hacer con dignidad lo que durante el resto de la vida no se sería capaz de hacer, a saber, aceptar la amistad de quien plazca, de aquellos con los que, si se hubiera intentado relacionarse en otro tiempo, habría parecido que se obraba de manera improcedente.
Conviene que la adhesión de los amigos nazca de los favores, de los deberes de la amistad, de la antigüedad de las relaciones y de un temperamento amable y cordial.
Pero la palabra "amigo", cuando se es un candidato, tiene un significado mucho más amplio que en la vida corriente.
De hecho, todo el que le demuestre alguna simpatía al candidato, que le trate con deferencia y que vaya a menudo a su casa, ha de ser incluido en el círculo de sus amistades.
b) La buena disposición hacia el candidato
Hay tres cosas en concreto que conducen a los hombres a mostrar una buena disposición y a dar su apoyo a un candidato en unas elecciones.
Dichas cosas son:
- Los beneficios que esperan
- Las expectativas que tienen
- Las simpatías sinceras que profesan
Por ello, es preciso estudiar atentamente de qué manera puede uno servirse de estos recursos.
Hay que poner especial insistencia en procurarse y asegurarse el apoyo de quienes tienen, o esperan tener, gracias al candidato, cualquier beneficio.
c) Buscar apoyos sociales y ser amigo de todos
Hay que hacer ostentación tanto de la gran cantidad de amigos que se tiene como de la alta condición social de los mismos.
Conviene que aquellas personas a cuya categoría y posición social se desea acceder le consideren a uno mismo digno de tal posición y de tal categoría.
Si se hace lo que las circunstancias exigen del candidato, lo que puede y lo que debe hacer, no le será difícil hacer frente a sus rivales.
La opinión pública ha de preocuparle muchísimo al candidato. No hay nada más estúpido que considerar partidarios suyos a los hombres que no le conocen.
Si el candidato consigue que deseen apoyarle los que están indecisos, eso le ayudará mucho.
d) Cercanía a los electores
En lo que atañe a la manera de ser del pueblo, éste desea que el candidato lo conozca por su nombre, lo halague, mantenga un trato asiduo con él, sea generoso, suscite la opinión popular favorable y ofrezca una buena imagen en su actividad pública.
El candidato ha de poner el mayor empeño, valiéndose de sus propios medios o de las amistades comunes, en hacer partidarios suyos a todos los que pueda.
A los que vayan a su casa debe darles a entender que valora su gesto. Cuando estos hombres van a visitar a varios candidatos y comprueban que hay uno que valora en gran medida estas muestras de cortesía, entonces se vuelcan en él, abandonan a los otros y, poco a poco, los que eran partidarios de todos pasan a serlo de uno solo.
De fingirse votantes de un candidato pasan a serlo en firme.
Hay que hacer que salten a la vista los esfuerzos del candidato por conocer a los ciudadanos y exagerárlos a fin de mejorar día a día estas relaciones. No hay nada que haga a un candidato tan popular y tan grato.
e) Cualidades reales o simuladas
Hay que convencerse de que es necesario simular aquellas cualidades que no se posee por naturaleza de tal manera que parezca que se actúa con toda espontaneidad.
Es muy necesaria la adulación, algo que, aunque en la vida corriente constituye un defecto vergonzoso, se hace imprescindible en una candidatura.
Es verdad que la adulación es reprobable cuando los halagos corrompen a un hombre, pero cuando lo hacen más amistoso, entonces no tiene porque ser tan censurada.
Más aún, la adulación resulta imprescindible para un candidato cuyo aspecto, cuya imagen y cuyas palabras deben variar y adaptarse a las opiniones e inclinaciones de todos con los que se encuentre.
Es necesario que el ciudadano se dé cuenta (piense) que el candidato lo tiene en alta estima, de que es sincero con él, de que lo está haciendo bien y de que de todo esto va a nacer una amistad, no pasajera ni circunstancial, sino firme y duradera.
No habrá nadie, por poco sensato que sea, que deje escapar la oportunidad que se le ofrece de entablar amistad con el candidato.
Los que viven en municipios y en el campo se consideran amigos del candidato sólo con que los llame por sus nombres y, si creen además que esta amistad les va a deparar alguna ayuda, no dejan escapar la ocasión de merecerla.
f) La apariencia y el interés
Por mucha fuerza que tengan por si mismas las cualidades naturales del hombre, las apariencias pueden superar incluso esas cualidades.
Los hombres se dejan cautivar por el aspecto y por las palabras antes que por la realidad de su propio beneficio
Pero también en los más pequeños beneficios los hombres encuentran motivo suficiente para apoyar a un candidato.
Es preciso que el candidato se ocupe cuidadosamente de los hombres influyentes, de manera que ellos mismos entiendan que ya sabe lo que puede esperar de cada uno, que realmente si aprecia lo que recibe y que se acuerda de lo que ha recibido.
g) Los colaboradores
Es conveniente que el candidato tenga consigo a los jóvenes más sobresalientes y con más inquietudes culturales.
Es extraordinariamente grande y digno de admiración el celo que ponen estos muchachos a la hora de buscar votos, de salir al encuentro de las gentes, de propagar las noticias y de acompañar al candidato.
Hay que cuidar a los partidarios incondicionales, cuyo apoyo será conveniente consolidar con muestras de agradecimiento, adaptando los discursos a las razones por las que cada uno parece ser partidario suyo, demostrando unos sentimientos parecidos a los de ellos y haciéndoles concebir la esperanza de una amistad íntima y duradera con el candidato.
2.- Adversarios: más peligrosos cuanto más cercanos
El mundo está lleno de engaños, de traiciones y de perfidia.
En nuestro mundo hay que soportar la arrogancia, la obstinación, la envidia, la insolencia, el odio y la impertinencia de muchos.
El candidato debe recordar aquella sentencia de que la sabiduría consiste en no confiarse a la ligera.
Tiene que ser muy prudente y muy hábil el que vive rodeado de tantos hombres con vicios tan diversos y tan graves, para poder evitar la hostilidad.
Casi todo lo que se comenta sobre la reputación de hombre público proviene de su entorno.
Sus cualidades llevarán a algunos hombres a simular que son sus amigos, al tiempo que a tenerle envidia.
Cuanto más íntimo es un amigo de un candidato y, sobre todo, si vive en su casa, cuesta mucho más esfuerzo conseguir que le aprecie.
Además, quien supone que no se está satisfecho de él en modo alguno puede ser su amigo.
Ante los que, sin motivo alguno, no tienen aprecio al candidato, este debe dedicarse enteramente a alejar de ellos este sentimiento hostil haciéndoles algún favor, dejándoles creer que se lo va a hacer o manifestando gran interés hacia sus personas.
Con quienes muestran la peor disposición hacia el candidato, dada la amistad que les une a sus rivales, hay que valerse de los mismos medios que se va a emplear con los anteriores y, si se consigue hacer que te le crean, dar muestras de afecto incluso hacia sus mismos competidores.
3.- La campaña
El candidato ha de dejar claramente asignadas y distribuidas entre todos sus compañeros las funciones que cada uno de ellos debe desempeñar en la campaña.
Hay que procura que toda la campaña se lleve a cabo con un gran séquito, que sea brillante, espléndida, popular, que se caracterice por su dignidad.
En la campaña se tiene que velar al máximo por:
- ofrecer buenas expectativas en la política y
- que sea considerado el candidato una persona íntegra.
Ahora bien, si de alguna manera fuera posible, que se levanten contra los rivales del candidato los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos.
Que sea para sus adversarios el temor de un proceso y una condena; hay que hacer que sepan que el candidato los observa y vigila.
4.- Las promesas electorales
Los hombres no quieren solamente recibir promesas, sobre todo cuando se trata de un candidato quién las hace, también quieren que se las hagan con liberalidad y deferencia.
Lo último que se debe temer es que se enfade la persona a la que se ha mentido. Las promesas quedan en el aire, no tienen un plazo determinado de tiempo y afectan a un número limitado de gente; por el contrario, las negativas granjean, de manera indudable e inmediata, muchas enemistades.
Los ciudadanos se enfadan mucho más con los que les han dado una negativa que con aquel que, al parecer, se ve impedido a ayudarles por algún motivo importante, pero que, si de algún modo pudiera, cumpliría gustosamente con su promesa.
Todos son así: prefieren una mentira a una negativa. Siempre es preferible que, de vez en cuando, unos pocos se enfaden con el candidato en el foro, a que lo hagan todos a la vez y en su casa.
5.- Las tres reglas del candidato
Todo esfuerzo en la campaña debe dirigirse a mostrar que el candidato es la esperanza de los ciudadanos, pero evitando al máximo concretar su política.
Lo que un candidato tenga que hacer, debe mostrarse dispuesto a hacerlo con interés y de buen grado.
Aquello que el candidato no se sea capaz de hacer, debe amablemente negarse a hacerlo o no negarse: lo primero es propio de un hombre bueno, pero lo segundo es propio de un buen candidato.
Si me permiten un añadido personal, y como creo que hoy diría el propio Marco Tulio Cicerón,
“Padres conscriptos, roguemos a los dioses que el candidato que sea elegido en las próximas elecciones sea un hombre bueno, pues entonces no nos habrá mentido”.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019